Victorias, derrotas, ilusiones y frustraciones de Messi jugando contra Brasil. Escribe Santiago Núñez.

La rivalidad de un ídolo celestial contra el archirrival de ese equipo que lo tiene en el Olimpo, está llena de cruces que mezclan competencia y admiración, amistad y odio, amor y ganas de vivir. Messi contra Brasil es el capitán hablando en contra de la CONMEBOL, pero también saludando a Dani Alves por ser el jugador que más torneos tiene ganados en la actualidad. Es una cara de desazón de un post-adolescente en Maracaibo y la sonrisa divina, eterna y reluciente que levanta su primera Copa, 14 años después, en el Maracaná.

En la selección mayor, Messi disputó doce partidos contra Brasil. Ganó cinco, perdió seis, empató uno.  Seis de esos encuentros fueron amistosos, tres en competencias por eliminatorias y la misma cantidad en cruces por Copa América (incluyendo dos finales). Ankara no salió triunfador en ninguno de los encuentros por eliminatorias y ganó solamente uno por el certamen continental (final 2021). Las otras cuatro victorias fueron amistosas. No le hizo nunca un gol a Brasil en un partido “por los puntos”. En categorías juveniles disputó tres partidos y ganó los tres. Hizo goles en los dos del “sub 20” (Sudamericano y Mundial 2005 respectivamente) y fue titular en el partido sub 23 por los JJOO de Beijing.

La que sigue es una historia de lucha, de pelea y de amor. Mucho amor.

2005

Cuando la pelota llegó al área del arco que está a la derecha de las cabinas de transmisión del Estadio Palogrande, en Manizales, él estaba ahí. No necesitó un porcentaje muy grande de su talento para hacer lo que había que hacer. Estirarse. Tirarse al piso. Y empujarla.

Pero el arte de lo sencillo, a veces lo más complejo de todo , era otra cosa. El punto importante era el festejo. Pero no por la celebración en sí. Sino por la presentación. Messi se levanta con la pelota en la red y después de convertir, a los 75 minutos, el 2 a 1 contra Brasil por la última fecha del Sudamericano Sub 20, hace un pequeño trote con una mano en el pecho y otra en la cabeza. Como mostrando su corazón. Como contándole al mundo quién es Leo Messi.

Ahora ya pasaron 4 meses. Es 25 de junio. Hizo un golazo en el arranque del partido característico de su futuro: arranque abierto a la derecha, corrida veloz y con dominio hacia al medio, y remate de lleno con la zurda para que el cuero vaya teledirigido a encontrarse con la red. Pero hace 18 minutos Renato empató y entonces todo parece indicar que en Utrecht (Países Bajos ahora, antes Holanda) vamos al alargue.

Sin embargo, la perspicacia del que siempre está dispuesto a modificar el rutinario rumbo de los acontecimientos lo lleva a abrirse, para recibir rápido el lateral. Con la gambeta como una extensión corporal, deja a su rival en el camino y llega al fondo. La pradera siempre tiene un poco de barro, entonces la jugada se ensucia. Pero Pablo Zabaleta encuentra un remate divino que se meterá, manso, debajo de los tres palos. El festejo es absoluto, y se completa cuando Messi escucha el silbato del árbitro a la jugada siguiente. Levanta los brazos. Porque le acaba de ganar a Brasil. Y porque jugará, por primera vez, una final del mundo.

2007

Su primer clásico de selecciones mayores no fue el mejor. En el minuto 88 le quedó atrás un rebote largo después de un córner, la paró mal y se la regaló a Kaká, que empezó a correr para nunca ser alcanzado. La jugada terminaría en un fino gol del enganche del Milán ante la salida de Abbondanzieri, previa gambeta a Milito.

Pero ahora ya pasó un año y está a 7807 kilómetros de Wembley. Lo que no cambia es el resultado: 3-0 gana Brasil. Espera agazapado. Luego de un rechazo de Juan, la pelota le queda a Mascherano fuera del área, que improvisa un remate frontal. Rebota en Alex. Le queda a Messi que, con rapidez y precisión, gambetea al arquero Doni y la manda a guardar. Cuando se da cuenta, el línea tiene la bandera levantada.

Termina el partido en Maracaibo. Mira serio con la cara de niño ofuscado entre sus mechas largas con forma de arco. Tiene los brazos cruzados. Es 15 de julio. Hace 21 días cumplió 20 años.

2008

Presiona. Recupera la pelota. El canto tenue y continuado del Mineirao se transforma de repente en una mezcla de silencio expectante y algún grito de desesperación. Encara, remata. Julio César da un rebote largo. Recupera y gambetea al mismo tiempo. Maicon no llega al cruce. Con lo último que le queda, intenta colocarla desde el vértice del área chica al ángulo superior derecho. La pelota se va por poco. Queda cerca. Messi se tira al piso. Abre los brazos. Queda mirando al cielo. Cuando se levanta, observa que el cartel le indica que se retire. En el minuto 46 del segundo tiempo le toca entrar a Rodrigo Palacio. Leo saluda. Hay que seguir.

La revancha llega rápido. En el Estadio de los Trabajadores (Beijing), por las semifinales de los Juegos Olímpicos, la pide en la puerta del área. Di María no le hace caso. Tampoco sabe qué hacer. ¿Tira el centro? ¿Le pega al arco? Un híbrido. Agüero pone el pecho y la manda a guardar. Messi sale corriendo, no le importa nada. Alcanza a su amigo. Mira a la tribuna con el puño en alto. Grita como nunca. Festeja como nunca.

Argentina’s Lionel Messi challenges Brazil’s players during the football semi-final match held at the Worker’s Stadium for the 2008 Beijing Olympics, August 19, 2008. Argentina defeats Brazil 3-0. Photo by Gouhier-Hahn-Nebinger/Cameleon/ABACAPRESS.COMNo Use BZ World rights FrŽdŽric 2008.

El partido sigue. Ahora Messi la abre para Ezequiel Garay en ataque, que mete un buscapié divino. Otra vez Agüero. Otra vez gol. Esta vez Messi no corre. Lo espera a Garay. Lo abraza. Lo levanta. Riquelme patea el penal. Messi desde atrás lo abraza. Festeja, siempre festeja. Porque va a jugar una final olímpica. Porque le ganó a Brasil.

2009

“Te esperamos Pulga, te esperamos por favor”. La voz del relator se confunde con el fondo ensordecedor, que grita en un lenguaje no muy fino que al rival hay que ganarle, en la orilla del río Paraná. El deseo es genuino. Lo tienen todos los que recién acomodaron su cuerpo y su garganta luego del golazo de Jesús Dátolo.

Pero la suerte a veces no acompaña. Verón se la da a Messi, que intenta un rodeo con zurda con un giro imposible. Recupera Gilberto Silva. Kaká pone un pase de ensueño para una flecha amarilla. Otamendi no llega a cerrar. Andújar no alcanza a cubrir. Golazo de Luis Fabiano.

Messi se pone los brazos en la cintura. Los de amarillo festejan. Camina sin hablar. Se mete en el túnel con césped sintético del Gigante de Arroyito. Mira hacia abajo. Sólo hacia abajo. El diario Marca va a titular, rápidamente, “Brasil conquista la casa de Messi y deja a Argentina contra las cuerdas”. Ir al Mundial está difícil. Rosario, esta vez, estuvo lejos. Parece que no importa en qué cancha juguemos.

2010

“Hay cosas de Messi que no se pueden controlar”. En la cabina de transmisión de Qatar, Fernando Pacini se corrige rápidamente a sí mismo. Ya empezó el descuento porque los segundos corren con el “45” clavado en el minutero. El comentarista busca explicar que el 0 a 0 en parte se explica porque Brasil mantuvo a Messi con cierta eficacia y que eso le quitó sorpresa y posibilidad de ataque al conjunto albiceleste.

Pero cuando terminó de desarrollar el concepto, el equipo de Batista la recupera, Messi tira una pared rápida con Lavezzi (taco incluido) y el astro argentino con talento catalán encara. Pasa entre dos. Se le escapa al tercero y, casi cayéndose, cruza el remate con el ángulo exactamente opuesto al de su carrera. Julio César no llega.

Messi se abraza con sus compañeros. Vuelve a su campo. Y levanta los brazos cuando el árbitro culmina la tertulia. Contra Brasil no hay amistosos, aunque Messi vaya en la zona mixta a cambiar camisetas con Ronaldinho. No es amigo todavía de Neymar, a quien acaba de enfrentar por primera vez.

Hay cosas de Messi que no se pueden controlar.

2012

Se mete por todos lados. Arranca. Toca y va a buscar. Se mete. Aparece. Llega. Siempre llega. Se escurre. Pase de Higuaín. Corre. No lo pueden alcanzar. Define a un costado. Festeja. Vuelve. Empieza de nuevo. La pide. Juega. Toca. Camina. Se la pasa a Di Maria y arranca. Pelota que va con él. Pase que corre con él. Gambetea a Rafael. Otro golazo. Se lo dan vuelta. Lo empata. Sigue corriendo. Sigue intentando. Pasa a uno. Pasa a dos. Lo bajan. Tiro Libre. La pasa por encima de la barrera. El arquero la saca. Corre. Recibe. Se muestra. Encara. Nadie sale. Le pega. Al ángulo. Festeja. Se abraza con el banco de suplentes. 4 a 3. Tres de Messi. Con Brasil no hay amistosos.

2016

En el mismo arco en el que Schurrle hizo la séptima puntada de una potencia germana arrolladora, el blondo astro argentino se prepara para tirar el córner. Claro, a diferencia de hace dos años, el Mineirao es una fiesta. Brasil gana 3 a 0. Messi con su pelo cambiado recientemente sigue serio. No muestra frustración. La tiene, pero no la evidencia, no la ilustra. Siempre quiere que la jugada sea gol. Por más que no sirva. Tira el centro pasado. Allison Becker sale mal, pero la pelota rebota en la cabeza de Higuaín.

La jugada no termina en nada. Como la Argentina del “Patón” Bauza esa noche.

2019

La imagen que pensamos, cambia. No está cabizbajo. No está mal. Ni siquiera triste. O quizás sí, pero no habla entristecido. Habla dolido. Acongojado. Enojado. Caliente. Dice que el contrario no fue superior. Lo sostiene firmemente. “Se cansaron de cobrar boludeces y no fueron nunca al VAR. Una cosa increíble”. La frase desgrana. Alguno dirá que es llanto. Pero para nosotros no. Lo que vemos es un ser distinto, maduro, combativo. “Brasil maneja todo”. Nuestro capitán, ya héroe, se les planta a todos. Al rival. A la CONMEBOL. Ya no sólo nos genera admiración por jugar bien. Nos da orgullo. Si él lo quiere generar y toma una pose o sus frases son genuinas, no tengo idea. Los que están al lado mío tampoco tienen idea. Pero no importa. Lo hace. Se queja. Es nuestra voz. Expresa nuestra ingratitud ya no con un mundo de mierda en el que no se puede ser campeón, sino con el favoritismo recalcitrante de los que por obligación, localía o negocios tienen que ser los primeros. Messi es otro Messi. Si algo le faltaba.

Pasaron cuatro meses. Arabia Saudita. King Saud University Stadium. En el minuto 12:59 Allison le ataja un penal a Lio. Antes pasó de todo: Argentina salió jugando mal por lo menos dos veces, Gabriel Jesús le entregó un mano a mano a las manos de Esteban Andrada, Juan Foyth regaló una pelota en el área, Paredes le hizo un penal con el taco a Firmino, Gabriel Jesús tiró ese penal afuera con borde interno, Messi se mandó una corrida tan rápida y efectiva como adecuada y lo bajaron, el árbitro cobró penal y Lionel lo pateó.

En el minuto 13:00 (con el “0” clavado) Messi agarra el rebote y pone el 1 a 0. No va a pasar nada más relevante. Argentina le va a ganar al equipo que lo eliminó, cuatro meses atrás, de la Copa América. No hubo funcionamientos malos que tengan consecuencias negativas. Hubo suerte, efectividad, buen juego. No apareció ningún cisne ni ninguna mano negra. ¿Habrá cambiado la época?

2021

El recuerdo es ese. En el mismo arco en el que la pelota de Lio se fue con la calma infeliz de la injusticia a centímetros del palo de Neuer, Messi acaba de errar un gol hecho, luego de una asistencia celestial de Rodrigo de Paul. Los fantasmas vuelven pero sorpresivamente no pasa nada. Los segundos corren. Los minutos pasan. El referí pita el final y no hay nada raro. Messi llora, como muchas millones de personas más que en ese Maracaná o en cualquier parte del mundo lo están mirando.

Como Obdulio y sus secuaces, Lionel tiene su Maracanazo. Se abraza. Sonríe. Camina. Sonríe. Canta. Le pide a sus compañeros que cambien de canción cuando quieren entonar un tema que habla mal del rival. Vuelve a sonreír.

Sus escoltas lo agarran. En ronda lo tiran para arriba, como si le faltara impulso para tocar el cielo. Qué sano y natural es el destino cuando se encarga de elegir lo correcto y convertir el lugar y el momento adecuados en el final más justo.

¿Fue el final?

Hoy habrá un nuevo capítulo.

Santiago Núñez

Twitter: @santinunez

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