Entrevista a Ottavio Bianchi (78), ex DT del Napoli entre 1985 y 1989, por el diario Il Messaggero, 24 de noviembre de 2021, cuando se estaba por cumplir un año de la muerte de Diego. Traducción por Federico Raggio.

“Le decía: ‘Diego ahora basta de entrenar, andá a ducharte, estamos acá desde hace dos horas’. Y él, nada. Decían que Diego se entrenaba poco y mal: mentiras. Todo lo contrario. No quería salir nunca del campo, se divertía demasiado. Y con tal de no volver a los vestuarios, se ponía en el arco a atajar. Y si llovía con toda y se hacía todo barro, mejor todavía, se tiraba con más ganas: lo quiero recordar así, alegre, que daba vueltas en los charcos mientras ya estaba casi oscuro, y reía feliz con su pelota, al menos allí se sentía lejos de las presiones monstruosas que tenía. Mi pobre Diego”.

Ottavio Bianchi, mañana se cumple un año de la desaparición de Diego Maradona, a quien ha entrenado por cuatro años: ¿Piensa seguido en él?

Diego está dentro mío. Como entrenador me encariñé con todos mis jugadores, aunque trataba de no demostrarlo. Cuando viviste y trabajaste con personas, y las quisiste bien porque eran tus muchachos, ahí también observás cómo proseguían sus vidas, más allá de que siempre traté de no meterme. Sos feliz si ellos están bien, sufrís si tienen problemas. Cada vez que Diego aparecía en los medios, lo cual sucedía seguido porque era uno de los hombres más famosos en el mundo, me sentía mal por su situación. Entonces prefería pensar en los lindos recuerdos, que son un montón. Para mí era un pibe, uno de mis muchachos, y lo seguirá siendo.

Ha visto, que a pesar de su fallecimiento continúa todavía el caos en torno a él, incluso lo habrían sepultado sin el corazón en el pecho…

Mire, no me diga estas cosas, me hacen mal y prefiero no saberlas. Pero es consecuencia de su vida, era más fuerte que él tensar la cuerda al máximo. Y una vez hasta me lo dijo, en mi último año en el Napoli. Había iniciado a escuchar rumores alarmantes sobre su vida privada, que luego se revelaron ciertos, lamentablemente. Yo tenía un buen trato con su preparador, (Fernando) Signorini. Con él tratamos de hablarle a Diego. Eran charlas intensas, intentaba disuadirlo, de decirle que si seguía ese camino después tendría tantos problemas en la vida… Hasta que un día, sin mirarme a los ojos y comiéndose las uñas, me dijo en voz baja: ‘Mister, usted tiene razón, pero yo no puedo dejar de vivir así, debo tener siempre el pie en el acelerador’. Me sentí enormemente solo y desanimado, entendí que yo no contaba más y que si permanecía en el Napoli iba a asistir a la caída, así que decidí irme. De Napoli y de Diego.

Usted en esos años pasaba un poco por el “sargento de hierro” que debía reequilibrar un ambiente lleno de excesos: ¿era así?

No me gusta la definición de ‘sargento de hierro’, siempre traté de cuestionarme y jamás pensé que yo era el dueño de la verdad, pero pretendía que hubiese un respeto por los roles, era un poco maníaco de este tema, decían que exageraba y algunas veces era verdad, lo reconozco. Pero acepté el desafío del Napoli, cuando me llamó Allodi (Italo, dirigente del Napoli), aunque tenía dudas de aceptar: sabía que iba a un ambiente en el cual era difícil vencer. Para hacerlo, era necesario imponer reglas severas. Pero siempre respeté a todos, esa era la primera cosa: cuando era jugador, no llamaba ‘Mister’ al entrenador, si no ‘señor…’. No me importaban las calumnias, es más, me inspiré en la sabiduría y en la cultura de los napolitanos, que son magníficos. Una vez, cuando San Gennaro fue rebajado de jerarquía en la Iglesia a santo de Serie B, escribieron en una pancarta en Plaza Plebiscito: ‘San Gennà: futtetenne’ (‘San Gennaro: que te chupe un huevo’). Yo hacía así también. Y jamás tuve miedo de nada, imagínese: hice toda mi carrera de jugador profesional sin los ligamentos cruzados de ambas rodillas. Se nota que sabía sufrir ¿no?.

Mister, usted es un privilegiado: ha visto desfilar delante suyo a los más grandes de la historia del fútbol.

Yo jugué con Sivori, que antes de los partidos tenía ganas de vomitar por la tensión. Y a los compañeros que lo ‘cargaban’, un día les dijo: ‘cuando salen de acá son personas normales, no los conoce nadie. En cambio, yo soy Sivori y tengo responsabilidades’. Jugué con Altafini, Zoff, Hamrin y Sormani en el Napoli, eran los tiempos de Riva y Rivera más otros grandes, marqué a Pelé… Entrené a los mejores, desde Diego a Careca, a Voeller, Aldair, fui afortunado. Maradona tenía presiones insostenibles, absurdas es decir poco, ni siquiera una persona con una gran preparación cultural las podría haber soportado. Pero tuve la fortuna de haberlo disfrutado, y lo recuerdo así, con su genuinidad. Conmigo y sus compañeros era un hombre excepcional, espontáneo. Bastaba con darle su tesoro –la pelota- y se extasiaba, era pura alegría. Jamás lo escuché recriminar a un compañero, nunca, ni siquiera a los suplentes. Jamás presumía de su superioridad (futbolística), que era enorme. Era un genio y un hombre simple. Se entrenaba como loco, porque si uno es un ‘as de espada’, más trabaja, como los grandes músicos. Ustedes vieron sus goles célebres, desde mitad de campo, de tiro libre, con la mano… pero no eran gestos improvisados, eran cosas que nosotros veíamos todos los días. El ‘chanfle’ que tenía no era sólo gracias a sus condiciones, sino que era fruto del trabajo. Y nos llevó a esas victorias inolvidables, encontrando también un equipo dispuesto a seguirlo, con hambre de ganar. Y con un entrenador –yo- que por cuatro años vivió recluido y aislado en un hotel, que cenaba en dos restaurantes al máximo, a menudo con los mozos, para no ser influenciado por la pasión de la ciudad. Y diría que salió bien. Porque también estaba mi Diego.

Traducción de Federico Raggio

Publicada originalmente en Il Messaggero

Lástima a nadie, maestro necesita tu ayuda para seguir existiendo, suscribite por $200.

Deja un comentario