Hoy en el deporte como excusa: Fabián Polosecki, mítico periodista y contador de historias. Contamos su historia a partir de dos de sus programas dedicados al deporte: uno al fútbol y otro al boxeo. Escribe Juan Stanisci.

Fabián Polosecki y Lelo García, canchero de Vélez, están sentados en las viejas tribunas naranjas del José Amalfitani. El periodista escucha y el canchero cuenta una de sus experiencias más tristes. Fue antes del Mundial 78. Al veedor de la FIFA no le gustó que la lluvia hiciera barro y que el barro manchara las medias, los pantalones y las camisetas. Entonces el Ente Autárquico Mundial (EAM 78), el organismo de la dictadura encargado de organizar el torneo, mandó a levantar todo el pasto del Estadio José Amalfitani. Lelo García vio como levantaban la tierra. Su tierra. No aguantó. Se dio vuelta y se fue.

Fabián Polosecki supo, casi por accidente, que la televisión tenía una ventaja por sobre la prensa escrita: el silencio. Cuando era redactor, el silencio era solo una palabra. Algo que se escribe entre paréntesis para dar a entender que el entrevistado hace una pausa o piensa. Pero ese silencio escrito es impalpable. No refleja lo que en realidad pasó. Cuando llegó a la televisión, de la mano de ATC, comprendió que ahí sí los silencios tenían el peso que merecen.

Polo o Polito, como lo llamaban quienes lo conocían, había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 31 de julio de 1964. En su adolescencia empezó a militar en el Partido Comunista. Egresado del colegio ingresó en la carrera de Sociología en la UBA. Su hermano, Claudio Polosecki, lo metió en el periodismo. Su primer trabajo fue en Radiolandia, cubriendo espectáculos. Después pasó por Sur, un diario de tirada nacional vinculado al PC, Página 12, entre varios otros medios. Siempre en gráfica.

Polosecki ingresó en el periodismo cuando las grandes redacciones empezaban a achicarse. Fue rebotando de medio en medio debido a los cierres o a los ajustes. La televisión empezaba a ganarle espacio a los diarios y a las revistas. Bailando en la incertidumbre, recibió el llamado de una ex compañera del PC. Iris Benjamín le propuso formar parte del programa Rebelde sin pausa, conducido por Roberto Petinatto y emitido por ATC (hoy Televisión Pública).

Primero dijo que no. Después empezó a dar vueltas para presentarse al casting. Finalmente aceptó. Tenía que presentar un micro entrevistando a un personaje nocturno. La otra persona que estaba en el casting eligió un famoso. Polosecki, en cambio, optó por el portero de un prostíbulo. Sin saberlo estaba dando paso a su marca en la televisión: las historias marginales. Siempre bajo la idea de que todas las personas tienen una buena historia para contar. Solo hay que saber preguntar y escuchar.

En aquella primera entrevista descubrió que el silencio tiene acción. Que ese lapso sin sonido que suele estar prohibido en televisión, puede ofrecer mucha más información que ser una ametralladora de preguntas. Quedó en el programa de Petinatto. Y tal fue el éxito de su columna en el programa que al poco tiempo le ofrecieron un programa para él solo.

Gerardo Sofovich era el director de ATC por aquellos años. Él fue quien le puso nombre al programa: El otro lado. “Yo no me siento tan identificado con el título. No me parece ahora un mal nombre, pero no es que sea un nombre que a mí particularmente me apasione”, explicó en Página 12 en septiembre de 1993. “En todo caso sería el otro lado de la apariencia burguesa. O el otro lado del prejuicio”, dijo un año más tarde a La última década.

El programa no solo les daba espacio a personajes de los márgenes. Si había otro lado, era el reverso de lo que la televisión mostraba. “Una estrella que le cuenta a otra estrella lo lindo que es ser una estrella”, definía el propio Polosecki a la televisión de aquellos años. Pero no solo entraban los márgenes. Por lo general tomaban una determinada temática y trataban de exprimirla. Contarla desde diferentes protagonistas. Si el tema del programa eran los trenes, entonces salía un maquinista, un chancho, un vendedor ambulante, un coleccionista de réplicas de trenes y un grupo de pibes que viajaban en los techos y que tiempo después serían famosos como Los Piojos.

Dentro de esa búsqueda, por donde pasaron gitanos, custodios, gente que utiliza uniformes o corredores de picadas, el deporte no podía quedar afuera. Hambre de gloria y Metegolentra fueron dos programas dedicados al deporte, uno al boxeo y el otro al fútbol. Y fueron, además, casi los únicos donde aparecieron personajes famosos: Látigo Coggi en uno y René Orlando Houseman en el otro.

Polosecki no entrevistaba. Conversaba. Una conversación que tomaba la forma de un mandala. Círculos concéntricos que viajan hacia el centro mismo de la historia. Como Alí, Polosecki flotaba como una mariposa y picaba como una avispa.  Preguntas que parecen que no van a ningún lado. Silencios que dan pie a que la otra persona busque las palabras adecuadas o se decida a dar un paso más en lo que cuenta. “La televisión tiene algo que es bárbaro: registra el silencio. El silencio da mucha información”, dijo en la misma entrevista en Página 12.

***

Tirados contra un arco de una canchita de fútbol cinco, Polosecki conversa con Houseman.

– ¿Hay enemigos cuándo uno empieza a andar bien? – pregunta Polosecki.

– El enemigo es uno mismo. – responde casi sin dejar espacio entre la pregunta y la respuesta, como si esa frase la hubiera pensado y repensado mil veces – El que te lleva por mal camino sos vos porque nadie te obliga a tomar o a fumar.

Con el correr de la charla, las respuestas de Houseman se hacen más largas. Cuenta, por ejemplo, la vez que casi va a jugar un mes a Islandia. Le habían sacado los pasajes. Subió al avión rumbo a Nueva York. Tenía que hacer escala y seguir camino a Reikiavik, la capital, pero nunca llegó. Se perdió en el aeropuerto de Nueva York y terminó sacando un pasaje de vuelta a Buenos Aires.

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La idea de Polosecki y su equipo en Metegolentra, fue contar el fútbol desde aquellos lugares que suelen quedar a la sombra. En 1994 la televisión solo daba lugar a los partidos o los debates entre periodistas. En El otro lado, en cambio, tienen voz Lelo García, el canchero de Vélez; a Houseman; a Tita Mattiusi, la mítica cuidadora de la pensión de Racing; a un padre que lleva a su hijo a jugar en las inferiores; a Ruben Diz, un futbolista de la pensión también de Racing que no logra firmar su primer contrato; y a los viejos integrantes de la barra brava de San Lorenzo.

Pero no es el único capítulo donde el deporte, y más que nada el fútbol, está presente. En Lejos de casa, Polosecki se propone ir a buscar a un historietista rosarino. Es la excusa para viajar en camiones de transporte y charlar con los camioneros. Cuando llega a Rosario, buscando el rastro del historietista como un detective, decide acercarse a hinchas de Rosario Central. Ellos le cuentan que Tutankamón, el faraón egipcio, fue el primer hincha Canalla. Pero del historietista nada.

Pasea por una ciudad desierta. Como aquella Lisboa fantasmal, calurosa y febril donde transcurre Requiem, la novela de Antonio Tabucchi. “La ciudad estaba convulsionada. Los dos equipos de fútbol rivales volvían a jugar un clásico. La población se divide en dos y yo en el medio parecía ser el único que no participaba del evento. A pocos kilómetros de mi casa, me sentía un completo extranjero”, dice la voz en off mientras camina por las calles vacías.

Los textos que aparecían en El otro lado estaban escritos por el propio Polosecki con correcciones y edición del escritor Pablo de Santis, un viejo amigo de Radiolandia. Podía estar horas corrigiendo hasta que quedara como él quería. “El boxeo, es un espectáculo donde no hay nada que no sea real. Los golpes, la sangre, la victoria y la derrota. Los espectadores lo viven como si tuviera algo de representación, de sueño. Quizás, porque no haya nada más irreal que el cuerpo ajeno”, comienza Hambre de gloria.

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– ¿Cómo se acostumbra uno digamos a pegarle a…? – pregunta Polosecki.

– Y bueno uno… como todo va pasando el tiempo y qué se yo, tanto estar en esto se acostumbra – responde Juan Ítalo Mesa, un boxeador que está por subir al ring.

– ¿Cómo todo qué?

– Y bueno como un animal, uno lo enseña así y bueno se acostumbra así. Y uno es igual. A uno le enseñan así y se acostumbra.

***

 En tiempos donde el canal estatal no tenía grandes audiencias, El otro lado tuvo altos picos de rating. Además ganó dos Martín Fierro: uno por mejor programa periodístico y otro como revelación para el propio Polosecki. Tuvo dos emisiones, una en 1993 y otra 1994. En 1995 condujo también en ATC: El visitante.

Polosecki decidió terminar con su vida en 1997. Se suicidó tirándose debajo del ferrocarril San Martín en una curva de Santos Lugares. Le habían dicho, durante el programa dedicado a los trenes, que era imposible para el maquinista ver con tiempo a la persona que decide suicidarse. “Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener historias que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas”.

Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci

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