En una propuesta ambiciosa y desafiante con este texto sobre fútbol borgeano arrancamos nuestro segundo libro Fuegos de Junio. Lo compartimos en el Día del Lector en homenaje al nacimiento del escritor argentino. Hay goles, pasiones y goleadores apasionados que no se perciben a simple vista. Escribe Santiago Nuñez.
El sexto piso del edificio de Maipú 994, Recoleta (Buenos Aires), había contemplado con estupenda solemnidad un encuentro de mentes brillantes, de enormes figuras, de inigualables celebridades. Claro que esa percepción no tiene por qué ser universal, a tal punto que el más longevo de ellos dos no vivió el intercambio con esa intensidad.
-¿Sabe quién era? ¡Era el señor Menotti!, le dijo Valentina, trabajadora de su casa particular
-¿Y quién es el señor Menotti?
El escritor no disimulaba su desprecio por el fútbol y el menosprecio por el entrenador que había ganado la Copa del Mundo con Argentina dos meses antes. Jorge Luis Borges reconocía lo que ignoraba. O hacía creer que ignoraba para que lo reconozcan mejor.

Es lo popular, estúpido
Es 6 de junio de 1978. Argentina juega con Francia por la segunda fecha de la primera ronda del Mundial organizado en el país. Ya Daniel Passarella abrió el marcador y un joven Michel Platini (22) empató el partido. El segundo tiempo está por la mitad mientras Jorge Luis Borges entra en la sala para disertar acerca de “La inmortalidad”, en alusión, entre otras cosas, a su cuento de similar nombre. No se da cuenta el escritor que, a su costado, la audiencia observa los avatares de la riña futbolera a través de un televisor. Un grito miedoso de alerta ante un embate francés alcanza para que la situación quede al desnudo. Apagan la TV al instante.
“El fútbol es popular porque la estupidez es popular”, declaró alguna vez Borges, que es “el más emblemático escritor argentino y, a la vez, el más emblemático de los críticos al fútbol, que es el más emblemático juego en la Argentina” según definió el periodista y escritor Ariel Scher, que enseña sobre el escriba en su curso Deporte y Literatura.
Borges, odiado con justicia por aquellos portadores de causas populares y con injusto recelo por algunos que no saben lo que es amar, amado por un entrañable talento para crear otras realidades, rechazaba cualquier espectáculo que tenga una cancha y una pelota. Era algo así como un odio de pasiones multitudinarias, coherente con una veta indudablemente reaccionaria de su ser.
“El deporte sólo tiene valor -dijo, alguna vez- cuando se lo practica activamente. Como espectáculo me parece mediocre. El fútbol, por ejemplo, es un deporte en el que intervienen veintidós personas, once de cada lado, y todos los demás son espectadores. No sé hasta dónde una persona que ve fútbol puede considerarse un deportista. Yo diría que no. Al último campeonato mundial (1978), realizado en nuestro país, se le dio demasiada importancia. Demasiado barullo para algo tan frívolo como es el fútbol. Se dijo que habíamos vencido a los holandeses. ¡Qué despropósito! Nadie venció a Erasmo de Rotterdam, a Espinoza o a Rembrandt.”
Definió a la Copa del Mundo en tiempo real como “una calamidad que por suerte pasará” y buscó no solamente escapar a todo lo que tuviera que ver con ella, con el plus de asegurarse que ese rechazo quede lo más demostrado posible. Su desconsideración con César Luis Menotti, luego de un encuentro en su hogar, era parte de eso.
El escritor encontraba, en la actividad del balompié, un puntal para su desprecio a las multitudes. Si buscaba una justificación política para justificar regímenes políticos totalitarios no lo sabemos, pero es más probable que posible que sus posiciones culturales con respecto al fútbol se arrimen a la famosa visión de Alexis de Tocqueville, que asociaba a los pueblos y a la democracia con una “tiranía de las mayorías”.
Decía el escritor que en realidad él expresaba algo que nadie podía negar. Lo que aman las masas, marcaba, es un final, no un trámite. “El fútbol en sí no le interesa a nadie. Nunca la gente dice ‘qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi aunque haya perdido mi equipo’. No lo dice porque lo único que interesa es el resultado final. La gente no disfruta del juego”, afirmó, en una frase rescatada por una nota especial de la revista El Gráfico en 2016, al cumplirse 30 años de su fallecimiento.

No fueron pocos los que se ilusionaron con enmarcar al astro de la escritura argentina en un club de fútbol. Los que más cerca estuvieron, sin duda, fueron los hinchas del “Ciclón” de Boedo. Borges trabajaba en la biblioteca Miguel Cané, cercana a la histórica esquina de San Juan y Boedo. Los amorosos bohemios le insistían por una adhesión a sus colores. Dicen que alguna vez les dijo que sí, que era “un cuervo más”, y ese galardón fue fanfarroneado por jóvenes borregos como una hazaña memorable. También, es cierto, alguna vez Borges aclaró el asunto.
-Yo me aprendí de memoria esa contestación. Siempre decía que era de San Lorenzo de Almagro, para no ofender a mis compañeros.
Ser es ser percibido
A Bustos Domecq le dijeron que el último partido de fútbol de la historia se había jugado el 24 de junio de 1937. Él preguntó un poco “consternado” luego de ver que en el paisaje habitual de sus pagos algo había cambiado. “Viejo turista de la zona de Núñez y aledaños, no dejé de notar que venía faltando en su lugar de siempre el Monumental, estadio de River”, indicó. Le revelaron, luego de eso, que el balompié no existía más o, mejor dicho, que era producto ficticio de guionistas y actores teatrales. “No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? (…) Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.”

Y si el protagonista del diálogo es el conocido Honorio (oriundo de Pujato, como el DT de la selección argentina, Lionel Scaloni), quiere decir que es producto de la dupla goleadora Borges – Bioy Casares. Junto a su fiel “Claudio Paul Caniggia”, Jorge Luis publicó el cuento “Esse Est Percipi”, lo que en latín quiere decir “ser es ser percibido”. En él, ambos desenvolvieron a través de la ficción una crítica contundente al desarrollo mediático-televisivo del fútbol. La base de la metáfora, plasmada en un texto de 1967, aplica hoy al exceso permanente de examinaciones diarias sobre las circunstancias del juego, a la réplica sistemática en horas y horas de pantalla en las que nunca un vocero se cansa de discutir si es mejor o peor descender que perder la final contra tu clásico rival o a la cotidiana y repetitiva discusión sobre si el VAR se aplica bien o mal.
En ese texto, ellos “adelantaron tanta máscara de noticia para lo que no es noticia”, como describió el ya mencionado Ariel Scher en un artículo publicado en La Vaca en 2018. “Con fina ironía e indudable cinismo, los escritores advierten sobre el avance del poder de las cadenas televisivas sobre el fútbol. Cuarenta años después de aquel relato, la comercialización de los derechos de transmisión representan la piedra basal de los ingresos de los clubes y las asociaciones de fútbol. De los 20 clubes más importantes de Europa, sólo el Celtic escocés percibe una suma mayor por la venta de entradas que por los derechos televisivos”, agregó el licenciado en Comunicación (UBA) Manuel Barrientos, en una nota publicada en Página 12 en agosto del 2009. El cuento, con atisbo socarrón y anti-fútbol pero de crítica justa y perspicaz, es un golazo.

Los vericuetos de la historia dejan una nota de color de valor incalculable. Borges y Bioy, tomando recursos del género fantástico, eligieron una fecha histórica para el fútbol argentino. Dijo Scher en La Vaca: “Se les puede reprochar a Jorge Luis Borges, a Adolfo Bioy Casares y a su Honorio Bustos Domecq que no calcularon que el 24 de junio iban a nacer Lionel Messi y Juan Román Riquelme, o que omitieron que el 24 de junio de 1906 Alumni se impuso a Sudáfrica en el primer triunfo de un equipo nacional sobre uno integrado por súbditos de la corona británica, o que otros dos 24 de junio habría goles monumentales y mundiales de Claudio Caniggia (1990) y de Maxi Rodríguez (2006), o que el 24 de junio cumplía años Juan Manuel Fangio, o que en dos 24 de junio se mataron Carlos Gardel y Rodrigo Bueno.”.
Se podría agregar que un 24 de junio se elevaría al cielo la última luna que Argentina iba a ver sin ser campeona del mundo en 1978. También que en esa fecha el sol se iba a esconder por última vez con Diego Maradona como jugador del seleccionado argentino (1994).
Jorge Luis Borges, hasta cuando criticaba al fútbol, la clavaba en el ángulo.
Fútbol borgeano
¿Cómo alguien puede desligar por completo la admiración por los cuentos de Borges con la pasión futbolera si en “Tema del Traidor y del Héroe” se pueden plasmar historias como la de Diego el “Cholo” Simeone cuando se va de Estudiantes a River o como la de Oscar Ruggeri cuando cruzó de vereda o tantas otros momentos en los que los amores y los odios se hicieron una sola cosa?
¿De qué manera se puede descartar esa hipótesis por completo si cada cuatro años en cada Copa del Mundo los elementos del universo llenan “el mismo punto, sin superposición y sin transparencia”, como explicó el gran Jorge Luis sobre “El Aleph”?

¿Tan loco es tomar una definición así con un deporte en el que a veces existe la belleza de imitar al pasado, como ha hecho Messi con Maradona, lo que determinó que Juan Sasturain publique un texto en 2007 en la Contratapa de Página 12 llamado “Lionel Messi, autor del Quijote”, en clara alusión al Pierre Menard de Borges?
¿No hay en Carlos Bianchi, Pep Guardiola, Jurgen Klopp, Carletto Ancelotti, Marcelo Bielsa, o su tocayo Gallardo una capacidad de deducción parecida a la de Isidro Parodi, el épico personaje policial?
¿Habrá, sin que lo sepamos, una lectura borgeana del fútbol?
Borges es Maradona
Jorge Luis decidió partir hacia la inmortalidad un sábado. Fue el día anterior al inicio de una semana histórica para el fútbol argentino. Era 14 de junio de 1986, ocho días antes de que Diego Armando Maradona creara quizás la obra literaria más grande de la historia de este deporte, con sus dos goles a los ingleses.

Dicen algunos que Borges le dio a los diarios nacionales (vaya ironía) una de las pocas tapas (sino la única) en las que no se habló de balompié en esos días. Si bien el astro falleció en Ginebra, durante momentos anteriores llegó a tener intercambios sobre el “Pelusa”, en los bares del centro en la calle Corrientes.
-Borges, sos más grande que Maradona.
-Bueno, eso estaría bien si lo gritaran en Estocolmo. Tal vez podría influir en que los académicos suecos me otorguen el Nobel.
Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez
Ilustración de la foto de portada a cargo de Gonzalo Lanzilotta
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