Nicolás Hernán Gonzalo Otamendi nació el 12 de febrero de 1988 y creció en El Talar, Tigre, provincia de Buenos Aires, barrio al que siempre vuelve. El General que condujo a la Scaloneta cuando las papas quemaban en Qatar 2022. El que logró redimirse de las críticas. Escribe Nadia Fink.
Por esas vueltas de la vida, del azar y del fútbol, durante 2021 Nicolás Otamendi llegó al puesto 10 de jugadores que más vistieron la camiseta argentina. Con 88 partidos, corrió del décimo lugar a un tal Diego Armando Maradona. Ni en sus mejores sueños ni en sus mayores proyecciones, el joven Nico de 19 años lo hubiera creído cuando el mismo Diego lo hizo debutar en la Selección Argentina. Era el 20 de mayo de 2009 en un amistoso contra Panamá y justo antes de las eliminatorias para Sudáfrica 2010 (Las cosas del Diego, incluir al pibito de 19 años y hacer debutar, a los 36 años, al Bichi Fuertes en la Selección Argentina en la cancha de Colón donde era ídolo indiscutido. Las cosas del Diego, definitivamente). En agosto de 2009, el defensor expresaba unas tímidas palabras después de dos partidos en la mayor: “Diego confía mucho en mí, me da la confianza de poder afrontar esta situación. Contra Brasil será un partido muy importante por la clasificación, ojalá que podamos ganar y que me toque estar para poder vivir un partido así”. La magia existe, señoras y señores. O, al menos, elegimos creer.
Mejor empecemos por el principio porque este defensor indiscutido fue, también, un pibe que quería jugar a la pelota. Nicolás Hernán Gonzalo Otamendi nació el 12 de febrero de 1988 y creció en El Talar, Tigre, provincia de Buenos Aires, barrio al que siempre vuelve y donde despunta el vicio de asado con amigos, alguna escapada al Tropitango y las reuniones familiares que son parte de su inyección vital para seguir guerreando en campos de juego. Ahí jugó en los clubes barriales Villa Real y Barrio Nuevo con amigos y, seguramente, con el deseo de “ser jugador profesional”. Pero mientras tanto, el taekwondo y el boxeo se sumaban como deportes posibles. Hoy, con los mil diarios de ayer, creemos que en Nico fueron una combinación explosiva. Porque aquellos deportes le sumaron más que plantarse en la cancha: le metieron en la sangre la seguridad de que pasa hombre o pelota, pero nunca los dos.
Pero el verdadero (y largo) camino empezó cuando fichó para Vélez Sarsfield y tenía que ir a los entrenamientos a la Villa Olímpica de Parque Leloir. Su madre, Silvia, quien lo acompañaba desde un principio, lo detalla mejor: “Para ir a Vélez nos tomábamos tres colectivos. Primero el 721 hasta Panamericana, después el 365 hasta San Miguel y por último, el 169. Ahí nos bajábamos y caminábamos ocho cuadras hasta la Villa Olímpica. Eran más de dos horas de viaje”. Para los 13 años, Otamendi empezó a viajar solo porque seis pasajes más por día eran un billete que en la economía familiar pesaba.
Durante las inferiores tuvo a un par de sus ídolos como técnicos. José Luis Chilavert y Omar “el turco” Asad fueron dos de ellos. Mirando para atrás es casi retórica la pregunta: ¿de dónde habrá sacado la impronta guerrera este pibe? Llegó 2008 y el debut en la 14 fecha del torneo Clausura a los 39 minutos en reemplazo de Hernán Pellerano con Hugo Tocalli como entrenador de la primera división. Sin embargo, había superpoblación de marcadores centrales en aquel Vélez y a Nico casi le dan el pase libre. Pero si quieren seguir creyendo, he aquí algunos motivos más: corría 2009 y Ricardo Gareca era el nuevo entrenador. La dupla titular (e inamovible) era la de Seba Domínguez y el chileno Waldo Ponce, que se lesionó apenas iniciado el Clausura. Otamendi era el tercero en la lista de reemplazo pero, al no poder contar con los otros dos jugadores por diferentes motivos, le tocó entrar desde el inicio en la tercera fecha contra, vaya lugar conocido, Tigre en Victoria. Ese día Vélez ganó 2 a 1 y terminó campeonando con Otamendi ya indiscutido titular.
Y con esa campaña, llegó la convocatoria a la Selección de la mano del Diego. En ese equipo jugó tres partidos durante el Mundial de Sudáfrica 2010. Para el de Brasil, si bien había jugado un par en las eliminatorias, el DT Sabella no lo tuvo en cuenta. Así fue que el Tata Martino lo volvió a llamar, jugó las dos finales de la Copa América contra Chile y fue titular en los cuatro partidos que la Argentina disputó en Rusia 2018. La historia que sigue la conocemos bien, pero antes de entrar al camino de la gloria con la bandera nacional, vayamos a los recorridos y logros con los clubes extranjeros, que fueron muchos.
La contraconquista
La transferencia a Europa viene adosada al sueño de cualquier jugador de fútbol que siga avanzando en su carrera. Para Otamendi, llegó de la mano del F.C. Porto, de Portugal, que compró el 50% del pase en unos 4 millones de euros; nada mal para un defensor de 22 años que deseaba dar el salto. Más allá de las ilusiones que se cargan en ese viaje, ¿cómo es para un pibe de barrio llegar a un lugar donde cultura, lenguaje, contexto son tan distantes a los aprendidos? ¿Cuánto se extraña el asado con sobremesa larga, las noches de Tropitango y las cumbias a todo volumen en la reunión familiar? Para Otamendi no debe haber sido fácil, como para ninguno, pero guerrero no se es sólo con el cuerpo y, claramente, la fuerza lo acompaña. En las cuatro temporadas que estuvo en el Porto, campeonó en tres torneos de Liga, en tres Supercopas de Portugal, una Copa de Portugal y una Europa League. Nada mal para empezar.
Pasó después por el Valencia de España –donde primero fue cedido a préstamo al Atlético Mineiro de Brasil por un tema de cupos extranjeros– donde desde agosto de 2014 fue titular, querido por la hinchada, tanto como para que lo llamaran el heredero de Roberto Ayala. Pero de allí se llevó un amigo que perdura hasta hoy (y que nos alegra el corazón): Rodrigo De Paul, con quien se hicieron tan cercanos que es el padrino de su hijo Valentín y comparten habitación en las concentraciones. Al tiempo llegó el Manchester City para pagar 48 millones de euros por su pase, una cifra inusual para un defensor. No fue fácil el inicio e incluso tuvo que soportar que Pep Guardiola, el nuevo entrenador, tal vez no lo tuviera en cuenta. “Retroceder nunca, rendirse jamás”, podría ser la película de artes marciales que titule algunos momentos de la carrera de Otamendi. Así fue como el defensor se terminó ganando el puesto, jugó 46 partidos en la temporada 2017/2018 y se llevó algunas palabritas del entrenador: “Tenemos un Súperman en el equipo. Siempre está peleando. Es el competidor más grande que vi en mi vida. Es muy importante para el equipo. Sin él, lo que logramos no hubiera sido posible”, dijo el Pep después de aquella salvada memorable bajo los tres palos contra el Newcastle a fines de 2017.
Aunque Nico tenía entrenadora personal por ese entonces. Silvia, su mamá, miraba cada partido y le mandaba whatsApp con explicaciones detalladas de los delanteros que tendría que enfrentar. “Me escucha, pero una vez me preguntó si quería dar yo la charla en lugar de Guardiola”, contó en su momento. En septiembre de 2020 volvió a Portugal, pero esta vez para jugar en el Benfica, donde lleva la cinta de capitán y sigue jugando en la actualidad.

Un osito de peluche de Argentina
Después de 12 años de estar en la Selección Argentina, llegaron las copas. Cuando en 2021 se alzaron con la Copa América después de ganarle a Brasil en su propio territorio, Otamendi era de los sobrevivientes a finales perdidas, regresos tempranos y críticas despiadadas de periodistas sin historia. Los demás eran, claro, Lionel Messi, Angelito Di María y el Kun Agüero. Ese equipo de amigos adentro y afuera de la cancha. Se les nota, se les nota.
Para esa época, ya traía el apodo de “General”, un poco por ser de la camada de los “grandes”, que llegaban con trayectoria en la Selección y mucho por ser el que arma al equipo desde atrás, ordena la defensa y organiza en los momento que son cuesta arriba.
Así llegaron al Mundial de Qatar 2022, que era una ilusión pero, también, una posibilidad real. Y no lo decimos con el diario del lunes, sino porque era un equipo sólido, con la Copa América y la Finalísima ganadas con justicia, un equipo consolidado pero permeable a los cambios y la sensación de que todos tenían el mismo objetivo: que Messi ganara la Copa del Mundo.
En esto de que elegimos creer, Nico llegó a Qatar portando el 19 en la espalda. El mismo número que habían usado Daniel Pasarella en 1978 y Oscar Rugeri en 1986, ambos, cada uno con su estilo, indudables guerreros de la defensa. Pero a Otamendi, claro está, no le pesó. En ese equipo que se armó de atrás hacia adelante, fuera con línea de cuatro o de cinco, Otamendi siempre fue el General. El tipo que lideró las estadísticas en salir triunfante en los duelos individuales, el que defiende adentro del área y sale a cortar con pase preciso (con un sentido del anticipo y una mirada de la cancha sorprendentes) y el que gana de arriba, más allá de la altura de su rival.
Después de aquella derrota del debut, donde la ilusión se chocó con una realidad impensada, llegaba el partido contra México y la necesidad de un triunfo obligatorio. Y ahí es donde los guerreros como estos sacan a relucir su fútbol y su carácter. Para ser antiguas, diremos que jugó de a ratos de stopper y de a ratos de líbero barriendo la última zona, pero también empujando, pecheando, arengando de atrás, sin prisa pero sin pausa (como diría otro general famoso) y usando todos los recursos: despliegue físico, categoría, precisión futbolística y el tan mentado aguante, que para estos momentos viene muy bien. “Es que es un animal este”, dijo De Paul después del partido contra Australia. Y no se quedó ahí nomás: “Pero son dos personas, porque después en la pieza es un osito de peluche. Una belleza: me apaga el i-pad, me tapa, lo amo”. Y enseguida retomó a la fiera dentro del campo de juego: “Es un hermoso, pero en la cancha te asesina, arriba, abajo, la verdad es que está en un nivel tremendo. Se lo merece más que nadie él, Leo, Fide…”. En las palabras de Rodrigo, lo que todos querían: la Copa, sí, pero sobre todo por esos tres que la venían remando desde hacía mucho más tiempo que los pibes.

La final fue el partido número 100 de Otamendi. Pavada de numerito para salir campeón del mundo. Ya lo sabemos, fueron 78 minutos lujosos. De fútbol y marca impecable. Cometió un solo error en todo el Mundial y fue ese penal que le dio el 2 a 1 a Francia y les alimentó una esperanza mentirosa y carroñera. Porque de eso se trató esta Selección: cada quien cometió su propio error para mostrarnos que lo perfecto no existe; que si ni siquiera ellos pueden evitarlo, que será de nosotras, de nosotros, simples mortales.
Pero eso fue una nimiedad para un Mundial impecable y con asistencia perfecta del General. Esta Selección nos hizo amar a sus individualidades, pero también nos recordó que cada quien necesita de un equipo. Y de eso se trata, entonces, de alzar la copa del mundo sosteniéndose y apoyándose de atrás hacia adelante. Y celebrarlo como mejor saben, como aprendieron en el barrio, como lo soñaba Nico arriba del bondi yendo a entrenar: entre amigos, con sus familias, tomando fernet de una botella cortada y tirando los prohibidos antes de regresar a romperla en otras latitudes.
Nadia Fink
Este texto fue publicado en el libro «Ilusión Eterna. Historias de amor, locura y mundial» en abril de 2023. Podés comprarlo acá.
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