Una colección de camisetas del fútbol europeo como guía para ir contando la vida. Real Madrid, Ajax, Fiorentina, Lazio, Porto, Inter y Crystal Palace, que este sábado va por la gloria en la final de la FA Cup contra el Manchester City. Escribe Lucas Jiménez.

No tengo muy claro ni las razones ni de dónde viene este fanatismo por las camisetas del fútbol europeo. Mauricio Macri me diría que de niños todos soñábamos con ganar la Champions, pero no es el caso. Con suerte soñaba con pegarle tres dedos como el Chelo Delgado después de que lo vi empatar así un Clásico de Avellaneda sobre la hora.

Lo que sí puedo identificar es el año que empecé a ver fútbol europeo. Fue en 1996. El verbo “ver” es muy aventurado. Supe de su existencia. Mi abuelo materno era italiano y yo vivía con él. Todos los domingos, mientras mi abuela hacía la salsa para los fideos y yo me bajaba una flautita entera del almacén de la Norma, él estaba hipnotizado frente al televisor viendo el canal RAI de su país natal. 

Había un programa que conducía un pelado y tenía móviles en todas las canchas donde se estaban jugando partidos de la Serie A. El conductor hacía juegos en el estudio hasta que pasaba lo que me llevaba a ir corriendo de la cocina al comedor. Sonaba una trompeta y eso señalaba que había gol en algún partido. La cámara iba directo al estadio en cuestión donde un movilero contaba quién lo había hecho. Yo me manejaba leyendo los graphs que actualizaban el resultado porque no cazaba una de italiano. 

Mi abuelo era hincha de la Juventus, que casi siempre ganaba con una delantera mitológica conformada por el trío Fabrizio Ravanelli-Gianluca Vialli-Alessandro Del Piero. La Vecchia Signora terminó segunda esa temporada 1995/96, detrás del Milán, pero llegó a la final de la Champions League y ahí sucedió el punto de partida textil de esta historia.

El encuentro decisivo fue contra el Ajax de Louis Van Gaal y hacia esa cita fui a sentarme al sillón a verlo con mi abuelo. Esta vez no había pelados de trajes ni trompetas que anunciaran goles. Iba a ver un partido de fútbol europeo de verdad. La final se jugó el 22 de mayo en el estadio Olímpico de Roma. Del partido tengo un leve recuerdo que mereció ganar el Ajax, pero ya nos cantó el Indio Solari que los recuerdos mienten un poco. La Juve ganó por penales después de que el encuentro finalizara 1-1. 

Esa tarde me fui con mi primer jugador favorito del fútbol europeo: Nwankwo Kanu. Un nigeriano que en ese momento tenía 19 años y una técnica que me deslumbró. En la delantera lo acompañaba su compatriota Finidi George. Confirmé el fanatismo por Kanu a los dos meses cuando nos ganó la medalla de oro en Atlanta 96 rompiéndola toda. Pero en ese entonces ya había sido comprado por el Inter.

Se ve que alguna Mamá Noel tomó nota de este gusto por Kanu y fue en busca de su remera. La de Nigeria era imposible de conseguir, la del Inter seguramente fue prohibida por mi abuelo, que también debe haber vetado la titular del Ajax porque era roja y blanca y él era hincha de Boca. Entonces me llegó como regalo la camiseta suplente del Ajax, subcampeón de la Champions. 

Ya no estaba Kanu pero empecé a seguir al equipo, tenía un delantero que apareció con fuerza para reemplazarlo llamado Patrick Kluivert. Sin saberlo en el futuro me identificaría con Marcelo Bielsa, que tomó mucho de aquel Ajax, y también ídolos de mi Banfield irían a aquel conjunto holandés para confirmar el vínculo. 

La temporada siguiente al título de la Juventus me fanaticé con la Liga de España, que era la otra que TN Deportivo daba los goles, además de la italiana. Estamos hablando del año 96/97, el primero de Ronaldo en el Barcelona, haciendo cosas raras para gente normal. El mejor centrodelantero de la historia a color de este deporte, antes de partirse las rodillas hacía lo que quería, entraba al arco caminando con la pelota como quien se pasea por una góndola de un supermercado. 

Todo bien con el brasileño pero a mí me llamaba la atención un superhéroe más terrenal. Uno que no decía nada corporalmente y decía mucho cuando se la dabas en zona de remate. Ese hombre del bien era Raúl González del Real Madrid, los otros delanteros de la plantilla eran el croata Davor Suker, el yugoslavo Pedrag Mijatovic y el español Fernando Morientes. Resulta que ganamos la liga de España por dos puntos al Barsa. Sin importar que Ronaldo metiera 10 goles más que Suker y 13 más que Raúl.

Ahí llegó el segundo regalo, la camiseta blanca Kelme del Real Madrid. A diferencia de la del Ajax que era holgada, esta era más ajustada. Yo en esos años era habitué del chocolate Tokke y el alfajor Jorgito, por lo que ponerme la casaca del club merengue era un sufrimiento. Cada vez que mi cabeza pasaba por el cuello salía rojo como un tomate. Por suerte una vez alguien la puso a secar en una silla frente a la estufa y le quemó una manga. La remera apretaba por el medio y pinchaba por fuera. Era el Ajax de Van Gaal. Pasó al ropero para que se la lleve el olvido de alguna mudanza.

La remera del Ajax ya empezaba a tener algunos agujeritos sin fin y mi mamá me quiso regalar otra para que la mechara. Por esos tiempos trabajaba en el Bingo Lavalle en Capital Federal y me decía que había un local Adidas que tenía camisetas que nunca habíamos visto. Las dos anteriores que tenía eran truchas compradas en los puestitos de Laprida, la peatonal de Lomas de Zamora. Pero acá estábamos hablando de otro nivel. Me dijo que la más linda era la del Bayern Munich y la conversación quedó ahí. Por esos momentos justo Lothar Matthäus hizo su partido despedida y Diego Armando Maradona jugó con la camiseta del Bayern, con una panza puntiaguda y unos pases puntillosos para los delanteros. Yo me había acostumbrado a que pronto la iba a tener.

Cuando llegó el momento cumpleañero del regalo abro la bolsa Adidas y saco una remera roja, pero no tenía bastones blancos como la del Bayern. La publicidad no decía Opel sino TDK, por los casettes. Me quedé mudo y mi mamá me dijo “traje esta al final, me pareció que no la iba a tener nadie”. Tenía razón porque era la camiseta del Crystal Palace de Inglaterra que sobreviviría unos años en la Premier League para después ser un ascensor que sube y baja. Hasta que en 2013 ascendió y se quedó en primera hasta ahora, con actuaciones más que aceptables. De hecho este sábado juega la final de la FA Cup contra el Manchester City.

La camiseta la conservo hoy en día y sigue intacta con el rojo brilloso, el azul cuidando las costillas y las letras blancas TDK acolchonadas. El escudo era un águila posada sobre una pelota arriba del Palacio de Cristal .El club había sido fundado por los custodios de esa gran edificación de hierro y cristal ubicada en el Hyde Park de Londres, que intentaba ser una síntesis arquitectónica de la Revolución Industrial.

La casaca del Crystal la usé muchísimo hasta que el escudo, con un bordado tan perfecto como duro, empezó a lastimarme la tetilla. Me quedaron dos fotos para siempre vistiendo esa camiseta. La del DNI que te hacías a los 17 años y la del último cumpleaños que pude pasar con mi abuela lúcida antes de la enfermedad que te come la memoria. Está sonriente en las fotos siempre a punto de tirar algún comentario gracioso y desconfiando de todo lo que dicen en la tele. Ya sin mi abuelo y ninguna trompeta que nos anuncie un gol de la Juventus, ahí estamos como si el tiempo no hubiese pasado y se hubiera quedado detenido en el momento que me gritaba para avisarme que la salsa empezaba a echar burbujitas y yo iba corriendo a hundir el pan.

La remera del Crystal Palace era tema de preguntas en la esquina de la cortada de Gorriti y Angel Vargas donde empezaba a parar. Cuando venían pibes de otros lados más grandes se sentían atraídos por el rojo brilloso y los detalles de grandeza de Adidas: “¡Qué buena remera! ¿Es original?”, me decían. Cuando les mostraba el cuadrito rectangular de abajo que por esos años diferenciaba las postas de las truchas, me han ofrecido plata para comprármela y hasta un reloj a cambio. Los grandes del barrio que nos cuidaban rápidamente decían “no la vende, no lo molesten”. Ahí empecé a entender el peso que significa tener una pilcha posta de un club deportivo en un barrio popular. Ese fanatismo no era solo mío. La gente se endeuda o da todo lo que tiene por una camiseta. 

Las casacas sirven para hacer facha o como demostración de principios futboleros. Ya tenía una para la primera opción, pero ninguna para demostrar que me conocía todas las delanteras de los equipos de la liga italiana, mi favorita. Entonces para un cumple años mi mamá me regaló el conjunto entero de la Fiorentina, en tamaño niño, pero que servía porque yo era chiquito. Y ahí andaba vestido todo de violeta con la 9 de Batistuta, que era mi ídolo de la Selección Argentina. Justo fue antes del cambio de publicidad en la remera. La mía no decía “Nintendo” sino “Sammontana”. Me gustaba porque me ubicaba por fuera de la moda. La marca del video juego del que hacían propaganda en todos los canales de dibujitos animados, había reemplazado a una marca de helados italianos de la zona de Florencia, de donde es la Fiore.

Para esa época una compañera del colegio había festejado su cumpleaños con una fiesta de disfraces. En casa no había plata para alquilar ninguno así que fui todo vestido de futbolista de la Fiorentina, con la 9 del Bati cuidándome las espaldas. Me moví toda la noche entre Gokus y Sailor Moon sin apelar a ningún buzo que no pegue con el uniforme.

No era el único que lo quería con locura a Gabriel Omar. A la distancia, los hinchas de la Curva Fiesole, donde se ubica la barra brava de Fiorentina, hicieron una estatua de cuatro metros dentro del estadio Comunale de Florencia. El Bati de bronce está agarrando una bandera apoyado sobre la frase Guerriero mai domo. Duro nella lotta. Leale nell´animo (Guerrero jamás domado. Duro en la lucha. Leal en su ánimo). 

En esos tiempos, la estatua del Bati en Florencia sólo era superada en altura por una escultura renacentista de El David de Miguel Ángel de cinco metros, ubicada en la Galería de la Accademia de Florencia. El homenaje a Bati estuvo en la Curva Fiesole hasta el 2000, año que el goleador se fue del club con un registro de 207 goles en 333 partidos. Cifra bestial para un equipo que no era de los grandes de Italia. 

Lo vino a buscar la Roma para que los ayudara a ganar el Scudetto. La temporada anterior había salido campeón su clásico Lazio con una definición infartante en la última fecha, donde llegó dos puntos abajo de la Juventus. Lazio le ganó 3-0 al Reggina con goles de Simone Inzaghi, Cholo Simeone y la Bruja Verón. La Juventus arrancó su partido con Perugia al mismo tiempo, pero una lluvia torrencial lo frenó durante una hora. Lazio se quedó en la cancha esperando el resultado milagroso. Perugia ganó 1 a 0 y jugadores e hinchas inundaron la cancha para la vuelta olímpica que se había hecho esperar 26 años. La Lazio del sueco Sven-Göran Eriksson era muy querible por la cantidad de jugadores conocidos que tenía. Además de los nombrados, estaban Boquita Sensini, Matías Almeyda y el chileno Salas que venía de romperla en River. 

Apenas la Roma anunció la llegada de Bati, la Lazio no quiso quedarse atrás y realizó el pase más caro de la historia del fútbol, hasta ese momento, comprando a Hernán Crespo del Parma. Valdanito había metido 10 goles más que Salas, que había sido el goleador del equipo campeón. Lo pagaron 55 millones de dólares entre plata y pases de dos jugadores (Almeyda  y el portugués Sergio Conceiçao). Por si fuera poco también acababan de anunciar la llegada del Piojo López desde el Valencia. La Lazio tenía varios titulares de la Selección de Bielsa que desfilaba en las Eliminatorias.

Ya sin Bati en Fiorentina necesitaba un club italiano a quien depositar mi cariño, y mi dinero. Al toque que armaron ese equipo, caminando por la peatonal de Lomas, vi la remera celeste con la franja negra a la altura del escudo. Como la del Crystal Palace, tenía un águila encima, aunque como era trucha no estaba bordada sino que era toda de la misma tela. El águila de la Lazio se llama Olimpia y existe de verdad, sobrevuela el estadio antes de empezar los partidos. Simboliza el espíritu de lucha del equipo, como los guerreros que tenían como estandarte el águila imperial romana.

La compré con la poca plata que tenía. Como me pasó con la de Fiorentina, justo enganché el cambio de publicidad que dejaba atrás las raíces. El super equipo tendría la marca alemana Siemens para vestirla en la Champions League. La mía, que usé el año que el equipo salió campeón de la Serie A, tenía el nombre de la salsa italiana “Cirio” dos veces, una sumaba la frase: come natura crea

Yo decía que la remera la había comprado por Crespo y el Piojo, pero no coincidía con el nuevo modelo, que tenía un celeste más claro. La camiseta era muy calurosa, pero como me quedaba suelta se mantuvo en el plantel del ropero por muchos años. Ya de grande una vez fui a ver a La Renga a Tandil y la llevé como suplente para ponérmela a la vuelta del recital, cuando la que tenía ya estuviera toda pogueada. No contaba con que era blanca lisa y a poco de salir de Lomas con el micro, me volcaron la mitad de una jarra de fernet y tuvo que salir a la cancha la de Lazio. 

Trajo suerte la del campeón porque, caminando por Tandil, una piba que frecuentaba seguido la quinta de La Renga en Ezeiza divisó la camioneta del Tete estacionada frente a una hostería. Fuimos a la puerta y estaba toda la banda, menos el Chizzo. Así me quedaron unas fotos eternas con Tete y Tanque, vistiendo la remera celeste de la Lazio. 

Llevar remeras del fútbol europeo a recitales era una manera de tribunearla pero no tanto, para generar más charla que chicanas al límite. En ese plan me compré la suplente del Ajax, muchos años después que aquella que inició este camino. Era el año 2008 y mi jugador favorito de la post adolescencia, Darío Cvitanich, se había ido a tirar facha y goles al equipo holandés. Buceando por los locales de Lavalle y Florida, que tenían varieté de remeras de todos lados, encontré la casaca azul. 

La camiseta tenía la misma publicidad del equipo de Kanu subcampeón de Europa: ABN Amro. Un banco neerlandés fundado en 1991 por la fusión del Banco General de los Paises Bajos (ABN) y el Ámsterdam-Rotterdam Bank (AMRO). Desde su fundación hasta el 2008 fue el patrocinador del Ajax. Para la primera temporada de Cvitanich en el club holandés, el banco había dejado de poner plata en el club porque tenía cosas más urgentes que resolver. En plena crisis financiera internacional, estaba al borde la quiebra. Por eso, el 3 de octubre de 2008, en una acción conjunta de los gobiernos de los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, el estado neerlandés adquirió el ABN Amro. 

La camiseta que compré nunca fue usada por mi querido Darío, que vistió una patrocinada por Aegon, una empresa holandesa de seguros de vida, pensiones y gestión de activos. Otra vez llegué tarde a la compra de la camiseta pero no me importó. En el mismo local de Lavalle que la compré, les pregunté si tenían los estampados originales del Ajax para ponerle la 20 de Cvitanich. Al vendedor también no le importó nada la quiebra del banco holandés y la trampa que íbamos a hacer. Me agarró la plata de la seña y me dijo que pasara la semana siguiente a buscar la casaca.

Todavía la tengo, hermosa, intacta, con el escudo del Ajax como detalle en el número 20 que explota, debajo de unas letras blancas con borde celeste y el nombre: Cvitanich. La llevé a muchos recitales, hasta que en uno del Indio Solari en Junín volvió llena de tierra y preferí guardarla como la reliquia que es y usarla solo en ocasiones especiales.

Cuando hacía viajes muy largos ya no la llevaba por miedo a perderla. Tenía como suplente la alternativa trucha del Inter de Mourinho con la 4 de Zanetti, que había comprado en Mercado Libre. Por aquellos años del 2009/10, Nike no traía para vender en Argentina la casaca del Neroazurro, podías conseguir el conjunto deportivo de jogging y campera, pero no la remera. 

En el 2010 el Inter ganó la Champions y vi la final con el Bayern con la casaca puesta. Era de las telas viejas con agujeritos y los estampados de atrás eran bastante truchos, le tenía cariño igual porque tenía cuellito tipo chomba como las remeras de antes. Pero el mayor defecto no era propio sino generado. Por aquellos años se habían vuelto a prender bengalas en algunos recitales al aire libre. En uno del Indio en Salta, me habían saltado chispazos de una que me prendieron al lado y me dejó una manga de la casaca, como aquella del Real Madrid que se acercó a hablar de cerca con la estufa. Esa práctica que se había pausado después de la tragedia de Cromañon, recién se erradicó en 2011 cuando en un recital de La Renga en La Plata un pibe encendió una bengala, la tiró prendida y mató a Miguel Ramírez.

Después de que se haya quemado un poco, dejé de usar la remera del Inter. Mi abuelo seguramente de arriba festejó porque, como buen hincha de la Juve, le tenía más bronca al Inter que al Milán. Se la regalé a un amigo. Si bien tenía una manga astillada, para jugar al fútbol servía. Sé que la usó para eso, así que quizás sigue andando en algún césped amateur haciendo la banda por derecha con la 4 del Pupi en las espaldas.

Este vacío camisetero fue llenado por la última camiseta de fútbol internacional que me compré: la del Porto de Portugal. Fue al equipo adonde fue a jugar el colombiano James Rodríguez, a mediados del 2010, después de salir campeón con Banfield. Los dos clubes más grandes de Portugal (Porto y Benfica) oficiaban de trampolín para las ligas más importantes de Europa. Ambos contaban con muchos sudamericanos. El Porto tenía a los argentinos Nicolás Otamendi, Fernando Belluschi y Mariano González, a los uruguayos el Cebolla Rodríguez y Jorge Fucile y a los colombianos Radamel Falcao y Freddy Guarín. El Benfica estaba plagado de argentinos: Pablo Aimar, Javier Saviola, Nico Gaitán, José Luis Fernández, Eduardo Salvio y Franco Jara. A los que había que sumarles al uruguayo Maxi Pereira. 

Por aquellos años, la camiseta Adidas roja del Benfica circulaba en la calle como una remera de culto por Pablito Aimar. Tenía un cuellito blanco que le daba el toque fino, de calidad. La del Porto era Nike y tenía el cuello en escote en V. Arriba, del lado de adentro, tenía el lema “a vencer desde 1893”, ya que la primera fundación del club fue el 28 de septiembre de ese año. Ese proyecto inicial, llamado Football Club de Porto, duró poco porque el deporte todavía no estaba muy difundido en la sociedad portuguesa. En 1906 se fundó un nuevo club con el mismo nombre.

En 2011, tanto la camiseta del Porto, como la del Benfica, tenían la publicidad en el pecho de Meo, una empresa que prestaba servicio de telecomunicaciones fijas y móviles. En las mangas de la remera, decía TMN, la pata multimedia de Meo, ambas se unificarían en 2014 bajo el nombre MEO Serviços de Comunicações e Multimédia S.A.

Las remeras de los clubes más grandes de Portugal, compartían tener la publicidad en la espalda de una marca de cervezas portuguesa pero cada uno tenía una distinta. Benfica tenía Sagres, un lugar costero de Vila Do Vispo, en la parte más occidental del país; y Porto a Super Bock, que tiene su sede central en Leça do Balio, a las afueras de Oporto, al norte de Portugal. Benfica es de Lisboa y en el O Clássico con Oporto juega también una rivalidad geográfica y política entre las ciudades más grandes del país.

Nada del clásico me importaba más que vestir la primera camiseta de James en un club europeo. Luego pasaría por 6 clubes más, algunos muy grandes como el Mónaco y Real Madrid. Pero, entre el 2010 y el 2011, James todavía significaba Banfield, mucho más que Colombia, ya que debutaría en la Selección mayor cafetera recién a fines de ese año.

Pero no alcanzaba con haber conseguido la camiseta del Porto en un local exclusivo de Nike del shopping de Parque Brown en Lugano, donde trabajaba como repositor externo en el supermercado Jumbo que había adentro. Necesitaba que la remera tuviera su nombre y su número, que todavía no era el 10, sino el 19. Llamé por teléfono a Lavalle Deportes, un local del Microcentro donde ya había estampado otras casacas, para ver si tenían los números originales de la liga portuguesa y me dijeron que sí.

Ya pensando en el día siguiente, puse la camiseta del Porto en la mochila, escondida adentro del casco de plástico de obrero que me pedían para ingresar al depósito del Jumbo. Entraba temprano a trabajar, antes de 7 y media tenía que estar en Lugano, para hacer la apertura, que consistía en llegar antes de que el supermercado abriera sus puertas al público para tener todo acomodado. De mi casa salía de madrugada. Tomaba el colectivo 542 hasta Puente La Noria y ahí el 114.

El día que llevaba mi camiseta de Porto sin estampar, era lunes. Para terminar antes de trabajar y poder irme a Lavalle salí antes de las 6 de la madrugada de casa. Todo iba normal. El 542 estaba cargado solo con alguna gente sentada, trabajadores rumbo a Puente La Noria para tomar largos colectivos que cruzan la General Paz. Antes de llegar a La Noria vi por las ventanas del bondi que las bailantas del costado de Camino Negro estaban llenas de gente saliendo, caminando por la colectora. Entonces me cayó la ficha que era el Día de la Primavera y que habían abierto los boliches.

Lo que era un dato insignificante, sería bisagra para mi llegada a La Noria. Yo seguía en la mía con los auriculares puestos cuando vi que en la parada del 114 vino un grupo de 4 pibes y le robó al que estaba adelante mío. Como un acto reflejo me saqué los auris para esconder el celular ya que el próximo era yo. Pero al toque me di cuenta que lo importante no era lo que tenía en el bolsillo sino lo que guardaba en la mochila. Una camiseta original del fútbol europeo, recién comprada. Tiré el pasito de Michael Jackson para atrás, con carpa, y me di vuelta para caminar hacia no sé donde. Pasé al muchacho que vendía diarios en una mesita entre los andariveles de colectivos y quise cruzar para el costado donde paraba el 21 y el 28, que siempre estaba lleno de gente y había kioskitos tipo puestos de feria al lado. 

Pero del cagazo no me di cuenta que mi idea no iba a la misma velocidad de mis piernas y todavía estaba bordeando una rejita por el mismo andarivel del 114. Ahí me cruzó uno de los chorros y me dijo “¿adonde te pensas que te vas gato?” y cuando me quisieron hacer sanguchito los que venían atrás, corrí a toda velocidad. A lo lejos vi un 114 arrancando con la puerta abierta y me tiré de cabeza. El colectivero me dijo que no cerró la puerta para que suba y salvarme, como quien ya estaba acostumbrado a esa situación. Cuando quise pagar el boleto me dijo que pasara. Todo el bondi me miraba como a un sobreviviente. Desde abajo, los 4 que me habían querido robar se pasaban un dedo por el cuello clavándome sus ojos y haciéndome señas de que iba a cobrar. 

Llegué al Jumbo paralizado. Tenía la lengua atada por el miedo. Como pude le conté a Carmen, la repositora del sector de librería en Jumbo, lo que me había pasado. Carmen venía a Lugano desde Isidro Casanova. En tiempos en los que no había aplicaciones que te decían a qué hora pasaba tu bondi me dijo que historias de esas sufría bastante seguido. Llamó a Vanesa, su compañera que era del mismo barrio, a que certificara las veces que le robaron y las que zafó yendo a trabajar de madrugada.

Vanesa más que sacar pecho de heroína del conurbano solo me miró y me dijo “¿por qué no les distes la mochila?”. Y yo quise explicarle de James Rodríguez, del gol a Lanús, de la pegada que lo haría hacer el mejor gol del próximo mundial, del Porto de Portugal que desde 1893 sale a vencer. Pero no iba a entender. “No sé”, le respondí. 

Me dejaron irme apenas abrió el Jumbo, logré mi cometido de terminar temprano. Le avisé a mi jefe la situación vivida y me dio el día para que volviera a mi casa. Cuando llegué a la avenida Cruz, crucé para tomar el colectivo rumbo a La Noria, pero seguía con las imágenes del robo fallido en mi cabeza. Todavía debía estar el vendedor de diarios que me vio zafar. Entonces volví a la vereda del shopping y tomé el 150 hasta Callao y Corrientes, ahí el subte B hasta Florida y caminé hasta Lavalle Deportes. 

Casi sin hablar saqué la camiseta del Porto de la mochila y la puse en el mostrador junto a la tarjeta de débito. Anotaron en un papelito “19 James” y se la llevaron. “Pasala a buscar en dos días”, me dijeron. Salí caminando por Lavalle para tomar subte-tren y volver a casa. Me sentía más liviano. Llegué a la estación de Lomas y caminé por Laprida quince cuadras. Volví al barrio relajado, si me venían a robar, estaba dispuesto a darles la mochila.

Lucas Jiménez
Twitter: @lucasjimenez88

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