A partir de una clase de historia sobre parentesco y honor, Martín Panizza recuerda una tarde de gambetas y trompadas en una canchita de La Boca. La lealtad barrial ante todas las cosas. Porque una cosa es el deber, otra el honor y otra, tremendamente distinta, es el gusto personal.

─Un negro cabeza, eso sos.

Fue la primera frase que me vino a la cabeza cuando ayer tuvimos la quinta o cuarta clase de mujeres, propiedad y parentesco. O algo así es el título del tema. Pasa que estoy leyendo tanto que a veces me confundo.

Mucho Levi-Strauss y sus hijitos franceses. Mucho incesto, mucho tabú y mucho coso.

En el medio, la historia de una antropóloga inglesa que vivió añares con negros de Nigeria y les habló de la universalidad del Macbeth de Shakespeare, que parece no resultó tan universal para ellos porque:

A)No entendían de espíritus que no descansan (fantasmas), porque cuando morimos nos unimos a la hoguera de nuestros padres y aconsejamos a los vivos desde ahí.

B)El agua no mata a nadie. Si te tirás al río sin saber nadar, la culpa es tuya.

También discutimos la historia de un líder tribal del Congo, creo porque en la parte del nombre fui al baño, que odiaba a un familiar pero que igual fue a la guerra para defenderlo de una afrenta de una tribu rival. Este chabón luchó con valentía y coraje y, una vez terminada la guerra, durante el festín de la victoria, en vez de brindar con su familiar, lo asesinó y se entregó a la venganza de sangre que terminaría con su vida.

Porque una cosa es el deber, otra el honor y otra, tremendamente distinta, es el gusto personal.

Entonces, decía lo de negro cabeza, en un picado en la canchita de mi barrio, hace muchos años, un loshi le dio tremenda patada a un pibito que venía del fondo de La Boca. Le pegó por frustración, porque no lo podía parar. Qué gambeta ese wacho, típica de los pendejines de potrero de este barrio que tanto quiero. Entonces yo salté a separar. Pero ligué un feo cachetazo y, por instinto, tiré un par de manos en la dirección en la que, intuía, había venido la primera. A la final, quedé con el pibito al lado mío, cobrando en un frenesí efímero en el que nos pegaron a más no poder. Terminó rápido el asunto (y el partido) y con el pibito nos fuimos a tomar una gaseosa por ahí.

Entre sorbo y sorbo, confesó que me conocía del colegio (yo, ni idea) y que él:

─Sabía que me ibas a ayudar porque nosotros [los de La Boca] pegamos para los que conocemos.

Toda la vida llevé esa frase conmigo como una verdad y una bandera. Si bien he navegado, he jugado al tenis y al golf, siempre me sentí entre los míos comiendo asado con los pibes en el yoti (hoy no tan yoti) de la calle Brandsen.

─Un negro cabeza, eso sos.

Eso gritó uno de los pibes del barrio mientras me fumaba una ráfaga de picotazos por defender a un wachin alto futbolero. Siempre me pasó. Siempre me va a pasar. Aunque después ese mismo wachín pueda venir a zarparme el celular. No importa.

Porque una cosa es el deber, otra el honor y otra, tremendamente distinta, es el gusto personal.

[Agenditas, 02022019)

Martín Panizza

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