Santiago Núñez se mete con una pregunta que parece fácil, pero que encierra tantas complejidades como partidos, mitos, goles, recuerdos, gambetas, campeonatos e hinchas hay en la historia.
«Abre el fin de la razón. Abre el cielo y el terror» Fito Páez
La palabra “definición”, respuesta clásica al “¿Qué es?” tal o cual cosa, ha sido una de las dificultades más grandes para los analistas, cientistas sociales, periodistas, y demás personas que más o menos busquen verdades complejas sobre la realidad permanente. La razón es decididamente simple: la intención de colocar en una frase de palabras limitadas conceptos u “objetos de estudio”, sobre los que a veces se tienen miradas variadas, distintas, parecidas, opuestas, o antagónicas, resulta una posición, de mínima, ambiciosa.
Es más fácil, entonces, pensar algunos conceptos en imágenes. Una escena vista puede definir mejor que mil diccionarios, páginas de internet o bibliotecas enteras. La percepción de un instante, un momento, un hito, puede más que miles de millones de palabras.
El superclásico, entendido como uno de esos objetos que no se pueden definir, entra en esa lógica. Cabe aclarar que no se pueda definir no quiere decir que sea “indefinido”, sino más bien “Anti-definicional”, es decir, se rehúsa a simplismos y vaguedades.
Un River-Boca es todo, o casi todo. Es la Ribera, la Dársena y el Río. Es el barrio de la Boca. Es Brandsen y Del Valle Iberlucea, donde queda la cancha de Boca, y Villafañe y Caboto, donde quedaba la cancha de River. Son las mujeres que se peleaban en las calles del barrio al grito de “Aguante el River” o “Aguante el Boca”. Son los cajones y los inmigrantes. Son los nombres en inglés que con los años se fueron castellanizando hasta el hartazgo. Es Wilde y también es Sarandí, en un clásico que en algún momento del amateurismo fue de Avellaneda. Es Núñez y Figueroa Alcorta y Udaondo.
Es la pelea entre el que ganó el primer superclásico oficial amateur y quien lo hizo en el profesionalismo. Es la adaptación de cualquier estadística para decir que uno tiene más campeonatos y copas que el otro. Es la cuenta que dice cuántas vueltas dio uno o dejó de dar el otro en la cancha del rival. Es el Beto Alonso corriendo en la media cancha de la Bombonera, y también es Marzolini esquivando los grifos de riego del Monumental. Es el tricampeonato nacional que Boca nunca ganó. Es el tricampeonato del mundo que Boca le ostenta a River.
Es la bandera más grande del mundo, y también “la hinchada del siglo XX”. Es una revista inglesa que te dice lo que tenés que ver antes de morir. Es la cancha más grande y la que no es tan grande. Es quien dice que una cancha late, y el rival que dice que esa misma cancha en realidad tiembla cuando va su equipo. Es un “te fuiste a la B” pero también un “tiraste gas, abandonaste”. Son seis copas libertadores contra cuatro pero también es la final de ese mismo torneo que el que tiene cuatro le ganó al que tiene seis.
Es “La Máquina” y el picante equipo del Toto Lorenzo. Son los clásicos de la Copa Libertadores a fines de los 70´ y el 5 a 4 en la cancha de Vélez. Es un penal que Roma le atajó a Delem y la vaselina de Rojas. Es la gambeta de Maradona contra Tarantini y los goles del Beto Alonso con la pelota naranja. Es el muletazo de Palermo y el zurdazo abajo de Pisculichi. Es el tiro libre de Suñé y la corrida memorable del “Pity Martínez”. Son las pibas, que son profesionales desde esta semana y para siempre.
Es un cuadro pintado para el Louvre. Es un solo de Los Beatles, la voz de Gardel, el teclado de Charly García y un recital eterno y entero de Los Redondos.
Es un punto del que nadie se va y al que nadie vuelve. Es un lugar de la memoria al que algunos más que otros quieren que se vaya. Es algo así como un mundo nuevo, paralelo. O quizás son 90 (0 180) minutos en el que la Historia frena un poco para volver a escribirse a sí misma.
Santiago Núñez