Lisandro López festeja sus goles de la misma manera que entiende el fútbol. Pensando. La historia del festejo de un jugador fuera de serie. Escribe Juan Stanisci.
¿Cuántas maneras existen de festejar un gol? Tantas como goles se puedan imaginar. Están los festejos clásicos donde el goleador se cuelga del alambrado, se pone la pelota debajo de la camiseta, pega un salto o señala al cielo. Pero también están los festejos registrados. Esos que festejo y jugador van juntos. El topo gigio de Riquelme, el dedo al cielo arrodillado de Salas, las volteretas de Obafemi Martins, el salto de Ronaldo, el baile de Leandro Fernández, el brazo en la cara de Scocco, el índice y el pulgar estirados del Pulga Rodríguez o el beso al tatuaje de su hijo de Palermo.
Los festejos suelen ser dedicatorias, bailes o una manera para diferenciarse del resto. No hay muchos casos donde en el festejo se encuentre la manera de ver el fútbol que tiene el jugador. Dice un frase popular que quienes creen que al fútbol se juega con los pies, son los mismos que dicen que el ajedrez se juega con las manos. Porque en realidad son pocos los jugadores que utilizan la cabeza para entender el fútbol.
Quizás lo haya incorporado en aquellas tardes interminables esperando el pique con las piernas embarradas. El tipo solo mirando la quietud de la laguna entendiendo que no hay que desesperarse, que el pique va a llegar. Que hay días para sacar peces y hay días para sacar ideas. El tipo que piensa antes de definir juega como si estuviera pescando, tranquilo aunque por dentro esté ardiendo. Quizás la calma de una tarde entre las tímidas olitas del agua en Rafael Obligado forjó su forma de jugar pensando.
Lisandro López no tenía una manera de festejar que lo distinguiera. Durante varios años en el Porto se tocaba la cabeza rapada con la palma varias veces. Pero no lo hacía siempre. Hasta que un día un amigo le dijo “vos siempre pensas antes de definir” entonces se encontró con su festejo.
Es difícil creer en las casualidades. El día que Lisandro López se llevo el dedo derecho a la sien marcando donde nacen los goles, acababa de hacerle un gol de penal al Académica de Portugal. Justo Académica. La segunda academia que marcaría su carrera. La primera, el Racing Club de Avellaneda fue su segundo hogar lejos de la pesca en su pueblo Rafael Obligado; la segunda la que marcó para siempre una forma de celebrar el gol. El dedo derecho apoyado en la sien.
201 veces se llevó el dedo a la sien después de aquel partido contra Académica. Dejó en claro que el fútbol se juega con la cabeza 82 veces en el Olimpique Lyon, 20 en el Al-Gharafa de Qatar, 10 en el Internacional de Porto Alegre, 4 en y 79 en Racing. Esperamos que la lista siga creciendo.
Lisandro nunca fue un goleador de pura cepa. Es esa clase de delantero inclasificable. No es un rapidito que vaya a jugarle mano a mano al central o a la espalda del lateral. Tampoco es el nueve grandote que vive adentro del área. Es un tipo que entendió rápido que necesita estar en contacto con la pelota. Por eso sale y entra todo el tiempo. Baja a jugar, descarga, toca, gambetea, espera y piensa. Después va al área a buscar el centro o el pase al vacío. Hace poco en una entrevista con Planeta gol dijo “me gusta mucho salir y tocar la pelota. Estar en contacto con la pelota me encanta”. Así todo sus números son envidia de más de uno considerado goleador: 246 goles en 586 partidos, un promedio de uno cada dos.
Una vez alguien me dijo que la poesía es el impulso del corazón traducido por la cabeza. Lisandro es un poco eso. Cuando Facundo Sava era director técnico de Racing lo ponía de volante. Y Licha hacía toda la banda. Iba y venía como si tuviera veinte años. Pero no tenía veinte años sino treinta y tres. Lisandro le ponía el corazón y las piernas para bajar, recuperar y atacar. Corazón para dejar todo por sus compañeros y cabeza para frenar la pelota y tenerla como pocos saben.

Hoy en día no se sabe bien de que juega Lisandro López. A veces anda de enganche haciendo jugar al equipo. Otros partidos se va de nueve y hace goles. Hay días donde se para en la izquierda o la derecha a hacer de wing. Y también dicen por las calles de Avellaneda que se lo vio a los noventa minutos bajar a defender una pelota como si fuera lateral izquierdo. Lisandro siempre hace lo que pide el equipo y el partido. Porque como dice su festejo, Lisandro siempre está mirando y entendiendo lo que tiene que dar ese día.
El cuatro de diciembre de 2016 Racing se enfrentaba a Boca en La Bombonera. Boca había recuperado a Gago y con un gran Tévez jugaría el mejor fútbol de toda la era de Guillermo Barros Schelotto como técnico. A tal punto que a los dos minutos del segundo tiempo ganaba 3 a 0 y el partido pintaba para goleada. Racing no reaccionaba. Pero del lado de la academia estaba Lisandro López. Él sólo le dio aire a Racing en ese partido. A los cinco minutos y a los veintinueve del segundo tiempo ilusionó a su equipo con el empate. El esfuerzo de Licha no alcanzó y el partido terminó 4 a 2. Pero eso es Lisandro, el que juega, pero también el que levanta al equipo cuando está grogui.
Al fútbol se juega con la cabeza pero si no se pone el corazón no sirve. Van cuarenta y ocho minutos del segundo tiempo en Victoria. Racing le gana uno a cero a Tigre y sale campeón. El primer campeonato de Lisandro López con la Academia. Cachete Morales acomoda la pelota mientras Arias le da órdenes a la barrera. Nery Domínguez está dado vuelta recibiendo las indicaciones de su arquero, mientras Licha llora a su lado. Cuando el mediocampista se da cuenta le golpea el pecho como diciendo “todavía quedan un par de minutos, aguantá”. Pero el tipo no puede más. Llora como un nene. Poco le importa el empate de Tigre, con ese resultado Racing es campeón igual.
Al día siguiente el hombre que piensa antes de definir no se quedó de fiesta ni se fue de vacaciones a una playa paradisíaca. No se regaló un auto nuevo ni salió a pasearse por todos los canales de deporte. Al día siguiente, el hombre que piensa antes de definir agarró la caña, le puso agua caliente al termo, le pegó un chiflido a su perro y se fue a pescar. Dicen que no pescó nada esa tarde. Es que en realidad, el hombre que piensa antes de definir no fue a sacar peces del agua, sino a mirar las olitas pasar y en el reflejo encontrar a un niño de Rafael Obligado con los tobillos embarrados. Y contarle en silencio que por fin lo habían logrado. Como Santiago en El viejo y el mar, costó, pero al final habían sacado el pez más grande.
Juan Stanisci