Quinta entrega de la serie El Bar de los Pájaros. Jugar de visitante en una cantina, mientras se busca un banderín, el origen del amor por un hijo y un recuerdo inventado adentro de una cancha. Escribe el poeta y futbolista Agustín Lucas.

Lochi termina de tocar “La vida es una tómbola” de Manu Chao versión volante creativo de centros lustrosos. No es la primera ni la última vez que Teo la escucha en su vidita. Ahí está Teo sacudiendo la mano como en un pogo, parecida a la de un zaguán sin puerta, mascando un juguete, la ansiedad por crecer, la noción del ahora, de la teta de Mariana, de la tómbola que es la vida. La vida es una cuadra, dice alguien con la risa puesta. Teo sacude la manito y vuelve al regazo con el último acorde. Busca entre la ropa de mamá el alimento. Mariana lo acomoda y le bate palmaditas mientras papá engancha otra de Los Redondos y yo le hago caras como diciendo “¿posta?”.  Pero Teo no quiere saber nada con dormirse, aunque está más cómodo que en ningún otro lugar en el mundo. Teo quiere estar en la conversa difusa del domingo, entre los grandes,  entre la política y el vino, el fútbol y el postre, el amor y ese puchito que tantas ganas tenés de fumar.

Cuando me decidí a caminar me di cuenta de que la suela que tenía puesta era chatita. Pensé en la espalda, me miré la panza, la acaricié como si tuviera una pelota escondida para un festejo que nunca hice. La vida es una cuadra, dije en voz alta. Los otros bares del bar de los pájaros estaban cerrados en aquel barrio prestado. En ese lunes de nadie. “El Unión Vecinal no falla”, me dijo la voz de Albertito parecida al viento. Cuando doblé por Ramón Anador pensé en Albertito, que dormía en la cantina de Miramar cuando la tuvimos nosotros. Cuando hicimos de Jorges, y creímos en la cultura. Más que nunca en el arte y en los colores. Se levantaba temprano Albertito pero se despertaba con el primer whisky. También había que servirle a Jaula de oso, al Pastorcito. A Carlitos cuando salía de laburar. Al de la gomería del trago efímero.A Pedro el portero, que se tomaba tres casi de un saque, a la ida para el edificio y a la vuelta para casa. También podía aparecer el cerrajero, pero qué pesado se ponía el cerrajero.

Todos los fa, todos los pa, todos los uf. La vida es vértigo. El Zorrito Bueno la manda a guardar en el replay de un partido con Irak cuando todavía no tenía veinte.  Cuelgo en la tele de una peluquería ¿Qué es de la vida del Zorrito Bueno? Yo solo recuerdo que escribí un poema. Vos nunca habías ido a un velorio en otro país, el día del partido de Uruguay con Irak. Creo que escribimos al mismo tiempo ese día, yo el poema, vos una despedida. La vida es vértigo. ¿Hace cuánto que te quiero? ¿Nos queremos mucho? ¿Qué son el te quiero y el te amo si no son palabras que no alcanzan? Son como puntitos suspensivos de la crónica diaria. Me gustan tus días. Hoy está lindo para caminar y encontrarte en los muros, en las ochavas escritas, en fotos. Cuando me decidí a caminar me di cuenta de que la suela que tenía puesta era chatita. Pensé en el bar de los pájaros, pensé si quisieras venir un día.

“Si yo fuera Maradona, viviría como él”, dice la canción que Lochi vuelve a entonar porque Teo balbucea y sacude la manito de zaguán como en un pogo. Yo no sé si viviría como Maradona pero quizás me hubiese drogado en cantidades similares. Dice Lochi, que la otra vez cantándole la canción a Teo, decidió mostrarle a Maradona. Ese día dice, que miraron jugadas de Diego toda la mañana. Andá a saber el cuelgue del gurí si era con la pantalla, con los movimientos, con los colores, de todas formas se parece a un cuelgue de fútbol. Algún día va a tener que ver cómo tiraba los centros el padre. Qué animal.

En el Unión Vecinal hay movimiento confirmado. Cuando entro es una película de cowboys. El chirrido de la puerta tras de mí, suena muy parecido a los cuellos de los parroquianos y al descenso de sus ojos hasta mis championes chatitos, hasta mis ojos, al vaso, al mármol. Me ajusto todas las cantinas que tengo arriba y atravieso el umbral del billar.Estoy abierto como una campera ¿Qué cerveza queré? Una Z, la que toman mis primas. Y el chasquido del descorche es un segundo de verano. Cuelgo como un banderín más de las paredes. Hay serpentinas invisibles en el techo que son todo lo que nos pasa. Nos acarician como babas del diablo. Hay un cuadro de Gardel con la vida puesta. Una bandera de taxi libre. Por suerte no hay bichos disecados. Cuelga en la tele un partido sin gente. Camisetas de fútbol en bolsas y una fila de banderines que va desde el Calamar de Saavedra -el marrón del Polaco Goyeneche-,  hasta el verde musgo del Holanda del Cerro. “¿Estás buscando un banderín de Villa Española?” Dice uno mirándome el escudo en el pantalón. Me visto todo el día de Villa Española, pero estaba buscando el de Miramar que es mi cuadro, le digo. Mi gesto de malevo es de la casa de los chascos, pero el tango me gusta igual. Ya lo encontré, insisto.

Lochi también jugó en Miramar. Coincidió con Juancito. Fueron un años duros. Siempre fueron duros los años en Miramar. Algo así les digo a los parroquianos cuando entro en la conversa. Es que hablar de Miramar me emociona. Piscinitas en los párpados. Me hubiera gustado coincidir con el Lochi en Miramar en años duros. Los hubiéramos vivido como Maradona. ¿Desde cuándo quieren a Teo Lochi y Mariana? ¿Desde que nació? ¿O desde aquella tarde que hicieron el amor y se dijeron te quiero? ¿O desde antes? ¿Desde cuándo se quiere la gente que todavía no se conoce?

Como la charla es Miramar y Miramar es Sandra, alguien la nombra. El chirrido de mi cabeza mientras sube hasta lo que cuelga del techo es parecido al de la puerta tras de mí cuando entré, es parecido a los ojos cuando se mueven de los ojos que los están mirando. Es parecido al silencio cuando te vas. Parecido a la acidez de tanto tannat. Parecido a las uñas y el vidrio. No saben de qué murió ni cómo, preguntan por Jorge y por el otro Jorge, el amigo. ¿Cómo se llamaba la mujer de Jorge? Helena, contesto. Y largo los nombres de los hijos de los cuatro como si de una defensa campeona se tratase. De repente todos estamos en la cantina de Rivera y Julio César, Jorge prepara buseca para comer mañana asentadita y Sandra el pastel para parroquianos que van a servir hoy. Adelante el otro Jorge atiende al barrio en la parrilla montada bajo el pino. Helena, Rodrigo y Natalia van y vienen y van. En el billar está prohibido sentarse.

La vida es vértigo. Hace días que no voy por el bar de los pájaros, pero creo haber dormido ahí anoche, como en un nido. Hay cosas escribiéndose en el estaño. En los pergaminos ocres desprendidos del techo como tu abrigo (hay un postre en el bolsillo entre las cartas y el libro de Levrero). En el poema ilegible del baño. En la tormentanegra que se abre como una invitación. En tus manos agarrando el aire. En el espejo donde hay una foto de una niña de buzo rojo haciendo un gesto que tendrá para siempre. Hay otras fotos en el espejo también, son los gestos nuestros que arrastramos desde que tenemos la edad de Teo. Nos corremos un poquito para vernos mejor, a las espaldas de las botellas, cerca del banderín del Bilbao. Cerca.

Agustín Lucas

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