Hace 27 años la selección argentina sufría su peor derrota como local, mientras la selección peruana le daba una última oportunidad de clasificar al mundial de Estados Unidos 1994. Escribe Federico Abbiati.
Esa tarde anochecería como nadie lo esperaba. Porque si bien no se esperaba una derrota, mucho menos se temía derrota por goleada. Pero tampoco se esperaba que el “Tata” volviese a ponerse las botas de prócer. ¿Existe el “Tata”? ¿O no deberíamos buscar tan allá a nuestro comodín en tan horroroso suceso, bastándonos con ir hasta Lima?
El partido en el Metropolitano de Barranquilla, tres semanas atrás, había sido un duro despertar para la blanquiceleste. Se habían personificado en la derrota los fantasmas que denunciaban falencias en el rendimiento colectivo, que estaban presentes desde el transcurso de la Copa América por la cual brindábamos todavía.

Bati no hacía faltar su aporte de cada domingo. Goycochea conservaba a los ángeles guardianes de Italia. Sin embargo, algo o alguien reclamaba un reset inmediato. Y con el diario del lunes 06 de Septiembre de 1993 en mano, esto se evidenciaba inobjetablemente en que el único partido que se había resuelto cómodamente. 3 a 1, en Asunción, ante el Paraguay de Chilavert y Cabañas.
Esa tarde en Núñez, antes del pitazo inicial del ítalo-uruguayo Ernesto Filippi hasta el más apático de nosotros tenía la convicción de que el cachetazo en Barranquilla había sido oportuno. Más que oportuno. Necesario. Las lecciones sobre los errores que habían acabado con la victoria colombiana, más un celoso asedio sobre la marcha del “Tren” Valencia y, finalmente, algún revulsivo de carácter técnico, permitirían ofrendarle a un Monumental exuberante la clasificación a USA.
Gol de Asprilla y cuando para Lima me voy
A los 29´ del ST se producía la síntesis perfecta del partido con el segundo gol del “Tino” Asprilla, el cuarto para Colombia. La expectativa nacional se trasladaba, instantáneamente, a los sucesos que ocurrieran a partir de entonces en el Estadio Nacional de Lima.
Allí jugaban el local vs. Paraguay, este último nos había terminado de comprometer cuando siete días antes, en el mismo Antonio Vespucio Liberti, había logrado un empate en cero. Triunfando en Lima y con una goleada cafetera, por al menos 4 de diferencia, en Buenos Aires, los guaraníes dirigidos por Alicio Solalinde se asegurarían la serie repechaje vs. Australia, allá por el mes de Octubre.

En octubre de 1992, la Federación Peruana de Fútbol había llegado a un acuerdo con el entrenador serbio Vladimir Popov, quien en diciembre del ´91 había llevado al Estrella Roja de Belgrado a obtener la Intercontinental, al vencer al Colo-Colo. El objetivo era llegar a USA, después de 12 años de ausencias mundialistas.
Ya en la Copa América previa a la eliminatoria, el equipo de la banda roja sería revelación al ganar el grupo de la muerte, con empates ante Brasil y el mismo Paraguay, y una victoria vs. Chile. Con Popov secundado por Juan Carlos Oblitas en el banco y el estandarte del Chemo del Solar dentro del campo, la ilusión de arribar a Norteamérica latía saludablemente.
Pero inexplicablemente, a contramano de ese roce que parecía haberse alcanzado, Perú llegó a este partido final ante Paraguay con 0 puntos: derrotas 1:0 en Lima ante Argentina y Colombia, 2:1 en Asunción y Buenos Aires y 4:0 en Barranquilla. A priori, la albirroja paraguaya estaba en condiciones de cumplir con su parte: triunfar y esperar que la panicosa expectativa reinante en Buenos Aires hiciera agua en el equipo de Alfio Basile.
Aviones, misiles, Muchotrigo y un camello
¿Cuáles fueron, en esa tarde limeña, las motivaciones e impotencias que configuraron ese 2:2 final? ¿Qué motivó al cuadro de Popovich, en su último partido como DT, a ponerse en ventaja dos veces en el marcador?
Claro era que un triunfo serviría de introvertido gesto de reconciliación con la parcialidad incaica, la cual, por lo menos, esperaba haber llegado a ese encuentro con la posibilidad de acceder a la serie vs. Australia. La cosecha como local había sido nula hasta ese último encuentro, pero sendas derrotas habían sido por 0:1.

¿La información de lo que transcurría en el barrio de Núñez retumbaba en Lima? ¿Sobrevoló, en algún momento de la tarde, el espíritu de hermandad patriótica del que Perú se declaraba en deuda eterna para con la Argentina? ¿Estuvo en el Estadio Nacional de Lima el espíritu del General San Martín, libertador de Argentina y Perú?
En septiembre de 1981, la IV Brigada Aérea de Mendoza había sido escenario de ejercicios de combate llevados a cabo por la Fuerza Aérea Peruana, en el marco del altercado militar de Perú con Ecuador, sito sobre (y a causa de) la Cordillera del Cóndor. Menos de un año más tarde, Fernando Belaúnde Terry, presidente del Perú, afrontó ese compromiso de gratitud asignando 10 aviones Mirage V y misiles Exocet MM38 a nuestra causa malvinense. Paralelamente, Javier Pérez de Cuellar, también peruano y por ese entonces Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, tradujo su colaboración personal en las conversaciones de carácter conciliador con el Gral. Alexander Haig, por entonces Secretario de Estado de Ronald Reagan y mediador para el conflicto anglo-argentino, quien no disimulaba su postura pro británica.
En definitiva, la “divina providencia” o la atajada del Vasco Goycochea, en el debut en Lima, al furibundo remate de Darío Muchotrigo, sumada, ésta, a los goles de Medina Bello y Redondo en Asunción, más estos fraternos goles del mismo Muchotrigo y de Jorge “Camello” Soto en el cierre vs. Paraguay, nos dieron el derecho a la reválida vs. Australia. El regreso de Diego para esa serie. El supuesto café veloz. El equipo de Maradona en USA y su despedida de la mano de la blonda enfermera Sue Carpenter serán motivos para nuevas efemérides.
Mientras tanto, seguiremos indagando acerca de esa “incondicional hermandad peruana”. A la que el gobierno de Carlos Saúl Menem osó desairar cuando en 1995, y en ocasión del recrudecimiento de los litigios limítrofes entre el país incaico y Ecuador, proveyó de armamento a éste último.
Federico Abbiati