“El Cazador”, un melancólico ex delantero del Ferrocarril San Martín, recibe la noticia del asesinato de un joven fanático del club. Shockeado, lo primero que se le viene a la mente es que a ese hincha le debía su apodo. Novela por entregas, cada martes un capítulo nuevo. Escribe Lucas Bauzá. 

La primera parte de este capítulo la lees acá.

Mientras meaba, me dije que quizás me había pasado de prejuicioso con Ezequiel. Era muy importante tener un pibe así en la Agrupación, atento al cambio de los vientos políticos y acostumbrado a las jugarretas de gente que había vendido el alma.   

  Antes de volver a la mesa saqué de la heladera dos botellitas de Sprite

-¿Sánchez Morando, no? –retomé donde habíamos quedado, volviendo a tomar asiento. 

-Gracias. Sí, sí. Un turrito el pibe ese… Y el padre, otro.

-¿Qué onda el padre? –le señalé el plato de empanadas pero negó con la cabeza.

-¿Vos no los junás del Asunción?

-No, no. Para nada, Equi.

  Tomé un trago de gaseosa y empecé a comer. 

-Entonces habrá ido al Jesús María. No, y el viejo Sánchez… Está metido en todos los contratos jugosos del municipio. En todos, en todos, Valentín. Se dice que es uno de los testaferros de Ignacio Driscoll pero hay que ver. Yo creo que es al revés, que este viejo es el jefe de todos.

-No los juno, che, la puta madre. El viejo tiene otro hijo ¿no?

-Tiene una hija en Bélgica y a Gabriel, que es el más grande. Pero… Este Gabriel anda en otra, nada que ver con el hermano, es más parecido al viejo Augusto.

  Ezequiel iba a seguir hablando pero se calló, mirando por encima de mi hombro. El flaco que se encontraba leyendo en la vereda del bar pasó a nuestro lado rumbo al baño. Yo aproveché para liquidar la primera empanada y correr el plato.

-Son especiales los Sánchez Morando… –murmuró, con tono conspirativo– Augusto, el viejo, te garca vivo pero de traje y corbata, es del Opus ¿viste?, y te aseguro que en la droga y las putas no se mete, de hecho en su momento trató de hacer pie en Lourdes para limpiar a los Tello y sacar algo de falopa de calle, pero los monos casi se lo comen crudo. Ahora… Si le puede sacar el litro de leche a cincuenta mil pibitos, o mandar a remate la casa de una vieja inválida, es el primero, eh.

-¿Pero tiene un cargo en el municipio?

-Está en Legales, es abogado. Y de los pesados, eh, de los que la hicieron defendiendo a tiburones de primer nivel. No… Estos Sánchez son unos videlistas hijos de puta, lo más rancio de lo rancio… Gabriel es igual, yo ni lo conozco pero sé que labura en la JP Morgan, y acá a Lamarque calculo que debe venir una vez por semestre…

-Juega en otra liga.

-Olvidate, ese juega en la NBA. Tute no, Tute les salió medio torcido, es pendejo, más calavera. 

-¿En qué sentido?

-Más podri, le encanta la mierda a ese. ¿No lo ves en el Andén? ¿Qué carajo hace un cheto metido ahí, chabón?

-Desentona, desentona.

-Claro que desentona. Ese Gabriel por ahí te tumba dos millones de dólares en quince minutos desde un piso 40 en la avenida Madero. Y Tute no, es más de guita arrugada, de manejar puchitos, de andar en la calle curtiendo con tumberos… En River también ronda.

-¿Haciendo qué? 

-Un buitre más. Yira ahí en los palcos, cada tanto se lleva a un jugador a comer a la casa, o pasan juntos unos días en el Balneario Doce. Se va metiendo en la rosca, ¿viste cómo es?

-¿Y entonces qué carajo hace metido acá?

-No, no sé. No sé, Valentín. Es muy amigo de Thiago Solís, por ahí aquel le infló la cabeza, le infló la cabeza para que se meta en el fútbol a hacer negocios…

  Ya no estaba tan clara la conexión entre Lozano y Tute Sánchez Morando. Y no solo eso: mientras Ezequiel seguía hablando, yo me iba convenciendo internamente de que eran dos rivales que estaban compitiendo por lo mismo. 

-¿Pero de dónde sacó la plata para gerenciar el fútbol? ¿Del padre? –interrumpí, amargado porque las certezas que había construido se me estaban escurriendo de las manos como el agua. 

-No creo. Bah, no sé, por ahí sí, tampoco es que para ellos es mucha plata. Y hoy el fútbol es un mercado exportador más, sacás a un buen jugador y te llevás trescientos mil, cuatrocientos mil dólares, con dos pasecitos medianamente bien hechos. Y sabe de fútbol. Porque saber, sabe.

  Me pregunté si podía confiar en él de verdad y preguntarle acerca de lo que había leído en la libreta de Dardo. Era arriesgado, porque hoy Ezequiel estaba acá y mañana podía estar allá, pero parecía un pibe confiable. Ligero, sí, pero de nuestro bando.

-Che, volviendo a ese Gabriel… Dardo acá mismo me contó que él y un yerno de Driscoll también se querían meter en el club.

-¿Eh? –se inclinó hacia atrás y carcajeó.

-¿Qué pasa?

-¿Cuál yerno de cuál Driscoll? Ignacio tiene seis hijas mujeres y Guillermo no sé, por lo menos dos.

-No, no me dijo eso.

-Viste que en Lamarque los tienen por docenas. 

-Sí, sí –confirmé.

-¿Y para qué se van a querer meter en el Furgón? Si Gabriel está luqueando en el primer nivel, te dije que labura para la JP Morgan, no para el chino de acá a la vuelta.

-¿Y los Driscoll?

  Cabeceó negativamente, mordiéndose el labio inferior.

-No, y los otros son del palo del rugby, del hockey… Y además re endogámicos, todos los Driscoll están metidos en el Lamarque Club. Ni en pedo los veo acá, che…

-Es que yo tampoco los veo.

-Por eso. Ignacio los saca de la herencia si los ve cerca de una pelota de fútbol. No sé qué habrá visto Dardito…

-Ni idea. Solo me contó eso, así muy por arriba…

  Me miró de un modo extraño, con cierta aspereza que no le conocía. Sabía que le estaba ocultando información en ese último peloteo que había ocurrido a gran velocidad, con las preguntas y respuestas pisándose unas a otras.

-No sé qué decirte… Convidame otro –mangueó, con un tono ameno y una sonrisa, ocultando en un pestañeo, como un profesional de la mentira, lo que había estado sintiendo un momento atrás. 

-Los que quieras, chabón.

  Prendió el cigarro. Largó la primera bocanada de humo y esta vez sí, no tuvo reparos en dejar que yo viera en sus ojos lo que le pasaba por dentro: me quería comer crudo.  

-Dardo después de lo de Cuco veía fantasmas por todos lados.

-Sí.

-Cuidate para que no te pase lo mismo. Gracias –dijo, devolviendo el encendedor a la mesa.

  ¿El hijo de puta me estaba amenazando?

-Pero yo no creo en los fantasmas. Quedate tranquilo, capo –respondí, después de haber prendido otro cigarro y dándole a entender que la bronca era mutua y que no tendría historia si se pudría todo ahí nomás.       

-Ya veo. Si te movés como uno es difícil que creas que existen –redobló la apuesta.

  Me arrepentí de haber hablado tanto. Lo odié, midiéndolo con los dientes apretados, y lo miré como si estuviera a punto de saltarle a la yugular y arrancársela de un mordiscón. Se alejó rápidamente, colocando la espalda en el respaldo de la silla.  

-Vos también tenés lo tuyo de fantasma, amigo. No te veo laburando para alguien que sabés que va a perder –volví a ir al frente, viéndolo acorralado como una rata.

-¿Por quién lo decís? –balbuceó, timorato, removiéndose en la silla.   

  Era un turro impredecible, ambiguo, peligroso, pero le había saltado la ficha en el peor lugar posible: el bar del Santo, donde yo era más local que en mi propia casa. 

-Ponete unas cumbias, Marito.

-¿Qué querés escuchar, Caza? 

  Los dos miramos hacia la barra. La Torre de Almafuerte esperaba con los brazos cruzados. 

-Lo que vos quieras.

-¿Mando Néstor en Bloque, perro?

-Dale, mandale. 

  Volví a la conversación, ya dispuesto a dar el salto.

-¿Cuándo le soltás la mano a Pérez para irte con el Chelo? No me vas a decir que no lo estás pensando.

  Los picantes punteos del teclado de Néstor llenaron el salón.

-Jamás de los jamases. Pero… –hizo una mínima pausa en la que recobró todo lo que se le había perdido dos minutos atrás: el aire, el aplomo, la postura corporal segura y el tono amistoso– Vos sabés, más allá de la ofensa gratuita, que lo dicen hasta los que te conocen bien, entre comillas, que tenés algo de aparecer y desaparecer, de que estás pero no estás… No sé, no te entiendo, ahora de la nada me bardeás al pedo.

-Yo no te bardié.

-Yo te dije fantasma no por peyorativo, por fantasma de fantasmín, y vos ya flasheaste cualquiera.

-Los que dicen esas giladas son los que me vieron jugar. Me cargan un aura misteriosa pelotuda, no se dan cuenta que fui un pobre boludo que sabía patear bien la pelota, nada más. Cero misterio.

-Yo no te vi jugar y seguís siendo inexplicable, así medio… Medio como indescifrable, que a la tarde estás cachivacheando en la parrilla más sarnosa de Almafuerte y a la noche me entero que por ahí brindás con champagne en un countrie de Lamarque.

-No me quejo de lo que me tocó, todos tienen lo suyo. Vos también so

-Es que… –susurró– Por ahí en la barra te ven como un cheto del barrio Ferroviario y en Lamarque sos un negrito que zafa. ¿Y sabés qué, Valentín? Si yo hubiese estado metido en lo de Dardo me preocuparía con un bicho así enfrente. De verdad, me preocuparía bastante, porque tenés la suerte que desde los dos lados te subestiman. Además te quedó fama de aquella vuelta con Docabo, te ven como que te comés los mocos.

-Puede ser –susurré, conteniéndome para no dormirlo de una trompada que empeoraría todo. La bronca, que se me estaba yendo porque quizás me había pasado de paranoico, volvió hasta un límite que estaba a un paso de desbordarme. Si decía algo más de Docabo, lo acostaba de un piñón.

-¿Vos matarías al que mató a Dardo, Valentín?

-No –me apuré a responder.

  Dibujó una sonrisa ancha y franca, pasándose la lengua por el fino bigotito que tenía sobre el labio superior.

-Vos viniste a hablar conmigo porque sabés que yo te puedo ayudar –continuó hablando en voz baja–. Consciente o inconscientemente, vos dijiste `este chabón me cae para el orto pero me puede dar una mano´. ¿Y sabés qué? Llegado el caso, sí. Yo te podría ayudar más de lo que vos creés. No me mandés un chat, un audio, nada. Todo cara a cara. Si vos me venís con un dato ciento por ciento confirmado, yo tengo algunas herramientas para hacértelo más fácil.

-Yo no voy a ir matar a nadie, amigazo.

-Uno juega como vive, Cazador. ¿No es así el dicho? Y vos andás merodeando por Almafuerte con tu mejor cara de boludo.

-Es la única que tengo.

-No. ¿Ves? Porque te delatás cuando alguien te saca el tema Docabo. Me acabás de asesinar con la mirada cuando te pinché con lo de los mocos, y hace cinco minutos pensé que me ibas a partir un botellazo no sé por qué. Lo de Aníbal fue para ver tu cara y terminar de entender en qué andás, no de maldito, y además con ese sacado enfrente yo hubiese hecho exactamente lo mismo. De verdad te lo digo, no te enojes, una vez lo vi pelear en un acto y prefiero que me venga a apurar Mayweather y no él. Pero fíjate de no confundir las ganas con la realidad… Porque en todos los escenarios que acabo de plantear, en todos, Docabo sale muy fortalecido, le va a quedar una poronga de cincuenta centímetros.

-¿Tan así es? –pregunté, con la amabilidad de una enfermera iniciada, como si no hubiera existido la tensión previa.

-Él gana o gana en octubre, está a punto caramelo y ahora llegó el momento de cosechar todo el laburo de base que hizo. Así que fíjate, porque vos tenés ganas de que haya sido él, y te entiendo, pero hace años que Aníbal no es el fierro de Lozano, o no solo es eso… Ya no es un lumpen más.

  Me quedé callado, recordando que en mi vuelta del 2016, Docabo y los suyos actuaron como si nunca hubiera pasado el apriete del estacionamiento.

-Puede ser lo que decís. Cuando jugué esos partidos en el 2016, el chabón no me dijo ni mu. Nada.

-Olvidate. Ya está en la segunda línea de la barra de Vélez y en nueve meses, pase lo que pase, entra de traje y hecho un señor al Concejo Deliberante mientras le sigue manejando parte de la falopa a Osvaldito. Él y varios más laburan para todos, para los que están al ras del piso pero para los Tello y los de más arriba también.

-Está en otra cosa.

-A ver… Aníbal saltó el cerco, hermano. Ya no lo juzga la ley que te puede juzgar a vos o a mí. Y no es una gilada bajar a un narco blanqueado, a un candidato a concejal.

-Y no.

-Ahí es donde quiero ir: no somos Alemania pero tampoco somos Burkina Faso, ¿me entendés? Si lo tocás, te van a salir a buscar con máquinas de la Federal, gane Macri, Cristina o Manuela Castañeira. No es joda esto.

-Suena a que son una casta, al final. Yo igual no voy a hacer nada, pero me largaste un rollo…

-Yo lo que te digo es que es improbable que haya sido él, casi imposible tocarlo, y si en una de esas putas casualidades le llegás a hacer algo, y más si lo hacés sin el okey de otro pesado, es absolutamente imposible que puedas zafar.

-A ustedes les cabe como a cualquiera, Ezequiel.

-Estás completamente equivocado ¿ves? Si bajás a un morochito de Las Tunas es una cosa, pero para llegar a Aníbal y que no te agarren, tenés que ser un genio criminal, y vos no sos ni un genio ni un criminal. Sos un chabón medianamente inteligente, buen tipo, cuando tenés ganas, pero ni más ni menos que eso.

-Vos sí sos inteligente ¿no?

-Yo soy otro gil. Pero acá lo que importa es otra cosa… Vos tenés que tener en cuenta que cuando la gorra quiere, te encuentra en máximo cuarenta y ocho horas. Y creeme, creemeló porque es así, que la gorra te va a querer agarrar si le tocás a uno de sus jefes.

-Vamos a ver –lo desafié, mientras me guardaba los cigarros en el bolsillo–. Si a la comisaría de Quique le llega un llamado de la UFI de San Martín bajándole una orden se verá quién es el jefe.

-¿Y vos en Lamarque tenés a alguien que pueda levantar ese teléfono?

  Moví la cabeza para hacer tiempo.

-Conozco a alguien que le puede decir a la abuelita que llame a esa UFI de pija y baje una orden para que muevan el orto en efecto cascada. ¿Vos dijiste que Docabo va a tener una chota de medio metro? Bueno, esta abuelita tiene la argolla grande como el Único de La Plata, se le puede perder el pitulín al bobo ese. Y si lo ves, deciseló.

-Eeehh, pero al final el de la casta sos vos. Pero está perfecto, eh, en buena ley te lo habrás ganado. ¿Salieron campeones en esos intercolegiales, hiciste muchos goles?

-Bicampeones.

-Bueno, aprovechala a fondo a esa señora y no te metás en quilombos.

-Pero vos lo acabás de decir: quedate tranquilo que yo me como los mocos, Ezequiel.

-Yo no dije eso. Dije

-No me importa lo que dijiste, chabón. 

  Me puse de pie, tiré la mugre en el tacho de basura y me despedí de todos: de Ezequiel con un frío “Chau”; de Marito con un abrazo; y del flaco que seguía leyendo en la vereda con un apretón de manos, que no iba más allá de eso porque él no cedía en su trato distante para que los parroquianos del bar tuviéramos el honor y la dicha de ser sus amigos.

  Caminando por la desértica avenida Irigoyen, mientras comía otra de las empanadas y tomaba un trago de la tercera botella de Sprite robada al Santo, me dije que el balance de la reunión había sido bastante favorable. Había reunido buena información, había comido de arriba y me había sacado la mayoría de las dudas que tenía con respecto a Ezequiel. Era cierto que el chabón me había sacado la ficha, pero solo en parte y momentáneamente: el as que saqué de la manga sobre la hora, la abuela de Macarena Cepeda, una amiga de mi ex novia Fátima, lo había dejado boquiabierto y convencido de que yo tenía contactos muy pesados en la justicia. Y no era para menos: la vieja, según recordaba, había formado parte del Consejo de la Magistratura allá por el tiempo del ñaupa. El problema era que a Macarena no la veía desde hacía por lo menos cinco o seis años, y no solo eso: yo le caía para el orto, y por lo general me trataba como si fuera una mascota medio exótica, porque para ella era un cabeza sin linaje que jugaba al fútbol y que de ninguna manera podía estar a la altura de su amiga.

-Capaz que tenía razón la conchuda –comenté, sin un dejo de histeria, mientras medía con los ojos la tercera empanada y se me cruzaba la imagen de Fátima tomando sol en alguna playa de Uruguay o de Brasil.

  Comencé a reírme, primero con timidez y después como si estuviera solo en el mundo, porque después de contrastar la vida de Fátima con la mía, me imaginé la escena con la que había perturbado los cimientos de real politik de Ezequiel.

  “Sí, señora. Qué tal, soy el amigo de su nieta Maca. Quería ver si puede mover sus contactos para que investiguen el asesinato de un amigo. Sí, ¿cómo no? Rodríguez es mi apellido. Y el de mi amigo es Balmaceda. Balmaceda, Dardo. Canillita por oficio y obligación, como la canción del Potro. Ah, bueno. Espero acá sentado. ¿Cómo? Sí, ya que estoy le corto el paso, con esta cara y este color de piel no me gustaría defraudarla, doña. No, perdón. Doña no, doña no. Señora. Señora Gloria Piñeyro de Cepeda”.

  Liquidé la empanada, luego la gaseosa y prendí un cigarro mientras doblaba en la cuadra de mi rancho. El Santo, como copiloto del Gordo Leandro en su propia Kangoo negra, pasó rumbo al bar y alcanzó a ver que le dedicaba una buena agarrada de huevos.

-Sí, vení agarrramelá, gato –murmuré, y seguí caminando sin prisa pero sin pausa, derechito a la catrera.    

Lucas Bauzá

Diseño de imagen por Lucas Vega, pueden encontrar más sobre él en Estudio Bosnia.

Ilustraciones en el texto por Nach.

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