River, Gallardo y el plantel entre el orgullo y la bronca. Escribe Santiago Núñez.
La imagen enfocada en la cara de Gonzalo Montiel que mezclaba euforia, grito y felicidad impactante por el que hubiera sido el gol de su vida era un resumen perfecto de un partido idílico. Épico era el River que en 55 minutos había conseguido el objetivo de hacer tres goles en Brasil, de visitante, contra un equipo cuya valla en propia casa estaba invicta. La desilusión por el retorno, acaso quizás justicia tecnológica pero seguro no poética, fue el segundo condimento de un partido tan grandioso como desmoralizante, tan bello como triste
El orgullo, claro, es el elemento que más pesa. River jugó un partido imposible, con la facilidad de un picado. Las razones son varias. La primera es una inyección anímica otorgada por el propio Marcelo Gallardo seguramente puertas adentro pero también hacia afuera, en una conferencia de prensa que reavivó la ilusión y la esperanza de todos los hinchas de River. Muñeco profeta, constructor de caminos, ideólogo de hazañas.
La mejoría del equipo, a su vez, tuvo un argumento futbolístico indudable. El cambio de esquema permitió agregar un jugador a la defensa para proteger la primera línea (River pasó de defender con dos a hacerlo con tres) y agregar una salida con pelota dominada difícil de marcar (para realizarlo habría que “apretar muy arriba”, algo que no era considerado por Palmeiras). Con esa impronta River modificó su perspectiva: ya no era el equipo de mil toques entre un costado y el otro con fútbol vistoso sino que su andar se transformó en un juego más vertical, con laterales que no necesitan desbordar para meter centros, con pelotas paradas como herramientas, con disparos al arco sin necesidad de entrar con toque al área chica y pases desde el inicio pensados con rapidez y para saltar líneas. El lujo no es vulgaridad pero sí un objetivo demasiado ambicioso para semejante desafío. El partido defensivamente fue casi perfecto (Palmeiras solamente llegó una vez al arco) y River dominó en posesión y en llegadas.
Luego de un primer tiempo magnífico, el gol de Montiel recién comenzada la segunda mitad fue un golpe de nocaut: es muy posible pensar (aunque nunca es recomendable indagar en escenas contrafácticas) que River hubiera ganado el partido sin penales si efectivamente lograba convertir el 3 a 0 en esa ocasión. Vale revisar el video y escuchar la euforia del banco brasilero cuando el juez muestra con la mano levantada el offside. Luego de eso, River tuvo un pequeño tiempo de letargo generado por una desmoralización propia de alguien que tenía el objetivo y se lo sacaron de entre las manos. Pero volvió a la carga y siguió generando chances de gol, incluso después de la (errónea) expulsión de Rojas, autor de un golazo y pilar defensivo jugando de líbero.
River llevó adelante posiblemente el mejor partido de su historia como visitante, y estuvo a nada de transformarse en el primer equipo de la historia en dar vuelta un 0-3 de visitante en torneos CONMEBOL. Aún con derrota este partido merece una vitrina, tanto o más que la victoria en el Pascual Guerrero en el 86 o las series con Cruzeiro 2015 y Gremio 2018.
Tuvo actuaciones individuales, todas buenas, pero algunas descollantes. Franco Armani, tan criticado en los últimos días, estuvo cuando había que estar con una tapada magnifica. Los tres centrales mostraron solidez, sumado a la la efectividad goleadora de Rojas y al buen primer pase de Paulo Diaz. El mediocampo mostró a un Enzo Perez líder, a un Angileri que puede darle muchas alegrías al club por el andarivel izquierdo y a un De la Cruz con enorme futuro. En ataque River tuvo un Suarez que, lejos de su mejor partido, tiene un desequilibrio individual sorpresivo y sistemático.
Párrafo aparte merecen tres maestros. Gonzalo Montiel terminó de sacar el pasaje al olimpo de los mejores laterales derechos de la historia de River. Central de origen, cambió sacrificio y malas resoluciones por gambetas, buen mano a mano y centros dolorosos que generan ocasiones de gol solamente con una suela interna. Si Europa (su salida resulta lamentablemente inminente) lo trata bien, puede convertirse con los años en unos de los mejores marcadores de punta del planeta. Nacho Fernandez, lloroso melancólico, merece que su zurda este solamente pocos escalones detrás de la del Beto. Siempre valiente, inteligente, fino y corredor, la 10 de River (ayer dorsal “26”) le queda pintada. Por último, el pibe que no jugó en Madrid, Rafa Borre, que con las ganas de presionar y la energía representa en un área a 17 millones de hinchas con un honor intachable.
Las participaciones arbitrales no ameritan mucha reflexión. No se lo merece River. Tampoco Palmeiras. Es cierto que hay fallos contundentemente desfavorables (la expulsión de Rojas y el penal de Weverton a Paulo Diaz) y algunas decisiones dudosas (todavía no se encuentra una imagen clara que muestre que Enzo Pérez haya tocado la pelota en el extraño off-side de Borre y la falta de Suarez no es lo suficientemente no penal para volver atrás como indica el “protocolo VAR”). No obstante, dentro de un cuadro general de una Copa que históricamente tuvo tendencias localistas, nada de lo que haya pasado, por más bronca que genere, está fuera de lo frecuente. Sí está claro que debe revisarse la utilización del VAR, que genera golpes anímicos muy fuertes para la alta competencia, que pueden distorsionar la psicología futbolera. Sin ir más lejos, a River le hubiera convenido que Montiel tire la pelota a la segunda bandeja antes que hacer el gol, no solamente por el impacto negativo en el ánimo sino también por el tiempo perdido.
Un maestro futbolero de la misma ciudad en la que River perdió ayer inmortalizó junto con sus compañeros una frase bastante vigente. “Salir campeón es un detalle”. Será difícil no solamente para la gente de River sino para todas las personas que no sean hinchas de los clubes que jueguen la final de la Copa entender por qué River no estará en el Maracaná el 30 de enero.
El amor y la gratitud serán eternos. Hoy nos cuesta dormir. Todavía tenemos las almohadas llenas de sueños. Qué hacer con ellos es algo que al día de hoy nadie tiene claro.
Santiago Núñez