Hoy se cumplen 11 años de un Banfield-Lanús que terminó con un golazo del colombiano James Rodríguez. Sería el último clásico que jugaría en la Argentina antes de partir a hacer de las suyas en Europa. cuatro años después haría el mejor gol del mundial de Brasil. Escribe Ezequiel Parrilla.
Hay algo que te avisa, como si el futuro inmediato te mandara una señal para que abras bien los ojos, te prepara, porque lo que va a pasar te va a quedar grabado en la memoria. Para mí ese día no fue el caño sobre el lateral izquierdo, ni el posterior pase de taco. No, fue el Oooole, como si en ese grito todos los presentes nos hubiésemos puesto de acuerdo, nos hubiésemos pedido silencio para observar lo que se venía.

Hacía tiempo había circulado por los escalones de cemento el rumor del chico que desde Colombia llegaba a Banfield para ser crack, pero uno siempre se tira a menos, intenta no creerse semejantes cosas, un poco porque sabe que generalmente son eso, rumores, y otro poco porque sabe que ver un jugador de esos tocados por la varita, de los que se ven poco a nivel mundial, vistiendo la verde y blanca estadísticamente es algo muy difícil.
Lo que se venía ese día término en magia, golazo y un adolescente con cara de “no sé, me dijeron que había que pintarles la cara…”. El futbol hizo que se vaya a crecer al viejo continente, pero los que vimos ese gol, nosotros y los contras, supimos en ese momento que era un elegido.

En junio de 2014 sentí lo mismo, el muchacho la para con el pecho afuera del área, la pelota se eleva y se suspende en el aire, tarda una milésima más porque nos pide que miremos, ese es el momento, justo ese, pero esta vez la cosa es un poco más grande. James está en el evento deportivo más grande a nivel mundial, y esta ahí dispuesto a dejar boquiabierto a todo aquel que alrededor del mundo este mirando como lo estoy haciendo yo.
Finalmente la pelota baja y antes de que llegue al piso su pie izquierdo la impacta de lleno en pleno estadio Maracaná, golazo, festejo, abrazo y a la vez mirada de incredulidad, de resignación por ese fantástico gol que, un par de días más tarde, sería elegido merecidamente como el mejor gol del mundial de futbol.
Yo en mi sillón, aprieto mi puño y le sonrió a la tele, no me sale gritar el gol porque lo hace con la camiseta de su seleccionado, me sale disfrutarlo, me sale felicidad futbolera como pocas veces sentí en la relación que me une con este juego, porque esta vez el pibe maravilla a miles de millones, le muestra al mundo que es un galáctico, que es de elite.

Y ¿porque esa felicidad futbolera? Lo pensé mucho, trato de explicarlo con tranquilidad cada vez que dicen que los de equipos chicos nos conformamos con estas cosas. Es simple, cada fin de semana que Banfield juega de local yo estoy ahí, con mi carnet, con mis amigos, con mis hermanos, en ese escalón de cemento de la tribuna que se ve desde la tele y que en los domingos de verano suele quemar a la hora de sentarse en el entre tiempo. Ahí, parado en la Mouriño a nosotros nos maravilló primero este galáctico de cifras millonarias, a los que nos gusta el futbol, a los que amamos al taladro y por sobre todas las cosas a los que nunca vamos a olvidar ese golazo a Lanús.
Ezequiel Parrilla (@ezeparri)