Leopoldo Jacinto Luque tuvo que sobreponerse a una lesión en el brazo y a la muerte de su hermano para ser campeón mundial. Terminó siendo una de las figuras de la Selección Argentina. Escribe desde México, Farid Barquet Climent.
Transcurría el minuto vigésimo noveno del partido contra Les Bleus disputado el 6 de junio en el estadio Antonio Vespucio Liberti, mejor conocido como El Monumental, cuando Mario Alberto Kempes cruzó la línea de medio campo con balón controlado y sirvió sobre su costado derecho para Osvaldo Ardiles, quien tocó para Luque esperando que éste le devolviera para hacer hacer una pared, pero en vez de devolverle al futuro futbolista del Tottenham Hotspur, Luque esperó a que el balón pique para después asestarle un potente derechazo que lo mandó incrustar a media altura sobre el poste derecho de Dominique Baratelli, el arquero galo.
Lo que no sabía Luque en el momento de marcar aquel golazo, era que mientras despuntaba el sol ese mismo día, su hermano Oscar, menor que él, murió en un accidente automovilístico en el trayecto que estaba haciendo para verle jugar, desde la casa familiar en Santa Fe rumbo al Monumental.

“Había fallecido a la mañana, el accidente fue a las 6 o 7 de la mañana de ese día, pero mi viejo pidió expresamente que no me avisaran, porque tenía el partido a la noche. Me enteré al día siguiente”, recordó en entrevista con El Gráfico el camiseta ‘14’ de aquella selección argentina que en ese Mundial se coronaría por primera vez como campeona del Mundo, bajo la dirección técnica del gran César Luis Menotti.
Oscar no había podido conseguir pasaje de micro para viajar a Buenos Aires, por lo cual terminó trasladándose de noche y con niebla en el pequeño auto de un vecino que transportaba verduras a la capital. En una curva se impactaron contra un camión estacionado.
En una jugada del partido contra Francia Leopoldo se lesionó el brazo. Pensó que por ese motivo sus padres se encontraban muy temprano al día siguiente en la concentración de la selección. Pero estaba equivocado: iban a enterarlo de la tragedia.
Leopoldo relata que en un principio quiso abandonar el Mundial, separarse de la selección para quedarse con su familia. Entonces Menotti le dijo: “Haga lo que usted sienta, pero no se olvide de que acá lo necesitamos”. Asistió al velorio de su hermano y vio como Argentina perdía el tercer partido, contra Italia, en un sillón de su casa. Fue en ese momento que su padre le dijo: “Tenés que volver ¿no ves que sin vos pierden?”. Así lo recuerda el delantero: “La gente esperaba mucho de mí. Lo que me hizo tomar la decisión de integrarme al plantel fue un gesto de mi papá, que me mostró la tapa de un diario que decía: ‘Leopoldo Luque, el pueblo te espera. Y volví”.
Luque no reapareció de inmediato, pues estuvo ausente en el siguiente encuentro de la albiceleste, contra Polonia, pero una vez finalizado éste se sumó de nuevo a sus compañeros del conjunto nacional. Tras su reincorporación, en voz de Menotti escuchó: “Yo lo conozco bien a usted, es un tipo duro, siempre la tuvo que pelear”.

Esas palabras del entrenador perviven en la memoria del goleador: “Es lo que me había dicho el Flaco (Menotti): toda mi vida fue dura, mi carrera fue difícil, tuve que ir a jugar a Jujuy y a Salta a los regionales porque un tipo de Unión (de Santa Fe) me dijo: ‘No le hagás perder tiempo a tu vieja, conseguí un laburo o seguí estudiando’, y esas cosas me fueron endureciendo la coraza, (golpea la mesa) y pude aprovecharlo en el Mundial”.
Y vaya que en el Mundial demostró su capacidad para sobreponerse y salir adelante. En su regreso mundialista contra Brasil no marcó gol, pues el encuentro finalizó 0-0. Pero en el siguiente cotejo, en el que Argentina se jugaba el pase a la final, les hizo dos tantos a los peruanos, con especial valor el cuarto de los seis que anotó su equipo, gracias al cual se alcanzó la cuota necesaria en la diferencia de goles para disputar el campeonato contra Holanda, título mundial que finalmente conquistaría el conjunto argentino por virtud del poste de una de las porterías que frustró un tanto holandés y gracias a los tres goles, dos de Kempes y uno de Bertoni, que los muchachos de Menotti lograron clavarle al portero de los naranjas, Jan Jonbloed.
Del triste episodio de la muerte de Oscar, Leopoldo dice: “siempre se habló de la relación de esa Selección con los militares, pero cuando fuimos con mi papá, mi mamá y mi cuñada a la morgue a reconocer el cuerpo, en San Isidro, no hubo nadie del gobierno que nos diera una mano. Es más: tuve que pedirle plata a Passarella (capitán del equipo), del pozo común que teníamos en el grupo, para pagar la ambulancia y trasladar el cadáver a Santa Fe. Ni siquiera una autoridad que me dijera: ‘Lo acompaño en el sentimiento’”.

El arquero de aquella selección campeona mundial, Ubaldo Matildo Fillol, no sólo desmiente el infundio de la supuesta ayuda de la dictadura para la conquista de la Copa en 1978, sino que da su testimonio de cómo él, poco tiempo después, fue vilmente coaccionado por un personero del régimen, bajo amenaza de muerte, para firmar contra su voluntad un nuevo contrato con su club de entonces, River Plate. En su libro El Pato. Mi autobiografía, Fillol recuerda lo que le ocurrió cuando el encargado de la organización del Mundial argentino, el militar Carlos Alberto Lacoste, lo citó en su oficina: “‘primero sacó la pistola y la puso arriba de la mesa”. Acto seguido, el represor que fuera posteriormente procesado por enriquecimiento ilícito, acusado de incrementar su patrimonio en un 443 por ciento en tan sólo dos años, le dijo al guardameta: “’Arregle contrato porque si quiero vos desaparecés en treinta segundos y no te encuentran nunca más’”.
En 2008, al cumplirse treinta años de la consecución de aquella Copa del Mundo, Leopoldo Jacinto Luque y dos de sus compañeros de la selección del 78, Ricardo Villa y el ya también fallecido René Housemann, jugaron un partido de futbol, el “Partido por la Vida y los Derechos Humanos”, en homenaje a los detenidos-desaparecidos por la dictadura militar. Aquel día, dirigentes de las asociaciones de Abuelas y de Madres de Plaza de Mayo, acompañadas por Carlos Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, dieron una vuelta olímpica alrededor de la cancha del estadio Monumental.
Desde hace 26 años Leopoldo vivía lejos de la urbe porteña, prefiería la tranquilidad campirana de Mendoza. “Paso una vejez entretenida, me llegan propuestas de trabajo, hace poco estuve dos años en China capacitando profes de escuelas, me encanta trabajar en el campo de juego, con la pelota”, dijo el que terminó sus días como visor de talentos juveniles mendocinos para River Plate.

En una entrevista publicada por El Gráfico a principios de 2017, su interlocutor Diego Borinsky deslizó que la forma en que Leopoldo celebraba sus goles, con los brazos en alto, era “a lo Perón”, lo que constituía un verdadero desafío a la dictadura. Sin darle connotación política, Luque responde: “festejaba con los brazos abiertos, quería volar y volar, me quería ir a abrazar con el Flaco, con los muchachos, con la gente”. En los primeros segundos que sucedieron a la conquista de la Copa Mundial, también quería abrazarse con alguien más: “Recuerdo que cuando el italiano Gonella pitó el final, Omar Larrosa pegó un salto y me dijo: ‘Leo, campeones’. Y nos abrazamos. La gente cantando, festejando y yo pensando en mi hermano”. Hoy, por fin, podrán reunirse.
Farid Barquet Climent