“El Cazador”, un melancólico ex delantero del Ferrocarril San Martín, recibe la noticia del asesinato de un joven fanático del club. Shockeado, lo primero que se le viene a la mente es que a ese hincha le debía su apodo. Novela por entregas, cada martes un capítulo nuevo. Escribe Lucas Bauzá. 

“¡Encaralo, encaralo que es horrible!”

Hincha anónimo del F. S. M., Leandro N. Alem 2 – Ferrocarril 0 (2008)   

  -Me fui yo y quedó todo como está.

-Estoy en silla de ruedas, pelotudo. ¿Qué querés que haga yo solo?

-¿Pero reconocés eso, al menos? Que desde que me fui quedó todo frenado, que vos no hiciste más nada.

-Y más vale que te lo reconozco. Si es lo que pasó. Te piraste la otra vez y chau, tenía que esperar a que se te pasara. Además… Pará un poco, vamos a tomar un trago, a relajarnos un toque.

-Ningún trago, no. Acá hay que estar bien careta porque algo va a pasar. Entró Román con un fierro a matarlo al otro pelotudo, ¿vos te pensás que no va a haber cachengue?

-¿Pero cachengue de qué, paspado? Si hasta se terminó jugando el segundo tiempo y todo… Contame un poco de Jazmín, loco, dejá de romper las pelotas con el Furgón si ya nos re cabió.

-¿En qué sentido?

-¿En qué sentido? En que después del papelonazo de la otra vez quedamos menos diez. ¿Vos ya te olvidaste de todo lo que dijiste? A media platea le dijiste que te chupara la verga. Pero te olvidaste, para eso sos rápido. Y no tenés idea del quilombo que nos dejaste.

-Sí, soy rápido para eso, seguro… ¿Y vos?

-¿Yo qué, gil?

-La concha de tu hermana…

  Me frené. No sabía cómo decírselo. Llevábamos quince minutos en el living de su casa y parecíamos dos extraños, hablando a varios metros de distancia y sin compartir ni un vaso de agua. 

-Manuel. ¿Qué pasó con Dardo?

-¿Cómo qué pasó?

  Me escondí la cara con las manos porque no me salía hacer otra cosa.

-¡Dale, con esconderte, la reputa que te parió! Hablá de una vez, me estás mirando como un enfermo desde que llegaste.

-La concha tuya. ¿Qué pasó con esa plata?

-¿Qué plata, de qué hablás?

-Los dólares que te debía Dardo. Vos le dijiste a Don Balma que le ibas a meter un tiro en la cabeza.

  Se le desfiguró la cara. 

-Ah, pero vos sos más pelotudo que las gallinas, chabón. Te juro que si pudiera…

-No te acusé de nada todavía.

  Empezó a saltar en la silla, agitando los brazos y revoleando la mirada hacia los costados como si estuviera buscando algo. Cuando lo encontró, se contuvo.   

-¡Todavía chupame bien la poronga! Sentate ahí y nos boxeamos de silla a silla.

-Explicame bien, no te hagás la loca –mantuve la calma, viéndolo cruzar el living para acercarme una silla.

-¿¡Que te explique qué?! ¡Sentate acá y vení a pelear! ¡¿Loca?! ¡Te voy a romper la cabeza, la concha de tu puta madre! Te mato. Te mato, hijo de puta, sentate en esta silla, vení. ¡Vení! 

-Cuando termines el showcito, me explicás y me voy a mi casa –le respondí, sin dejar de caminar porque me venía persiguiendo.

-¿Explicarte a vos? Si sos un imbécil. Vos lo que merecés es que te recague bien a trompadas para que aprendas. No…

-¿Cómo se enteró el Viejo Bustos que yo estaba en el bar? ¿Quién pija nos siguió aquella vez? ¡Si yo no hablé con nadie! Explicá eso.

-¡Y yo qué sé! –me gritó, tirándome con un vaso que estalló contra la pared. 

-¡¿Por qué nadie nos vino a buscar después?! ¡¿Por qué no hay nadie preso, nadie nada?! Boludo: ¿me vas a decir que a alguien se le ocurrió seguirnos porque sí? Acá a Dardo lo mismo, con las cámaras… Nadie vio una poronga.

-Ah, ya sé. Entendí, entendí… Por fin te dio bola una mina y ya te llenó la cabeza con pelotudeces… Dale, dale, acusame tranquilo –se agrandó, golpeándose el pecho y deteniendo la marcha.

  Volví al sofá. Estábamos a unos cinco metros.  

-No te estoy acusando. Pero, boludo: hay muchas casualidades. Muchas, muchísimas. Lo del Viejo Bustos en el bar no se explica. Desaparezco veinte días, caigo a verte y aparece el Viejo a los cinco minutos… Me corrí del bardo y chau, no pasó más nada.

-Vamos a hacer una cosa: yo ahora te voy a cerrar bien el papo, bien pero bien cerrado te lo voy a dejar. Después te voy a tener que cagar a trompadas. Y después vos te vas a parar y te vas a ir a tu casa. No te quiero ver nunca más. Nun – ca más. Vos cruzaste un límite. Ya te lo dije aquella vez: amigo, ojo que vos venís re limado, vas por ahí con la capa del Cazador, te creés el pibe maravilla y al final sos terrible mogólico. Lozano tenía razón. Yo ahora te explico todo. Todo, o por lo menos todo lo que puedo explicarte, porque lo del Viejo no tiene explicación. Y si tengo razón, si yo te cierro el papo, vos te sentás en esa silla y nos recagamos bien a trompadas.

-Bueno, dale.

-¡¿Dale?! Mirá que te voy a romper bien la trucha, eh.  

  Se acercó con lentitud hasta el otro lado de la mesa ratona. Sacó el teléfono. Entró en Whatsapp.

-Tomá, imbécil. Poné los últimos tres audios. Los míos, los de Dardo, vos escuchá todo.

  Puse play. El primer audio era del miércoles 2 de enero y duraba cinco minutos y medio. Ahí Dardo le pedía perdón por varias cosas: por la deuda, por haberlo esquivado durante meses y por esa tocada de culo que significaba haberse reunido en el bar conmigo como si no pasara nada entre ellos. Tenía una excusa válida, que era lo mal que iba el puesto de diarios de sus padres, y la había acompañado con una explicación de su personalidad: estaba desesperado y reaccionó como lo que era: un pendejo pelotudo. Pero al final había comprendido la gravedad de la situación, y estaba dispuesto a devolverle hasta la última moneda.

  El audio con la respuesta del Santo duraba medio minuto.

  “¿Qué hacés, cabeza de pija? Sí, eso lo vamos viendo, vos quedate tranquilo porque es lo de menos. Lo que pasa acá es que no podías andar haciéndote el boludo como lo hiciste. Ya está, no pasó nada. Me alegro de corazón con este mensaje, de verdad te digo, me cambiaste el día. ¿Pero ves que sos un pajero, no? Porque si venías y nos sentábamos dos minutos íbamos a llegar a esto mismo, a que Santopietro es lo mejor que le pasó al barrio y nadie se lo valora.” 

  El segundo audio de Dardo duraba otros cinco minutos, y se repetía en pedidos de disculpas, arrepentimiento y agradecimientos. El cierre del Santo era idéntico al que había usado conmigo cuando le choqué la camioneta: “No, gracia a vo”.

  Apoyé el teléfono con cuidado sobre la mesa ratona, me prendí un cigarro y miré en dirección al patio trasero.

-¿Por qué nunca me dijiste que Dardo te debía plata?

-Porque sos un boludo que vive idealizando a la gente y después te recagás a golpes. Y al único que tenés que idealizar, que soy yo, no lo idealizás.

-¿Y qué hablaste con Don Balma?

-¿Qué hablé cuándo? Le dije que agradeciera que no le metía un tiro en la cabeza, pero fue una manera de decir.

-No, el día que muere Dardo. ¿Qué le dijiste de la deuda? ¿No le mostraste esto?

-¿Pero vos sos pelotudo? ¿Para qué le iba a mostrar esto? ¿Para que dijera que soy buena persona? Ya está, ya fue. Se lo digo más adelante, se lo mostraré y le diré “Miré, Luis, al final el pibe era un señor”.

-Se lo tendrías que haber mostrado, Manu.

-¿Qué Manu, la concha tuya? ¿Qué Manu? Y además yo se lo voy a mostrar después, cuando sea el momento. ¿Y qué… Vos qué carajo me decís que tengo que hacer yo?

-Y, boludo… Esta gente

-Ningún esta gente, la concha de tu madre, ¿qué me venís con esta gente? Ahora, vení. Sentate acá que te rompo bien la trucha –me invitó, acomodando una silla de frente a la suya.

-No nos vamos a pelear.

-¿Ah, no? Te voy a romper la cabeza por mogólico.

-Yo me siento pero no me pienso pelear –murmuré, poniéndome de pie para ver si se arrepentía.  

-Problema tuyo, no mío.

-De verdad te digo. Me siento y vos verás.

  Empecé a caminar.  

-Sentate y vas a ver. Encima que te acompañé en todas ahora me venís con esta… Mirá vos.

-No me vas a pegar, boludo. Dale…

-Cumplí tu palabra y plantate.

-Dale, Manu –le rogué, acomodando la silla.   

-Sentate. Porque vas a aprender a no andar boqueando. Mejor que te eduque yo y no otro.

  Me senté, con las manos en la parte inferior del respaldo.

-Pero estaba lo de las cámaras. Lo del Viejo. El pelotudo sos vos al final, andás diciendo un tiro en la cabeza, que le voy a meter un tiro en la cabeza… Aclará, pelotudo.

-Parate de manos.

-Aclará, porque la gente ve cualquiera, boludazo.  

-¿Te vas a parar de manos o no? ¿Me acusaste? Ahora bancatelá como un duque.

-No, no me voy a parar. El audio no me sirve, ¿qué onda acá con lo del Viejo? Vos si querés pegame, allá vos con tu conciencia, pero entendé que mi  

  Me sirvió un derechazo en el ojo que me acostó en el piso, con silla y todo.

-¡¡Aggghh, la concha de tu madre, Santopietro!!                  

 Empecé a retorcerme, a patalear, a intentar paliar el dolor con las manos, con el hombro, con el piso, pero era imposible. Nunca me dolió tanto la cara en toda mi vida.  

-De la tuya, Rodríguez. De la puta de la tuya.

-Traeme algo, hijo de puta.

-Ahora te la llamo a Jazmín así te viene a acariciar… Qué lo re parió, eh –lo escuché lamentarse, alejándose en dirección a la cocina–. Unos días juntos y ya mete cizaña para separarte de tu mejor amigo.

-Callate, pelotudo. ¡¿Cómo me vas a pegar así?! ¡Enfermo de mierda!

-Igual la entiendo –siguió hablando desde una lejanía indefinida–. Justo se dio esta casualidad, yo qué mierda iba a saber que esto de la guita los iba a hacer ver fantasmas donde no los hay. Encima boqueé al pedo, yo también le digo al viejo que le iba a meter un tiro… Ni me acordaba, boludo… Pero de caliente, si estaba re caliente con el pendejo este, también.

-Y sí.

-Vos cerrá el orto –me retó, ya desde muy cerca–. Porque yo a ellos los entiendo, más vale que los entiendo. ¿Pero a vos…? A vos no, pedazo de hijo de puta, paranoico, falopero, kirchnerista olor a culo, cabeza de tacho… Tomá, la concha de tu madre, ponete eso –finalizó, tirándome una bolsa llena de hielos.

  Abrí el único ojo que podía y me incrusté los hielos en el pómulo izquierdo sin escalas. Cuando pude, fui derecho al baño a mojarme. En el espejo, vi que la cara del viejo Argante había sido arrasada. Tenía un ojo inflado, colgajos de piel cobriza desprendiéndose desde la frente, y el pelo negro asomado y mezclándose entre los que Jazmín me había injertado en la nuca. 

-¡La concha tuya, Santopietro!

-Vení, dejá de llorar y contame qué carajo… –carcajeó con ganas–  Contame por favor qué pija fuiste a hacer así al Andén. Estás de la cabeza, boludo, vas a terminar en el Borda.

  Volví al living con los hielos cubriéndome media cara. Acepté el whisky y me lo bajé sin pudor. Prendí un cigarro de los suyos. 

-¿Cómo me vas a pegar semejante trompada, pedazo de infeliz?

-Jodete. Contame, dale. 

-Fui a chusmear, boludo. ¿Cómo me sacaste la ficha? 

-Si te paraste como te parás vos, zángano. Era más obvio que la mierda.

-Callate, si sos el único que me reconoció. Quedé duro cuando vi lo de Paz, boludo. ¿Qué pasó cuando me fui?

-Nada. Hicieron como si nada. Y el fierro chau, se esfumó.

-Docabo también tenía un fierro.

-Lo vi. Todos lo vimos. El Toti también apareció con uno.

-¿El Toti? ¿Y qué pasó con Román y el otro sorete?

-Al hospital los dos. Y con la gorra al lado.

-¿Con la gorra?

-Y… Intento de asesinato, mínimo. Hasta la pichila.

-Ay, boludo, cómo me está doliendo esto, la concha de tu tía.

-Después apareció el Chelo.

  Le indiqué con un gesto que siguiera.

-Cuando nos estábamos yendo lo vimos ahí en la rosca, hablando con el Bebi y con Cuco.

-¿Y?

-Y yo qué sé.

-Ahora… ¿Qué onda, boludo? ¿Qué onda con Paz, boludo, con Sánchez Morando? Cuando Román pasó, porque lo vi desde el baño y ya estaba de la gorra, venía limadísimo, limado limado eh, dijo que querían vender la cancha y hacer edificios ahí nomás.

-¿Qué?

-Te lo juro. No lo escuchó mucha gente. Pero lo dijo.

-Entonces estaban re metidos los dos hermanitos. Eso ya lo sabíamos. Y si fue a buscar a Morando, así, de una, es porque también está hasta la tanga. ¿O no?

-Sí. Los Paz, Sánchez Morando y Thiago. ¿Pero por qué no lo encaró al soretito de Thiago? La concha de su madre, boludo, qué bardo…

-No, ningún bardo. Matías y Román, por un lado, y Thiago Solís y Morando. Los cuatro estaban metidos. Matías mandó al frente a Thiago, y con lo de hoy quedó clarísimo que Román mandó al frente a Sánchez Morando, porque fue derecho a bajarlo a él. Y tiene que haber más.

-Ajá.

-¿No hablaron nada de lo que gritó Román Paz? ¿Nadie dijo nada de eso?

  El Santo cabeceó negativamente.

-Porque los pibes del Zurdo lo escucharon. El Zurdo, el Mocoso, el Dengue, estaban ahí. Y yo te juro que lo escucharon. Lo escucharon clarito, Manu.

-Ningún “Manu” todavía. A mí decime señor Santopietro.       

-Dale, forro.

-¿Qué forro?

-Tenés razón. Disculpame.

-¿Cómo?

-Disculpame. De verdad. Perdón, chabón.

-Bueno, hasta que te animaste a pedir perdón.

-Es que cerraba re clarito.  

-Sí, seguro. Ah, tengo una novedad: apareció el Bola.

-¿El Bola? ¿Dónde?

-En La Olla. Vive ahí, se puso una parrilla en la puerta de la casa.

-¿Cerca del Mosca?

-Ni idea. Supongo, porque lo vio él. Después preguntale.

-Sí, de una. Así que estaba en La Olla…

  Le sonó el teléfono. Era Camila.

-Ya enseguida me tengo que rajar –me avisó después de cortar.

-Dale, no hay drama.

-¿Qué vas a hacer con eso que tenés en la cara?

-¿Me dejás que me lo saque acá? Y me tenés que pasar ropa.

-Ah, yo te preguntaba por la mano de nocaut que te calcé.

-La concha bien de tu madre… Te juro que te cagaría a trompadas.

-Vení, dale, que te tapo el otro ojo.

  Lo miré con ganas.   

-Pero te va a quedar chica.

-¿El qué? –le pregunté de mala manera.

-La ropa mía, ganso. 

-Ah, igual, pasame algo. Me vuelvo a cambiar en casa y te la llevo al bar.

-¿Te venís? Pasate y nos tomamos algo, boludo, sin rencores. ¿Mañana qué hacés?

-Empecé a laburar otra vez, boludo. Tengo seis cursitos.

-Ah. Bueno, bien ahí.

-Y sí. Ya fue con el bardo… Vamos a dejarla acá, ya demasiado quilombo tuvimos.

-Si vos lo decís.

-Dejemos que se maten entre ellos. Y que se metan el club bien en el orto.

-Andá a bañarte, dale. Si mañana te tengo en el bar diciéndome que hay que ponérsela a tal.

-No, boludo. Te juro que no. Estuve todo el mes igual, re tranqui… Si te digo que ya fue, es porque ya fue.

-Te mandaste al Andén disfrazado de viejo, paspado, es más fuerte que vos. Y si estuviste todo el mes afuera fue porque no me querías encarar a mí, porque sos terrible cagón, no porque te hayas cansado del bardo… Te conozco como si fuera tu psicólogo.

-Puede ser. Igual no quiero saber más nada.

-Andá a bañarte y la seguimos en el bar Puedeser, dale que se me está haciendo tarde.

  A la salida del baño lo encontré nuevamente hablando por teléfono. Le había cambiado la cara. Estaba excitado.

-Mamita, posho… –dijo al cortar.

-¿Qué onda?

  Sonrió, irónico.

-¿Qué onda? Reunión de consorcio en el restorán del hijo del Bebi.

  No entendí. Mi cara se lo avisó.

-Lozano nos quiere a todos en el restorán, hoy a las siete. A todos. Le dijo a Juan que vos tenías que ir sí o sí.

-¿Yo?

-Escuchá el audio que le mandó.

  Me acerqué al teléfono.

  “Entonces quedamos así, Juancito. No puede faltar nadie… Tampoco me vas a venir con el hijo del primo del Gordo. Todas caras conocidas, lo mismo que le dije al Zurdo porque si no aquellos me vienen con sesenta negros olor a pata. Yo conté a siete: vos, Sancho Panza, el Teniente Dan, el Mosca, los dos Rodríguez y el pibe este Cóceres. Y sí o sí traemeló a tu primo el Cazador, eh. Lo quiero acá a ese turrón. ¿Estamos?”.

  Me derrumbé en el piso, mareado por el vértigo. Sentado como un indio, le manoteé otro cigarro y lo fumé en silencio. No hacía falta, pero quería ponerlo en palabras.  

-Este nos sacó la ficha, Manuel. Este gordo hijo de puta nos sacó la ficha mal.

  Me miró con algo parecido a la pena.

-¿Algún día vas a dejar de flashear que sos el centro del mundo?

-Ah, ¿no escuchaste lo mismo que yo? ¿No le escuchaste ese tonito?

-Largá el paco, marmota. Te quiere ahí porque te extraña, porque lo inspirás.

-¿Yo lo inspiro?

-Y sí. Si no te tiene enfrente, Lozano juega a media máquina.

Lucas Bauzá

Twitter: @rayuelascometas

Diseño de imagen por Lucas Vega, pueden encontrar más sobre él en Estudio Bosnia.

Ilustraciones en el texto por Nach.

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