Un 28 de abril de hace 27 años la Selección Argentina sub 20 se consagró campeón mundial en Qatar ’95. De la mano de una camada de jugadores citados por José Pekerman, el fútbol de nuestro país emprendió la edificación de un nuevo proyecto que concentró su atención en la formación y en la inyección de valores: comportamiento, educación, profesionalismo, respeto y dedicación. Escribe Gustavo Grazioli.
“Si te pegan una patada, responde con un caño”, fue el leitmotiv que se grabó a fuego en la primera experiencia victoriosa del ciclo Pekerman en las juveniles argentinas. El salto de calidad fue notorio y proyecto mediante, aquellos jóvenes que vistieron la albiceleste lograron limpiar la imagen de una Selección que a nivel mundial venía trastabillando con el fair play y la buena conducta: el antecedente más claro fue el mundial de Portugal 1991.
Pekerman asumió la responsabilidad de esa Selección con poca experiencia como técnico y frente a un comité evaluador a nivel nacional (los hinchas de fútbol no son huesos fáciles de roer) llevó adelante el proyecto con el que se presentó en la AFA y con el que se posicionó por encima de dos nombres que ya habían levantado bandera de fútbol de autor. La referencia es nada más ni nada menos que para Carlos Griguol y Jorge Griffa. “Fue sumar la fuerza que necesitábamos para conseguir la idea del apoyo total para las selecciones juveniles. Que los argentinos volviéramos a creer en las divisiones inferiores como fuente de recurso. Fue un logro, un gran logro, haber conseguido que otra vez se le diese valor al mundo del fútbol juvenil”, reflexionó Pekerman en una entrevista que dio para La Nación.
Los nombres de la proeza en Qatar fueron Joaquín Irigoytía; Gustavo Lombardi, Sebastián Pena, Juan Pablo Sorín y Federico Domínguez, Mariano Juan, Guillermo Larrosa, Walter Coyete, Ariel Ibagaza; Francisco «Panchito» Guerrero y Leonardo Biagini. Y completaron el plantel: Gastón Pezzuti; Diego Crosa, Cristian Fabián Díaz, Julio César Bayón, Christian Chaparro, Germán Arangio y Andrés Garrone. Los chicos levantaron la copa un 28 de abril de 1995 después de ganarle la final a Brasil por 2 a 0 con goles de Biagini y Guerrero y fueron los que continuaron la historia que había iniciado la camada que ganó el Mundial juvenil de Japón ‘79 con Menotti al mando y Maradona y Ramón Díaz como protagonistas.
El trabajo colectivo fue lo que predominó en este equipo. A diferencia de la Selección que ganó en Malasia ‘ 97, donde primó más la jerarquía de jugadores que luego veríamos dejar su sello por el mundo (Riquelme, Aimar, Scaloni, Romeo, Placente, Markic), en el plantel del ’95 se construyó un trabajo en grupo en donde la suma de las partes fue lo que determinó el camino al éxito. Fue la universidad de la transición. «Nuestro mejor resultado era lo colectivo, lo que conseguíamos entre todos. En comparación con otras categorías, quizás eran individualmente superiores a nosotros y así fueron apareciendo Riquelme, Aimar, el ‘Kun’ Agüero, Messi… ellos se impusieron en la competencia por los lugares en la selección mayor. Pero nuestro valor era otro, nosotros éramos el conjunto», dijo Lombardi en una entrevista en La Nación.

El punto clave de este plantel y del cuerpo técnico, además de lo colectivo, se podría encontrar en los pilares que levantaron la estructura futbolística de la celeste y blanca y terminaron por dejar atrás ciertos dogmas anquilosados. Uno de los continuadores de esa visión que arrancó en Qatar ’95 y pergeñó una cantera de juveniles exitosos, es Pablo Aimar. El actual DT del Sub 17 insiste con volver a jugar como en el potrero. Tirar un caño y dejar fluir la creatividad por sobre la razón constante y los detalles milimétricos. “Es muy probable que no haya jugadores creativos si todo es automático y si a uno que gambetea con 15 años le decimos que no lo haga si la pierde 2 ó 3 veces. A esa edad la van a perder 2, 3, 5 o 10 veces”, reflexionó en un congreso magistral del que fue participe como expositor.
El ex enganche de River y Valencia de España también realizó una comparación: “El fútbol no es ajedrez. La torre va siempre para adelante y los costados. El caballo también hace siempre los mismos movimientos. En fútbol no. Ellos tienen que equivocarse. Si nosotros a esas edades sólo jugamos tácticamente no podemos esperar jugadores creativos. Y vuelvo a la defensa atrapada atrás, eso lo destraba un creativo. Uno que se imagina algo diferente. Tenemos que dejarlos y permitirles equivocarse, sobre todo a la edad que estoy yo, que son niños jugando al fútbol.»
Gustavo Grazioli
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