“El Cazador”, un melancólico ex delantero del Ferrocarril San Martín, recibe la noticia del asesinato de un joven fanático del club. Shockeado, lo primero que se le viene a la mente es que a ese hincha le debía su apodo. Novela por entregas, cada martes un capítulo nuevo. Escribe Lucas Bauzá. 

“Muchachitos y muchachotas: fue un placer haberlos dirigido durante este tiempo, pero decidí que es el momento de dar un paso al costado”.

Antonio Romero, charla posterior a Ferrocarril San Martín 4 – Cañuelas 0 (2016)

  -Sí, Fabricio. Ah, hola, Lozano. Soy Valentín. Te quería avisar que acabamos de decidir que vamos a renunciar a las elecciones, no vamos a participar. Así que bueno, solo era para decirte eso… Se pueden meter el club bien en el ojete, vos y toda tu gente: tus pistoleros de mierda, tus buches y el viejo bufarreta que tenés de guardaespaldas, como todo cagón. Chau, la concha de tu puta madre –lo despedí, dejando el teléfono a un costado.   

  Tres horas atrás, me había dejado aturdido, con la cara ardiendo y el cuerpo preso de un temblor que no podía controlar.

-Valentín –me había hablado mi primo con sequedad, en la vereda del restorán–. Estamos yendo a lo de Totó. ¿Venís?

-Vivo ahí, Juan.

-Sí, vamos –respondió el Santo por mí.

  Ya en el patio, con toda la Agrupación presente, creí que el mejor lugar a ocupar era el de la parrilla. Mientras los pibes cruzaban las primeras impresiones del unipersonal de Lozano, prendí el fuego para tirar una faldita con los oídos puestos en lo que decía una sola persona. Habíamos acordado un movimiento de pinzas: el Santo lo atacaría de frente y, cuando llegara el momento oportuno, yo aparecería por atrás.

-No, muchachos… Lozano es tan cínico como el hijo de puta del viejo Solís. ¿No vieron que quería que diéramos explicaciones de Román? –habló Juan.

-Un caradura, boludo –se sumó el Mosca.

-Pará. ¿Y el final? Eso de acusar a Valentín.

-Cualquiera. Le pidió perdón –siguió mi primo.

-¡Le pidió perdón! Cabeza, Lozano te pidió perdón… ¿Qué onda, vos le creíste?

-Sí, Gordo –respondí.  

-Bué…

-Pero sabés que yo también, Mosca. Esa parte sí, se hacía el buenito, el hijo de puta –murmuró Fabricio, algo confundido.

-Pero después dijo que a Matías lo habíamos matado nosotros –volvió a cargar el Mosca contra Lozano.

-Eso no, boludo. Flasheó cualquiera ahí, si me peritan el teléfono van a encontrar altas pornos, nada más –se sinceró el Gordo.  

-Re perseguido, el falopero.

-Lo de Sánchez Morando se veía venir –dijo Ezequiel.

-Lozano es un zorro –intervino el Santo–. En vez de hablar de Thiago y de Morando se puso a hablar de nosotros, direccionó todo como quiso.

-No sé cómo le da la cara.

-Además ¿quién va a matar a Matías por esos terrenos? Que se los metan en el hoyo.  

-Encima dijo que las canchas estaban bárbaras y los pibes contentos…

-Un caradura hijo de puta –lo definió el Mosca.  

-Lo que es verdad es que no está en el día a día –dijo Ezequiel–. Lozano no está en el día a día, eso me pareció creíble, ¿o no?

-Sí…

-Pero está Docabo, lo tiene a Cuco, están los del Zurdo. Le llega, a Lozano le llega todo, olvidate.

-¿Habrá hecho lo del teléfono de Valentín o chamuyo? –se preguntó Juan.

-Chamuyo, cabeza.

-Más bien que fue chamuyo –se sumó el Mosca.   

-No sé, eh –dudó Fabricio.

-Ese día estuve acá, escabiando con el Santo.

-Ajá. Se vino a la tarde y estuvimos hasta tarde, y de ahí nos vinimos a casa.

-Con dos minas –dijo Ezequiel.

-¿Por qué habrán salido con esa? Acusarnos a nosotros… A nosotros, boludo, que no… La flashearon mal –se indignó el Mosca, muy activo. 

-Ese fue el Bebi –arriesgó Juan.

  Me alejé hasta el freezer del galpón para sacar un poco más de carbón.

-Yo no entiendo una chota. La verdad que lo de hoy… Primero lo de Román, lo de Morando, la reunión que armó el Chelo. La flashearon en todo sentido, parecíamos los de El Padrino 3.

-Alta movida se mandaron –dijo Ezequiel.

-Alta –repitió el Santo, que mostraba su acuerdo con todo lo que decía el otro.

-Igual estuvo divertida.

-¡Pará! ¡¿Y la explicación de los fierros?!

-En esa lo banco. 

-Yo también.

-No sabía cómo dibujarla.

-No, la hizo bien. Es abogado el gordo, la llevó bien esa parte.

-Qué hijo de puta… “No somos carmelas descalzas”.

-No, peor la otra, la del fierro… “¿A quién le mostraron un fierro alguna vez?”. ¡Al

-¡Vos al Cazador, hijo de puta!

-¡¡Jajajaja!!

-Jajaja, qué chabón.

-¿Por qué no se la tiraste, Caza? –me preguntó el Mosca, viéndome regresar.  

-Me moría ahí –dijo Ezequiel.

-Vos sabés que yo casi la tiro… A esto estuve, cabeza…  

-A mí se me cruzó decirlo en joda, pero no daba –se sumó Fabricio.  

-¿No te dio para decírsela ahí nomás, cabeza?

-No, ni en pedo, Gordo… –respondí, colocando el carbón a un costado de la parrilla mientras prendía un cigarro.

-Santo, me hiciste cagar de risa en ese momento –dijo Ezequiel.

-Sí, la tiré pero bajita –le respondió el Santo.

-Me había olvidado de esa.

-Ahora, el Bebi es un sorete peor –cambió de tema Juan.

-Mal –dijo Ezequiel.

-Qué viejo que quiero ver muerto de una vez –soñó el Mosca en voz alta.

-Me parece que está todo podrido entre ellos –dijo Ezequiel–. Entre Lozano y el Bebi. ¿Los vieron discutiendo en el club?

-Sí.

-Lo de hoy no es joda –continuó Ezequiel–. Y a Lozano no le gustó un carajo, eh.

-Vos estuviste bien.

-Muy bien.

-Sí –agregué.  

-La verdad que diez puntos –se sumó el Santo, condimentándolo a gusto.  

-Olvidensé que después de la charla del Andén y antes de empezar en el restorán, se volvieron a juntar –cambió de tema Ezequiel, con humildad.

-Y sí. Dijeron

-Dijeron “Hacemos esta con los guachos del Ferroviario y después arreglamos entre nosotros”.

-Sí –asintió Ezequiel–. Hoy a la tarde le dije a Fabri, ¿o no?

-Sí, me la cantó.

-“Fabri”, le tiré… –continuó Ezequiel, comenzando a agrandarse–. “Acordate que Lozano se amaneció con la noticia. Román nos cagó por un negocio que tiene que ver con el club. Fue a los mangos, y me corto las bolas que Lozano y Cuco no saben nada”.   

-No se sabe todavía –advirtió el Mosca.  

-Sí que se sabe –lo refutó aquel, ya definitivamente agrandado–. Lozano es todo lo que vos quieras, pero no lo veo transando con Sánchez Morando. Un tema de piel, Mosca.

-Morando estuvo muy audaz –analizó Juan.

-Muy. Se la jugó y no le salió tan mal.

-Más o menos, Mosca. Al club no vuelve.  

-Che, ¿dicen que Thiago no sabía nada?

-Es un soretito, sí, la re sabía.

-Sí, sí, Thiago estaba metido en esa –concluyó Ezequiel, con el tono del que se siente autorizado a desechar o confirmar hipótesis.

-Hijo de puta…

-Ahí puede estar la bronca entre el Bebi y el Chelo. Porque si Thiago se arriesgó a bancarlo en algo así, fue porque tenía el visto bueno del abuelo.

-Y sí.

-Y Lozano se dio cuenta, lo sabe, no es boludo. Lo habrá hablado aparte.

-Ahora –pidió la palabra el Santo–, ¿y si Román dijo lo que dijo por el Andén?

-¿Cómo?

-Estás diciendo que todo lo del Tanque sea un chamuyo de Lozano.

-Sí, Gordo.

-No sé –relativizó Ezequiel–, Santo. ¿Quién escuchó eso, los de Las Tunas? Estaban uno más falopeado que el otro.

-Podría ser –metí un bocadillo–. ¿Por qué no? Ya hay una deuda terrible, a eso sumale lo que el gerenciamiento no está pagando.

-Cinco millones en total.

-Más.

-No, Valen… Morando no se va a quemar así.

-¿Por qué no, Juan? Si el Teja ya estaba diciendo que se iba a ir a vivir afuera por lo que pasó hoy.

-Son, chusmeríos. ¿Qué puede saber el Teja de la vida de Sánchez Morando?

-Disculpame –me habló Ezequiel–. ¿Vos querés plantear que vino a quebrarnos a propósito?

-Sí.

-Mmm…

-No tienen la espalda política para hacer algo así –observó Ezequiel–. Nadie que conozca, y que haya participado de esta reunión, tiene la espalda para hacer algo así.

-¿No?

-Por supuesto que no. No es joda borrar una cancha así, de la nada –continuó–. Imposible.    

-Para hacer algo así tendrían que estar metidos todos.

-Tendría que estar metido el municipio.

-No, la provincia –corrigió Ezequiel–. Habría que ver los códigos de zonificación, habría que ver cuál es el límite de construcciones, estamos muy cerca de Campo de Mayo y no es que uno construye torres donde se le canta, hay pistas de aviones acá nomás.  

-Ah…

-Olvidensé –pidió Ezequiel–. No lo veo a Lozano cagándola así.

-¿Cómo que no? –saltó el Santo–. ¿Cuánto vale el Andén? Millones de dólares.

-Millones y millones. Diez millones, ponele.

-Menos.

-Más.  

-¿Y no lo ven a Lozano tentado con una jugada así?

-Sí, se puede tentar –concedió Ezequiel–. Pero uno, no le conviene. Y dos, es imposible. Llamás a Asamblea Extraordinaria y les ganás. No tienen chances. Las Tunas se le dan vuelta, ¿no lo vieron al Zurdo?

-Pero si lo

-¿Y si al Zurdo lo compraron?

-El Zurdo ya está comprado.

-Pero Juan creo que lo dice en el sentido de “Tomá, Zurdo: veinte mil dólares. Mirá para otro lado” –metí otro bocadillo.

-Claro.

-Siempre y cuando el club no quiebre –aceleró el Santo–. Ahí no hay Asamblea Extraordinaria que valga.

-Y ahí que venga una Sociedad Anónima.

-No, Mosca –me metí–. Peor. Un órgano fiduciario, un interventor como fue la Ripoll en Racing.

-Un juez.

-Un juez, sí –afirmé.

-Quiebra el club, agarra un interventor y manda a rematar la cancha –les explicó el Santo.

-O la sede.

-O la sede. Pero eso no va a pasar. La cancha sí, en un escenario así como el que están diciendo, la cancha va al muere.

-La sede es intocable.

-Ya estamos flasheando.

-No, ¿qué flash? El Cazador por ahí tiene razón. Paren un segundo, déjenme pensar.

-Cagamos.

-Tirame la goma, Fabri –se ofendió el Mosca–. Paren: vamos a analizarlo así, como están diciendo ellos dos. Sánchez Morando va por la cancha. Compra a los Paz, les promete algo, ahí pongamoslé que el Chelo tiene razón. Va armando la onda para un posible escenario de quiebra, aliado con el Bebi y con Thiago. Primero nos da el dulce con los jugadores, pero todos con contratos altísimos.

-Sí.

-¡Pará! Contratos impagables, que Cuco nunca pagó y que desde ahora Sánchez Morando tampoco. También está lo de los terrenos del Tanque, que por ahí Milman un día nos cobra o por ahí no. Y eso, más todo lo que el club arrastra de deuda. Casi seis palos.

-Hoy son cinco millones y monedas.

-Ya sé, Juan, ya sé, estoy hablando de junio, y sin contar que Milman nos caga con el contrato trucho del Tanque. Pará, dejame a mí. Listo, sin contar eso, llegamos a junio debiendo casi seis millones de pesos. El club va a la quiebra por tres motivos: la deuda del Bebi, la deuda de Sánchez Morando con el gerenciamiento y la deuda de Cuco, que es lo mismo que decir la deuda de Lozano. 

-Y ahí, en ese escenario de quiebra –intervino Ezequiel–, doy fe de que Sánchez Morando padre, el viejo garca que dijo Lozano, tiene la capacidad de levantar el teléfono y decidir quién va a ser el juez interventor.

-¿Vos decís?

-Sí –respondió Ezequiel–. Y ese hipotético juez es el que toma la decisión de decir se vende la cancha o se vende la sede.

-La concha de su madre.

-Eso es política pura –explicó, viendo que nadie decía nada–. Esos cargos se chamuyan, se rosquean al mango, con guita o lobby podés meter al que se te ocurra. Y los Sánchez Morando pueden meter a su jardinero, si quieren.

-¿Y ahí qué hacés con la monada de Las Tunas?

-Corrés del medio a los caciques –razonó–, si los demás no sirven para un carajo. Ni veinte mil… con cinco mil dólares por pera a los cuatro o cinco que van más al frente, chau.

-El Zurdo, el Dengue, el Mocoso, Chila, Bebeto.

-El Teja.

-Pero si muerden los de Las Tunas es porque Lozano quiere, Equi, no se pierde una revoleada así ni en pedo –lo cuestionó el Santo.

-Repito lo que dije hace un rato –se plantó Ezequiel–: no me imagino a Lozano haciéndole la cama al Furgón. Y te digo algo más: creo, creo, no estoy seguro todavía, que Lozano vio esto que estamos viendo nosotros. Lo vio, algo intuye. Y ahí van a sangrar un par de culitos, porque para semejante movida tiene que estar metido el oficialismo de Almafuerte. El PRO.  

-No hay chances que Lozano y Docabo se queden afuera.

-Yo dije Lozano. Docabo tranquilamente lo puede estar traicionando –sorprendió Ezequiel, obligándome a acercarme a la mesa.

-¿De qué hablás, chabón? –le preguntó el Santo, atento.

-De política. Es política, hay elecciones, y creeme que hay más traiciones de las que te imaginás. Lozano y Docabo se clavan puñales todo el tiempo –volvió a sorprender.

-¿Y entonces, si es como vos decís, quién mató a Matías y para qué? No hay explicación con eso. Menos con lo de Román. ¿Por qué nos apuró Lozano?

-Y con lo de Dardo… ¿Tendrá que ver o estoy tirando cualquiera?

-Sí que la hay –respondió Ezequiel a la primera pregunta de Fabricio–. Lo de Matías es clarísimo, gente. Clarísimo. Piensen como yo un segundo, y tengan en la cabeza que Lozano no tiene nada que ver con la venta de la cancha. Ya sé que cuesta, pero háganme la segunda con esta línea. Hagan de cuenta que él no sabe nada y que lo que le contaron hoy Milman y el mismo Sánchez Morando es mentira.

-Dale –se prendió el Santo.

-Perfecto –se alegró Ezequiel–. Si Lozano no tiene nada que ver, entonces, gran parte de lo que contó en la reunión es la verdad. Su verdad. Su verdad… Bueno, piénsenlo así: alguien se dio cuenta de todo, se enteró que había gente que quería mandar al club a la quiebra para vender la cancha, tal como dijo Lozano hoy, pero en lo que se equivocó Lozano es que lo hizo por el predio. Y nadie mataría por el predio. Nadie. Pero por la cancha sí, la cancha es otra cosa, para un hincha de fútbol es sagrada. Ese alguien, no sé cómo, lo confirmó de boca de Matías Paz. Y no le quedó otra que matarlo. Y sabe que hay en juego muchísima plata, lo sabe, y sabe que no es joda meterse en algo así, y sabe, o sabía, que con Matías Paz suelto lo iban a hacer cagar fuego a él. Por suerte se dio cuenta… Y le salió bien, nadie lo vio irse y nadie lo vio llegar, se ve que tuvo mucha suerte.

-¿Y quién es ese alguien, pingüino?

-Valentín… –me nombró, erizándome la piel–. Valentín, loco, acá estás en confianza absoluta, lo sabés… Yo ya sé que te caigo para el orto, y que jamás lo vas a admitir. Pero tenemos derecho a saberlo. Tenemos derecho a saber si esto del Andén es cierto, así nos preparamos para lo que se viene. Nadie te va a mandar al frente, con Lozano ni con nadie. Es por el club esto. Por el club. Y vos ya hiciste tu parte, y creo que vos también Santo, por lo menos encubriéndolo, guardándolo en tu casa aquellos días, pero hagan dejen que yo haga mi parte. Solos, la Agrupación sola, no va a poder impedir que nos vendan la cancha. Tenemos que avisarle a Lozano, avivarlo para que salga y patee el tablero, porque están a punto de cagarnos.

-¿Qué onda, cabeza, sos un asesino serial y no nos dimos cuenta? –me jodió el Gordo Leandro, con una sonrisa en la cara, mientras los demás permanecían en un profundo silencio, apenas quebrado por el crepitar de las brasas de la parrilla. 

  Nos miramos con el Santo, satisfechos de haber llegado hasta ahí. Prendí un cigarro y me senté a su lado.

-Ezequiel –le dije–, hace cinco minutos dijiste que Lozano vio venir esto de la venta del Andén. Hace cinco minutos. Y ahora acabás de decir que hay que ir corriendo a avisarle a Lozano lo que en teoría ya sabía.

-Yo no dije eso.

-Sí, dijiste eso, la reputa que te parió –lo toreó el Santo–. Que Lozano lo vio, que algo intuye o algo así. Se ve que tanto verso te mareó.

-Además acabás de decir que un par de culitos tienen que sangrar, de tanto reunirte con él se te pegaron algunas palabras que usa ese gordo hijo de un millón de putas –seguí apretándolo.

-Hoy Lozano dijo lo mismo –murmuró el Mosca.

-Esperen, gente –intentó defenderse la rata, ya acorralada–. Estamos yendo a mil hora y yo estoy pensando en voz alta. Puede ser que haya dicho eso, sí, seguro que lo dije, pero cada minuto parece más claro todo. Les repito, Lozano

-Cerrá el orto –lo calló el Mosca, recuperándose de la sorpresa.

-Pará, Mosca, pará –le rogó el Santo.  

-A ver, gente –intentó recuperarse nuevamente Ezequiel, pero ya no lo dejaríamos.

-Te dijeron que cerraras el orto, amigo –le recordó el Gordo Leandro.

-Ahora voy a hablar yo –le expliqué, mirándolo con la mejor cara de hijo de puta que tenía, que a esa altura del año ya me salía de manera natural–. No empecés a embarullarnos, a chamuyar como hicieron allá en lo del Bebi. Ese verso de “No, hablá vos, hablo yo”, ese verso barato que armaron con Lozano, con el viejo sorete de Bustos y la concha de sus putas madres. Todos metidos, hijos de puta. Haciéndose los picantes con Lozano, verseros del orto, tirándonos la mierda a nosotros.

-Sos un imbécil, pibe…

-¿Ah, sí? Bueno, ahora cuando termino de hablar vamos a la calle y te hago ese mano a mano que tanto querías. Porque aquella vez no viniste, pascual.  

-¿Ah, al final no vino? –se interesó el Santo.

-Qué va a venir… Ahora te pisaste con esto de que Lozano sabe pero no sabe, hace un rato dijiste que Lozano y el Bebi andan a los tiros, que Docabo lo puede traicionar a Lozano… ¿Vos te pensás que somos giles, que los pibes llegaron al club ayer?

-Mirá si Docabo lo va a cagar al Chelo.

-Dejá que hable Valentín, cabeza –pidió Juan, que desde mi acercamiento a la mesa no había abierto la boca. 

-No tengo mucho más para decir. Pero Lozano transó con el Bebi. Están todos metidos, lo dejaron bien clarito con la verga de show que se montaron hace un rato. Y vos viniste para que nosotros te contemos si tuvimos algo que ver con Matías, porque el drogón de Lozano lo quiere saber para terminar de sacarnos del medio. Bueno… Decile a ese gordo petero que nosotros no tuvimos nada que ver.

-Vos mataste a Matías.

-Ese día estuve toda la tarde en el bar.

-Estás mintiendo. Lo mataste vos.

-¿Pero si vamos al caso, a vos qué mierda te importa quién lo mató? –le preguntó el Santo.

-Quiero saberlo. Yo no vine a acusarte, Valentín, te lo juro, pero sabía que escondías algo, estaba segurísimo. Viéndote cómo me estás apurando, ahora no tengo dudas. Y no tengo dudas de que hay que ir a contarle todo, menos lo de Paz, a Lozano. Él tiene la fuerza para trabar todo, nosotros no, muchachos. Nosotros no. Muchachos… Por favor… Gordo…

-¿Qué Gordo, amigo?, que te surto acá nomás.

-Traidor hijo de puta –lo puteó el Santo, apenas conteniéndose.

-¿Dónde la viste que Lozano y Docabo juegan separados, gil? A nosotros nos querías chamuyar con esa –se calentó también el Mosca.

-¡Es política, boludo! Transa pura. Docabo y Albertito Rendo son más socios que

-¿Qué Docabo y Albertito, guacho? Dejá de embrollarn

-¿Embrollando a quién, pedazo de pelotudo? –interrumpió Ezequiel al Gordo, que no necesitó más, y le embocó un tortazo que lo tiró de la silla.

-¡No le hagás nada! –grité.

-Cabeza –lo calmó Juan, como si Leandro fuera una fiera adiestrada–. Dejalo que se vaya.

-¿Qué que se vaya? –se indignó el Gordo, viendo de reojo que el otro se ponía de pie como si no tuviera piso donde afirmarse.  

-Dejalo que se pare y se vaya –volvió a insistir mi primo–. Parate y andate de acá, lameverga de Lozano.  

-Dejame que lo cague a trompadas, Juan –le pedí–. Es toda mía esta.

-Vos cerrá el upite.

-Manga de imbéciles –nos tiró Ezequiel, kamikaze, a dos pasos del Gordo Leandro.

-Tomatelás de acá.        

-Pirá, garca, dale, porque te rompo todo yo –le advirtió mi primo, que para calentarse como lo estaba haciendo tenía que pasarle algo muy grave–. Si me paro te volvés sin un solo diente a tu casa.

  Lo convenció. Ezequiel agarró el teléfono y la billetera de la mesa, y se marchó con la cabeza agachada.

-Despacito con el portón, cornudo –le avisé, viéndolo perderse en la entrada de la casa.  

  No dijimos nada hasta que escuchamos alejarse el inconfundible ruido del motor de su Golf 2.8. Me paré para tirar la falda a la parrilla. Había sido un día interminable y habían pasado demasiadas cosas.

-Esto es lo peor que nos podría haber pasado… –dijo el Santo–. La idea era que no se diera cuenta que nosotros ya sabíamos que él está jugando para Lozano.

-Ya está, Manu –lo tranquilicé–. Tampoco salió tan mal.

-No, sí, había que ponerlo –siguió, mientras los demás recalculaban lo que había pasado–. Con lo del piñon a Thiago de Fabri, y con lo que le pasó hoy a ese garca de Morando, se van a calmar un toque. A este bobi también, bien calzado estuvo.

-A Román también le cabió. Otro garca.

-Sí, chau. Atroden…

  Juan y Fabricio se putearon en voz baja para ver quién hablaba. Ganó mi primo.

-¿Cómo se dieron cuenta que Lozano y este gil estaban juntos? Ahora que lo encararon sí, todos nos dimos cuenta. Con el Gordo somos tremendos pelotudos, ya no sé ni cómo fue, pero cuando Lozano dijo que iba a hablar solo uno por grupo, ya estaba hablando este chabón.

-Nos comió el orto a todos.

-Ya fue eso –lo minimizó el Santo–. Pero fue evidente. Íbamos a hablar todos, y al final nos mandaron al paredón. Este armó todo. Este, Lozano, el Bebi, el Viejo Bustos.

-El Viejo Bustos fue el que se paró en la reunión y le tiró como un “Hablás vos, pibe, estás nervioso”, y no sé qué mierda más –recordé más o menos lo que había pasado un par de horas atrás–. Todos chamuyándonos.

-El forrito de Thiago ni abrió la boca.

-Y no. Lozano le dijo que nos tenía que dar explicaciones a nosotros, no a él. ¿Dónde están esas explicaciones? ¿Cuándo las va a dar?, si nos encerraron con verso y verso, y apenas terminaron ya nos estaban dando la espalda.

-Tremendos hijos de puta.

-Acusándonos de lo de Paz. ¡De lo de Paz, boludo!

-Yo no sé todavía.

-¿Qué es lo que no que sabés, Fabricio? ¿Sos boludo?

-Boludo sos vos, la reconcha de tu madre –aceptando trenzarse conmigo–. Si el que nos terminó de explicar cómo funciona una quiebra fue el Equi. ¿Nos explicó él, o no?

-¿Qué nos explicó?

-Que los Sánchez Morando pueden elegir al interventor, pueden hacer lo que quieran.

-Seguro. ¿Pero no lo ves a Lozano metido?

-No sé.

-Este es un boludo.

-¿Qué decís, tarado? Para que pase algo así, el Chelo y el Bebi tendrían que haber transado fuerte. ¿O no? Y yo no vi buena onda entre ellos, posta. Vi que el Chelo lo tiene agarrado de los huevos al Bebi gracias a lo que pasó hoy en la cancha, eso vi yo.

-Bueno, viste mal.

-No, para mí que vi bien. Estoy ahí desde que nací.

-Pero fuiste uno de los que apoyó para que entrara Sánchez Morando.

-Bueno, me equivoqué. Vos también te equivocaste, admitilo, no sos perfecto. Dijiste adelante de toda la cancha que ibas a jugar para los comeanguila. Vamos a perder la elección por vos.

-Dejá de decir boludeces.

-Es verdad lo que te está diciendo, paspado –se metió el Santo–. Ya un par de veces te equivocaste, y fiero. Fiero, eh. Así que vamos de a poco, por ahí Fabri tiene razón. Vamos a ver cómo sigue esto.  

-Está bien –admití, porque el Santo me recordó con el dolor de su mirada todas las cagadas que me había mandado–. Disculpame, Fabri. Tenés razón, capaz que entre el Bebi y Lozano está todo mal.

-Y que Lozano no sabe nada del Andén –agregó Juan.

-Ahí tengo mis dudas. Cuando le sacamos el tema, Ezequiel no sabía dónde carajo meterse.

-Posta. En esta banco al Cazador –dijo el Mosca–. Este nos vino a embrollar el marote, dijo como diez veces que Lozano no sabe nada… Dale, boludo, si Lozano es más bicho que todos.

-El más bicho de todos es el Viejo Bustos.

-Esto… Qué se yo…

-¿Qué pasa, Juan?

-Y… Pasa que estamos hasta las pelotas. Lo de hoy fue delirante. Desde las tres de la tarde que estamos metidos en un quilombo que no se puede explicar. Y son las diez de la noche.

-¿Y?

-¿Cómo “y”? Estoy cansado de esto, loco. ¿Ustedes no? Román, Mati, el pibe este también… Dardo. Ese Sánchez Morando… Sueño con ese pendejo, boludo. Sueño con él. Valentín, que tiene un ojo así y me corto las pelotas que es por algo que tiene que ver con el club. Es mucha violencia.

-Mucha, sí.

-No, pero… Hay algo que está mal. Mataron a Dardo, y cada vez pienso más si fue por algo del Furgón. Hoy te digo que sí. Y mataron a Mati. Y Román va a estar preso qué sé yo cuánto. Román, che, nos criamos con Román.

-Y sí.

-¿Y con Dardo?

-Y con Dardo también, más vale. A eso voy. Que cada vez somos menos. Y ahora la policía nos va a revisar los teléfonos. No sé cómo será eso. Pero no me gusta. No tenemos nada que ver con esta historia, y esto va a terminar mal. Ya terminó mal, si termina hoy, ya es algo que terminó mal. Pero tengo la sensación de que va a terminar peor.

-Yo también, cabeza. No sé cómo carajo explicarlo.

-Ahora sí que estamos en confianza… Por ustedes doy la vida, muchachos –nos juró Juan–. Diez vidas doy por ustedes. ¿Alguien mató a Matías? ¿O alguien tuvo algo que ver, o sabe qué pasó con Román hoy a la tarde?

-No, cabeza.

-No.

-No, boludo.

-Posta que no.

-Nada, primo –mentí a medias–. Pero sí les tengo que contar algo.

-¿El qué, marmota? ¿Qué les va a contar?

-Pará, Manuel. Manu esto ya lo sabe, muchachos. Y Jazmín también. De hecho me lo dijo ella. Y me dijo que no hay que hacer nada más, que dejemos todo así.

-¿De qué hablás, Levandoski?   

-Fabricio…

-Sí, bancá, Fabri, porque esto sí que no es joda. Yo comparto lo de Juan, y siento lo mismo. Ya lo venía sintiendo, y posta creanmé que estoy más cansado de esto que ninguno. Pero ahora, con todo lo de hoy, y más que acabás de decir lo que dijiste, les tengo que tirar la posta. Lo del Andén es así, va a pasar eso. Y a Dardo lo mataron por eso mismo.

-¿Eh?

-¿Por qué estás seguro?

-¿Qué dice este?

-Porque cuando le fueron a arreglar la puerta, saltó la ficha de que la habían roto desde adentro. No hubo chorros, eso es un chamuyo. Fue alguien conocido.

-Dardo les abrió la puerta.

-Dardo les abrió la puerta, sí.

-¿Qué querés decir, loco?

-Pará, Mosca, la concha tuya. Dejalo hablar.

-Dardo se dio cuenta de la movida. No hay dudas de eso. No sé qué vio, no lo sé, pero lo vio. Y los otros se enteraron.

-¡¿Pero quiénes son los otros?!

-No grités, la concha de tu madre.

-Posta, hablemos bajo… Lo de los chorros no fue así. Lo bajó alguien del club, porque con Dardo vivo se les pudría el rancho mal.

-Y sin Dardo también, la concha de tu abuela.

-Tranquilo, Moscardón.

-¡Es mi amigo, hijo de puta! ¡Lo mataron!

-¡¡¡¡Shhhhh!!!! ¡¡Podés cerrar el orto, pedazo de pelotudo!!

-¡¡Sh!! Cierren el papo, che, la puta madre que los parió.

-Pero mataron a Dardo. ¡A Dardo, loco! Quieren vender el Andén. ¡Se pudre todo, loco! ¡¡Se pudre acá nomás!!  

-Pará, Fabricio, vos también, la concha de tu madre. Serenate un poco, loco. Calmate.

-Fabri, calmate. Calmate.

-¡Calmate vos, la concha tuya!  -se enojó, corriéndose de un manotazo mi mano y yendo a ocultarse en la oscuridad del patio.

-Dejalo, dejalo.

  El Mosca se paró a acompañarlo.

-Ni un muerto más. Ni uno, muchachos –repitió Juan.

-Olvidate, cabeza.

-Y va a haber que abrirse.

-¿De qué? –se preocupó el Gordo.

-Del club.

-No. ¿De las elecciones? Bueno, sí. Hoy no queda otra.

-No, del club. No hay que pisarlo más.

-Estás en pedo, gil. Ni en pedo me voy.

-Sí, Gordo –me sumé.

-¿Qué decís?

-Lo mismo que Juan.

-¿Yo correrme? A mí me van a tener que matar.

-¿Te podés callar, cabeza? Tenés una nena. Yo tengo tres chicos. Si te digo que nos vamos, nos vamos.

-Andate vos, pedazo de pingüino –le respondió el Gordo, y también fue a refugiarse a las sombras del fondo.

  Nos quedamos tres, Juan, el Santo y yo. Sabíamos lo que estaba a punto de venirse, porque escuchamos el vozarrón del Gordo explicándoles a los dos más chicos del grupo, y mejores amigos de Dardo, lo que estábamos planteando, y lo recibimos bien. Primero convencimos al Mosca, que apenas asintió a nuestra propuesta con un cabeceo porque no podía dejar de llorar. En segundo lugar, Juan se encargó del Gordo Leandro. Nos quedaba Fabricio, que no lloraba, pero estaba desencajado de bronca.

-Vos… Sos un gordo puto. ¡Un gordo puto!

-Fabricio, respetá a Leandro que no te dijo nada.

-Vos también, Juancito, terrible cagón resultaste. Terrible, terrible cagón de mierda. Vos, Santopietro, y… Vos no, qué sé yo. No, sí, porque 

-Fabricio, guardá con lo que le vas a decir a Manuel porque te vas a tener que cagar a trompadas conmigo.

-Vos cerrá el orto, Levandoski. A vos te voy a dejar para el final, porque sos el peor de todos.

-Dale.

-Y te voy a cagar a trompadas. Te voy a tapar el otro ojo, bancame dos minutos.

-Dale, Fabricio, ¿a cuántos más querés que nos maten?

-Sh, callate la boca, Mosca, porque a vos también te voy a cagar a trompadas. A vos te voy a recagar a trompadas, no te voy a cagar a trompadas…

  Supe que estaba a punto de quebrarse.

-Fabricio, nos van a pasar por arriba. Está Totó, está Rosario, está Leíto…

-¡¡Callate!!

-Si tienen que matar a uno o dos más lo van a hacer. Lo van a hacer, creeme.

-¿No ves que cada vez somos menos?

-¡Mosca, volvés a hablar y te rompo la cabeza!

-Pero vení de una vez, pancho.

  Listo. Quebrado.

  Intentó rodear la mesa, ya con lágrimas en los ojos y la mirada ida, y terminó arrodillado, llorando todo lo que no había llorado en el velorio de Dardo y todo lo que iba a llorar por el Andén. Lloró mucho, porque lo hacía una vez cada quince años.

-Ya está, cabeza. Estamos todos igual.

-No, no, no…

-Sí, Fabri. Lamentablemente sí.

-Vos convenciste a todos, esto es culpa tuya porque sos un cagón.

-Dale, con el Caza, dejalo tranquilo…

-¿Qué tranquilo? Voy ahora a la casa de los Solís y armo un desparramo.

-No hay heroica posible, muchachos. No la hay.

-¿Quién lo mató a Dardo, eh? Santo… ¿Ustedes se imaginan quién pudo haber sido?

-No, Fabri.

-Tenemos enfrente al al PRO, al PJ, a la gorra… No se puede hacer nada.  

-Es imposible… Hoy a la noche, ahora mismo, porque este gato de Ezequiel ya le debe haber avisado, hay que decirle a Lozano que nos bajamos de todo.

-Sí.

-¿Por qué no esperamos unos días?

-No, Hernancito.

-Valentín tiene razón. Hay que avisarle y chau. Fundaremos una sociedad de fomento por ahí.

-Tampoco hablés pelotudeces, Juan.

-Yo dejo de ver fútbol para siempre.

-¿Vamos de a poco? Llamo a Lozano y le digo.

-Escribile.

-Esto es culpa tuya –tiró el último zarpazo Fabricio antes de rendirse, y yo abrí las manos para indicarle a los demás que lo conocía mejor que nadie, y que lo dejaran terminar–. Ídolo de cartón, careta, desangrado. Se puede ganar la elección, obvio que se puede… Vos porque sos muy pecho frío y le llenaste la cabeza a estos pelotudos. Si Equi acaba de decir que no es fácil vender una cancha, estafarnos así, cagarnos como nos quieren cagar. Yo le voy a decir a Chelo por la mía.

-Hace dos años que te están mintiendo en la cara, Fabri –le expliqué con calma–. Tienen a la barra atrás, al municipio, a la oposición, tienen fierros, jueces, llegada al gobierno provincial… Hace dos años que vienen con esto. Dos años, con ese pedazo de sorete metido adentro en las reuniones, con los Paz también, están los balances, está la deuda, está todo lo que no se está pagando desde hace meses… Lo tienen cocinadísimo. ¿Querés que te haga un dibujo, pelotudo? Lo único que no les cierra es lo que pasó con Matías, con Paz. Por eso nos apuraron. No les cierra… Y no les cerró algo de Dardo y se le metieron en la casa a hacerlo mierda.

-Che, Fabricio –habló el Santo, que vio un resquicio para mentir y terminar de convencerlo–. Lo de Dardo no lo vio nadie. Estoy empezando a darme cuenta que con Matías pasó lo mismo, porque tampoco lo vio nadie. Por ahí Dardo se lo contó a Matías, y fueron y lo hicieron cagar también.

-Claro… Y ahora lo sabemos todos. No nos van a matar a todos, pero lo de Lozano pudo haber sido una amenaza para que salgamos definitivamente del club. Si tienen todo, ¿qué les cuesta inventarnos que en lo de Matías hubo uno de nosotros?

-O dos.

  Fabricio se llenó el vaso de cerveza y clavó la mirada en el piso.

-Mandale ya, paspado –me levantó la barrera el Santo–. Mandale un audio y fue, gordo merquero pedazo de tragasable. Y a ese turro de Bustos también, a ese viejo choto lo tengo entre ceja y ceja.

-No, la reconcha de mi madre, no… -imploró Fabricio, pero yo ya estaba grabando el audio.

-Sí, Fabricio. Ah, hola, Lozano. Soy Valentín. Te quería avisar que acabamos de decidir que vamos a renunciar a las elecciones, no vamos a participar. Así que bueno, solo era para decirte eso… Se pueden meter el club bien en el ojete, vos y toda tu gente: tus pistoleros de mierda, tus buches y el viejo bufarreta que tenés de guardaespaldas, como todo cagón. Chau, la concha de tu puta madre –lo despedí, dejando el teléfono a un costado.  

  En la oscuridad de la madrugada, reunidos en el patio de Totó, escuché sus respiraciones agitadas y descubrí miradas que no recibía desde mis épocas de goleador. El Gordo Leandro pitó su Marlboro, escondido debajo de su visera, y largó una carcajada nerviosa.

-Te volviste loco.

-Sí –respondí, parándome para sacar la falda de la parrilla–. Comamos y a dormir, dale, que estamos dando vueltas desde las tres y es tardísimo.

-Pero el Chelo no te la va a dejar pasar –me advirtió el Mosca con preocupación.

-Lozano que me chupe la verga bien chupada.

  Comimos en silencio, rápido y sin ganas. El Gordo Leandro pasó al baño y a la vuelta me preguntó si ya tenía la respuesta de Lozano.

-No, Gordo. Ah, sí, ahí me está mandando un audio.

  A excepción de Juan, todos estábamos con el cigarro de la sobremesa en la boca.

  Volví a ver el teléfono, con toda la monada trepada a mi hombro. La duración del audio me congeló la sangre.

-Ponelo, boludo.

-Va, va –apenas pude decir.

  “Insultaste a mi vieja, otario. Y ahora te la vas a tener que aguantar mano a mano, como un hombre”.   

Lucas Bauzá

Twitter: @rayuelascometas

Diseño de imagen por Lucas Vega, pueden encontrar más sobre él en Estudio Bosnia.

Ilustraciones en el texto por Nach.

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