Se viene la segunda entrega del fanzine Fútbol Mostro. Textos e ilustraciones sobre el fútbol romántico que ya casi no existe. Compartimos dos textos y dos ilustraciones a modo de adelanto. Vayan y comprelo.
Fútbol Mostro es un colectivo que busca alejarse de ese fútbol mercantilizado y rescatar futbolistas del pasado más cercanos a los y las hinchas. Integrado por tres dibujantes (Marcos Paradizo, Teke Della Penna y Gonzalo Martín Lanzilotta) y dos escritores (Ariel Feller y Gabriel Jiménez). Los cinco buscan rescatar a futbolistas de un pasado que, como dice el tango, no volverá.
En agosto sale el segundo número, pero tienen tiempo de comprarlo en la preventa hasta el 25 de julio por $300. Para más consultas pueden seguirlos acá.

Trifon Ivanov
Por Ariel Feller
El tema es simple, Estados Unidos ´94 nos cae mal. No sólo porque ese mundial puede tomarse como la puerta de ingreso definitiva hacia el fútbol-negocio moderno. También por la muerte de Andrés Escobar viajando lentamente hacia la red. Por la cama al Diez. Por la final pedorra entre brasileños y tanos. O por las fichas que movió a piacere la FIFA.
Si no hacemos un bollo con el recuerdo mundialista y lo tiramos a la basura junto con las gorras de las AFJP que auspiciaron a nuestra selección nacional, es nada más que por dos hombres y sus acciones. Por Diego, y sus últimas sonrisas vistiendo la celeste y blanca, y por Trifon Ivanov, y su fútbol pasional y de posiciones descontroladas.
El apodado “lobo búlgaro” logró cautivarnos por dejar la vida en cada pelota. Pero también por dejar, más de una vez, los tapones en las piernas rivales. No era mala leche, para nada, y así quedó demostrado cuando luego de levantar como sorete en pala a la estrella azzurra Roberto Baggio, lo ayudó amablemente a incorporarse. Terminado el mundial, ese jugador con peinado gitano y aspecto de estibador portuario, se coló entre los futbolistas devenidos en atletas y modelos, y por muchos años se la bancó toda. Siguió yendo al piso para barrer pelota o jugador, se soltó con fiereza en busca del área rival, se le pegó como estampilla a toda figura que le tocó marcar, y hasta clavó algunos goles que merecieron ser enmarcados.
“Éramos tan buenos bebiendo como jugando” declaró alguna vez sobre aquella Bulgaria del ´94, y nos dio así un motivo más para quererlo con toda el alma. Y para contarlo, porque mostros así merecen ser contados. Y si es entre copa y copa, mucho mejor.

Alberto Isaías Garro
Por Gabi Jimenez
Iba en el trole cuando lo vi subirse y buscar un asiento. Así como un mortal cualquiera pasó por al lado mío y se sentó en la fila del fondo ¡el Tachuela Garro! ¡El DT que acababa de conseguir el ascenso! Para mí era un mostro inalcanzable. En ese entonces no existían las redes sociales ni tampoco la tele se ocupaba demasiado de los héroes locales, pero aún así yo lo tenía más que visto. Mi tío Juan Carlos me había llevado a seguir toda la campaña de Godoy Cruz durante el Torneo del Interior, un campeonato de casi un año y en el que participaron alrededor de 100 equipos viajando por todo el país. Ese torneo infinito venía de ganar Garro con su Tomba en el ´94. Yo todavía no sabía nada de épicas, el fútbol mendocino venía muy bastardeado en los ´90 y las canchas se usaban más para carreras de autos que para partidos importantes. Recuerdo que fuimos a todos los partidos en el Gambarte, mi tío ya era vitalicio y le tocaba asiento en el codo de la platea, desde ahí arriba veíamos al Tachuela arengar a sus jugadores y chiflarles con los dos dedos chiquitos en la boca. A la salida escuchábamos el comentario de Cacho Cortéz por la radio camino a casa, y partido a partido fuimos creyendo que el milagro era posible.
Ahora la perspectiva era diferente, lo tenía al lado, era un ser humano que pagaba un boleto del trole y se mezclaba entre los comunes. Yo sentía que tenía que darle el asiento, pagarle el pasaje, hacerle sombra, algo…
No sé si tanto por el campeonato obtenido, sino que esa campaña en el Tomba provocó que mi tío y yo viviéramos la tensión de seguir fecha tras fecha al equipo, compartir los mismos rituales, los mismos lugares y enamorarnos del fútbol de una manera que hace que hoy siga yendo a la cancha intentando repetir algo de eso. Aunque el barro rojo de Misiones en la final contra Guaraní está grabado en mis ojos como ese sello soviético que la casa Moretti deportes estampaba en el pecho de la camiseta. Fue épica, el equipo hizo de todo para sostener el cero que daba el ascenso, algo había en las palabras del Tachuela para que sus jugadores no dudaran en entregar la vida si fuera necesario. Se notaba en cada pelota que buscaban, en la sangre les latían sus palabras, el convencimiento de que iban a lograrlo, y lo hicieron. Ese encantamiento me generó verlo de nuevo en el trole, pedirle que me firmara el boleto y poder dárselo a mi tío como un trofeo en agradecimiento por tanto.
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