“El Cazador”, un melancólico ex delantero del Ferrocarril San Martín, recibe la noticia del asesinato de un joven fanático del club. Shockeado, lo primero que se le viene a la mente es que a ese hincha le debía su apodo. Novela por entregas, cada semana un capítulo nuevo. Escribe Lucas Bauzá. 

“En el episodio en el playón, tuviste la suerte de encontrar un chivo expiatorio como ese barrabrava para echarle la culpa. Vos querías que la gente dejara de hablar de vos, porque lo que hicieran los demás con esa plata no te importaba. Te asustaba el éxito. Y acá hubo algo parecido: te asustaste cuando te salió bien, Valentín. En ambos casos, dijiste “basta” cuando las cosas, incluso las más siniestras, te estaban saliendo mejor que nunca.”

Mercedes

  Nos escapamos con la sensación de que dejábamos atrás el ojo de un huracán, con el Mosca al volante, yo de copiloto, y el Gordo Leandro haciéndole marca personal a Valentín, que iba tumbado por la pastilla que le habíamos hecho tragar a la fuerza.

-Encará para el Acceso Oeste, cabeza.

-Dale, Gordo.  

  Por precaución, dejamos el búnker vacío y salimos todos al mismo tiempo: Juan se llevó a Totó, Fabricio se fue a lo de un amigo que vivía en Parque Patricios, y Ezequiel se acercó al campamento peronista y desde ahí nos fue pasando los partes que salían minuto a minuto. Cuando llegamos al rancho que el Gordo Leandro se estaba armando en General Rodríguez, acostamos a Valentín, prendimos un fuego en el patio, descorchamos unos tintos y nos tiramos de cabeza al teléfono, porque el grupo de WhatsApp ardía: Ezequiel nos confirmó que habían matado al Dengue, que Lozano sospechaba de todos pero principalmente de Docabo y que el Zurdo Daniel andaba como loco por el asesinato de su primo el Dengue. A la mañana siguiente, nos enteramos de que esa madrugada habían matado al Rata, una de las espadas de Docabo, y que las cosas se habían salido de control. Pero el domingo, cuarenta y ocho horas después del episodio entre Valentín y el Dengue, Ezequiel nos mandó un audio que tuvimos que escuchar varias veces. Todo se había solucionado: Lozano había reunido en su casa al Zurdo Daniel, a Docabo y al Viejo Bustos, habían “aclarado los tantos” y acordado mantener la paz hasta las elecciones primarias que se desarrollarían el siguiente domingo. Según Ezequiel, no se había hablado ni una palabra del club y todo giraba en torno a disputas políticas internas del peronismo, porque había mucho en juego y no había tiempo para más vendettas. Lozano iba por la intendencia, Docabo por un puesto de concejal y el Zurdo Daniel por la secretaría de Control Urbano en el caso de que triunfara el gordo pedorro del Chelo.

-El peronismo es lo peor que le pasó al país. Se re cagaron a tiros hace dos días y ahora andan a los besos, como si nada.

-Cerrá las pompas, Santopietro.

-Después dicen que no vamos camino a ser Venezuela… Esto es peor que Venezuela, es increíble. La gente se va a dar cuenta que Vidal es la única que puede combatir a semejantes mafias. La gente no es boluda.

-Acá lo que importa es que nosotros estamos afuera. Por algo no nos llamaron, Equi no dijo nada de eso. ¿O no?

-Es verdad, Mosca. Pero hay que estar atentos, nunca se sabe. Tenemos que seguir cuidando el upite hasta que sepamos algo más. 

  Mercedes y Valentín volvieron a encontrarse el lunes, tres días después del colapso. Primero lo dejamos al Mosca en la estación de servicio donde entraba a trabajar y de ahí nos fuimos directamente al consultorio que mi psicóloga tiene en el centro de Hernandarias.  

-¿Cómo pasó el fin de semana, Manuel?

-Bien. Durmiendo mucho. No nos despegamos en ningún momento.

-¿Habló algo?

-Nada de nada, Mercedes.

-Está bien, no te preocupes. Que pase. Ustedes esperen afuera.      

  De ahí lo llevamos a lo de Juan, ya que habíamos arreglado que él y la mujer se harían cargo de cuidarlo durante toda la semana. Nos estaba esperando para almorzar con una torre de sánguches de milanesa.

-¿Sonia, cabeza?

-En la casa de la madre. Está con los nenes allá, por las dudas.

-¿Se enojó mucho?

-Y… No lo puede ni ver al chabón –respondió Juan, con el aludido sentado en el sillón del living, con aire ausente.    

  Después de comer, ya con la estrella de la semana durmiendo en la pieza del hijo más grande de Juan, fuimos a lo importante.

-¿Y, Santo?

-Mercedes no me dijo mucho. Pero va a tener que ver a un oftalmólogo. En el ojo derecho tiene una mioqui no sé qué poronga.

-Mioquimia –recordó el Gordo.   

-Mioquimia –repetí–. Temblor por stress, eso ya lo tenía. El otro ojo, en teoría, es el que está peor. Ese lo anoté porque hay que pasárselo al doctor, que nos tendría que decir lo mismo que Mercedes: blefaroespasmo.

-¿Pero qué, lo puede perder?

-No, cabeza, no –se apuró a tranquilizar el Gordo–. Hay que esperar que le baje la espuma, que se vaya relajando.

-En ese caso –especifiqué–, lo que nos dijo Mercedes es que tuvo esa parálisis con caída del párpado por un episodio traumático agudo. Pero no lo puede tratar sola, en ese blefaroespasmo hay una parte psíquica, de los quilombos internos que tiene él, y una parte médica, con tratamiento con unas gotas y toda la bola. Hay que llevarlo sí o sí a un oftalmólogo, hoy o mañana.

-Hoy –respondió Juan–. Yo podría llevarlo, pero si alguien me acompaña.

-Yo estoy, pero tampoco quiero ser una carga. Tenés que andar arrastrando dos.

-Pero paren, ¿se nos puede retobar todavía? ¿Es seguro llevarlo con alguien que no sea Mercedes?

-Sí, olvidate. Se lo preguntamos. Nos dijo que no es boludo, y que de a poco ya va aterrizando, que si no hizo nada más loco el viernes, ya está. Quedó ahí. Ahora en teoría tendría que ser todo mejoría, ya de a poco está acá otra vez. Así que lo podemos llevar tranquilamente.

-Bueno, bien. Va queriendo. Lo vi y me asusté.

-Está re dopado, Juan. Por eso te asusta, pero no pasa nada.  

-Yo te acompaño, cabeza –se ofreció el Gordo–. Que el Santo se vuelva al bar, ya tres días es mucho.

-No me vendría mal, la verdad –admití, entrando en la última curva del quilombo Valentín y viendo en el horizonte el quilombo del bar: me imaginé las llamas, las heladeras saqueadas, los proveedores haciendo fila para cagarme a trompadas y a Marito en bolas, tiritando de frío en la vereda y esperando por mí.     

-Bueno, terminemos el cafecito y que te lleve el Gordo. Ya cazo la manija yo. ¿Algo más dijo la psicóloga?

-No mucho. Lunes, miércoles y viernes a la misma hora, como un soldadito.

-Ah, eso sí, sí, sin falta. Lo vamos charlando en el grupo.

-¿Vamos, Santo? –preguntó mi chofer oficial, ya de pie.

-Vamos, Lea. Tengo miedo de llegar al bar y que haya un cráter, que me lo hayan robado con los cimientos y todo.

  Minutos después, saludaba al boludo que leía en la vereda y entraba al bar. Con un golpe de vista, detecté sesenta irregularidades.   

-Hasta que apareció. 

-Hola, Marito. Andá a barrer la vereda, sacá la basura que hay un olor a culo que no se aguanta y bajá ya mismo esas empanadas del mostrador que están desde que me fui.

-¿Algo más, patrchoncito?

-Sí, cuando termines, vení que me vas a hacer un buen pete… Dale, menso, activá las cachas que se nos va a ir el único cliente que nos queda y ahí te quiero ver.

  Hice una lista mental de quilombos que podía resolver esa misma tarde. Y comencé de inmediato. Cuando tenía un respiro, entre tarea y tarea, me acordaba de Valentín. Y le pedía al dios en el que él creía que le diera una mano, porque realmente estaba jodido.

  El miércoles lo llevó Juan. Mercedes le dijo que Valentín debía empezar a usar cubiertos, plato y vaso de plástico. El viernes fuimos Fabricio, el Gordo Leandro y yo.

-¿Cómo resolvieron el problema de su trabajo, Manuel? –me preguntó Mercedes antes de hacerlo entrar.

-No lo resolvimos, Mercedes. No tiene más teléfono, y no sabíamos cómo carajo avisarle a los directores.

-Mm… Mirá, tengo entendido que podría pedir licencias, pero por lo que estuvimos hablando no quiere trabajar más como docente.

-¿Y qué quiere hacer?

-No lo sabe ni él. Pero en este momento no está en condiciones de trabajar de nada, y muchísimo menos de lo que hace.

-¿Pero qué va a pasar con las escuelas?

-Mi hermana es maestra, le pregunté porque me imaginaba que ustedes no iban a saber cómo proceder. Me dijo esto: que si pasan catorce días sin que el docente se comunique, van a considerar que renunció y sus horas van a pasar a acto público para que las tome otra persona.

-¿Entonces no tiene trabajo? Está, digamos, sin plata.

-Está a una semana de quedarse sin trabajo, pero igualmente, al no haber presentado ningún tipo de licencia, ya está sin goce de sueldo por estos días que no estuvo yendo. Eso lo podemos ir viendo con el transcurso de las sesiones, lo de su reinserción laboral, y si va a hacer como docente o en otro lugar. Pero para eso falta, y falta mucho. Lo importante es que va mejorando, pero quería que sepan esto, que alguien se va a tener que hacer cargo de la parte económica de él, porque no va a generar ingresos en esta primera etapa del tratamiento.

-¿Pero va mejorando, de verdad?

-Sí, va mejorando. En un par de semanas va a estar mucho mejor que ahora, es una cuestión de tiempo y que se mantenga con estos niveles de actividad casi nulos, al margen de cualquier acción que implique stress o ansiedad.

-Bueno, muchísimas gracias, Mercedes. Se lo voy a decir a los pibes, para que estén tranquilos. Lo del trabajo es lo de menos, lo vamos viendo.

-Perfecto, Manuel. ¿Y vos? ¿Cómo estás?

-Yo estoy bien. Si el loco está bien, yo estoy bien.

  Antes de ir a lo de Juan, fuimos a lo del padre para levantar a Totó, que tenían de acá para allá.

-¿Cuándo vuelvo a mi casa, boludo? –chilló el pobre Totó desde la vereda, acompañado del brazo por Fabricio–. El flaco me debe estar extrañando.

-¿Cavani? Está acá en la camioneta.

-Ah, ¿está ahí? Flaco, ¿estás?

  Lo vi justo cuando Totó lo nombraba. Vi un mínimo brillo en sus pupilas.

-Viejo puto –lo recibió el Gordo Leandro.

-Ah, ¿qué hacés, gordo trolo? –saludó Totó, acomodándose con esfuerzo en el asiento de atrás.

-Hola, viejito –habló Valentín.

-Hermano… Me abandonaste, hijo de puta, estos boludos me llevaban para acá, me llevaban para allá… La puta que los parió a todos.

-¿Viste? Son tremendos cagadores –volvió a hablar Valentín, con la cabeza blanca de Totó envuelta en su brazo derecho.

-Igual los viejos no servimos ni para mierda, está bien. Llévenme a un geriátrico y tírenme ahí, la concha que me re mil re parió.   

-¿Estamos para arrancar? –preguntó el Gordo, con una sonrisa más ancha que su cuerpo.

  No pude contestar porque tenía un nudo en la garganta. Cabeceé, mientras pensaba en el regalo que le debíamos dar a Mercedes por su trabajo.

-Dale nomás, Gordo, que a las tres juega Gimnasia La Plata –demandó Totó, robándole una mueca de alegría a Valentín–. Al pedo pago el decodificador, lo voy a sacar a la mierda.   

  Fabricio se quedó con Totó en la casa matriz de la banda, porque Ezequiel confirmó que no corrían ningún peligro, y con el Gordo nos fuimos a lo de Juan para dejar a Valentín, que apenas se separó de su abuelo volvió a hacer silencio.    

  El domingo 11 de agosto se realizaron las elecciones Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias. Las PASO. Los resultados fueron catastróficos para el país: arrasó el peronismo a nivel nacional, provincial y municipal. Y a mí no me quedó otra que irme del grupo: audio que ponía, audio en el que algún pelotudo me cantaba “Aaaaxel Kicillooof, Aaaaxel Kicillooof”.

-¡La reputa madre que te parió, planero de mierda! Vos, la Yegua, el Albertítere, el enano comunista hijo de puta… ¡Váyanse a la reputa que los parió! Y guardá, guardá porque se la vamos a dar vuelta, eh. Los mercados no quieren más peronismo, van a ver. Van a ver que en octubre la gente va a recapacitar con este voto castigo. Y ahí me voy a reír yo.

  No les importó mi calentura: el jueves a la noche tenía a todos los pelotudos en la puerta del bar: Juan, Fabricio, el Gordo Leandro, el Mosca y Cóceres.

-¿Y Valentín?

-Durmiendo.

-¿Vio las elecciones?

-Sí, vio algo. 

-¿Qué me ponés esa cara, pelotudo? Si vienen a gastarme tomenselás porque estoy muy caliente. ¡¿Vieron lo del dólar de hoy?! Vamos a terminar como Mozambique por culpa de los cabezas de termo como ustedes.

-Dejanos sentar, dale. Hay novedades –comentó Juan.

-Lindas novedades, cabeza –agregó el Gordo Leandro.

-¿Ah, así que hay lindas novedades? Lozano sacó el cuarenta y dos por ciento de los votos. ¿Qué novedad linda puede haber después de eso?

-Precisamente tiene que ver con eso. Con las elecciones que hizo Marcelo –precisó Cóceres, que tenía un aura rara.

-Siéntense, dale. ¿Le digo a Marito que se ponga unas pizzas o ya comieron?

-Pedile. Invito yo.

  Lo miré, mientras los demás pelotudos aplaudían y festejaban el gesto. Tenía el aura de alguien que había apostado fuerte y había ganado. Me miraba de arriba, igual que todos. Pero este también me miraba de arriba en otro sentido.  

  -Marcelo supuso que lo del Dengue vino de la mano de Docabo. Y atrás vio la mano del Armenio Mouratian, para embarrarle la cancha en los barrios antes de las elecciones, porque en las encuestas que se estaban manejando acá, Marcelo arrasaba como lo terminó haciendo. ¿Quién bajó al Dengue? Para el Chelo, fue Docabo. Para el Zurdo Daniel, fue el Chelo. Y para Docabo alguien que lo quiere joder a él en su relación con el Chelo. ¿Quién fue y bajó al Rata la noche posterior? Para Docabo fue el Viejo Bustos, para el Chelo fue el Zurdo Daniel y para el Zurdo Daniel fue alguien que lo quería hacer quedar mal con el Chelo. Igualmente, todo esto que estoy diciendo ya no importa, porque el domingo a la noche alquilaron un boliche y estaban todos festejando, y cuando digo todos es todos.

-¿Todos quiénes?

-Todos. Si ganaron del primero al último: Docabo entra al Concejo sí o sí, el Chelo, bueno, próximo intendente salvo que pase un cataclismo. Y el Zurdo se acomoda en Control Urbano, o le darán alguna Secretaría con una cajita considerable… Además el Dengue se le había plantado, después volvió, y si el Zurdo rompió las pelotas fue más por la vieja y la tía, por el mero reflejo de saltar por uno de su banda, que por otra cosa. Al Dengue no lo llora nadie. Y Lozano está en otra, a semanas de cazar el municipio y lo que pasó ya se lo olvidó, con que no pase a mayores y se le descontrole la tropa, él sale hecho. Le quedan dos meses y las va a dedicar a la rosca, a la repartija de cargos. Se van a portar todos bien, del primero al último.

-¿Entonces el Dengue no habló con nadie de lo que pasó con el Cazador?

-No lo dejaron, se ve, porque no llegó ni a hacer dos cuadras, que alguien lo levantó y se lo llevó. Apareció en un descampado de Alberti, en la loma del orto.

-Qué pesado, loco.

-Muy. El hada madrina que ejecutó a Paz, probablemente, también estaba siguiéndonos cuando fuimos a buscar al Dengue. Pasemos al club, que es lo que nos interesa.

-Pará. ¿Y vos dónde te vas a acomodar con Lozano?

-No lo sé, Santopietro. Yo sigo a mi jefe, al Beto. Donde vaya él, iré yo. Soy un asistente cuatro de copas, no te creas que mucho más.

-Vamos a lo del club, Equi, que no quiero estar mucho afuera y el loco está solo.

-Dale, dale. ¿Querés explicar esa parte vos, Juan?

-Sí. Bueno… Tema fechas. Ayer fuimos con Lea a la sede.

-¿Clima?

-Caldeado. Pero pará. Se decidieron las fechas: viernes uno de noviembre, presentación de las listas. Del lunes cuatro al viernes ocho, impugnaciones. Son cinco días hábiles, eso es como siempre. Y la elección quedó para el domingo uno de diciembre, de diez de la mañana a cuatro de la tarde. A las seis tendrían que estar los resultados.

-¿La Junta Electoral?

-Sin problemas. Estamos el Gordo, yo, está el Viejo Bustos, la Rosa, dos de hándball, don Lucio y Thiago Solís. ¿Ocho conté, no?

-Sí, ocho.

-Bueno. Ahí, sin discusiones.

-Che, igual falta un huevo. Casi tres meses.

-Menos. Pero igual tendríamos que ir definiendo nombres –pidió Cóceres.

-Bueno, vemos.

-Che –interrumpió Juan–. Se levantó Valentín. Me voy.

  Nos miramos con pena, porque el encuentro se estaba poniendo bueno.

-Che, ¿querés que lo cuide yo unos días? –me ofrecí.

-No, me arreglo. Está jugando con los nenes, mira partidos…

-¿Posta?

-Posta. Está mejor. Sale al patio, se fuma cincuenta cigarros por día y ahí se queda. Está tranqui. 

-Uh, bien ahí. Lo quiero ver, en estos días paso.  

-Dale. Me rajo.

  Los demás lo imitaron, poniéndose de pie. Cóceres se fue sin hacer referencia a las pizzas que iba a invitar. No me preocupé por la plata: me preocupé porque necesitábamos a Valentín de vuelta. Y mientras más fueron pasando los días, y más crecía la figura de Cóceres, más preocupado estaba por la recuperación del cacique herido.

  -Che, paspado.

-¿Qué onda, Manu?

-¿Cómo estás?

  Movió los hombros, sin dejar de prestarle atención a su lectura. Estaba tirado en una reposera, bañado por un sol que anunciaba la inminente llegada de la primavera, vestido de manera excéntrica: gafas de sol, gorro de lana, joggins negro metido adentro de unas medias de San Lorenzo, campera del Sindicato de Camioneros y pantuflas. Era la primera vez desde que había pasado todo que le sacaba charla, y me había contestado. Mercedes ya me había dicho que lo haría.    

-Piloteándola.

-Hace un mes que estás viviendo acá, con la familia de Juan. ¿Cuándo volvés a tu casa?

  Levantó los ojos de El Gráfico. Estaba sereno, despejado, atemporal. Vi la tapa de la revista: era del año 89.  

-No sé, boludo. Cuando me diga Mercedes.

-Hablé con Mercedes.

-Ah. ¿Cuándo? –preguntó, interesado, dejando la revista a un lado.

-Siempre estoy hablando con ella. Me dijo que ya podés volver a tu casa. Además, pobre Juan, boludo, se va a cagar separando si seguís acá. Si no querés volver con Totó, venite a casa. Yo te recibo, nos cagamos de risa.

-No, no sé. Acá estoy bien.

-No, ¿qué bien? Dale, dejá de hacerte el bebé. Dale que ya estás bien.  

-Ya sé que estoy bien.

-Además tenés que ir pensando de a poco en volver a laburar. No de profe, eh. De otra cosa.

-Quedé para el orto, ¿qué de profe? Para el reverendo orto quedé –insistió, algo nervioso, sacando un cigarrillo del bolsillo.

-Bueno, bueno, ya fue. Mala suerte. De última venite al bar.

-No… Ya sé qué voy a hacer, estuve pensando.

-¿Qué vas a hacer?

-Voy a hacer algo con el fútbol. Mercedes me dijo que puede ser una solución, que yo todavía estoy duelando el retiro. Igual no ahora. Más adelante.

-Bueno, joya.

-Ahora la voy a zafar. O volveré a repartir pizzas, o haré mudanzas con mi tío, que ya me dijo. También tengo un par de libros viejos para vender, me iré a la plaza Almafuerte con una mantita. Algo voy a hacer. Mercedes me va a decir cuándo.

-Hablé. Me dijo que ya vas a poder, que lo tenés que ir pensando… Pero te tenés que ir de acá, boludo. Ya fue, demasiado bien se portó Juan, Sonia.

  Dio una larga pitada, de cara al sol.

-¿Vos decís?

-Y… Como un hermano, te lo digo. Venite a casa unos días. Si total estamos joya, no hay que esconderse de nada, le chupamos un huevo a todos… Pasó un mes, boludo. Ya fue. Hay que seguir poniendo huevos, pero ya estás mucho mejor. A ver el ojo.

-El ojo está bien. Los dos. Un poco caído, este –dijo, rozándose el ojo izquierdo, antes de volver a bajarse las gafas oscuras–, pero todo bien.

-Sí, estás hermoso, guachín.

-Entonces decís que hablaste, que ya fue… Y sí, boludo, iremos a tu casa… ¿Vos me recibís?

-Más vale, boludo.

-Bueno. Gracias. Ahora le avisamos a Juan.

-No, ahora en un rato… Pará, vamos a quedarnos un ratito acá al sol que está copado…

-Dale, boludo. Flor de quilombito tuvimos, ¿no?

-Señores quilombos.

-Y sí.

-Pero hablemos de otra cosa… –murmuré, con la revista en la mano, sin saber qué carajo decir–. A ver, che, ¿te hicieron alguna vez las preguntas de El Gráfico? Te las hago acá.

-¿Qué preguntas?

-Estas. A ver… ¿Un perfume?

-Dejá de hinchar, Manu.

-Dale, boludo, vamos a jugar. La gente quiere conocer a sus ídolos… ¿Un perfume?

  Me miró a través de las gafas y se rascó la barba.   

-No uso.

-¿Una comida?

-¿Una comida? Milanesas con papas fritas y huevo frito.

-¿Una bebida sin alcohol?

-Jugo de manzana.

-¿Y con alcohol?

-Birra.

-¿Lugar para vacacionar?

-Bariloche, Manuel.

-¿Un gol?

-Uno de volea que le hice a San Miguel.

-¿Un partido?

-La final del ascenso contra Claypole.

-¿Un rival?

-Javier Valenzuela. El dos de Alem, antes estuvo en Juventud Unida. Crack.

-¿Un equipo en el que te hubiera gustado jugar?

-Midland. Hermosa banda.   

-¿Un amigo que te dio el fútbol?

-El Flaco Cucho. El Cabezón Lemos… Santiaguito Schellotto.

-¿Un compañero dentro de la cancha?

-Juampi Sulpis. Un león, boludo. 

-¿Un compañero fuera de la cancha?

-Miguelo. Gonzalito Muzo.

-¿Un DT?

-Fito. Fito Vargas.

-Listo.

-¿Listo? Ah, estuvo bueno.

-¿Viste, boludo? –tartamudeé, sintiéndome algo extraño ante ese nuevo Valentín que estaba sentado frente a mí. Era Valentín, pero no tenía la capacidad de preocuparse, de estar triste o de mandarme a cagar. Era un Valentín dopado, angelicalmente dopado–. En este solemne acto te doy el alta. Juntá los chirimbolos del mate que nos vamos a casa.

-¿Ya?

-Sí, ya.

-¿Y Mercedes?

-Mercedes me dijo que ya estás para moverte solo. Así que te venís conmigo. Y más ahora que volviste a ver partidos, así me hacés la segunda.

-Ah, sí. Me estuve viendo todo. Para no perder la costumbre, me enteré que Cerro Porteño nos dejó afuera de la Libertadores. Un desastre, San Lorenzo.

-El Furgón no está mucho mejor que digamos, eh.

-Está para el orto el Furgón. Estuve viendo los resultados en la computadora.

-Le falta un nueve.

  Sonrió.

-No… Le falta un proyecto serio abajo, en las inferiores.

-Dale, Pékerman. Vamos a casa que Sonia nos va a rajar a todos a la mierda. A vos, a mí, a Juan, a los pendejos.

-Dale, vamos, que estos buches no me dejan fumar adentro –finalizó, poniéndose de pie y pasándome el mate.    

Lucas Bauzá

Twitter: @rayuelascometas

Diseño de imagen por Lucas Vega, pueden encontrar más sobre él en Estudio Bosnia.

Ilustraciones en el texto por Nach.

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