“El Cazador”, un melancólico ex delantero del Ferrocarril San Martín, recibe la noticia del asesinato de un joven fanático del club. Shockeado, lo primero que se le viene a la mente es que a ese hincha le debía su apodo. Novela por entregas, cada semana un capítulo nuevo. Escribe Lucas Bauzá.
“La verdad que salir a escabiar con el buche de Gutiérrez o con el forrito del Nene Dubois me da por las pelotas. Pero al viejo Paracucchi no se le puede decir que no, ¿viste cómo es?”
Agustín “Perro” Weber, pretemporada de verano (2007)
Valentín se quedó todo el mes de septiembre en mi casa. Desde la tarde del 1, cuando fui a buscarlo a lo de su primo, hasta la mañana del 30, que armó el bolsito y se fue pateando para lo de su abuelo. Era otro al que había llegado. Pero era el mismo. O casi. Recién llegando a los sesenta días, volvió a ser casi el de siempre.
En el medio, pasaron cosas.
-El Chelo y el Bebi van a ir separados.
-¿Qué?
-Sí, esto igual lo explica el Equi. Porque se picó feo.
El pánfilo de Juan no me había dejado ni saludarlo. Una noche lluviosa de mediados de septiembre, entró al bar con Cóceres y el Gordo Leandro, tiró la bomba y se quedó parado en el centro del salón.
-Vamos para la mesa del fondo –propuse, mientras le hacía una seña a Marito para que agarrara el timón del Titanic.
-¿Valentín?
-Fue a teatro.
-¿Solo, cabeza?
-Solo como loco malo. Está hecho un violín el guacho.
-Mejor así –murmuró Juan, con el tono justo como para cerrar el tema, corriendo una silla para que me acomodara.
-¿Se picó, che? –les di el pie para que arrancaran.
-Se picó, sí –me contestó Cóceres, discreto y preocupado–. Vamos por partes: el Chelo se enteró por mí lo de la extensión de la zona de microcentro. Tardó veinte minutos en trabar la onda. Veinte.
-Pará –lo interrumpió Juan–. ¿Vos sabías esto, Manuel?
-Algo me contó Fabri, o el Mosca. No me acuerdo ya.
-Bueno. Está trabado.
-Okey. Seguí, a ver –le pedí a Cóceres.
-Dale, entonces tenemos que por ciento ochenta días, la habilitación en La Plata está frenada. Y ahora que el gobierno provincial cambia de partido político, ni hablar. La extensión no va a salir.
-El Caza, guacho –festejó el Gordo Leandro, que tenía un pedo para sesenta, bien disimulado hasta ahí.
-El Cazador, Santopietro, todos. Fue gracias a todos –doró la píldora el turro de Cóceres, y en el mismo combo nos bajó el precio.
-Después nos chupamos la pija entre todos, dale. Sigan.
-Bueno, hay mil escenarios. Pero la extensión no sale de ninguna manera. Otro tema es el club. La quiebra del club que está al caer.
-¿Eso no tiene vuelta atrás?
-No. De hecho, bueno, eso ya lo saben, pero el fútbol está arrasado, Cuco se borró porque está en otra y lo único a lo que apuesta el Chelo es a no desafiliar este campeonato. Nada más. Pero las cartas documento están, la deuda está, y es cuestión de días o de semanas que uno dé el paso al frente y se anime a embargar las cuentas. De hecho, es raro que todavía no haya pasado.
-Raro –remarcó Juan, mientras yo me prendía un cigarrillo y trataba de hacer memoria, porque tenía todas las energías dedicadas al bar y a Valentín.
-Pero hay un tema, por eso me quería reunir sí o sí cara a cara y les dije de venir acá. Ahora que el Chelo está a nada de ganar el municipio, y de que mismo el peronismo está a nada de ganar todo, nación, provincia, el panorama con respecto a la quiebra es otro. El Chelo es el único que puede frenarla. El único. Porque no se puede construir una torre, eso es una certeza. Pero igualmente, en un escenario de quiebra inminente como el que está atravesando el club, automáticamente se puede dar el remate de la cancha. Automáticamente.
-Eso depende.
Cóceres miró a Juan, el último en hablar.
-Eso depende, sí, de quién gane las elecciones del club: el Chelo o el Bebi. Y nosotros, lo que está a nuestro alcance, es dar batalla en el club. Lo otro, lo que se juega más arriba, ya nos salió redondo: el PRO no existe más –me mojó la oreja gratuitamente, levantando los hombros como si él no tuviera nada que ver–, la habilitación para construir acá en el barrio es imposible, después tenés el peso propio del Chelo, porque te llama hoy a los acreedores para que le den un margen de tiempo y no te está llamando Pirulito, te está llamando alguien que está a dos meses de ser intendente de Almafuerte.
-Y, sí. Otra cosa.
-Otra cosa, olvidate.
-¿Y entonces qué tenemos que hacer nosotros? –le pregunté a Juan, primero para ningunear al que se había hecho dueño de la Agrupación, y segundo porque este no se iba a animar a responderme.
-Decidir –respondió Cóceres, para mi sorpresa–. O vamos con el Chelo o vamos con el Bebi.
-¿Vos decís que no transan, Juan?
-¿El Chelo y Solís? Pero el Chelo le dijo hace unos días en la cara que era un hijo de puta, que había hecho una jugada para rematar el Andén y quedarse con un palo verde. No, no hay vuelta atrás entre ellos dos. Ninguna chance. Cero. Y
-Está lo otro, también –aportó Cóceres.
-¿El qué, cabeza? –chapoteó en la nada el Gordo Leandro.
-El Zurdo Daniel y los demás: todos van a jugar para Lozano… Las Tunas, Docabo, los viejos de La Lomita… Falta ver qué hacemos nosotros.
-¿Nosotros? –me pregunté en voz alta, y luego volví a mirar a Juan– ¿Vos qué decís?
-Yo. Es obvio.
-No es obvio, boludo.
-Voy con el Chelo.
-Vas con el gordo Lozano… Igual esto no es una votación, pero quería saber. Hay que ver Fabri y el Mosca. Hay que ver Valentín, también.
-Valentín no está –trató de interceder Juan, pero no lo dejé.
-Valentín está. Está bien, ocho puntos. Y tiene la lucidez para opinar y aconsejarnos. Se ganó un lugar bien arriba –finalicé, con el tono más inocente que había dentro de mi repertorio vocal, con el fin de ponerle un freno al liderazgo arrollador del pelotudo de Cóceres.
-Bueno, veremos. Hoy Lea no opina –censuró Juan al Gordo, poniéndole una mano en el hombro–. Pero lo tenemos que cerrar en estos días, Manu, faltan cuarenta días para presentar las listas. Y hay que tomar una decisión rápido. Yo diría de juntarnos a fin de mes, con toda la furia, como fecha límite. Llegar al primero de octubre y tener la decisión ya tomada. Venimos acá y votamos.
-Es buena fecha –comenté, y me quedé mirando al Gordo, que se bamboleaba como un catamarán en un tifón–. Che, Gordo, no te vayas a desmayar que me vas a romper la mesa y son las únicas que tengo.
-Nah, cabezzza.
-Esto es un antes y un después –volví a hablar con los dos con que se podía hablar–. Si Lozano se queda con la sede, con el fútbol, cambia todo.
-Podemos pedirle la Subcomisión de Fútbol.
-¿Cómo sería eso, Cóceres? –pregunté, desesperado por encontrar la punta del ovillo de su plan.

-Claro. Miren… El Chelo tiene doce mil quilombos. Cargos que repartir, gente que se le va a enojar, gente que se le está arrimando. Y el club, con todo lo que va a tener, es secundario para él. Más que secundario, diría. Le da una mano con esto de patear la quiebra, como haría cualquier hincha, pero el diez de diciembre se tiene que hacer cargo de Almafuerte. Y el club, ahí…
-Pero lo tiene a Cuco –salté.
-No, estás equivocado. A Cuco lo metió en Hernandarias, entra de concejal con tres más del palo, tres lozanistas.
-¿Sí? ¿Cuco va a ser concejal? ¿Cuco González?
-Olvidate, Santopietro. El Chelo va camino a convertirse en referente del Noroeste. Le quiere comer el orto al Armenio, meterse en Lourdes… Ahora va por todo.
-Entonces sin Cuco no tiene a nadie –dijo Juan.
-A nadie. Podríamos acercarle esa oferta. Que nos dé el fútbol a nosotros. Yo esto no lo hablé con él, estoy esperando un momento propicio. Pero probablemente lo está pensando, como lo estamos pensando nosotros, y llegado el caso yo creo que hasta nos puede dar la misma presidencia del club. O la vicepresidencia. Más el fútbol.
-No… –lo rechazó Juan.
-Sí, boludo –me metí, para ver hasta dónde llegaba el chamuyo–. Puede ser, eh.
-Pero sí que puede ser. Con esto de la extensión para construir, el Chelo nos mira de otra manera. A ustedes los mira de otra manera. Y no tiene mucho más. Piénsenlo. Cuco no está más, y hay que presentar alguien competitivo, no un cachivache de Las Tunas, porque el Bebi va a dar pelea. No tiene a otro.
-Pero Lozano es un hijo de puta –respondió Juan, como hubiera respondido cualquiera de los pibes–, tampoco nos va a dar la llave del club. La Subcomisión de Fútbol, puede ser hasta ahí nomás. Pero el club, no.
-Bueno, si nos vamos a quedar con lo que dice el Cazador…
-No, el Cazador no –lo cruzó Juan.
-Sí, chabón.
-¿Qué tenés para decir del Cazador, Cóceres? –le pregunté.
-Pará, no te confundas. Yo lo que digo es que la fama de hijo de puta de Lozano la creó él.
-Al Mosca le partieron un pómulo por culpa de Lozano, boludo. Nos recagaron a trompadas, nos sacaron de la popular, nos sacaron
-Está bien, Juan. Está bien. Pero pasó mucho tiempo. Es otra persona. Y hoy, si el club no está quebrado, es por el Chelo.
-No –respondí.
-Sí –respondió Juan–. En eso sí tiene razón, ahora vinimos a hacerte un resumen de lo último, Santo, pero sí. Se portó veinte puntos.
-Sí, Santopietro. Claro que sí. Trabó la habilitación, se le plantó al Bebi, puso un poco de orden para que no se descajete la Primera cuando se fue Sánchez Morando, está poniendo plata de su bolsillo para que los jugadores tengan los viáticos y el micro para ir a jugar. Yo les dije aquella vez, cuando… –y no terminó la frase, cabeceando en dirección a lo que quedaba del Gordo Leandro para indicar que se refería al día que lo echamos a patadas en el orto– Lozano jamás iba a hacer algo como vender el Andén, o meterse en algo así. Jamás. Y yo tenía razón.
-La verdad es que Valentín también flashea –comentó Juan, que iba y venía como un carrilero de Bilardo.
-Pero Juan…
-Acá es lo de menos –trató de conciliar Cóceres–. Acá importa que el Bebi no gane el club. Si no es con el Chelo, vamos nosotros. Presentemos lista nosotros y chau.
-Esa podría ser –pensé en voz alta, con sinceridad, y continué hablando en la misma senda–. Pero la verdad es que si el Bebi gana, estaríamos en problemas. El Andén estaría en problemas, el club también, en general… Y no estoy preparado para ver cómo rematan el Andén y ponen una iglesia evangelista.
-Nadie está preparado para eso, Manu –comentó Juan.
Miré al zapato de Cóceres con otros ojos. Quizás solo era un pelotudo que me caía mal por prejuicios de viejo choto, rengo y gorila, porque todo lo que había dicho aquella vez con respecto al gordo culo fácil de Lozano se había cumplido.
Iba a hacer una cosa: dejarlo en manos de Valentín. Que decidiera él. Le iba a comentar todo el embrollo, con pelos y señales, y después le iba a pasar la pelota para que definiera el camino a seguir de la Agrupación. Estaba con la imagen positiva en alza como pocas veces, y a eso se le había sumado que hasta daba un poco de lástima, lo que lo hacía más querible aún: su decisión sería decisiva para la de los demás.
-Yo estoy con el Equi. Por lo menos pensaría la de ir con Lozano –habló Juan después de un rato.
-Vamos a esperar que venga él a buscarnos –propuso Cóceres.
Habíamos llegado a las conclusiones. Me tocaba cerrar a mí antes de pasar a un cuarto intermedio.
-Sí, loco –les hablé a ambos–. Es una opción ir con Lozano. Hay que evaluarla con sus pro y sus contras, ver bien cómo sería el arreglo, y que nos firme todo en un papel. ¿Nos promete el manejo de las canillas del baño? Firmameló, gordo.
-Sí, eso de una.
-¿Nos hacemos cargo de las letrinas todas cagadas? Listo, que me lo firme en un papel y yo le voy a creer. Así, eh. Solo así nos tendríamos que mover con ese gordo traficante de canelones.
-Bueno, entonces quedamos al habla.
-Quedamos así, dale –prometí, dándole un toque al borde la mesa, y zamarreé al Gordo Leandro–. Ahora sáquenme a este de acá que me va a espantar la poca clientela que me queda.
-Sí, ¿no? ¿Está bravo, che, o es por la lluvia? –preguntó Cóceres.
-No, qué lluvia, estoy a esto de tener que cerrar. Ahora zafé por un canuto de dólares de cuando fue el accidente. Pero el que viene, no sé. Y antes de rajar a Marito me tiro abajo del tren.
-Por ahí podemos hacer algo –prometió Cóceres, definitivamente en plena campaña–. Dame unos días para que averigüe.
Unos días después, senté a Valentín y le describí el panorama. Las opciones eran tres: presentar lista propia, unirse a Lozano o correrse a un costado y esperar una derrota de los Solís.
-Yo digo que tenemos que ir con Lozano. El Equi tiene razón, Manu. Y demostró ser confiable, porque cumplió. Se dio todo como dijo, cumplió con su parte en la municipalidad, y sabe leer las movidas políticas.
-Pero hay algo que no me gusta.
-Ya sé que no te gusta, a mí tampoco me volvía loco, será una cuestión de piel. Pero en esta hay que seguirlo, porque nos cerró el orto. Equi nos cerró el orto. Hay que admitir que nos equivocamos. Bah, que me equivoqué yo.
-¿Vos no estás, no?
-¿Para qué?
-De vice. O de presidente mismo. Te hablo de una lista nuestra, solo los pibes y el básquet. Y lo que podamos sumar de las otras disciplinas. Maca también está con nosotros.
-No, ni en pedo. Además no nos alcanzaría ni a palos. Hay que ir con Lozano. Y ver qué nos ofrece, porque lo que dijo el Equi es así. Le va a faltar gente, y a él lo que le importa es la política. Ya está, usó el club para esto y le salió bien. No te digo que ahora le chupa un huevo, pero tampoco se va a preocupar mucho.
-Le tenemos que pedir la presidencia, o nada. Juan de presidente y el fútbol.
-Podría ser, ¿por qué no? A mí el fútbol me re cabe, eh. Me re cabe entrar ahí, agarrar las infantiles o la Novena, con Cucho coordinando toda la onda.
-¿Entonces qué les digo a los pibes?
-Yo estoy para juntarme, les digo yo. ¿Los demás qué dicen?
-Están como todos. Dudando. El que menos quiere aliarse con Lozano es Fabricio.
-¿En serio? Entonces con más razón: vamos con el Chelo, Manu.
El encuentro definitivo se dio en lo de Totó. Estábamos casi todos: el Gordo Leandro, el Mosca, Fabricio, Juan, Cóceres, Brizuelita y yo.
-¿Estamos para votar? –preguntó Juan a las dos horas.
-Estamos.
-¿Quiénes sí? Levanten la mano.
Levantamos la mano el Gordo, Juan, Cóceres, Brizuelita y yo.
-Parece un sueño esto. Al final terminamos jugando con Lozano y los barras.
-Sorpresas te da la vida, Mosca –respondí, de brazos cruzados, viendo que Juan y Ezequiel se ponían de pie para reunirse con Lozano.
-¿Vamos, Equi?
-Vamos.
-¿Seguro van los dos? –pregunté, tratando de colarme a como diera lugar.
-Seguro, Santopietro. Calculo que enseguida venimos –me respondió Cóceres, afable, y me dejó atrás después de darme un suave manotazo en el hombro.
-¿Y ahí, Manu?
-No, nada. Se pararon y se fueron. Al rato llegó el mensaje que sí, de que el gordo agarró viaje de una y que vayamos viendo los nombres porque él no tiene mucho para aportar.
-Bueno, bien ahí. Creo que al final hicimos lo mejor.
-Ojalá, paspado. Ojalá.
Lucas Bauzá
Twitter: @rayuelascometas
Diseño de imagen por Lucas Vega, pueden encontrar más sobre él en Estudio Bosnia.
Ilustraciones en el texto por Nach.
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