La yuta sigue matando pibes en los barrios. Pasó hace una semana y seguimos pidiendo justicia por Lucas González, ese que solo andaba armado de botines y sueños de futbolista. Escribe Gabriel Dávila.

“Yo le quiero mostrar una cosa que tengo acá: esto era el arma de mi hijo, los botines rotos y gastados”. Cintia, la mamá de Lucas González, el chico de Varela asesinado por la policía de la Ciudad el miércoles en Barracas, fue la última oradora en el acto frente al Palacio de Tribunales en la que una multitud pidió que se esclarezca el caso y que la familia pueda encontrar paz. 

La punta del botín está un poco despegada. Bastante. Ella lo muestra a todos los presentes y en la otra mano tiene un par de canilleras. La imagen es tan fuerte como necesaria. Cuando escuchan a la madre, algunos familiares, cierran los ojos y reciben el golpe de tan cruel ironía. Queda en evidencia que cualquier intento de invertir la carga de víctimas a victimarios es de un cinismo imposible de transcribir a caracteres de una nota. 

El intento de hacer parecer al hecho como un enfrentamiento murió apenas empezó. Sin embargo, la vida es tan putamente metafórica que, a fin de cuentas, esos botines sí eran las armas de Lucas. 

De Lucas y de todos esos pibes que van armados de sueños y de esperanzas. Esos pibes que cruzan toda la Ciudad y la Provincia desde que son muy chicos, solo para tener una oportunidad. 

Esos pibes van armados de un plato de fideos a las apuradas para ir a entrenar. De “la próxima sale” de un amigo cuando pierden la pelota por intentar. Van armados, con el apoyo de padres, tíos o abuelos que acompañan donde sea, para jugar o a veces para esperar desde el banco de suplentes. 

Van armados con esa camiseta vieja y desteñida del equipo de “Baby” del barrio. Con su nombre atrás y su número, vestigios de un tiempo mejor, donde solo era jugar con amigos mientras veían pasar el sol. 

Esos pibes van armados, como Lucas, con la esperanza de ver un partido con las empanadas que le había prometido la vieja para esa noche. Esos pibes van armados de abrazos y de patadas. Del ardor en las rodillas después de tirarse a barrer en esas canchas de pura tierra, están armados esos pibes. 

De baños con agua helada que caen de una ducha que no está terminada en el club, van armados los Lucas. De soñar con un gol sobre la hora aunque sea con un centro que de tan cerrado se le metió al arquero. ¡Qué importa si vale uno igual! Esas son las armas de los Lucas. 

De la esperanza de que los viejos no laburen más, van armados los Lucas. De que el escolazo del centro a la olla del destino les permita una vida mejor. De eso van armados los Lucas. 

A los Lucas los vas a ver soñando con su nombre entre los citados para el domingo. O con una lluvia salvadora que suspenda la jornada si la noche anterior se hizo un poco larga. Así los vas a ver a los Lucas. 

Con esas armas los Lucas transitan la ciudad, en una sociedad que le hacen sentir más cerca los botines que los guardapolvos. Los Lucas que se tienen que hacer fuertes con o sin canilleras porque las patadas vienen de todos lados. 

Con las armas que fueron armando en la vida, están los Lucas. Ni más ni menos, como todos nosotros. Esas armas que depositan en botines porque los que se la tienen que dar en educación y salud se las niegan. Con lo puesto van armados los Lucas. Pidiendo la pelota siempre en la vida, con o sin miedos. Como todos nosotros, van armados los Lucas. 

Gabriel Dávila

Twitter: @GabrielDvila8

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