En abril del 2000 los caminos de Libia y el Doctor Bilardo se cruzaron. El narigón dirigió a los «Caballeros del Mediterráneo» para intentar clasificaros a Corea Japón 2002. Entre sus dirigidos se encontraba el hijo de Muamar Gadafi. Escribe Farid Barquet Climent.
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Luego de que el 17 de abril de 1986 diera a conocer qué jugadores habrían de viajar a México para disputar el mundial de ese año, el entrenador de la selección argentina, Carlos Salvador Bilardo, reunió a los 22 hombres cuyos nombres incluyó en aquella lista. A sabiendas de lo exigentes que son el público y la prensa, cuando tuvo frente a sí a sus convocados les dijo: “Muchachos, en la valija pongan dos cosas: un traje y una túnica. El traje es por si ganamos el Mundial, y la túnica es por si perdemos en primera ronda ¡y nos tenemos que ir a vivir a Arabia!”
El 29 de junio siguiente sus muchachos ganaron el mundial, ergo las túnicas fueron innecesarias, y los trajes no se usaron, pues a Maradona y a sus compañeros se les vio con ropas de paisano durante la recepción apoteósica que se les brindó en Buenos Aires a su regreso victorioso el día siguiente. En cambio, el que catorce años después terminó por colgar en el guardarropa su traje habitual para enfundarse en una túnica, fue Bilardo, cuando aceptó dirigir a la selección de un país árabe, Libia, invitado por un hombre de 27 años, de nombre Saadi, que al tiempo que oficiaba de futbolista despachaba también como presidente de la federación nacional de futbol. Que Saadi desempeñara doble trabajo obedecía a que él hacía y deshacía en el futbol libio, con la venia de su padre: el todopoderoso Muamar Gadafi.

A punto de cumplirse el cuarto aniversario del derrocamiento del rey Idris I por obra de un grupo de militares encabezados por Gadafi, su esposa Safia Farkash daba a luz a Saadi en Trípoli el 25 de mayo de 1973. Nada más hacerse con el poder y autoproclamarse presidente del Consejo de la Revolución el 1 de septiembre de 1969, Gadafi anunció que convertiría a Libia en una república socialista islámica. Luego de su entronización formal como jefe del Estado en 1970, expropió las posesiones de los colonos italianos asentados desde la década del 20 en las tierras más productivas. En 1973, año de nacimiento de Saadi, Gadafi estatizó el petróleo.
En abril de 1986 Saadi era un adolescente próximo a cumplir 13 años que para jugar con un balón contaba con una amplísima extensión: las más de 7 hectáreas de la residencia familiar, un complejo fortificado, provisto de piscina y hasta zoológico, conocido como Bab al Aziziyah.
Por esos mismos días en Argentina el doctor Bilardo tenía que anunciar quiénes habrían de acompañar a Maradona en el Mundial que arrancaría en junio. Muchas eran las especulaciones sobre quiénes serían esos 21, y por eso la víspera del anuncio a Bilardo lo bombardeaban desde las redacciones de los periódicos e incluso desde la presidencia del país. Así pasó Bilardo aquellas jornadas, “con la prensa en contra, la gente en contra, el gobierno en contra, incluso el futbol en contra”, dice el locutor Víctor Hugo Morales en el documental La historia detrás de la Copa, producido y dirigido por Christian Rémoli, auxiliado en el guion por Ariel Scher y Gustavo Dejtiar.
A Bilardo las críticas del diario Clarín no lo sorprendían: el rotativo llevaba más de veinte años, desde los tiempos en que Bilardo era jugador de Estudiantes de La Plata, tratándolo peor que a muñeco budú. “A mí me pisaban, ¡me pisaban!”, recuerda Bilardo. Mientras, en el centro del poder, la Casa Rosada, tras los malos resultados de la selección en giras de preparación pedían su descabezamiento: “en el gobierno pensaban que lo mejor era un cambio de conductor”, escriben Gustavo Dejtiar y Oscar Barnade en su libro 1986. La verdadera historia.
Bilardo ha dicho que el 10 de abril, a través de un mesero que “escuchó hablar a políticos prominentes”, se enteró de que “había intenciones de destituirlo”. En el documental ya mencionado, también se oyen las palabras del que era secretario de Deportes de la Nación, Rodolfo O’Reilly, quien reconoce que en una reunión privada en su casa el presidente de la república, Raúl Alfonsín, le preguntó: “¿Cuándo lo vas a echar a Bilardo?”. El ministro respondió que no tenía manera de removerlo. Pero como pasaban los días y Bilardo continuaba al frente de la selección, el presidente insistía. “Cada tanto me preguntaba lo mismo”, dice O’Reilly. Es entonces cuando Bilardo declara: “ya no me tiran con piedras, sino con adoquines”.
A los que por esos mismos días, mediados de abril del 86, les tiraban mucho más que piedras y adoquines, era a Saadi, a su padre, al resto de la familia y a la población de Libia: la noche del martes 15, aviones de la fuerza aérea de Estados Unidos bombardean Bab al Aziziyah. En mensaje televisivo, el presidente estadounidense Ronald Reagan dijo que se trató de un “ataque preventivo”, con el que pretendía “mermar la capacidad de exportar el terror” del régimen libio, al que responsabilizó de haber perpetrado diez días antes un atentado en la discoteca Le Belle, en Berlín occidental, muy frecuentada los fines de semana por soldados norteamericanos, en el que murieron dos milicianos.
Las bombas estadounidenses cayeron sobre Bab al Aziziyah cuando los Gadafi ya habían salido de la residencia para esconderse en un refugio. El patriarca fue avisado del bombardeo minutos antes vía telefónica por el primer ministro italiano, Bettino Craxi. Por esa alerta proveniente de Roma la operación militar no logró su objetivo: matar a Muamar Gadafi. Pero las que sí murieron fueron aproximadamente 100 personas, entre ellas 36 civiles, una de las cuales, según lo publicitó el gobierno libio, era una hermana adoptiva de Saadi: Hanna, de 15 meses de edad.

Debutantes por lo regular cuando rondan los 20 años, los futbolistas suelen alcanzar la plenitud de su rendimiento hacia los 27. Pero cuando se es hijo de Muamar Gadafi bien se puede debutar a los 27, sin la molestia de tener que demostrar que se esté en la cima de la competitividad, y hacerlo, además, en el equipo más popular: Al-Ahly Sporting Club de Trípoli. Club fundado el 19 de septiembre de 1950, al año siguiente de la independencia nacional, en los albores del reinado de Idris I, el monarca al que destronó Muamar Gadafi cuando tenía precisamente 27 años.
La predilección manifiesta de Saadi por Al-Ahly se hizo ostensible desde aproximadamente un lustro antes de que se incorporara al equipo como jugador. Su favoritismo de hincha desencadenó en 1996 un brote de descontento social que cimbró al régimen de su padre. El periodista Ferrán Sales calificó aquel episodio como “el estallido de cólera más importante y preocupante que se ha registrado en Trípoli, desde que en 1969 se estableció en este país la Jamahiriya —Estado de las Masas— a la cabeza de la cual se colocó Gadafi, el Guía de la Revolución”. Sales relata que cuando estaba por finalizar un derbi de Trípoli “el árbitro dio por válido un gol marcado de manera irregular por un delantero de Al-Ahly, favoreciendo así el equipo preferido de Saadi, uno de los hijos de Gadafi, presente en el estadio”.
Continúa Sales: “La ira de los espectadores fue atajada a tiros por la policía y la guardia personal de los hijos del líder libio. Pero ni los disparos ni los muertos —se especula con medio centenar de víctimas— pudieron silenciar los gritos de protesta de millares de espectadores, que como una tromba ocuparon primero el terreno de juego y después algunas calles céntricas de la ciudad destrozando e incendiando tiendas y vehículos, mientras insultaban e injuriaban al mismo tiempo al árbitro y al Gobierno”.
A pesar de que Saadi desde niño era su más influyente seguidor, Al-Ahly perdió su hasta ahora única oportunidad de resonar en el concierto futbolístico africano porque el coronel Gadafi así lo quiso. A pesar de su campaña exitosa en la Recopa de África de 1984, en la que se ganó un lugar en la final tras eliminar en penaltis al Canon Yaundé de Camerún, Al-Ahly no se presentó a jugar el partido por el título porque Gadafi prohibió que el equipo verdiblanco de la capital se enfrentara en el encuentro decisivo a un equipo de nombre idéntico, Al-Ahly (que significa El Nacional), pero de El Cairo, Egipto.

A la distancia no queda claro el motivo, porque si bien la relación con su homólogo egipcio Hosni Mubarak había estado atravesada por fuertes tensiones e incluso acres señalamientos, desde mayo de aquel año Gadafi buscó amistarse con su vecino del este. Pero lo cierto es que finalmente El Nacional y El Nacional no se midieron. En remplazo de la oncena tripolitana fue llamado al compromiso el Canon Yaundé por haber sido semifinalista. Nunca Egipto le debió tanto a Gadafi: aquella edición de 1984 fue la primera de las cuatro veces que los Red Devils de la ribera del Nilo ganaron la Recopa, torneo cuya última edición fue en 2003 y del que son el máximo ganador histórico.
Que su padre le haya infligido semejante daño deportivo al populoso club conocido también como Al-Zaeem (El Jefe) no iba a ser óbice para que Saadi se sumara a su plantilla. Lo que repicaba en el ambiente era una pregunta: si Saadi era tan seguidor del futbol desde mucho tiempo atrás ¿por qué no exigió sino hasta la edad de 27 que lo convirtieran en futbolista? La respuesta parece estar en la inminencia del arranque de las eliminatorias rumbo al mundial Corea-Japón 2002. Como el sueño de jugar un mundial, que compartimos millones en el mundo, tratándose de un Gadafi resulta menos delirante, a Saadi se le ocurrieron dos cosas.
La primera: ponerse en condición de posibilidad de ser convocado a la selección nacional mediante su registro en un club profesional —ya sabemos, Al-Ahly— para así afiliarse a la Federación Libia de Futbol, y con ello, de manera derivada, quedar incorporado a la Confederación Africana de Futbol (CAF), lo que por vía de consecuencia le permitía participar en competencias organizadas por la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), dueña de los derechos sobre la Copa Mundial.
La segunda: traer a un entrenador capaz de lograr que Los Caballeros del Mediterráneo consiguieran por primera vez llegar a un mundial. Eran 50 las selecciones africanas que buscaban ir a la Copa de Mundo de 2002, la primera que habría de celebrarse en un continente que no fue ni Europa ni América. El reto era grande: sólo había cupo para una décima parte de los aspirantes. Fue entonces cuando alguien —se dice que Raúl Alfredo “Lalo” Maradona, hermano de Diego Armando— le consiguió a Saadi el teléfono del doctor Carlos Salvador Bilardo.

“Un funcionario del gobierno de Libia se contactó conmigo para hacerme una oferta que me sorprendió: ser el técnico de la selección de ese país. En un primer momento, rechacé la propuesta. Al otro día, me volvió a llamar y me dijo que tenía dos pasajes abiertos en la aerolínea Swissair, porque Gadafi hijo quería conversar conmigo”, relata Bilardo. Fue así como acompañado de Miguel Lemme, del preparador físico Eduardo Rafetto y de su entrañable amigo desde que jugaron juntos en Estudiantes, Eduardo Luján Manera, Bilardo acabó por ponerse la túnica.
Ya instalado en Trípoli, al doctor había que hacerlo sentir de maravilla para que diera con la receta que condujera al mundial. Y para eso había que hacer lo que fuera, anticiparse a sus deseos, interpretar cualquier palabra suya como una orden. Su asistente Lemme lo ilustra con una anécdota. Resulta que cuando Bilardo y sus colaboradores fueron a visitar las oficinas de la federación de futbol, el entrenador manifestó su conformidad. Como en un comentario al margen manifestó “lo lindo” que le parecía el edificio vecino, “plagado de oficinas de petroleras extranjeras”, Saadi mandó sacar a las petroleras de las oficinas que ocupaban e instaló ahí a la federación. “Tomó un piso para la presidencia y otro para las selecciones”, recuerda Lemme.
En la primavera del 86, cuando Bilardo se tambaleaba en el cargo de entrenador nacional argentino, sus muchachos compusieron un cántico para mostrarle su apoyo, para bancarlo, como dicen en Argentina: “Borombombóm/Borombombóm/Es el Equipo/Del Narigón”. Entonado por miles de gargantas, con Maradona como primera voz, el Borombombóm se escuchó en la Plaza de Mayo, durante los recibimientos masivos a la selección tras sus éxitos mundialistas del 86 y del 90. En aquella primavera de 2000 estaba por verse si otro Equipo del Narigón, el combinado saharaui, conseguía aprobar el primer examen de la eliminatoria africana, en el que debía enfrentar a la selección de Mali en dos partidos.
Ataviados con camisetas de un verde que contrastaba con los tonos arenosos que acaparan los paisajes de su tierra, los muchachos de Bilardo se impusieron como locales en el primer encuentro por 3-0. Luego de un centro desde la izquierda, Jehad Muntasser —que tres años antes había tenido un breve paso por el Arsenal de Londres— se vio solo frente al portero en el área chica, tuvo calma para definir y con un toquecito con parte interna marcó el primer gol. Ahmed Farah Al-Masli hizo el segundo al capitalizar un madruguete, y Khaled Ramadan Mehmed anotó el tercero aprovechando una salida precipitada del arquero. En el cotejo de vuelta disputado en Bamako, Faisal Bushaala abultó la diferencia al marcar el cuarto tanto libio.
Con semejante ventaja el primer escollo en el camino rumbo a la Copa del Mundo parecía allanado. Pero igual que como le ocurrió en los partidos de cuartos de final y final del mundial de México 86, a Bilardo se le complicó la cosa: en el segundo tiempo los malienses anotaron en tres ocasiones. Si se consumaba la remontada no habría túnica que protegiera a Bilardo de la ira de Saadi ni tampoco de la más temible, la de su padre. Para colmo en Mali no había, y no hay, un domicilio que opere como sede diplomática argentina. El embajador en Bamako es concurrente, despacha lejos, desde Abuya, la capital de Nigeria.
Con los malienses a punto de empatar y volcados al acecho del arco de sus dirigidos, esos minutos angustiantes, a buen seguro, no fueron para Bilardo una primavera árabe.
Pero la igualada finalmente no llegó y Libia accedió a la segunda fase. Saadi Gadafi no jugó ni un solo minuto en ninguno de los dos encuentros.
Logrado el objetivo de avanzar a la siguiente etapa, Saadi le ofreció a Bilardo continuar en su cargo. Pero el doctor declinó. Ni siquiera los frutos monetizados de la riqueza petrolera lo hicieron cambiar de parecer. Era hora de quitarse la túnica, enfundarse de nuevo en su característico traje y volver a Buenos Aires. Ya sin Bilardo, Saadi y los suyos quedaron en el último lugar del grupo que compartieron con Camerún, Angola, Zambia y Togo. De los 8 partidos que disputaron, no ganaron ninguno, perdieron 6 y empataron 2.
Farid Barquet Climent
Publicado originalmente en Futboleo.
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