¿Chicago Bulls? Sí. Pero Chicago blues también. Un poco de blues y básquet. Jordan, Pippen y Rodman juegan, mientras Muddy Waters y Howlin’ Wolf tocan la guitarra. Segunda entrega de «El deporte como excusa». Escribe Juan Stanisci.
De las entrañas del lago Michigan emergen los vientos que serpentean entre los rascacielos de la ciudad de Chicago. Como una finta de Jordan bailan las ráfagas de viento como si se movieran al ritmo de un blues disfónico y sensual. Chicago, tierra de inmigración sureña; cuna de uno de los mejores equipos de básquet de la historia; casa de, quizás, el mejor jugador que haya picado una pelota naranja. Del lago Michigan para el mundo la NBA conquistó los televisores globalizados tras la caída del muro de Berlín.
Pero Jordan, Pippen y Rodman no fueron los primeros héroes salidos de entre los rascacielos. Cuando ellos ganaban sus primeros anillos, todavía sonaba el eco de las guitarras eléctricas que construyeron la identidad de la ciudad con un nombre similar. Antes que los Bulls de Chicago, estuvo el Blues de Chicago.
A orillas del lago Michigan, en el Estado de Illinois, Chicago es la tercera ciudad más importante de Estados Unidos. Como otros grandes centros urbanos, su historia fue construida en gran parte por la inmigración. En este caso interna. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, gran parte de las plantaciones de tabaco y algodón del sur del país comenzaron a tecnificarse. El número de trabajadores rurales comenzó a bajar. Las personas tuvieron que migrar. Algunos eligieron Memphis, en Tennessee. Otros tantos Chicago.
Así como Jordan, Pippen y Rodman no nacieron en Chicago, tampoco lo hicieron los bluesman que hicieron famosa a la ciudad en la década del 50. La inmigración proveniente del sur del país no solo trajo mano de obra. Con ellos llegaba una cultura ligada a tradiciones religiosas, musicales, lingüísticas o laborales muy distintas a las de la ciudad. Estos sentires culturales se sintetizaban en un ritmo musical rechazado incluso en sus tierras: el blues.
Nacido en las plantaciones de algodón. Derivado de los cantos religiosos y algunos modos de sus antepasados africanos, el blues era la música rural de los negros hijos o nietos de los últimos esclavos en los estados del sur estadounidense. Así como en nuestro país los etnógrafos, folkloristas y musicólogos, viajaban a las plantaciones de Tucumán, Salta, Santiago del Estero o Formosa a buscar rasgos culturales orales y ligados a los pueblos originarios; en Estados Unidos lo hacían en los estados del sur. Llegaban con grabadores y buscaban músicos que expresaran esa música rural y folklórica.

Al llegar a las grandes ciudades, los migrantes buscaban juntarse entre sí y mantener sus costumbres. Pero había un problema. Los bares eran más ruidosos y las tabernas eran más ruidosas. La ciudad entera era más ruidosa. Sus viejas guitarras acústicas no se escuchaban entre el bullicio de los parroquianos. La solución fue empezar a amplificar el sonido. La guitarra dejó de ser acústica y comenzó a enchufarse. Eso sí, mantuvieron el ritmo y con él, el sentido de la música. Solo que ahora se había endurecido para hacerse escuchar entre los ruidos de la ciudad.
Cuando Michael Jordan llegó a Chicago en 1984 la franquicia de los Bulls nunca había ganado un anillo de la NBA. MJ no sabía que estaba por cambiar algo más que la historia del básquet moderno. Lo mismo sucedió cuando, en 1948, Phill y Leonard Chess, dos inmigrantes polacos, escucharon por primera vez a McKinley Morganfield, más conocido como Muddy Waters.
Es probable que Muddy Waters no haya sido el primer blusero en enchufar una guitarra. Pero sí fue el primero en tener éxito con el blues eléctrico. Muddy, que había nacido en 1913, tenía 35 años cuando grabó Rollin’ Stone con Phill y Leonard Chess, los creadores de la discográfica Chess Records. El sello fue, como los Bulls en la década del 90 para el básquet, la gran meca del blues a partir de finales de los 40. Muddy Waters fue su primera estrella. Después de él llegaron Howlin’ Wolf, Bo Diddley, Little Walter, John Lee Hooker, Willie Dixon, Sonny Boy Williamson, Chuck Berry, Koko Taylor, Buddy Guy, Etta James, entre muchos otros y muchas otras. La mayoría de los grandes músicos de blues hicieron sus primeras grabaciones con Chess o, al menos, dejaron algún registro en sus estudios.
Con la altura de un basquetbolista, a finales de la década del 40 y ya siendo famoso en la escena del blues en Memphis llegó a Chess: Chester Burnett más conocido como Howlin Wolf. Proveniente de una familia campesina de Mississippi. Cuando era niño su abuelo quiso asustarlo contándole historias de los lobos de los bosques. Cada vez que mataba una gallina aullaba como un lobo. En lugar de tener miedo, Chester se hizo con las historias de su abuelo y empezó a llamarse Howlin’ Wolf (lobo aullante). Su madre lo echó de su casa y se negó a ir a verlo incluso en su lecho de muerte porque tocaba “la música del diablo”: blues. No solo el nombre tomó Howlin’ Wolf de aquellas historias, en sus grabaciones es normal escuchar su voz ronca simulando un aullido.
Así como Scottie Pippen llegó a Chicago después de Jordan y fue fundamental para escribir la historia de los Bulls, Howlin’ Wolf llegó a la ciudad para transformarse en una estrella del blues. Con su metro noventa y ocho y una voz áspera similar a un rugido, fue algo así como el rival complementario de Muddy Waters, quién se había acostumbrado a ser la gran estrella de Chess Récords. Rivales o no, cada uno con su estilo proyectaron el blues más allá de Chicago y pusieron a bailar a los negros y las negras de las grandes ciudades de Estados Unidos.
De Chicago para el mundo, el blues fue la música popular de la década del 50 hasta la aparición del rock and roll. La mayoría de los músicos del nuevo género eran blancos: Elvis Presley, Bill Halley o Carl Perkins. Phill Chess antes que un amante del blues era un gran comerciante y entendió que necesitaba una nueva estrella para mantener las ventas. El nuevo músico de Chess Records sería un petiso problemático. No, no fue Dennis Rodman aunque la descripción se ajuste a él. El hombre que mantuvo a la discográfica entre las mejores de la época fue Chuck Berry. Pero eso ya es rock and roll.
El blues, a diferencia del rock and roll¸ era música de negros. La población blanca, al menos a nivel masivo, se inclinaba por otros géneros. Todavía no habían explotado las revueltas por los derechos civiles de la población negra. Faltaba una década para la llegada de Martin Luther King, Malcolm X, Angela Davis y Muhammad Alí. La segunda explosión del blues y el ingreso del público blanco coincidieron con las luchas de la década del 60, pero no tuvo que ver con eso. Tuvieron que llegar unos muchachos blancos de pelo largo desde Inglaterra para que Estados Unidos volviera a mirar a los viejos bluesmen.
Cuando Mick Jagger, Keith Richards, Brian Jones y Charlie Watts tuvieron que buscar un nombre para su banda lo tomaron de aquella primera grabación de Muddy Waters: Rollin’ Stone. Cuando los ya famosos Rolling Stones viajaron por primera vez a Estados Unidos fueron a conocer los estudios de Chess Records. La única presentación televisiva de Howlin’ Wolf se dio porque los Stones pidieron que él fuera parte del programa donde ellos tenían que presentarse. Mezcla de racismo e imperialismo tardío, tuvieron que llegar unos blancos británicos para que la población también blanca de Estados Unidos prestara atención a su propia música popular.
Así como los Chicago Bulls de Jordan, Pippen, Rodman y Phill Jackson viajaron por Europa mostrando todo lo que podía hacerse con una pelota naranja en las manos, los ya viejos bluesman hicieron giras y grabaron discos al otro lado del Océano Atlántico. Howlin’ Wolf tenía más de sesenta años cuando se metió en un estudio en Londres a grabar con Eric Clapton, Steve Winwood, Charlie Watts y Bill Wyman. Un año más tarde haría lo mismo Muddy Waters a los sesenta y dos años.
Las bandas de rock y blues británicas alcanzaron la fama tocando las canciones de los bluesmen de Chicago. Blancos enriqueciéndose con la cultura negra. Algo similar a los dueños de las franquicias del básquet llenándose los bolsillos con lo que los basquetbolistas negros hacían dentro de la cancha. Plusvalía aparte, tanto los jugadores de básquet como los músicos de blues ganaron sus buenos mangos también.
Cuando Jordan, Pippen y Rodman llegaron a Chicago, la ciudad no andaba necesitada de héroes. Los tenía, algunos incluso vivos, desde hacía varias décadas. Pero gracias a los Bulls gran parte de occidente volvió a mirar, como algunas décadas antes, hacia aquella ciudad que nace a orillas del lago Michigan. Del que surgen los vientos que le dan su apodo: windy city. Esos vientos que recorren sus calles finteando rascacielos como Jordan bailando un viejo blues.
Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci
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