Gimnasia y Estudiantes de la Plata representan dos formas totalmente distintas de ver el mundo. Pero hubo un mes donde la felicidad de ambos se unió. Hacemos un pequeño viaje en el tiempo para recordar dos meses en 2019 que cambiaron la historia de triperos y pincharratas. Escribe Máximo Randrup.

Se dice que la plata no hace la felicidad. Quizás no la hace porque ya está acá. En esta ciudad. Desde 2019 La Plata aloja a un pueblo feliz; al menos, en cuanto a fútbol se refiere. Entre septiembre y noviembre de ese año, con apenas dos meses de diferencia, Diego Maradona llegó a Gimnasia y Estudiantes inauguró una cancha ejemplar.

Aquellas alegrías gigantescas siguen entre nosotros. Los hechos pasaron, la dicha continúa intacta. Indemne. La algarabía menguó, pero la satisfacción permanece. Los hinchas están orgullosos: los del Lobo porque un ídolo nacional vistió los colores triperos; los del Pincha porque UNO se convirtió en un estadio modelo a nivel mundial.

Si bien sobreviven los recuerdos, los pormenores de ambos sucesos corren el riesgo de empezar a diluirse. Con el paso del tiempo los detalles tienden a desdibujarse. Es lógico e inevitable: surgen acontecimientos y los actuales tapan a los anteriores. En ocasiones, como ocurrió con la pandemia, directamente los aplasta. Todo lo anterior a 2020 –épocas en las cuales la gente se abrazaba y compartía el mate– parece lejano. Por este motivo, les propongo un viaje: retornar a los momentos de aquellos dos hitos históricos para los platenses. Retroceder casilleros y volver a disfrutarlos. ¿Qué les parece?

***

¡Qué bueno que aceptaron! Es 5 de septiembre de 2019. En la sede de Gimnasia, un hombre –sin  remera a pesar del frío– exhibe orgulloso sus tatuajes de Maradona. “¡Gracias, Diego! ¡Te amo!”, grita una chica que pasa a unos metros. Cientos de simpatizantes, muchos del Lobo y algunos de otros equipos, aguardan para hacerse socios; esperan y sonríen. Lo único que anhelan es estar en la presentación del flamante técnico albiazul.

A esta hora, pleno mediodía, la noticia está confirmada. Solo resta la comunicación formal. En La Plata se perciben dos sentimientos: alegría por la novedad y ansiedad por una palabra oficial. Lo cierto es que en la capital de la Provincia de Buenos Aires no se habla de otra cosa. Se transformó en un sitio monotemático. En las casas, en la calle y en los trabajos todo pasa por Maradona. El impacto es total.

De repente, por la tarde, brotan los mensajes que todos esperaban. “Finalmente, ahora sí es oficial. Estoy muy feliz de ser el nuevo entrenador de Gimnasia. Quiero agradecerle a Gabriel Pellegrino por esta oportunidad, y decirles a los hinchas que vamos a trabajar con alma y vida por el Lobo”, martilla el eterno Diez a través de sus cuentas de Instagram y Facebook. La institución, que todavía no toma dimensión de la revolución que se le viene, también se expresa por redes sociales: “¡Bienvenido, Welcome, Willkommen, Benvenuto, Ben-vindo, Bienvenue, Dobro pozhalovat, Diego! Cada rincón del club más hermoso del mundo, te saluda”.

Cae la noche en la ciudad de las diagonales y, de un auto manejado por un hombre, estallan bocinazos festivos. Un joven, desde una camioneta, le responde con idéntica melodía. No se conocen, pero los dos frenan y se bajan de los vehículos; se abrazan y cantan por su Gimnasia; por su DT. Los triperos están felices como nunca en el último tiempo. Poco les importa la crisis futbolística (el equipo está último en el torneo y en los promedios) ni la delicada situación económica. Tienen a Maradona y eso les llena el alma.

El tiempo hace lo de siempre: transcurrir. Ya es 8 de septiembre, el día en que Diego y el Lobo se encontrarán físicamente. La Plata, de repente, es el epicentro del fútbol mundial. En el Bosque hay periodistas chinos, japoneses, tailandeses, filipinos, qataríes, turcos, rusos, ingleses, franceses, italianos, españoles, portugueses, mexicanos y de casi todos los países sudamericanos. Los fanáticos están eufóricos: en las últimas horas agotaron las primeras mil camisetas con el apellido de Maradona y hoy llegan a la cita con mucha anticipación. El estadio está repleto. ¿Para ver un simple entrenamiento? No. Para verlo a él. “No hay Dios sin templo”, grita una bandera. “Diego: sos el beso de mi mamá”, confiesa otra.

De golpe, entra Maradona. Desde las tribunas lo veneran alrededor de 25 mil personas. Otros tantos, desde afuera del predio, fruncen el ceño con la intención –casi imposible– de captar algo. El técnico lanza besos, recibe la ovación de los presentes y se sube a un carrito para acercarse al círculo central. “Ustedes nos van a dar el plus para ganar y vamos a ganar. Nos vamos a jugar la vida, el que no corre no juega”, afirma el entrenador. El silencio que deja, producto de su emoción, sirve para que los simpatizantes vuelvan a corear su nombre. Pero Diego se recupera y larga un mensaje que porta su sello (el de la ocurrencia): “Acá no se juega con ametralladoras ni con revólveres. Acá se tira el centro atrás y la empuja el compañero para que festejemos todos”. De nuevo, la ovación.

Finaliza la práctica y en un hotel céntrico comienza la conferencia de prensa. La parte formal de su presentación, lejos está de ser una ceremonia fría. Uno de los policías que debe supervisar que nadie se meta sin acreditación, filma su ingreso como si fuese un hincha. “Hoy me sentí en el cielo. Cuando salí a la cancha creí que el corazón se me iba a reventar”, reconoce el DT. Los periodistas cierran la conferencia cantando por Maradona. El pacto de amor entre Gimnasia y el Diez es un hecho.

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Septiembre quedó atrás. También octubre. Hoy es 8 de noviembre de 2019 y La Plata se encuentra –otra vez– convulsionada. El Único, escenario del que Estudiantes acaba de despedirse con un triunfo (lo que correspondía para cerrar ese hermoso romance), luce como un volcán en erupción. Si se analiza de lejos, el estadio parece una montaña y los miles de fanáticos, la lava que se desparrama. Lo curioso es que, esta vez, la marea humana avanza en una única dirección. Una caravana histórica. Inaudita. La gente del Pincha camina hacia UNO. Camina y canta. Camina y llora. Dos palabras bastan para describir la escena: multitud y felicidad.

Pasa la noche. Es, por fin para Estudiantes, 9 de noviembre. El día del año. El día que esperó durante más de una década. Padre e hijo caminan hacia la cancha y apuran el paso a medida que se acercan. La ansiedad y la alegría empatan en una contienda que no precisa ganador. “¿Te acordás de la última vez que vinimos, cuando vos eras un nene y yo te llevaba de la mano?”, pregunta el papá sin aguardar respuesta, porque continúa su relato: “Es increíble que estemos acá de vuelta, parece un sueño”.

Adentro del estadio del Pincha, Alejandro Sabella –sereno e inmóvil– observa una pared del vestuario y asiente con la cabeza. El muro rojo, con letras grandes, asevera: “En la adversidad está la oportunidad de hacer historia”. Pachorra sonríe y lo hace con ganas. Su felicidad silenciosa habla y lo delata: está donde quiere estar.

Empieza el evento. Todo lo que sucede es motivo de emoción. De abrazos. Abrazos inolvidables. A la fiesta no le falta nada: corte de cinta, videos, un espectáculo de luces, un enorme león interactivo, fuegos artificiales, show de Diego Torres, descubrimiento de una estatua de Carlos Bilardo, partido de leyendas y discurso del presidente Juan Sebastián Verón. Lo curioso es que mañana habrá una fiesta prácticamente idéntica, con la diferencia de que el show musical estará a cargo de Los Auténticos Decadentes.

“Es un gran día para el club y es emocionante verlos acá después de tanta lucha. Nos tocó estar a nosotros y lo pudimos terminar, pero quiero recordar a todos los que hoy no están”, dice Verón, en una versión poco habitual; la de un hombre conmovido. “Pensamos una cancha con la mejor tecnología. Ahora es nuestro lugar, y todos lo debemos cuidar y disfrutar. Sentimos felicidad por un sueño que se concreta, pero esto no es un punto de llegada; esto tiene que ser el punto de partida para nuevas alegrías”, agrega la Brujita, quien habla un poco como dirigente y un montón como hincha.

El partido de fútbol entre los equipos de Alejandro Sabella y Miguel Russo (perdón, equipazos) es, sin dudas, el plato fuerte de la cena. Los presentes saborean cada movimiento y aprovechan para ovacionar a viejas glorias albirrojas. Se aplaude cada jugada y se festeja cada uno de los 14 goles. El amistoso, sin embargo, cuenta con dos instantes centrales: la pincelada de tiro libre de Bocha Ponce (primer grito en UNO) y el cabezazo de Chiquito Bossio (quien emula su tanto a Racing, 23 años después).

Los 30.018 lugares están ocupados. ¿Por quiénes? Por 30.018 simpatizantes felices. Felices y orgullosos. Es comprensible: felices por todo lo que esperaron este momento (¡más de 14 años!) y orgullosos por el nivel de su flamante casa (¡una maravilla!).

El evento concluye. Las sonrisas no se borran. La gente, muy de a poco, comienza a desalojar las tribunas. Un hombre se encuentra con su primo. Se abrazan. Se sacan fotos. Avanzan unos metros y se topan con un amigo en común. Juntos vieron la final de 2006 y tras caminar unos pasos, en una pared, aparece un mural de aquel campeón. Todo es perfecto. Se abrazan. Se sacan fotos.

Ellos tres y el resto de los hinchas se alejan del coqueto escenario del Pincha. Una cancha linda y única en el mundo. No se trata de una exageración: el moderno Jorge Luis Hirschi acaba de transformarse en el primer estadio del planeta en recibir la certificación ambiental EDGE (una norma universal de construcción sustentable). Los que se van no son los mismos que llegaron. Estas personas están realizadas. Completas. El pacto de amor entre Estudiantes y UNO es un hecho.

***

¿Les gustó el viaje? Si la respuesta es afirmativa, ya tienen la fórmula para volver a 2019. Para la ciudad de La Plata, el año del FÚTBOL. Así, con mayúsculas.

Aquellos acontecimientos magníficos quedaron atrás. La satisfacción no. Sigue firme entre nosotros. Flota en el ambiente.

¿Los responsables? Dos números: 10 y 1, los códigos de un pueblo futbolero feliz.

Máximo Randrup
Twitter: @MaxoRandrup

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