Hace 20 años atrás Anders Svensson nos metía un gol en el mundial de Corea-Japón 2002 que todavía nos duele de recordarlo. El siguiente cuento rescata algo que ocurrió segundos antes del remate del sueco que el árbitro pudo haber frenado para evitar el desenlace final. Escribe Federico Coguzza.
Buenas tardes, Ali. ¿Cómo estás? Perdón que te tutee. Mi nombre es Elbio. No nos conocemos. Podría ser protocolar, intentar saludarte más respetuosamente, hasta con ínfulas decirte que sé mucho más de los que vos sabes de mí, pero tengo en mis manos, en mis dedos que pulsan las teclas con una velocidad inusitada, la posibilidad de torcer el rumbo de la historia. De evitar esta herida que no sana. Y es poco el tiempo que hay. Bueno, para mí sí, pero para vos no. Vos estas en Miyagi, Japón. Es 12 de junio de 2002. Volviste al vestuario después de los primeros 45 minutos. Los de camiseta azul y los de camiseta amarilla empatan sin goles. Mientras los jueces de línea hacen sus necesidades, vos te acercas a tu armario, y después de darle un trago a una bebida energizante, encendés el BlackBerry.
En un lateral te acordaste que no habías saludado a tu hijo por su cumpleaños, y ahí estás, en el entretiempo de un partido que define el pase a octavos de un mundial, escribiéndole. Cumple 8, y te hizo prometerle que le llevarías la camiseta de Batistuta. Vos sos del 9 de septiembre como mi tía y de Virgo como yo. Pero eso se lo dejamos a Horangel, aunque no sepas quien es. Ya apretaste send. El mensaje viaja a Dubái. Al mismo tiempo, desde una casa ubicada en la calle Tonelero, en el barrio de Liniers, te escribo porque en exactos 33 minutos tendrá lugar la jugada que puede cambiarlo todo. No, no te refriegues los ojos.
Tampoco se lo cuentes a nadie. Esto es entre vos y yo. Vos que en un rato volverás al terreno de juego para dar inicio al segundo tiempo, y yo sin poder olvidar, 20 años después, intentando, aunque sea con unas líneas, ganarle al destino. Escúchame bien. Qué digo escúchame, ¡léeme bien! Cuando hayan pasado doce minutos de la etapa complementaria, Almeyda, el 5 de la selección argentina, intentará quitarle la pelota al número 22 de los suecos sin suerte.

Fiel a su instinto perseverará en la disputa del balón, esta vez corriendo de atrás a Svensson y vos cobrarás falta (sabes, se me empañan los ojos y me duele el corazón de recordarlo). Una sanción justa, muy bien aplicada. Nada que reprocharte, Ali. Porque fue “fau”, sin dudas es “fau” y, como dice Marcelo, ese que camina al costado de la línea de cal, “lo importante es la nobleza de los recursos utilizados”. Ahora préstame atención, Ali. Ali Mohamed Bujsaim, árbitro internacional desde 1991 cuando dirigiste un partido en el mundial sub 20 jugado en Portugal. Si, Ali, vos que naciste en los Emiratos Árabes Unidos en 1959, y que ya estuviste presente en Estados Unidos 94´y en Francia 98´.
Mientras vos estas calculando la distancia entre la pelota y la barrera para que se ejecute el tiro libre, el cuarto árbitro te hará la seña para que se efectué el primero de los cambios en el equipo argentino. Los lentes de contacto te permiten distinguir el número 9 en el cartel y caes en la cuenta de que el que sale es Batistuta, y como en aquel lateral de la etapa inicial, se te aparece el recuerdo de tu hijo.

Sabes que de efectuarse el cambio no tendrás posibilidad de acceder al regalo de cumpleaños, entonces das la orden sin hacer caso al llamado. El remate de Svensson (lo vuelvo a escribir y vuelve la angustia) con destino de red se desvía en la cabeza del dueño de tu regalo y la pelota le cae mansa en las manos a Cavallero. Nadie sabe por qué lo hiciste, tan solo vos y yo. Aunque pensándolo bien, Ali, vos solo sabes por qué lo hiciste, porque yo hace cinco minutos estoy sin luz y jamás pude enviarte este mensaje.
Federico Coguzza
Twitter: @Ellanzallama
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