El último domingo que Carlos Gardel estuvo con vida jugaron Racing y River. Imaginamos una escena en un hotel de Bogotá donde el Zorzal intenta escuchar el partido a través de una radio y un teléfono. Escribe Juan Stanisci.

El sol asoma espectral tras las montañas de Bogotá. Es un fantasma que crea la ilusión matutina en el naciente verano colombiano. Las nubes, firmes habitantes del valle bogotano, bloquean la fuerza de la luz solar que débilmente va bañando la ciudad. Con calma el domingo se enciende y el sol alcanza las cortinas de la suite presidencial del Hotel Granada.

Las cortinas con olor a humo de tabaco bloquean la entrada de la luz. El silencio de la habitación se rompe cuando unos nudillos impactan contra la puerta. En la habitación nada. Silencio. Los nudillos vuelven a golpear. El único habitante de la Suite Presidencial del Hotel Granada gira en la catrera pero sigue durmiendo el sueño de los justos.

– Eh, Don Carlos. Ya es mediodía. Hay que levantarse – las palabras acompañan a los golpes de la puerta.

El hombre que duerme abre los ojos. Toma un trago de agua y vuelve a acostarse.

– Rajá, Corpas.

Al otro lado de la puerta Corpas no se mueve. “Todas las mañanas lo mismo. Má que mañanas, mediodías”, piensa. Vuelve a golpear, ahora con más fuerza. “A éste no lo levanta ni otra guerra mundial”, vuelve a pensar.

– Dale Carlos que los alemanes ya declararon la guerra de nuevo – le grita.

– Deciles que vengan más tarde – responden desde la catrera.

– Mirá que los franceses te van a querer llamar.

– Pero, Corpas querido, si vos sabés que yo soy uruguayo.

– Vos sos tan uruguayo como el champagne, Carlos.

– Entre tantos alemanes, uruguayos y la mar en coche ya me sacaste el sueño. Además dijiste la palabra mágica.

– ¿Mediodía, Carlos?

– Champagne, Corpas. Champagne.

La carcajada de José Corpas Moreno suena más fuerte que los golpes a la puerta. Se aleja sabiendo que el jefe ya está despabilado. Todos los días tiene que inventar algún diálogo para sacarle charla. Va hasta el sillón donde dejó unos cables y algunas herramientas. “¿A quién se le ocurre desarmar una radio para hacerle una conexión con un teléfono?”, dice para sí mismo. La puerta de la Suite se abre.

– ¿Y me querés decir con quién hablas vos?

– ¿Y vos me querés decir de dónde sacaste esto de desarmar una radio?

José Corpas Moreno y Carlos Gardel a pesar de ser argentinos se conocieron en Nueva York. Ambos coincidieron en una reunión de argentinos en la ciudad estadounidense y el cantante quedó encantado con los conocimientos sobre tecnología del otro. Corpas Moreno le explicó las posibilidades de tener una amplificación portátil y un sonido propio para los casos en que la acústica de los teatros no fuera la adecuada. Gardel lo sumó a su equipo estable como sonidista y asistente personal.

– ¿Hace cuánto no pisamos Buenos Aires, Corpas?

– Vos no sé, Carlos. Yo desde que me fui.

El otro no responde. Corpas se queda con los cables en la mano y la tapa de la radio a medio sacar. Unos días antes Gardel le había planteado la posibilidad de conectar una radio a un teléfono. Corpas tuvo que recorrer media ciudad de Bogotá en busca de los cables necesarios para el experimento.

– ¿Pero vos andas mal del mate o qué te pasa? Primero me pedís que arme este aspavento con el aparato este. Después me venís con Buenos Aires y que no sé cuánto.

– Tranquilo Corpas, tranquilo. Ando como amurado en Buenos Aires. Extraño a la vieja, la calle Corrientes – Carlos abre los ojos exageradamente mirando un punto fijo en la pared – las calles del abasto, el mercado, los boliches, los burros, al viejo y peludo Lunático.

– ¿Y me querés decir qué corno tiene que ver la radio esta con el abasto y los boliches, chambonazo?

– Pero no me verduguiés, Corpas. No ves que ando con el cuore como chamuscado. Lo de la radio es una cosa que se me ocurrió hace un par de días.

–  Eso ya lo sé ¿Pero me querés contar para qué se te ocurrió? No te imagino queriendo escuchar la voz de tu vieja en la radio.

Carlos camina por la enorme habitación con un mate en la mano, perdido en las imágenes que cree encontrar en las paredes. Corpas termina de sacarle la tapa a la radio. Alguien golpea la puerta.

– ¡Diga! – responden de adentro.

– Soy yo, Plaja.

– Uh, llegó el gallego – dice Corpas.

– Qué gallego ni que ocho cuartos, portate bien Corpas.

– Sí jefe.

– Pase, Plaja, pase.

Este texto forma parte de Fuegos de Junio, conseguilo acá.

Josep Plaja había nacido en La Bisba D’Empordà en Catalunya. A los 19 se decidió a hacer La América y viajó a Estados Unidos. Durmió en el banco de una plaza en Central Park. Vendió armas y aguardiente casera durante la Ley Seca. También fue barman, importador de corcho y banquero. Harto ya de vagabundear por trabajos de poca monta, consiguió entrar en una empresa ligada a la Paramount como traductor de guiones y documentos. Su buena parla y manejo del inglés le permitieron pasar a ser traductor entre los técnicos estadounidenses y los actores latinos. Uno de esos actores era Carlos Gardel. Plaja empezó a darle clases particulares de inglés al cantante hasta que Gardel le propuso ser su secretario.

– ¿Cómo le va Don Carlos? – dice Plaja – Señor Corpas – añade tocándose el sombrero.

– El Señor está en el cielo – refunfuña Corpas mientras tironea un cable.

– ¿Qué anda haciendo con ese aparato?

– Y no sé, pregúntele a Don Carlos que se hace el misterioso.

Carlos se acerca a la pava para servirle agua a otro mate y alcanzárselo a Corpas, que mira el teléfono y la radio pensando por dónde empezar. Josep Plaja se saca el sombrero y el sobretodo. Se acomoda en el sillón. “Mierda que es alto el gallego”, piensa Corpas mientras le devuelve el mate a Carlos.

– Y dígame, Plaja. ¿Qué lo trae por acá?

Plaja enciende un cigarrillo y lo mira desconcertado. De verdad es alto, más de un metro noventa que se distinguen incluso con él sentado.

– Pero Don Carlos, hoy tenemos clase de inglés.

– ¿Hoy? Si es domingo Plaja.

– ¿Hoy domingo? – responde Plaja más desconcertado.

– ¿Y este caído del catre? Pero claro que es domingo, piscuí. A ver decime, Plaja ¿Qué Fecha es hoy?

Plaja no le hace caso. Trata de reconstruir el calendario en su cabeza.

– ¡Discúlpeme Don Carlos! Pero sabe, desde que salimos de Nueva York que no sé en qué día vivo. ¿Cuándo fue que salimos de Nueva York?

– En Marzo, Plaja – responde Corpas.

– ¡En Marzo! Bueno caballeros, no los voy a importunar demasiado. Termino este cigarro y me vuelvo a mi habitación.

– Pero no diga macanas, Plaja. Usted se queda acá.

– Todavía no me respondió que fecha es hoy, Plaja – lo aprieta Corpas.

– Pensé que no hablaba en serio, señor Corpas. Hoy es domingo 23 de junio. Mañana debemos viajar a Cali, aunque de seguro hagamos una breve escala en Medellín.

– Muchas gracias, Plaja.

– Un gusto – responde Plaja.

Hace casi dos meses que salieron de Nueva York. El 28 de marzo levaron anclas a bordo del vapor “Coamo” y el 2 de abril las dejaron caer en el puerto de San Juan de Puerto Rico. Durante 22 días consecutivos Gardel se presentó en el Teatro Paramount. El 24 de abril abandonaron Puerto Rico a bordo de la motonave “Lara” rumbo a La Guaira, Venezuela. De las tierras de Bolívar a Curazao, también en barco. Hasta ese punto de la gira utilizaron el mar como medio de transporte, pero para llegar a Aruba se subieron a un avión por primera vez.

– Dígame, Plaja ¿Usted conoce el fóbal?

– El football – lo corrige en inglés, Plaja – pero claro, mi hermano lo juega o lo jugaba en Canadá.

– Pero estoy seguro que usted no conoce el buen fóbal criollo.

– No lo conozco, pero usted de seguro no vio jugar a mi querido Espanyol en Barcelona.

– ¡Pero que sabrá usted! Claro que los vi. Lo que es seguro, es que usted no vio jugar a cracks como Hospital, Ohaco, los hermanos Perinetti, Ochoa. Que Espanyol ni que ocho cuartos – lo mira a Corpas – Nunca te pregunté Corpas ¿Vos de que cuadro sos?

– De Huracán, Carlos. Pero pará la máquina. Vos Plaja, dame un cigarro. Vos, Carlos explicanos al buen señor y a mí, qué vamos a hacer con esto – señalando la radio a medio conectar con el teléfono – y, de paso, contame desde cuándo te importa tanto el fóbal. Si es p…

Lo interrumpen más golpes a la puerta.

– Ta’ concurrido el trole hoy.

– Soy yo, Alfredo.

– Alfredito querido, vení pasá.

Alfredo Le Pera había nacido en Brasil, mientras su madre y su padre estaban de camino a Buenos Aires. Se dedicó a la poesía, el periodismo y la traducción de películas francesas, alemanas e inglesas al castellano, antes de empezar a trabajar con Gardel en Europa en 1932. Carlos estaba por firmar contrato con Paramount para filmar sus primeras películas en París y Le Pera empezó a asesorarlo con los guiones. Con el tiempo empezaría a escribir él las últimas dos películas filmadas antes de esta gira y a componer las letras a las que Gardel le ponía la música.

– Poné los fideos que estamos todos – dice Corpas mirando a Plaja que no entiende la porteñada. “Mucho inglés pero medio quedado el gallego este”, piensa Corpas.

– ¿Qué te trae por acá, Alfredito? – pregunta Carlos.

– Pará un cacho, no te hagas el dolobu. Nos estabas por explicar qué pasa con el aparato este – le reclama Corpas.

– Che pero esto parece una cigarrería con vuelto al fondo – se ríe el recién llegado.

– Vos terminá eso – le dice Carlos a Corpas – Vos te quedas, Plaja ¿Querés un verde Alfredito? ¿Qué te trae por acá?

– Venía a ver si estabas al dope. Me habías comentado que tenías una melodía dando vueltas y como yo ando con unos versos también yirando, pensé que capaz podíamos ver si salía algo. Pero lo dejamos para más adelante.

– Cuándo lleguemos a Cali lo vemos bien, Alfredito. Le decía a Corpas que ando con unas ganas de volver al pago.

– Anda con el berretín ese – asiente Corpas con dos cables en las manos.

– Caballeros, no los molesto más – dice Plaja apagando el cigarro y levantándose.

– Pero a dónde vas a ir, además no me diste el cigarro – le dice Corpas.

– Sí Plaja, quedate que vas a aprender de Fóbal – le insiste Carlos.

– ¿Pero de qué están hablado muchachos, se volvieron locos? – pregunta el recién llegado desconcertado.

– La cosa es así. No no, pará dejame hablar a mí. El señor – dice señalando a Carlos- llamado Carlos Gardés, Gardel para todo el mundo, de quién soy el asistente y, esta es la peor parte, sonidista, me viene rompiendo las tarlipes hace semanas con que quiere conectar un teléfono a una radio ¿Dónde estábamos Carlos, en Aruba cuándo arrancaste?

Carlos acomoda la bombilla. Chupa aunque no hay agua. Vuelve a acomodar la bombilla. Le tira un poco de agua. Lo toma. Vuelve a acomodar la bombilla. Vuelve a chupar sin agua. Le tira agua de nuevo y le pasa el verde a Alfredo.

– Y para colmo hay que soportar que se haga el misterioso.

– Ya va, Corpas, que no nos corre nadie.

– Yo también recuerdo que me preguntó algo de un teléfono y una radio – agrega Plaja – Estábamos en Nueva York todavía ¿No Don Carlos? Sí, saliendo de la Paramount. Ahí me preguntó Don Carlos si se podía conectar un teléfono a una radio.

– ¿Y vos qué le contestaste, Plaja?

– Hostia, hombre. Pues que no tenía la más puñetera idea.

Carlos vuelve a cebar un mate y se lo pasa a Corpas. Lo agarra, chupa y lo devuelve. Con una mano sostiene los cables que salen de la radio. En la otra tiene la cinta para hacer el empalme. Envuelve el primer cable con la cinta, agarra el otro y los conecta.

– La idea me anda revoloteando desde que estábamos en Nueva York grabando Tango Bar. Una mañana me entraron unas ganas locas de ir a ver al Racing Club. Mi querida Academia. Volver a escuchar a las masas gritando enardecidas. Gritar un gol – se ceba un mate y lo toma – Pero me dije, “Carlos, no es momento de pensar en eso, falta mucho para volver a Buenos Aires”. Los días pasaban y las ganas seguían ahí. Entonces pensé, por qué no preguntarle a los muchachos que con eso de los cables se dan maña a ver si se puede hacer algo.

– Pará un poquito, espabilado – dice Corpas – ¿Vos me estás diciendo qué todo este embrollo es para escuchar un partido de fóbal? ¿Pero te volviste colifa vos?

Alfredo no se aguanta la risa y de paso se sienta en uno de los sillones. Plaja lo acompaña en la carcajada. Corpas acomoda los cables y trata de poner la radio. La tapa no cierra bien. Vuelve a sacarla y acomoda los cables una vez más. No hay caso, no cierra. “Si no cierra va a acoplar, me cacho en dié”, piensa. “Y encima el gallego este que no suelta el pucho”.

– Ustedes ríanse, muchachos. Pero en minutos van a ser los primeros espectadores de una transmisión internacional de radio.

– Eso ya se hizo, Carlos ¿No te acordás de la pelea entre Firpo y Dempsey?

– Pero eso fue distinto, ahí leían los cables internacionales en una radio de Buenos Aires. Nosotros, si el invento funciona, vamos a escuchar la radio de Buenos Aires en Bogotá.

– A vos los aviones te están haciendo mal, Carlos – le dice Alfredo.

– Hablando de aviones – se pone serio Carlos – ¿Notaron como se llamaba la película que pasaron antes de la actuación del jueves pasado?

– Dejame adivinar: el cantante de tangos que se inventó una radio internacional.

– Dejate de macanas que esto es serio, Corpas. El avión fantasma se llamaba.

– Empezó de nuevo con el miedo al avión. No seas mufa, Carlos.

– Qué mufa ni que mufa. Lo digo en serio.

En Aruba, Gardel conoció a un empresario chileno llamado Celedonio Palacios. Este le propuso actuar en un teatro que administraba en Barranquilla. Así es que viajaron a Colombia en el vapor  “Presidente Gómez”, llegando a puerto el 2 de junio. De Barranquilla se fueron a Cartagena. Luego Medellín. El 14 de junio aterrizaron en Bogotá en un aeropuerto desbordado por más de 10 mil personas. El avión tuvo que maniobrar para no terminar en un accidente con la gente que se había metido en la pista de aterrizaje. Al bajar le robaron la cartera con los documentos y algo de plata. Tampoco pudieron llegar al hotel ya que una multitud bloqueaba la entrada. Ese mismo viernes Gardel realizó su primera actuación en Bogotá. Llegó a actuar hasta tres veces en un día. Logró tener libres los domingos para poder descansar un poco. En total fueron 12 presentaciones. La noche del domingo 23 de junio serían sus últimas actuaciones en Bogotá: en el Teatro Real y en el programa radial La Voz de la Víctor.

– Me parece que ya está, muchachos ¿Qué hora son?

– La una y media – dice Plaja mirando el reloj.

– Tres y media en Buenos Aires – completa Alfredo.

– Muy bien, señor Le Pera – lo felicita Plaja.

– Bueno Carlos, esto parece que ya está ¿Ahora qué hacemos?

– Ahora hay que llamar a Buenos Aires.

Corpas acomoda la radio y tratando de no tocar mucho los cables le señala el teléfono a Carlos.

– Tené cuidado con los cables que si desconectas algo te lo arma magoya.

– Salí salí.

Carlos se sienta en el sillón de al lado del teléfono y marca. Corpas se acomoda contra una de las paredes y enciende el cigarrillo que finalmente le dio Plaja. “Qué lindo piso alfombrado, che. Cuando vuelva a Nueva York me hago poner uno así”, piensa. Alfredo le pregunta a Plaja como van con las clases de inglés de Carlos. “Bien, creo que para cuando estemos de regresó hablará como un yanqui cualquiera”, le responde.

– Operadora. Necesito que me comunique con Buenos Aires. Ya le digo el número.

“Va a andar bien el programa ese, Carlos se va a transformar en una estrella internacional”, le dice Alfredo a Plaja. “Nos vamos a llenar de guita”, piensa Corpas mirando la Suite. “Una lámpara de pie como esa no estaría mal. Y un cenicero de cristal como este tampoco. Esa mesa para las bebidas me gusta. Si me viera mi viejo metido acá adentro” sigue maquinando Corpas.

– Acá Carlitos ¿Qué haces otario tantos años? ¿Tenés todo listo? Dale, ponelo. Corpas vení, prendé el aparato este.

Corpas sale de su amoblamiento imaginario y se acerca a la radio. La enciende. Nada. Silencio.

– Dale, mierda, si está todo bien conectado. A ver pará un cachito no cortés – Corpas vuelve a desatornillar la tapa de la radio – acá está el problema, se me salió el empalme. Plaja, vení, teneme un cacho – Corpas agarra un poco de cinta y vuelve a la radio – a ver ahora…

– Los players conocen lo que está en juego en el match de esta tarde. El Racing Club de Avellaneda recibe a River Plate. Las gradas están repletas. El field luce impecable para un juego de balonpié – la voz latosa sale del teléfono a la radio.

– ¡Vamos Corpas carajo! – grita Gardel – Academia, mi Academia querida. 

Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci

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