Desde hace algunos días las calles de las ciudades viven una fiebre albiceleste. Todo se tiñó de los colores de nuestra bandera: desde comercios hasta los perros. Escenas de nacionalismo explícito. Escribe Juan Stanisci.

Las chocolaterías. Los negocios de ventas de golosinas. Una famosa fábrica de alfajores. Los locales de ropa. Las casas de hamburguesas, nacionales o multinacionales. Un caniche que quiere soltarse de la correa que le mide la libertad. Un arbolito, de esos que solo tienen hojas en moneda extranjera. Una vendedora de alicates en Diagonal Norte y Florida. Banderines, guirnaldas, calcomanías, papelitos y globos.

Escenas de nacionalismo explícito y al palo. En otro contexto estaríamos hablando sobre los peligros de la exageración chauvinista. Pero ahora camino las calles y sonrío viendo cada detalle celeste y blanco. Me asaltan unas ganas imposibles de alzar un chihuahua con una pechera con un 10 más grande que su cuerpito y la palabra MESSI debajo de los números. Quisiera levantarlo y tirarlo al aire mientras grito: “Muchachos, ahora nos volvimo a ilusionar”.

A 13.306 kilómetros de la tierra de los turbantes, los médanos y los camellos que flotan sobre un mar de petróleo, el entusiasmo parece desatarse un nudo cada día. Un bar en una esquina pintó su fachada con Messi de un lado y Diego del otro. A pocas cuadras una gráfica ploteó su frente con los dos 10. La patria son dos zurdos gambeteando nuestras tristezas.

Este hormiguero gigante llamado Buenos Aires ya se prepara para gritar, reír, llorar, comerse los dedos y peregrinar al obelisco. Si hasta los jaracandás parecen querer dejar de lado su clásico violeta para florecer en celeste y blanco. Una ciudad que parece debatirse entre el sol radiante y las nubes acechantes. Nubes blancas y un cielo celeste. Hasta el clima parece enfermo de scaloneta en estos días.

Jorge Luis Borges murió antes del nacimiento de Lionel Messi. No le gustaba el fútbol y miraba de reojo los nacionalismos. Sin embargo en el cuento Ulrica pintó este contexto argentino. En el relato le preguntan al protagonista qué significan las nacionalidades. “No sé –responde-. Es un acto de fe”.

Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci

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