Jugar bailando. Bailar jugando. Como si el próximo paso fuera ir a sacarse la arena al mar. O a tomar una cerveza con los compañeros y rivales. Jugar sambando. Pasos cortitos para amagar o para cambiar de ritmo mientras caminan. Jugar como lo pide el cuerpo: con una sonrisa en el cuerpo y con la danza como objetivo final.

Si “tristeza nao tem fim, felicidade sim”, entonces hay que agarrarse a esos momentos donde la alegría explota en el pecho y sostenerlos hasta que se agoten. Llamarlos a todos: a los suplentes, a los colaboradores, al técnico y bailar. Todos juntos. Como si no hubiera mañana. ¿Después? ¿Qué importa del después?

Quizás esa forma de sentir los mundiales que tenemos de este lado del continente, no pueda entender que alguien pueda bailar en los octavos de final de un mundial. “Como si en realidad estuvieran viendo a un niño a punto de caer por el balcón: con el corazón en la boca”, definieron en Panenka hace algunos días. Quizás lo que vemos como una actitud canchera o sobradora sea la exposición de nuestra incapacidad para dejarnos emocionar sin que nada importe.

Brasil está en cuartos de final envuelto en golazos, bailes y una goleada. Le toca la dura Croacia, un equipo más cercano a nosotros en la forma de ver y sentir el fútbol. Jugarán el viernes en primer turno, antes que nosotros. Puede ser un arma de doble filo para quienes miramos los partidos de afuera. Un lindo pasatiempo para sobrevivir a los nervios o una amenaza para el futuro. Por lo pronto: ¿Después? ¿Qué importa del después? Si la tristeza no tiene fin, agarrémonos a la felicidad.

“Nací con samba / Me criaron con samba / Y del daño de la samba / Nunca me separé”, cantaba Joao Gilberto, quizás el menos festivo de los brasileños. Está en su ADN, samba en Doha aunque los jeques se espanten de ver hombres bailando juntos.

Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci

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