La organización del mundial de Corea/Japón 2002 tuvo algunas complicaciones entre los países. Esto llevó a que se considere a Corea del Norte como una posible alternativa. La delirante historia de aquel sueño de Pyongyang. Escribe Juan Manuel D’Angelo.
“Primero Rusia, después Qatar. No podemos esperar por Corea del Norte”. Con esta frase, la marca de cerveza BrewDog hace un tiempo se declaraba orgullosamente anti-sponsor de la Copa del Mundo Qatar 2022. Sin dudas, una buena estrategia publicitaria para colgarse de las tetas del evento deportivo mas inocuamente boicoteado de toda la historia. A la campaña de marketing -que incluyó carteles por el centro de Londres- pronto le siguió un comunicado de la empresa declarando que “en BrewDog amamos el fútbol, pero no la corrupción, el abuso y la muerte” en clara referencia a los cuestionamientos que recibió Qatar, tanto por sobornar a miembros de FIFA para ganar la sede, así como también por las terribles condiciones laborales a las que estaban sometidos los obreros que trabajaron en la construcción de los estadios.
Curiosamente (o no tanto), meses antes de lanzar esta campaña publicitaria, esta cervecería se aseguró un contrato para distribuir su marca en tierras cataríes. ¿Pero cómo? ¿No es que no se puede tomar cerveza en Qatar? Sí y no. Quién regula el consumo en el país es un ente estatal llamado Qatar Distribution Company, el cual trabaja con otros distribuidores de Medio Oriente que tienen vínculos con esta marca de cerveza. De esta manera, si uno va a los pocos lugares en Doha donde se permite el consumo del alcohol, se puede pedir una BrewDog bien helada. Pero eso no es todo. Además, y no es un dato menor, la cervecera británica tiene en su contra varias denuncias de acoso laboral por parte de ex – empleados, hechos que han motivado incluso la realización de un documental de la BBC 1 llamado “Disclosure: The Truth About BrewDog”.


Ahora bien, dejando de lado cualquier intento hipócrita de sacarle el jugo al (no) boicot de Qatar 2022, si los muchachos de BrewDog hubiesen investigado un poco habrían descubierto que el Mundial en Corea del Norte si fue una posibilidad más que concreta. En esta historia hay que remontarse a mediados de los 90’s, cuando Joao Havelange soñaba con darle una Copa del Mundo a Asia. Después de haber conquistado con un éxito limitado el siempre difícil suelo norteamericano, el presidente de la FIFA ahora soñaba con expandir los límites comerciales de su organización hacia su otro mercado de interés. A diferencia de lo que sucedía con Estados Unidos, los asiáticos no eran indiferentes a este deporte y en lugares como Corea del Sur o Hong Kong, el fútbol ya era profesional desde hacía tiempo (de hecho, por varias décadas, la competición de la antigua colonia británica en China era la más importante del continente). Pero Havelange ya tenía escogido su caballo de batallas y ese era Japón.
Pese a tener los japoneses una marcada predilección por el beisbol –la primera liga profesional de la disciplina se creó en la década del veinte-, distintas compañías como Fuji, Xerox, Canon, JVC y Toshiba habían sido históricos patrocinadores de las competiciones de FIFA y había llegado el momento de retribuirles los servicios prestados. Además, las innovaciones tecnológicas que estas prometían implementar en una posible Copa del Mundo japonesa (estadios móviles, cámaras individuales para cada jugador e incluso proyectar los partidos vía holograma en otros estadios del mundo) eran música para los oídos de Joao Havelange, quien siempre buscaba como ampliar el negocio. Con el apoyo casi explícito del presidente de FIFA, los nipones pusieron en marcha su proyecto mundialista y como piedra angular del mismo utilizaron a la creación de la J-league, su liga profesional, que en 1993 tuvo su primera temporada y en donde jugaron estrellas de la talla de Zico, Gary Lineker, Ramón Díaz, Dunga y Pierre Litbarski entre otros.
Aunque todo parecía resuelto, pronto la situación comenzó a complicarse por culpa de un nuevo actor, UEFA. Históricamente, la confederación europea y la FIFA han mantenido una relación correcta aunque siempre tirante, pero durante el mandato del sueco Lennart Johansson el enfrentamiento con Havelange era constante y a cielo abierto. Por esos días, el presidente de UEFA comenzó a impulsar la candidatura de Corea del Sur, a la vez que denunciaba públicamente que Havelange favorecía de manera explícita a Japón al venderle los derechos de la Copa a International Sports & Leisure (ISL), empresa cuyo 49% del paquete accionario era propiedad de la agencia publicitaria japonesa Dentsu.

Los surcoreanos también tenían pergaminos suficientes para reclamara la sede. Desde el final de la Guerra de Corea, y gracias a la transferencia de la matriz productiva por parte de Estados Unidos, Corea del Sur se había transformado en una de las potencias económicas de Asia en un proceso que fue conocido como “el Milagro del Rio Han”. Al igual que lo que sucedió en Japón con la aparición de las primeras Zaitbatzu a principios del siglo XX, las cuales continúan en pie hasta el día de hoy, en Corea del Sur nacieron los Chaebol. Estos son grandes conglomerados con presencia en distintos rubros de la economía –Daewoo, Samsung, Hyundai y el LG Group son algunos de ellos-, los cuales crecieron durante la dictadura del General Park Chun – hee y que, tras su muerte, se transformaron en actores determinantes de la democracia surcoreana. En 1988, Corea del Sur había estrenado su estatus de potencia mundial organizando los Juegos Olímpicos y ahora quería hacer lo propio con la Copa del Mundo.
Para la Confederación Asiática de Fútbol (AFC) tener dos ofertas fuertes era más un problema que una solución. Ante la imposibilidad de elegir una, la tensión entre las dos federaciones (y los dos países) iba en aumento, así como el miedo a una fractura dentro de la asociación continental. Fue entonces cuando desde las entrañas mismas de la organización se sugirió una idea arriesgada: que ambos países organicen el certamen de manera conjunta. Si bien esto era algo inédito para la competición, el mayor problema residía en que japoneses y coreanos tenían una historia conjunta muy conflictiva. En 1905, el ejército imperial japonés ocupó la península coreana y no se fue de allí hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Tras la llegada al poder del Emperador Meiji en la segunda mitad del Siglo XIX y el fin de la Guerra Boshin contra los últimos samuráis, el gobierno japonés inició un proceso de modernización que transformó a la Nación del Sol Naciente –que por ese entonces era un estado cuasi feudal- en el país más avanzado de Asia. La rápida industrialización y la adopción de costumbres e instituciones occidentales pronto despertaron el hambre imperialista. Al principio, Estados Unidos y Gran Bretaña no prestaron demasiada atención a ese país que consideraba un aliado menor, pero cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde. Para mediados de la década del treinta, Japón ocupaba China, la península de Corea, el Sudeste Asiático e incluso fantaseaba con invadir Australia desde la isla de Saipán. De ahí a desembarcar en la ciudad de San Francisco no había mucha diferencia.
Particularmente en la península coreana, el dominio imperial japonés fue muy cruel. Se prohibió el uso del hangul o idioma coreano, se eliminaron todas las libertades políticas, se reprimieron con violencia extrema todos los conatos de resistencia y se sometieron a miles de mujeres y niñas a la servidumbre sexual. El fin de la II Guerra Mundial y la rendición de Japón –bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki mediante- pusieron fin a la ocupación, pero no al sentimiento de repudio de los coreanos hacia los japoneses. Por esta razón, cuando la noticia de una posible organización conjunta de la Copa del Mundo salió a la luz, un 81% de la sociedad surcoreana se mostró totalmente en desacuerdo. En Japón también no querían saber nada con el asunto, ya que consideraban que compartir la candidatura con una ex – colonia era rebajarse en su estatus. Y fue en medio de esas negociaciones en las que apareció la posibilidad de jugar la Copa en Corea del Norte.
Un mundial para los Kim
Técnicamente, Corea del Norte y Corea del Sur siguen en estado de guerra. Tras el fin de la II Guerra Mundial y la liberación del yugo japonés, las históricas diferencias entre el Norte y el Sur volvieron a estar en el centro de la escena y la península se transformó en un tablero de juegos en donde Estados Unidos y el tándem soviético formado por la URSS y la recientemente creada República Popular China se disputaban el control del continente. Interesado en preservar a Japón de la marea roja que cubría gran parte de Asía, Estados Unidos participó activamente en la reconstrucción del país, a la vez que se mostró benevolente con el Emperador Hirohito. En ese sentido, salvaguardar a la península coreana de la influencia de la China comunista y los soviéticos era de vital importancia ya que actuaba como “estado tapón” entre los japoneses y el resto de continente.
Por su parte, en el norte de lo que todavía era una sola Corea, Beijín ya tenía a un hombre de confianza, Kim Il-sung. Nacido en Pyonyang en 1912, Kim había luchado junto a Mao contra los nacionalistas chinos primero y luego contra la ocupación japonesa. En esas batallas contra los imperialistas nipones, Kim Il-sung ganó reputación como gran estratega y su nombre comenzó a estar en la boca de todos. Tras una temporada exiliado en la Unión Soviética donde recibió formación militar, Kim retornó a su patria inmediatamente después de la guerra y se transformó en el hombre fuerte del Norte, mientras que en el Sur, Estados Unidos había impuesto a Syngman Rhee. Aunque durante un tiempo se soñó con la reunificación, pronto quedó claro que esto sería imposible y el conflicto armado solo era cuestión de tiempo.
Finalmente, en junio de 1950, Corea del Norte lanzó una invasión sorpresa que en menos de tres meses se llevó puestas todas las resistencias del ejército surcoreano y llegó a las puertas de la ciudad portuaria de Busan en el extremo sur de la península. En ese momento es cuando las fuerzas de Estados Unidos entraron en batalla y en pocas semanas empujaron al ejército norcoreano casi hasta la frontera con China. Ante la posibilidad cierta de una derrota inminente, el Ejército Popular Chino se unió al bando norcoreano y llevó al enemigo otra vez hacia el sur. Para mediados de 1951, la guerra se estabilizó sobre el paralelo 38 y aunque los combates se mantuvieron por un tiempo más, en julio de 1953 se estableció un alto el fuego que, aun con provocaciones de ambos lados de la frontera, se mantiene hasta nuestros días.

Mientras que Corea del Sur se transformaba en potencia gracias a la asistencia de Estados Unidos, el Norte tuvo su época dorada en los 60’s y 70’s, gracias a la Unión Soviética. Aunque las relaciones con la China comunista eran fluidas, siempre hubo una especie de tirantes entre el camarada Kim y el mariscal Mao. Precisamente en esos días, los logros deportivos, entre los que se cuenta la histórica actuación de la selección nacional en la Copa del Mundo 1966, eran una manera de demostrar autonomía tanto hacia afuera como hacia adentro. También servían para consolidar el culto a la personalidad impulsado por el propio Kim Il-sung -eventualmente terminó siendo Presidente eterno de la República tras su muerte- y que con el tiempo fue transferido a su hijo Kim Jong-il y su nieto Kim Jong-un.
En todos esos años hubo distintos momentos en la relación entre el Sur y el Norte, a veces conflictivas, como por ejemplo cuando Park Chun-hee fusiló al primer enviado norcoreano que recibió como máxima autoridad del país, y otros mucho mas distendidos, como cuando ambas naciones presentaron un equipo conjunto que compitió en la Copa del Mundo Sub-20 de 1991, torneo en el que tuvieron una buena actuación e incluso se dieron el lujo de derrotar a la selección argentina por 1 a 0.
Pero todo cambió con la caída de la Unión Soviética. El desmembramiento de la URSS, su principal socio económico, desembocó en una gran crisis humanitaria a principios de los 90’s y un aislamiento incluso mayor al que ya regía en Corea del Norte desde el (no) final de la Guerra de Corea. Aunque nunca se pudo determinar a ciencia cierta la cantidad de muertos, algunos especialistas aseguran que la hambruna derivada de la crisis produjo cerca de 600,000 fallecidos. Incluso algunos reportes de organizaciones pro occidentales denunciaron que en las aldeas rurales se produjeron casos de canibalismo durante los días más duros de la crisis. Y por si fuera poco, en 1994 Kim Il-sung confirmó su estatus de simple mortal y pasó a mejor vida. Si bien las agencias de inteligencia de Occidente anunciaron la caída del régimen, que iba a producirse en cuestión de horas, su hijo Kim Jong-Il no tuvo demasiados problemas para retener el poder.
Dada la magnitud del acontecimiento, el deporte de Corea del Norte se retiró de toda competencia internacional en señal de luto por la muerte del amado líder. Y esto incluyó al fútbol que no participó de las eliminatorias para las Copas del Mundo de 1998 y 2002. Aun así, durante el tiempo en el que Corea del Sur y Japón no podían ponerse de acuerdo sobre quien iba a organizar el primer Mundial de Asia, el nuevo líder Kim Jong-Il propuso que el torneo debía ser organizado en conjunto entre las dos Coreas. La noticia pronto recorrió toda la península y la reacción fue más que positiva. Con el antecedente de la Copa Mundial sub-20 de 1991 –y también con una gran actuación conjunta en el Mundial de Tenis de Mesa de ese mismo año-, el proyecto parecía realizable. Para colmo, ahora Joao Havelange se mostraba entusiasmado ante la posibilidad y ya vislumbraba un premio Nobel de la Paz en su futuro. Además, de concretarse, confirmaría el estatus de FIFA como la única organización capaz de imponer condiciones a cualquier país del mundo. Eventualmente, el ambicioso proyecto nunca pudo ser concretado debido al rompimiento de relaciones entre ambas Coreas, algo que, junto a los ensayos militares, se da cada cierto tiempo cuando Pyonyang siente que debe renegociar las sanciones impuestas con Occidente.

Como todo el mundo sabe, al final Corea del Sur y Japón accedieron a organizar la Copa del Mundo 2002 en conjunto, entre otras cosas, porque corrían riesgo de quedarse sin nada. A pesar de esto, a FIFA le había quedado en el tintero la posibilidad de que Corea del Norte sea parte de la organización del torneo y durante un tiempo se especuló con que Pyongyang podría albergar algún partido de menor importancia de la fase de grupos, pero finalmente eso no ocurrió.
Así y todo, en la casa madre del fútbol mundial había dudas con respecto a como se comportarían al norte del paralelo 38 durante las semanas que durase la Copa del Mundo, mas teniendo en cuenta que desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra objetivos norteamericanos, Corea del Norte había sido incluida por el presidente George W. Bush como parte del “Eje del Mal”. Por esta razón, Sepp Blatter, presidente de la federación internacional tras la retirada de Joao Havelange, realizó un histórico viaje a Pyongyang a principios del 2002 con el solo fin de asegurarse que todo saldría de acuerdo a lo planeado. Los surcoreanos en particular estaban intranquilos debido a que a finales de los 80’s un grupo de terroristas norcoreanos había realizado un atentado suicida durante un vuelo de cabotaje.
Aunque no pudo reunirse con Kim Jong-Il, Blatter se llevó por parte de las máximas autoridades del Partido Comunista Norcoreano la promesa de que no habría problemas durante el tiempo en el que se estuviera disputando el torneo. De hecho, pese al bloqueo informativo por parte del régimen, los sistemas de comunicación estatales transmitieron resúmenes de los partidos y destacaron la actuación de Corea del Sur como una demostración de la voluntad del pueblo coreano en su conjunto. Eso si, finalmente Corea del Norte no pudo contra su propia naturaleza y en vísperas del partido por el tercer puesto entre Corea del Sur y Turquía las fuerzas navales de ambos países tuvieron un intercambio de artillería en las costas de la isla Yeonpyeong que dejó varios muertos del lado surcoreano.
Juan Manuel D’Angelo
Twitter: @futboltrotters
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