Un colega mexicano tiene un profundo amor por nuestro país y la Selección Argentina. No solo él sino toda su familia. Viven como si hubieran nacido en esta tierra. Se emocionaron hasta las lágrimas con la final del mundial. Escribe Missael Delgado.

En un auto hotel de la ciudad de León, en México, Angélica, mi madre, de quien heredé el entendimiento futbolero, trabaja el turno matutino de recamarera. Acá son casi las doce del mediodía.

A más de trece mil kilómetros, en Doha, Argentina y Francia juegan la final de la copa del mundo, que se extiende hasta los penales. Mientras tanto, mi hermano mayor Ernesto, de quien heredé el amor por el futbol argentino, llora solo en su casa mientras el Dibu está a punto de convertirse en héroe una vez más.

Al mismo tiempo, Angélica finge seguir limpiando una habitación mientras un cliente espera impaciente. Ella se fabrica la mentira para no perderse los penales, que los observa en la pantalla de esa recamara.

Justo en ese momento, Aldo, otro de mis hermanos, tiembla junto a mí en la sala de la casa y mi hermana Pao, que no comparte la locura pero la respeta y se une, nos observa tranquila pero sumamente interesada en la definición de la final más increíble en la historia de los mundiales.

Pienso en los mencionados: mi madre que sabe de futbol más que cualquier persona que conozco en esta tierra, la que me apoya en todas mis locuras, incluyendo esta de hinchar por Argentina y escribir sobre ello; Ernesto, al que crecí viéndolo alentar a Argentina y River Plate. El que me regaló mi primera camiseta albiceleste, la del mundial de Alemania 2006 y que en esta ocasión, por cábala, usé al terminar cada partido, sin lavarla una sola vez a partir del encuentro, justamente, contra la selección mexicana.

Sí, soy mexicano, y como tal siento un orgullo profundo por mi país, en distintos ámbitos. Pero en lo que concierne al futbol, yo crecí viendo videos de Maradona, un VHS del Cholo Simeone, al Pupi Zanetti, a Heinze, Ayala, Verón. Las revistas “Futbol total” que mi hermano compraba y la televisión por cable me mostraron, desde muy pequeño, cómo se vivía el futbol en Argentina.

Pienso en Aldo, que me sigue la corriente en absolutamente todas mis locuras, como hermano y mejor amigo: él y yo tenemos el enorme sueño de viajar a la Argentina y sentir en la piel y ver con los ojos propios esa locura que es el futbol allá.

Acá, en casa, en el trabajo, todo el tiempo es música argentina. Son los Decadentes, Fabulosos Cadillacs, Bandalos Chinos. Wos, Bestia Bebé, Él mató, Catriel y Paco, Trueno, 2 Minutos, Conociendo Rusia, Dillom, Staya Staya, Satélite Kingston. Son Sacheri, Ariel Scher, Casciari, Fontanarrosa. Son el mate, las empanadas y EL chimichurri que re inventamos acá en León.

Pero sobre todo, son Diego, Messi, Kempes. El River del muñeco, Fideo, Kun, Dibu, la Araña. Soy yo, a los diez años, cuando el equipo de mi ciudad jugaba en segunda división y me importaba poco o casi nada el torneo de futbol mexicano. Son los ídolos argentinos que ha tenido el Club León. Son las personas argentinas que he conocido y me han maravillado con su sencillez. Son las revistas literarias que me abrieron su espacio para publicar las cosas que escribo. Es un sentimiento que no le da la espalda a mis raíces, ni contradice el amor y el orgullo que tengo por el lugar donde nací. Es la idea de creer que hay una segunda casa para mí, a muchos kilómetros de acá, con todas las cosas que me gustan en un mismo lugar. Es la alegría de ver campeona a la mejor selección del mundo actualmente. Ver a Lio feliz, después de tanto.

El título de Argentina me conecta con todo eso que soy ahora, a mis veintiséis años. Con mi familia, mi literatura, mi música y sobre todo, mis sueños. ¿Uno de ellos? Ver a Argentina levantar la copa del mundo.

Missael Delgado

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