Tal vez, que haya sido Claudio quien me dio la noticia en forma de mensaje de Whatsapp tenga sentido. El despertar de la siesta en aquel caluroso 26 de enero me partió al medio como el protagonista de la noticia había atravesado mi vida, la de quien me la comunicó y la de tanta gente que alguna vez intentó ser lo mejor posible en el arte de meter una pelota naranja en un aro. Muchos quisimos ser Kobe Bryant sabiendo que no se podía, sobre todo los que teníamos su misma edad y andábamos alimentando sueños. Si había uno de los nuestros que había llegado a la NBA con 18 años, ¿cómo no lo íbamos a seguir con atención para intentar copiarle algún movimiento?

El mensaje de Whatsapp dio paso a Twitter para confirmar lo que nadie quería creer que fuera cierto. Todo había pasado demasiado rápido, incluso la euforia por ver a mi primero amigo, después compañero de equipo, después cuñado y hermano de la vida jugando contra Kobe Bryant en Las Vegas con la camiseta celeste en el pecho. De quedarme, ya a mis treinta años, a nuestros treinta años y los treinta años de Kobe viendo esa foto en la que lo abraza sonriente después del USA-Uruguay en la Ciudad del Pecado. “Lo que pasa en Las Vegas, queda en Las Vegas”, dicen. Para mí, ver ese partido y esas fotos era casi como estar ahí, por aquella interesante teoría de los seis grados de separación. Aunque nunca haya ido.
Kobe Bean Bryant había pasado como un huracán por nuestras vidas. Y por las de millones de personas, incluso de muchas que nunca tocaron una pelota de básquet. Fue el pendejo irreverente que despreció un pick de Karl Malone en su primer partido de estrellas, porque él podía solo. El de la camiseta 8, que sigo teniendo como un tesoro, y el de la 24. El enfermo que jugó lesionado, que tiró –y metió- dos libres con el tendón de Aquiles roto, el de los 5 anillos y el que me hizo llorar en el último partido de su carrera metiendo 60 puntos con unas piernas que ya no daban más.

Me dijo Claudio que Kobe era por lejos el más simpático y buena onda de todo el plantel de USA. Y eso alcanza.
Sebastián Chittadini
Twitter: @SebaChittadini
Lástima a nadie, maestro necesita tu ayuda para seguir existiendo, suscribite por $500.