Hoy cumple 85 años Carlos Salvador Bilardo ¿Qué relación puede tener el Doctor con Walter White, el protagonista de Breaking Bad? Y nos preguntamos ¿Es Bilardo un antihéroe o un villano muy querible? Escribe Juan Boldini.
Una persona talentosa pero menospreciada por su entorno se obsesiona con el éxito en un área de trabajo que no permite errores. Si bien consigue triunfar, el mismo éxito será su perdición. Progresivamente renunciará a todo lo que tiene en pos de la realización personal, incluso a sus afectos. La línea argumental descrita se ajusta tanto a la trama de la serie Breaking Bad, como a la vida del ex técnico de fútbol Carlos Salvador Bilardo. Éste último repite como un mantra el título de una canción de Julio Iglesias, “me olvidé de vivir”.
El hombre más odiado
De un tiempo a esta parte comenzó a haber más series cuyos protagonistas encarnan los valores asociados generalmente a “los malos”. Tony Soprano, Dexter, Walter White o Francis Underwood (House of Cards). No necesariamente son villanos, sino que su esquema moral es el del villano. Es interesante el proceso de identificación o disfrute que está subversión de los esquemas supone en los espectadores.
El teórico audiovisual Francoise Jost analiza este fenómeno en su libro “Los nuevos malos”. En el mismo, marca uno de los mecanismos narrativos que se utiliza para que las personas puedan identificarse con estos seudo villanos. Cada historia propone algún valor moral que está por fuera de la ley, pero que el protagonista-villano cumple. En el caso de Dexter es un asesino serial que sólo mata criminales. Walter White, el protagonista de Breaking Bad, es un hombre con una enfermedad terminal que quiere asegurar el futuro de su familia. Así vemos a la justicia o la familia, como razón final del viaje hacia el lado oscuro..
En el caso de Bilardo, su motivación es a la vez insignificante y trascendente. Para entenderla hay que situarse en un mundo donde el fútbol es director de orquesta de miles y miles de latidos. Un mundo donde el éxito y el fracaso deportivos se viven como la gloria y el abismo. Un mundo donde se lloran profusamente las tristezas y alegrías que nos da la convención arbitraria de veintidós jugadores y una pelota.
Bilardo eligió, si es que estas cosas se eligen, perseguir el éxito en ese universo simbólico. En Argentina, ser “campeón del mundo” le gana a muchísimas otras cosas buenas. Hacia allí apuntó su norte este hombre sin elocuencia verbal, que no había salido campeón con ninguno de los cinco clubes grandes del país y al cual muchos catalogaban de “anti fútbol”.

El diablo está en los detalles
Uno de los puntos comunes entre Walter White y Bilardo es su carácter obsesivo. Carlos sabe que la distancia que separa al éxito del fracaso es de centímetros, “Siempre gané por un poquito”, explica en una entrevista. Y esta máxima pareciera haberse cumplido en los momentos claves de su vida profesional.
En febrero del 2022 se estrenó una miniserie dedicada al DT: “Bilardo, el doctor del fútbol». El primer capítulo es el más dramático. En él se muestran, principalmente, los cuatro años previos al mundial de 1986. Durante los mismos, Bilardo recibe mucho más odio del que la mayoría de las personas podríamos soportar.
Bilardo no lograba que su equipo juegue bien, el público no se identificaba con su estilo y el periodismo lo criticaba con fiereza. Para colmo el único éxito anterior (en 1978) había sido de la mano de Menotti, un técnico con buena oratoria que rendía loas al juego ofensivo, alguien más parecido al “héroe clásico”. Bilardo soportó que vandalizaran su casa de Paternal (le puso un cartel de venta para que lo dejasen tranquilo) y que su hija no pudiese usar su apellido en el colegio. Asistió a programas de televisión donde lo defenestraban y hasta desoyó el consejo de su padre que le recomendaba tirar la toalla.
En el último partido de las eliminatorias que definían qué equipos iban al mundial, faltando nueve minutos para el final, Argentina perdía 2 a 1 de local y se quedaba afuera. A Grondona, el presidente de la AFA, ya le había bajado la presión en el entretiempo y el estadio Monumental era todo insulto y silbidos. La cancha estaba llena de barro y los jugadores desesperados. El gol llega siguiendo la máxima bilardeana, por centímetros. Un centro llovido cae en el pie diestro de Passarella que patea desde un ángulo muy cerrado. La pelota no entra pero pega en el palo más lejano del arquero. Y en vez de alejarse vuelve hacia el centro del arco, donde un jugador argentino sólo tendrá que llevársela por delante.
La gloria y el abismo distanciados por un centímetro. Pero eso no es todo. Como Walter White, Bilardo no tiene compasión. La obsesión conlleva cierta pérdida de la empatía. Ricardo Gareca, el autor del gol agónico, no iría al mundial. Bilardo no reconoce fidelidades ni deudas. Carlos Salvador deja fuera del mundial de México a líderes indiscutidos (Fillol y Trosero) y a jugadores que eran claros pupilos suyos (Miguel Ángel Russo). Tampoco protesta cuando Grondona le impone algunos nombres. Sólo quiere dirigir y ganar el mundial. Nadie lo cree posible. Sólo Bilardo.
I am the danger
No sería justo decir que Bilardo no reconoce fidelidades. Como un buen personaje de ficción lo interesante es la excepción a la regla. Hay un ser al que el Narigón amó incondicionalmente, incluso hasta la propia humillación. Esa persona fue Diego Armando Maradona. Sin dudas, ninguno de los dos hubiese sido quién fue sin el otro. Bilardo vio en Diego a su as de espadas, cuando aún era considerado una promesa que no terminaba de hacer píe en Europa. Le ofreció tempranamente ser el capitán del equipo por sobre una gloria indiscutida como Daniel Passarella.
La selección campeona de 1986 presentó varias innovaciones tácticas (tres defensores, laterales volantes, volantes mixtos) que marcarían la tendencia en los años siguientes y el futuro. Sin embargo, esa disposición de los jugadores era el diseño arquitectónico necesario para sacar el máximo rédito del talento de Diego. El diez fungía de un segundo delantero que se movía suelto por todo el frente de ataque, sin una marca fija, con una peligrosidad y efectividad pavorosas.

Sin embargo, el disfrute tiene poco lugar en el mundo Bilardo. Regaló la medalla de campeón del mundo porque, en la final, Alemania le empató con dos goles de pelota parada cuando el partido debía estar controlado. De nuevo, ganó por lo justo. Su enojo le impidió participar de la euforia de los festejos. Y aún así, cuando volvió al país no buscó revancha con los que lo habían criticado tan duramente. Según él, ya estaba pensando en el siguiente mundial, en el cual también llegaría a la final.
La relación con Maradona no siempre fue feliz. Como Walter White con Jesse, alumno y maestro se dijeron las peores cosas. Pero en este caso el cruel era Diego. Una critica pública de Maradona previa al mundial de 1990 hizo que Carlos no festejase la navidad (poco después se amigaron, justo a tiempo para que el DT bailase como loco en fin de año). Cuando Bilardo lo dirigió en Sevilla, Maradona desató su ira desmesurada porque fue sustituido sobre el final de un partido. Luego el doping alejó a Diego de Europa. Bilardo ama a Diego. Ya con Maradona como técnico de la Selección y Bilardo como manager, volvió a haber turbulencias. Primero porque en las eliminatorias la selección no jugaba bien y Diego desconfiaba de todos. Cuando lograron otra clasificación agónica se abrazaron bajo la lluvia, llorando, rodeados de cámaras.
Pero la vida no es como las películas. Diego fue despedido después del mundial 2010, y se la agarró de nuevo con su viejo amigo, “Bilardo me traicionó”. Carlos Salvador, no dijo nada. Su amor por el diez, pareciera haber sido incondicional. Mucho más fuerte que su amor propio.
El señor de los venenos
Los comportamientos insalubres fueron moneda corriente en la vida de Bilardo. Dormía poco, desatendía a su familia y era incapaz de tomarse más de tres días de vacaciones. Uno de sus apodos, el doctor, habla justamente de lo contrario. Mientras era un jóven jugador de fútbol estudió y se recibió de médico ginecólogo. Siguiendo los paralelismos con Breaking Bad, a Bilardo, como a Walter, se lo asocia con el envenenamiento de sus oponentes.
Se lo culpa sin pruebas de la intoxicación que deja a Passarella fuera del equipo en el 86. En el mundial de 1990 el brasileño Branco bebió agua de un bidón que le proporcionó la delegación argentina y tuvo un partido errático. Las miradas apuntaron al doctor y nació la leyenda del bidón de Branco. Al repasar el hecho, los protagonistas sonríen. Argumentan que Bilardo les había prohibido beber el agua que les dieran los rivales. Si los otros no tomaban los mismos recaudos, era un error de ellos.

Ya dirigiendo en Sevilla, Bilardo se indignó porque el médico de su equipo atendió a un rival caído. A los gritos, desde el banco, le indicaba al médico lo que había que hacer: “pisalo, pisalo”. Es el día de hoy que los fanáticos de Sevilla usan la frase como canto.
Bilardo quedó entonces convertido en personaje. Era “el hombre que estaba dispuesto a ganar a cualquier costo”. Pero los personajes son construcciones y algunas de sus declaraciones contradicen el mito. Por ejemplo, al hablar de los jóvenes afirmaba que no importaban los resultados sino la formación.
El precio que otros regatean
La pregunta entonces es ¿por qué nos fascina Bilardo? Los guionistas de la serie lo han construido como un antihéroe. Nadie, o muy pocos, querían a Bilardo previo al éxito. La selección jugaba mal, no tenía buena prensa y ninguna hinchada de las cinco grandes lo tenía como ídolo; todo lo contrario. Sin embargo, a Carlos Salvador nunca le importó. Algunas críticas lo hicieron enojar, como la de Menotti, pero el doctor calla y sigue. A él sólo le importa ganar.
Le obsesiona el triunfo como a Messi la posesión de la pelota. Pero Bilardo, a diferencia de Lionel, no ha sido físicamente dotado con las aptitudes de un crack. En este punto, el doctor es una especie de Ricardo III: lo que a él le sobra es ingenio, astucia y convicción.
Para eso, Bilardo atesora recursos. Algunos de ellos están prohibidos por el reglamento, pero eso no le importa mientras no lo descubran. Su objetivo es claro y los medios son los que hagan falta. En su época de jugador, él y sus compañeros tenían un gran abanico de estrategias para desconcentrar a los rivales: hablar con malicia de los familiares o incluso pincharlos con agujas durante los tiros libres.
Pero Bilardo no sólo “juega sucio”. Carlos Salvador estaba lleno de pasión y de creatividad aplicada a su fin último, ganar. Visionaba interminables horas de video (cuando nadie lo hacía), y estudiaba sin parar. Les exigía a sus jugadores el mismo nivel de abnegación y entrega. Lo cual hizo que muchos renunciaran. Según Francoise Jost, “Breaking Bad nos obliga a preguntarnos qué es la maldad”.

En su Poética, Aristoteles acuña el concepto de catarsis y lo establece como un mecanismo fundamental de las historias de ficción. La etimología de la palabra habla de “purga” o “purificación”. Sentir como propios los padeceres de los personajes, hace posible que los espectadores alivianen la carga de sus pesares. El recorrido de Bilardo, como el de Walter White, ofrece una vía de catarsis a la parte oscura de nuestro ser. Ésa que se abandona a la obsesión por el triunfo a cualquier precio.
En la década del ochenta, Alejandro Dolina escribió un libro que se llama «Crónicas del Ángel Gris». En el mismo, Dolina hace de su barrio, Flores, un lugar lleno de personajes bohemios y míticos. Uno memorable es Julius Del Piero. Un cineasta apasionado, al que le faltaba formación técnica y le sobraba pasión. Del Piero desconocía la elipsis, intentó hacer una película sin fin y la última vez que fue visto perseguía a una bandada de golondrinas intentando filmarlas.
Dolina cierra el texto con la siguiente frase:
Del Piero fue un artista de barrio, un creador auténtico que supo pagar el precio que otros regatean.
–¿Cuál es ese precio? –preguntan los aficionados.
El precio de todo es todo.
Juan Boldini
Twitter: @juanboldini
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