En Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato se mete con la gran grieta del fútbol argentino, discusión que no es nueva sino que viene del amateurismo. Vale la pena leerlo una y otra vez.

La extraña instantánea duró acaso un segundo o dos. Tito echó soda al vermouth, tomó unos sorbos y se sumió en un silencio, mirando, tal como era habitual en momentos parecidos, a la calle Pinzón: mirada abstracta y en cierto modo completamente simbólica, que en ningún caso condescendería a la real visión de hechos externos. Después volvió a su tema preferido: ahora ya no había fóbal. ¿Qué se podía esperar de jugadores que se compraban y vendían? Su mirada se hizo soñadora y empezó a rememorar, una vez más, la Gran Época, cuando él era un pebete así. Y mientras Martín, por pura timidez, tomaba el vermouth que después de dos días de ayuno sabía que le haría muy mal, Humberto J. DArcángelo le decía: Hay que amarrocar, pibe.

Haceme caso. Es la única ley de la vida: juntar mucha menega, rifar el corazón, mientras se ajustaba la raída corbata y estiraba las mangas de su saco rotoso, corbata y traje que confirmaban que él, Humberto J. DArcángelo, en el riguroso negativo de la filosofía que predicaba. Y mientras de puro bondadoso lo instaba al muchacho a que terminara el vermouth, le hablaba de aquellos tiempos y pronto a Martín le pareció que aquella conversación se desarrollaba en alta mar. Te estoy hablando del año quince, pibe, cuando yo iba a la cancha con el tío Vicente. Estábamos en plena conflagración en tanto que Martín, marcado, triste pensaba en Alejandra y en su desaparición en el fiel de Seguel y Ministro Brin hasta el 23 en que nos trasladamos a Bransen y del Crucero ¡eh, Chichín! a ver cómo formó el plantel inicial a lo que Chichín, mirando al techo, suspendiendo el repasado de su vaso, con los ojos cerrados, después de mover en silencio los labios (como quien revisa la lección), respondió: De lo Santo, Vergara, Cerezo, Priano, Peney, Grande, Farenga, Moltedo, José Farenga y Bacigaluppi, volviendo en seguida a su tarea con el vaso mientras Tito decía: Esato. Y aunque Racin obtuvo el campeonato, los seneises, que ya perfilábamos el temple salimos cuarto.

En el 18 ocupamos el tercer puesto y en el 19 triunfamos en un torneo en que el cisma restó numerosos participantes. ¡Eli Chichín! Decí cómo formó el eleven que ganó la copa, a lo que el otro respondió, después de permanecer un momento en suspenso, con los ojos cerrados, y la cabeza levantada hacia el techo: Ortega, Busso, Tesorieri, López, Canareri, Cortella, Elli, Bozzo, Calomino, Miranda y Martín, volviendo en seguida a su tarea, mientras Tito comentaba Esato. ¡Qué equipo, pibe! El gran Tesorieri. Nunca hubo, ni volverá a haber, eh, un arquero como Américo Tesorieri. Te lo dice Humberto J. D Arcángelo, que ha visto fóbal del grande, arreglándose la corbata y mirando hacia la calle Pinzón con indignación, mientras Martín, mareado, veía como en una fantasmagoría al viejo don Pancho Olmos hablando sobre la Legión y a Alejandra acodada sobre la balaustrada de la terraza y la cabeza del Comandante Acevedo. Y lo mismo te digo de Pedro Leo Journal, el famoso Calomino, el güin más veloz que ha pisado las canchas nacionales, el inventor de la célebre bicicleta, que luego tantos y tantos han querido imitar. ¡Qué tiempo, pibe, qué tiempo! agregó, cambiando el sitio del escarbadientes del ángulo izquierdo al ángulo derecho de la boca y dirigiendo su mirada a la calle Pinzón, mientras Martín miraba a Alejandra dormir, observándola como al borde de un abismo. Pero -decía D Arcángelo- lo justo es lo justo porque él no era como Chichín que era un fanático y era ciego para todo lo que no fuera Boca lo justo es lo justo, pibe, y hay eras en todos los equipos y hay bagayos también en Boca, pa que nos vamos a engañar. Y ahí tenés, sin ir más lejos, al negro Seoane, la célebre Chancha Seoane, que fue el puntal de los Diablos Rojos por varias temporadas. Te voy a ser sincero, pibe: el negro Seoane personificaba la clásica picardía criolla puesta al servicio del noble deporte. Era un era inteligente y aguerrido, la pesadilla de los arqueros de su tiempo. ¿Sabés como lo caracterizó Américo Tesorieri? El rey del área enemiga. Y con eso se ha dicho todo. ¿Y Domingo Tarasconi? El gran Tarasca fue uno, de los grandes escoires del fóbal amateur. Dueño de un potente shot, ya lo probó desde la punta derecha y cuando fue corrido al eje, marcó un período glorioso en el historial del deporte argentino.

Pero… y siempre hay un pero en el fóbal, como decía el finado Zanetta, por el mismo tiempo de Tarasca brillaba en la acción el gran Seoane, como te decía. Y ahora fijate bien en lo que te voy a explicar la Línea tenía dos alas de modalidades opuestas. La derecha era académica y jugadora, la izquierda se caracterizaba por un juego eficaz y por un trámite si se quiere poco brillante pero efetista, que se traducía en resultados positivos. Y a la final, pibe, se diga lo que se diga, lo que se persigue en el fóbal es el escore. Y te advierto que soy de los que piensan que un juego espectaculares algo que enllena el corazón y que la hinchada agradece, qué joder. Pero el mundo es así y a la final todo es cuestión de goles. Y pa demostrarte lo que eran esas dos modalidades de juego te voy a contar una anécdota ilustrativa. Una tarde, al intervalo, la Chancha le decía a Lalín: cruzamela viejo, que entro y hago gol. Empieza el segundo jastain, Lalín se la cruza, en efecto, y el negro la agarra, entra y hace gol, tal como se lo había dicho. Volvió Seoane con los brazos abiertos, corriendo hacia Lalín, gritándole viste, Lalín, viste, y Lalín contestó que sí pero yo no me divierto. Ahí tenés, si se quiere, todo el problema del fóbal criollo.

Ernesto Sábato

Fragmento de Sobre héroes y tumbas

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