Al cumplirse un nuevo aniversario de su nacimiento, recordamos a Roberto “El Negro” Fontanarrosa y su vínculo con la redonda. Escribe Federico Coguzza.

“Dos veces en la vida se animaron a entrar a la habitación para despertarme antes de las nueve y media de la mañana. La primera fue para decirme que Argentina había invadido las Islas Malvinas. La segunda para avisarme que Maradona había firmado para Newell’s”. Así, con la astucia de un goleador implacable, es como Fontanarrosa ha definido su relación con el fútbol.

Nacido en la ciudad de Rosario, donde extraño sería no sentirse envuelto por fútbol, “El Negro” eligió vestirse para siempre de Canalla. Algo de la elección de los colores se la debe a su padre, que si bien era fanático del básquet más que del fútbol, “estaba más cerca de Central que de Newell´s porque mi viejo era una especie de ‘peronista emocional’, e históricamente Central ha sido el equipo del pueblo”.

El mismo que dijo que creció queriendo ser Ermindo Onega (volante ofensivo de River entre el 57 y el 68) y no como Cortázar. Ese mismo que compartió cafés con Ángel Cappa, César Luis Menotti y Jorge Valdano en el bar “El Cairo”, fue por primera vez a ver a Central contra Tigre y lo hizo, como tantos otros, llevado por el padre de un compañero de la primaria que cada domingo indefectiblemente asistían al Gigante de Arroyito.

Cuando lo consultaron sobre cuál sería la banda de sonido de su vida sostuvo, con la misma sagacidad con la que Poy se movió en el área aquel 19 de diciembre de 1971, que la de las transmisiones radiales de los partidos de fútbol los días domingo. “Porque cuando uno escucha esos relatos, los cantitos, sabe donde estaba. Sabe que el mundo está funcionando perfectamente, porque quizás es domingo y hay fútbol”.

La sagacidad de Poy devino en “palomita” y en eliminación por parte del Canalla de su eterno rival en aquella recordada semifinal que se disputó en cancha de River. Y aquella tarde devino en, quizás, el mejor cuento que exista sobre fútbol en nuestra literatura: 19 de diciembre de 1971. La historia de un grupo de amigos que decide secuestrar al padre de uno de ellos a sabiendas que nunca había visto perder a Central contra su clásico rival.

Sin embargo, en Fontanarrosa, el fútbol es más amateur que profesional. Se juega en el potrero. Es más bien un picado que incluso, a veces, no se llega a jugar porque primero falta uno, después no hay pelota hasta que aparece y termina pinchada por poner incorrectamente el pico para inflarla, como ocurre en Escenas de la vida deportiva.

Está más presente el hincha que el jugador. Eso puede rastrearse en los diálogos, en las formas más bien mundanas de vivir el fútbol. Y también vale resaltar la inclusión de la mujer en este ámbito sin los tintes machistas que lo caracterizan, como por ejemplo, el personaje Hermana Rosa. Mentalista con la perfecta capacidad de errar pronósticos deportivos. Una caricatura de los periodistas deportivos que tanto vaticinan y poco aciertan.

La novela El área 18 y algunos cuentos como Memorias de un wing derechoLa observación de los pájarosLa BarreraLa pena MáximaPichón de CristoUsted no me la va a creer y ¡Qué lástima Cattamarancio!, entre otros, forman parte de la extensa y rica literatura con fisonomía esférica, jugada o hablada sobre el piso irregular de un potrero de barrio.

Hace 70 años en la ciudad de Rosario nacía Roberto Fontanarrosa y con él una manera de retratar aquello que solo tiene lugar en un once contra once o en un cinco contra cinco. Aquello por lo que uno puede recordar algún hecho significativo: “A mí el fútbol me sirve para acordarme de fechas. Porque soy un desastre para eso. Por ejemplo, sé que mi Viejo murió en el 71, pero no sé en qué día, o en qué mes. Entonces me guío por los Mundiales”. Aquello por lo que uno, mejor dicho, él permitió que alguien entre a su habitación y lo despierte antes de las nueve y media.

Federico Coguzza

Publicado originalmente en Notas.

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