El Clausura 2009 fue el último torneo codificado por Torneos y Competencias. Además fue el campeonato del Huracán de Cappa. Juan Stanisci se detiene en el partido contra River por la fecha 14 para analizar el nacimiento de un equipo y el principio del fin de una era.
No lo sabía Macaya Marquez; tampoco el tipo ese que sube los escalones de la popular local para empezar a desenrollar un telón grande como la tribuna entera; tampoco los miles y miles de hinchas de River que habían llegado al Ducó; menos aún Javier Pastore, autor de dos golazos y figura del partido. Nadie de los protagonistas, espectadores, espectadoras, alcanzapelotas, camarógrafos, voz del estadio o cocacolero, sabía que estaba presenciando el fin de una era.
Aquel 16 de mayo del año 2009 se jugaba la fecha catorce del desaparecido torneo clausura. El puntero era Lanús con 28 puntos, seguido de Vélez con 27, Colón con 24, Huracán con 23 y River con 20. Pintaba para uno de esos campeonatos donde el campeón no llegaría a los 40 puntos.
Ese torneo Clausura sería el último en el que, si no pagabas el codificado, tenías que ver unas rayitas verdes donde de vez en cuando aparecía algo parecido a una pelota o un jugador. O sino escucharlo por radio y luego esperar al arranque de Fútbol de Primera para ver los goles. El fin del monopolio no cambio solamente para el bolsillo del futbolero o la futbolera, cambio la forma de ver el fútbol.

Hasta agosto de 2009, cuando la transmisión de los partidos pasó a manos del Fútbol para Todos, solo se veían entre tres y cuatro partidos en directo. Uno el viernes, uno el sábado, uno el domingo y uno el lunes. Ya de madrugada, después de Fútbol de Primera, repetían entero el partido del domingo. La mayoría de los encuentros iban a las 16:10 los domingos a la tarde. Por lo cual, si usted era hincha de Huracán de Tres Arroyos y le tocaba jugar de visitante contra Lanús, a menos que alguno estuviera peleando el campeonato, usted se agarraba con la radio tratando de sintonizar una AM que pasara el partido; luego llegada la noche usted aguantaba hasta pasadas las once para, con suerte, ver un compacto de un minuto y medio del partido, si es que no daban directamente los goles. A partir de agosto de ese año, los partidos a transmitirse serían todos, cosa que hoy a pesar del codificado, se mantiene.
El otro punto a tener en cuenta a la hora de pensar en como miramos el fútbol son las cámaras. En aquel lejano 2009, a excepción de partidos “importantes”, las cámaras no pasaban de cinco. Las repeticiones de jugadas polémicas eran pocas y en no más de tres planos. En general, salvo un gol, la jugada se repetía una vez desde otro ángulo. ¿En qué modifica la cantidad de cámaras, se preguntará el atento lector? En la judicialización del fútbol. Hoy estamos acostumbrados a que, si hubo una mano, por ejemplo, la jugada se repita en la cámara normal, en una de atrás, en una de más al costado, con una lupa y una larga fila de etcéteras. Con lo cual vemos cosas que en la cancha no suceden, ni para el árbitro, ni para la hinchada, ni para los jugadores. Estamos más atentos al género chimentero inventado por el periodismo deportivo que son las “polémicas” que al juego en sí mismo. Esperamos las pruebas que nos otorga la tecnología para declarar culpable al lineman o al árbitro. Las multicámaras nos han vuelto espectadores más vigilantes.

Aquel domingo 16 de mayo Huracán era más una promesa que un presente y River un océano de incertidumbres que venía de ser eliminado de la Copa Libertadores en primera fase. En la previa al partido Macaya Márquez planteaba que no había un claro favorito, que Huracán debía confirmar lo que insinuaba y que River tenía una última chance para despertar. El local tenía dos cambios importantes, ninguno de sus zagueros titulares jugaba esa tarde, en sus lugares entraban Filipetto y Kevin Cura.
La Y, puede significar tanto unión como separación. Si se lo piensa en modo de camino, nuestra menospreciada “i griega” es una bifuración, un punto donde dos rutas se separan y alejan. Pero si se la lee como letra sucede todo lo contrario, la Y sirve para pegar, para juntar, para unir. Desde aquel 2009 si uno dice Cappa, tiene que poner una Y, para continuar con la palabra Huracán. Cappa y Huracán. Pero también: Cappa y Pastore. Pastore y Defederico. Toranzo y El Maestrico Gonzalez. Goltz y Domínguez. Araujo y Arano. Los ángeles de Cappa. Equipo que terminaría de transformarse en cosa seria, en el segundo tiempo de aquella tarde en el Ducó.
A medida que pasa el tiempo y revisamos partidos de años anteriores, la sensación es que antes el fútbol era más lento. Y la lentitud está asociada, en general, a buen juego. La rapidez, en cambio, va de la mano con el atletismo y aquello de que, correr corre cualquiera, pero jugar al fútbol no es tan fácil. El fútbol comparte con muchas religiones la idea de una edad de oro anterior a la actual. Para el cristianismo, por tomar un ejemplo, los seres humanos nos hemos ido corrompiendo y alejando de Dios con el correr de los siglos, supuestamente, en el principio todo era mejor y más puro. Lo mismo en los mitos griegos, se creía que existían cuatro etapas: la edad de oro, la edad de plata, la edad de bronce y la edad de hierro; cada etapa suponía una suerte de decadencia frente a la anterior. En nuestro querido juego sucede lo mismo. Hoy miramos a la década del setenta como algo más puro y plagado de cracks; pero en la década del sententa, los viejos decían que eso no era fóbal y que el fóbal de verdad se jugaba en la década del cuarenta; y en la década del cuarenta, Roberto Cherro ex jugador de Boca y la selección argentina, decía que el fútbol ya no era como en su época (diez años antes), que ahora no había espacios ni tiempo para pensar y que él no hubiera podido jugar en un fútbol así; y en la década del veinte, en aquellas aguas turbias y contradictorias llamadas amateurismo, Jorge Brown figura del mítico Alumni decía “fútbol era el de antes”; y así seguramente lleguemos al momento de fundación en la taberna Freemasons, dónde quizás alguien saliendo del bar después de decretar las primeras reglas del fóbal, habrá dicho “estan matando al fútbol, ya no es lo que era”.

Pero algo de cierto tiene que haber en todo esto, porque viendo aquel Huracán – River, parece jugarse más lento. Pastore, Toranzo y el Maestrico reciben con bastante libertad en la mitad de la cancha y hasta tres cuartos pueden llegar tocando sin que haya presión de River. Y lo mismo del otro lado, Mauro Díaz, Buonanotte y Falcao, tocan y se mueven con espacios. Quizás tenga que ver con la forma en la que Gorosito y Cappa ven el fútbol, que es tratando de darle más valor a lo ofensivo sin buscar romper el juego del otro.
El primer tiempo no daba muestras del partido que luego quedaría en la historia. Las chances más claras las tuvo River. Un mano a mano de Falcao que dio en el palo, luego de una linda pared con Buonanotte y un gran pase de Mauro Díaz. Un cabezazo de Gerlo que se fue cerca. Huracán intentaba siempre desde abajo y tocando. El único que sí parecía marcar el rumbo del partido era Pastore. Caño, sombrero, taco y gambeta fue la lista de temas de la tarde. La defensa de River no lo podía agarrar. Así fue como a los cuarenta del primer tiempo recibió solo por derecha y de unos treinta metros la clavo en el palo derecho del Indio Vega.
Al volver del entretiempo, dijo el Pollo Vignolo que en la manga casi se van a las manos Gerlo y Falcao. Otro detalle llamativo del partido es que no hubo periodistas en el campo de juego. Vignolo decía los cambios y Macaya los bancos de suplentes.
El segundo tiempo arrancó como el primero. River iba y Huracán no lograba marcar el ritmo. Tras una buena jugada de Buonanotte, Falcao hizo volar a Monzón que la tiró al corner. Fue un partidazo mientras estuvo parejo. No siempre se puede ver un partido con un delantero de la categoría del colombiano de un lado y con un mediocampista como Pastore del otro.
Con el correr de los minutos se empezó a ver eso que está marcado en nuestra memoria: los tres enganches de Cappa, Pastore, Toranzo y el Maestrico, agarraron la pelota y la empezaron a mover de un lado para el otro. El “ole” bajaba de la popular local como una exaltación del goce. Pero en el banco de suplentes de Huracán, Miguel Angel no disfrutaba sino que se volvía loco porque su equipo no cerraba el partido. La cosa seguía uno a cero y River lo podía empatar en cualquier momento. Pero el visitante sólo la veía pasar. Araujo, el lateral derecho del globo, pasaba y pasaba siendo una especie de Cafú de la quema. Kevin Cura ya no tenía problemas con Falcao. Medina, el nueve de esa tarde, se movía y se movía sin darle referencias a Gerlo y Nicolás Sánchez. Arano no dejaba pasar a nadie.

A los 14 minutos de la segunda etapa el rumbo quedó claro. Después de un bombazo del Maestrico González bien tapado por el Indio Vega, la pelota le volvió a caer al venezolano. Lo aguanta a Villagra, que luego se tira a sus pies con una linda plancha y se va expulsado. Para colmo cuatro minutos más tarde, vino el segundo de Huracán. González había tenido una gran chance de entrar al área pero la perdió con Gerlo. La pelota le cayó a Toranzo que aguantó el pique de Pastore y la puso en cortada para el cordobés. La defensa de River, estática. Pastore llegó al fondo y le sirvió el gol a Medina, que definió ante la desesperación de Gerlo.
El medio de River ya no andaba, Rosales y Barrado andaban como flotando por la cancha. Gorosito mandó tres cambios juntos. El Ogro Fabbiani por Mauro Díaz, Abelairas por Buonanotte y el Tucu Pereyra por Rosales. De esta manera había en cancha tres jugadores que en los años siguientes tendrían bastante presencia en selecciones: Pereyra, Falcao y Pastore. Aunque quienes vieron el ingreso del tucumano aquella tarde, jamás hubieran pensado que terminaría jugando en la Juventus y en la selección. Con el diario del lunes y diez años después, resulta inentendible como salió Buonanotte y no Diego Armando Barrado.
A partir de ahí hubo dos constantes: el ole de las tribunas y los nervios cada vez más grandes de Cappa. Su equipo jugaba bárbaro pero cada vez que llegaba al área se pinchaba.
Huracán no solo tocaba y tocaba. Sino que además ganaba todas las divididas. Así todo, cada vez que River lograba que la pelota le llegue a Falcao generaba peligro. También tuvo una de afuera del área Fabbiani. Pero con el resultado a favor, el medio de Huracán se soltó y el tercero parecía ser algo que iba a suceder tan naturalmente como un atardecer.
Cosas que tiene el fútbol. Aquel equipo es recordado por su buen juego. Pero los tres goles del segundo tiempo llegaron de jugadas que se fueron ensuciando. El tercero no fue la excepción. Un pelotazo a Medina que pelea con Gerlo. Por prepotencia de trabajo la gana el de Huracán y se la deja a Defederico que toca para Pastore que vuelve a pasar en carrera.

Lo que hace Pastore merece un párrafo aparte. Basta solo con ver esa jugada para decir: este pibe es un crack. Porque El Flaco no solo tira un cañazo, le amaga al arquero y define pegado a un palo. Lo hace en velocidad y en tres toques. Pastore recibe y en ese primer toque le tira un caño a Sánchez que queda mirando sus piernas cruzadas tratando de entender por dónde hizo pasar la pelota el Flaco ese y cómo va a hacer para acomodar sus extremidades inferiores nuevamente. Pastore queda mano a mano con Vega. El segundo toque corto, para acomodarse y dejar venir al arquero. Parece que va a haber un tercero, pero no, es un amague, el Indio parece no comérselo porque no se tira, pero el movimiento de Pastore hace que se frene y no vaya a atorarlo del todo. Ahora sí llega el toque final, con la cara interna y una linda comba el Flaco la pone contra el palo izquierdo, para delirio de quemeros, quemeras y tranquilidad de Cappa que ahora sí puede festejar en paz.
Lo que vendría después es difícil relatarlo sin caer en lugares comunes. Que ballet, que recital de fútbol, que siga siga, siga el baile. Todo es vale y a la vez se queda corto. Huracán movió un lado para el otro de tal manera que daba ganas de pararse y gritar: bueno basta, denle el campeonato por ganado. Pero como dijo Discepolo, la vida siempre se burla y el destino tendría otros planes para el final del torneo.
Aquella tarde devenida en noche tendría un condimento más. Patricio Toranzo hizo las inferiores en River. Era el típico enganche del paladar millonario. Pero nunca pudo hacerse un lugar. Se fue a préstamo a Huracán y en el contrato decía que sólo podría jugar contra el club de Núñez sí se pagaban cien mil pesos, cabe aclarar que por aquellos días el dólar costaba $3.77. Restaban tres minutos cuando, a la salida de un córner, la pelota le cae en la medialuna del área al Patito. Toranzo controla, le queda medio larga y cuando parece que lo van a apretar los jugadores de River, saca un derechazo seco y cruzado que se mete en un rinconcito del arco de Vega.
Fiesta en la quema. Huracán se prendía del campeonato a puro toque y gambeta. A falta de cuatro partidos, el globo quedaba a dos puntos de Lanús y uno de Vélez. Del otro lado River cerraría un semestre para el olvido. Ese segundo tiempo fue un quiebre para ambos. Huracán sería uno de los equipos más recordados de los últimos tiempos. Aquella tarde en Parque Patricios, sería la beatificación de los Ángeles de Cappa.

Faltaban cuatro partidos para el cierre del campeonato y de una etapa. La del telebim, fútbol de primera y los goles prohibidos, Macaya, TyC max, la repetición de madrugada, los relatos mirando la tribuna del Bambino Pons. El 11 de agosto de 2009 en conferencia de prensa, Cristina Fernandez de Kirchner, junto a Grondona y Maradona anunciaban la creación del Fútbol para Todos. Nacía para ayudar a clubes fundidos y democratizar el deporte. No solo el fútbol, ya que lo recaudado con las transmisiones sería destinado para financiar el deporte olímpico. Pero fundamentalmente aparecía una nueva forma de mirar el fútbol, dónde el hincha no era un cliente o un consumidor sino, lisa y llanamente eso: un hincha esperando gritar goles de su equipo.
Juan Stanisci