Cuarta entrega de la serie del Bar de los Pájaros. Escribe el crack, poeta y futbolista: Agustín Lucas.
Cuando vi a aquellas dos personas amándose contra la persiana cerrada del mismo comercio, pensé si estarían desde la última vez que vine al bar de los pájaros. O si recién habrían llegado. Alguien se arrimó y les pidió fuego. Lo miraron atónitos. Sudaban, en la frente él y en el bajo de la espalda ella, que contestó que no. Suspiró, no le soltó la ropa nunca. Él, simuló el cacheo del yesquero. Yo le ofrecí el fuego al alguien como para que los amantes puedan volver tibiamente al pueblito entre el cachete y la nariz.
Hoy es fecha patria. Hace dos días también fue fecha patria. La primera el recuerdo de Alcides y Obdulio, la segunda una batalla mal contada por los libros de texto ¿Pero que es la patria si no es la cama? ¿O ese pueblito entre las letras mudas y el ombligo?
Entra el sol como una lupa por la ventana del bar de los pájaros. La piel ocre del techo se desprende como tu abrigo. Son como puntas de pergaminos. Nunca vi un pergamino, pero hay cosas escritas. Jorge el otro, el amigo, cocinó un pastel para parroquianos. Antes, lo cocinaba Sandra. También hay buñuelos, milanesas hasta de berenjena, empanaditas. Hay una foto de una niña de rojo con la mano en la boca enganchada en el espejo. Cuelgo de ahí. Jorge, el marido de Sandra, pasa a saludar. Es inevitable pasar por el bar de los pájaros aunque sea el día de liberar tensiones indómitas. Tiene un pañuelo de tango Jorge, me abraza. Las emociones le lavan la mirada. Antes de irse deja una descorchada que invita la casa.
Anoche quisieron matarme. No pedí explicaciones. El sabor de los cristales parecía haberse ido. No así los restos que dejó una pelota que rompió la ventana. En el baño del bar de los pájaros hay un poema escrito. Borrado. Miro la botella de desinfectante en el corner. Vuelvo a escribirlo. Digamos, te dejo el lápiz escondido para que lo vuelvas a hacer. Espero que lo encuentres. No espero nada en realidad. Alguien me dijo una vez que extrañar no es extrañar. Es esperar volver a verse. Eso espero.
Zafé, no se como ni hasta cuando pero zafé. No se tampoco por qué pero no pedí explicaciones. Hay maneras de desayunar todo el día, me dice Jorge, el otro. Lo que se habla en el bar de los pájaros se traduce en lenguas. Lo que se habla es como el aleteo de los pájaros pintados en la pared ¿Será que el aleteo de los pájaros se parece a lo que digo mientras escribo? Son como pensamientos en voz alta, besos con ruido. ¿Será que el aleteo de los pájaros se parece a decir tu nombre? Suena como a recitado de poetas perdidos el aleteo de esos pájaros quietos en la pared. Hay uno en particular que está por levantar vuelo. Es que en la noche los pájaros buscan la mirada. Viven ahí, parece. Son otros nidos. Los nidos son como ovillos de paréntesis sólo de abrir.
Me hizo tentar Norma hoy de mañana sacando la ficha médica. Dice que cuando Carrasco era técnico de Rocha y se enteró que ella le sacaba las fichas a los de Colonia, le mandó un camión de la intendencia con diez jugadores. Pero la anécdota es otra. Cuando Norma presentó las cédulas de los muchachos que habían bajado tiesos del camión, la administrativa le preguntó si ella se iba a quedar con las liebres. Las liebres que Carrasco mandaba por el favor y la urgencia. Y Claro, dijo Norma. Y chau. Te contaría todo mientras pongo a hacer café. Es rico el café que trajo el poeta. Yo le dije al poeta que el café era para tomar con vos. Que yo digamos. Aunque ahora tome.
Jorge se acerca a la mesa donde el sol como una lupa achina la vista. Las rayitas en los costados de los ojos son estrofas. Jorge ofrece café para empatar. Hay un partido que siempre se está perdiendo. Hay otro que no. Que valieron los treinta minutos del otro día. Que es de día aún. Que es de mañana. Jorge se ríe por lo bajo, habla por lo bajo, creo que escucha mis pensamientos. Cuando los escriba serán otra cosa ¿Será que el aleteo de los pájaros se parece a pensamientos? Rosario canta algo así como que “con vos todo el futuro era una tarde”. Tengo ese verso puesto. Hay un cielo de bicicletas afuera. Adentro. Vos me mandás una canción que ya me mandaste. Decís que los sentimientos deben ser parecidos o que te sentís así. Que te sentís canción, entonces. Yo te pongo a sonar en auriculares.
Agustín Lucas