Entre la bronca de Messi, la rotación de Setién y el histrionismo de Sarabia, el Barcelona intentará clasificar a cuartos de final de la Champions League. Escribe Dr. Magrao desde Chile.

Los/as que sentimos un aprecio por la camiseta blaugrana (por mucho que esté rebosada de euros y sea exponente de la especulación financiera) es porque reconocemos en ella la historia detrás: desde la reivindicación autonomista de Catalunya, su rivalidad con los clubes de la corona, hasta el pasado reciente, con las dos épocas de Cruyff: como jugador y técnico de un Dream Team inolvidable. El fichaje de Maradona aumentó la atención sudamericana y el linaje carioca, que iluminó sus canchas por más de 20 años, nos hizo amantes del buen fútbol: Romario, Rivaldo, Ronaldo, Ronaldinho, Dani Alves y Neymar fueron y son, más allá de las diferencias ideológicas, una exquisitez dentro del campo que marcaron la vida del hincha. Palabras sobran para el equipo de Rijkaard y el «tiki taka» de Pep Guardiola. La inclusión del crack uruguayo Suarez y la presencia inédita de chilenos (Alexis, Bravo y Vidal) terminan por cerrar la atención de este lado del mundo hacia Barcelona.

Luego de ver Match Day, documental que se internó en el camarín, entrenamiento y casas de los futbolistas del plantel, no era difícil quedarse con una sensación extraña. No sólo se veía un vestuario apático, contenido y extrañamente solemne, sino que, esa misma falta de sangre caliente, se reflejaba muchas veces en la cancha cuando un equipo, plagado de estrellas, dependía del mejor del mundo para sostener un resultado.

Ernesto Valverde no parecía un mal técnico (hice mi crítica en un texto cuando fue despedido), pero nadie tiene certeza de cuán escuchado era dentro del camarín y la cancha. Sea como sea, la carga de la derrota en Roma y luego en Anfield, era un peso que ni Atlas podía sostener.

Y así, en busca de una necesaria renovación del aire, llegó Setién y su ayudante, Eder Sarabia.

El nacido en Santander, ex medio campista y entrenador del Real Betis, era reconocido por el desarrollo táctico en sus equipos, las transiciones rápidas y presión alta; características que en el Camp Nou traían más que buenos recuerdos. Pero nada de eso ocurrió. Nunca, al igual que el último tiempo de Valverde, encontró “el equipo”. Sinceramente pareciera que los planteles sobre poblados de buenos jugadores “marean” a los últimos técnicos del Barça. Antes, cuando el equipo se rezaba de memoria, claramente había menos problemas.

¿Tanto miedo de casarse con un 11? ¿Por qué no decir que el mediocampo titular sería Busquets, de Jong y Vidal por ejemplo y que el tridente de ataque lo conformarían, más allá de los resultados, Griezmann, Suárez y Messi? ¿Es tan difícil decidirse por Sergi Roberto o Semedo de lateral derecho? ¿Tanto nerviosismo por dejar claro que Puig, Ansu Fati, Arthur y Rakitić serían los primeros cambios a la hora de necesitar otros recursos en un partido?

Todas esas preguntas surgen al ver la forma de conducir técnicamente un plantel tan bien dotado. Problema que condenó la última etapa de Valverde y hoy la de Setién.

Punto aparte para la histeria, auto-referencia y a ratos ridículo e histriónico show del ayudante técnico. Si la performance de Sarabia daba vergüenza a quienes lo veíamos por Tv, imagino lo que producía en la cancha a aquellos jugadores que lo han ganado todo. Me pregunto cómo Quique no le supo sentar en su lugar, antes de que terminara por caldear los ánimos de un equipo que chocaba, permanentemente, contra una pared.

El mejor ejemplo de lo que ocurría adentro del vestuario y a la orilla del campo, es la celebración ofuscada de Messi luego de su golazo de tiro libre (en la derrota de local contra Osasuna, mientras simultáneamente, en la capital española, Real Madrid celebraba el título). Gesto de rabia que sus palabras explicarían, una vez concluido el encuentro: habló como un capitán honesto que asume, desde la autocrítica y crítica, que su barco se está hundiendo.

Ojalá saquen el agua de la borda contra Nápoles, pues ver sonreír a Leo Messi y a ese plantel, es un deber del fútbol moderno.

Dr. Magrão

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