Se cumplen 31 años de la noche en el Maracaná donde el Cóndor Rojas, arquero chileno, simuló un corte en la mejilla para suspender un partido por eliminatorias. Escribe Federico Abbiati.

Son 31 años. Pero los seguidores de la Nacional, o tal vez la nación entera, le hicieron saber hace casi 7 que su purgatorio estaba cumplido.

Es que el  22 de Diciembre de 2013, en ocasión del partido agasajo a Iván Zamorano, en el Estadio Nacional de Santiago hubo otra alma que lloró de la emoción, a la par del Bam Bam, al recibir las máximas guaguas del público. Roberto Antonio Rojas Saavedra, esa tarde, volvió a ser el Cóndor de Chile.

De seguro quedarán en la república trasandina quienes interiormente se sigan preguntando ¿Por qué, Roberto? ¿Por qué esa infantil artimaña?  ¿Por qué esa artera traición a la patria? Pero en fin, esa víspera de navidad, el “Viejito Pascuero” trajo la reconciliación entre los hinchas y uno de sus porteros insignia de todos los tiempos.

Ha de ser muy probable que a estos apáticos que todavía se cuestionan el ingenuo proceder de Rojas, les cuadre más la versión acerca de un beneficio monetario personal y el amparo al calor de la sociedad brasileña. Muy probablemente, sean estos los que daban por descontado que esa noche del 03 de Septiembre de 1989 la Roja perpetraría el segundo Maracanazo.

Sin embargo, lo que acontecía sobre el verde césped distaba mucho de ser ese escenario hazañoso previamente conjeturado. El Scratch se había puesto arriba 1:0 con gol de Careca a los 15´ del ST; Chile debía vencer a como diese lugar si quería llegar a Italia ´90. En palabras posteriores del propio Rojas, “la cosa pintaba fea”.

Así el panorama, la “inigualable” oportunidad se presentó a los 24´de ese complemento, cuando desde la cabecera detrás del arco que custodiaba el capitán chileno, una joven “torcedora” del Fluminense, que por primera vez asistía al templo del fútbol carioca, tuvo su bautizo lanzando una bengala hacia el perímetro de juego. Y el Cóndor no la “desaprovechó”: se dejó caer. Acto seguido, rodó sigilosamente en dirección exacta hacia el fulgor del artificio. Sólo le quedó extraer el bisturí oculto en uno de los puños de su buzo e infringirse la herida facial.

La obra maestra estaba en marcha. El paso inmediato era el abandono del campo por parte del equipo dirigido por Orlando Aravena, siendo el ensangrentado Rojas acarreado hacia los vestuarios por varios de sus compañeros.

En los días previos al duelo, ante la creciente combustión de los ánimos, el propio Rojas, como capitán, había advertido que ante la mínima provocación su equipo no afrontaría el juego. Así mismo, había consensuado con su sub-capitán, el defensor Fernando Astengo, que abandonarían el juego ante la más insignificante de las hostilidades.

La coartada chilena se presentaba tan simple como determinante: ante Venezuela, 7 días antes, habían tenido que hacer de locales en el estadio mundialista de la vecina Mendoza, luego de que desde la parcialidad cordillerana agredieran a naranjazos a los brasileños en el choque de ida, en Santiago, el día 13 de ese mismo mes de Agosto. Una bengala en vez de naranjas, entonces, debería de traducirse en darle por ganado el match a la Roja, con el automático pasaporte a Italia. O, en el peor de los casos, forzar un tercer partido en terreno neutral y con veda del intimidante aliento amarelho.

Sin embargo, todos los artilugios sucumbieron ante semejante aparatosidad del arquero del San Pablo. Solamente 7 días más tarde, el 10 de Septiembre, el comité organizador del mundial a realizarse en Italia le daría por ganado el encuentro a Brasil por 2:0.

El calvario chileno seguiría con la marginación del representativo nacional de la fase eliminatoria a disputarse para el mundial de USA ´94. En tanto que Astengo, Aravena y el cuerpo médico encabezado por el Daniel Rodríguez fueron inhabilitados por 5 años para desempeñarse profesionalmente en disciplinas relacionadas con el fútbol.

Rojas no volvería a desplegar sus alas bajo los tres palos, pues sería suspendido de por vida para encuentros internacionales. Si existía ese pre-contrato para defender el arco del Real Madrid a partir de la temporada 1989/90, el mismo desangró a la par del rostro de Rojas. Su lugar en San Pablo sería ocupado por Zetti, quien disfrutaría del impecable ciclo con Telé Santana como DT, obteniendo 2 copas Libertadores y sus correspondientes intercontinentales.

Justamente fue Telé Santana, en 1993, quien empezaría a curar las alas del Cóndor, invitandoló a sumarse como entrenador de arqueros del primer equipo paulista. Una cura que se vería en su máximo esplendor 20 años más tarde, con el afecto recibido por Rojas en el homenaje al Bam Bam Zamorano.

Del escándalo del Maracaná, muy probablemente la única persona involucrada que pudo sonreir para las cámaras en lo inmediato, fue Rosemary Mello do Nascimento Barcelos da Silva, quien pasaría a la fama bajo su nombre artístico de “Rosenery Mello, a fogueteira do Maracaña”. Paradójica y tristemente, su vida, en consonancia con la de una bengala, se apagaría pronto; pues en 2011, a la edad de 46 años, fallecería producto de una aneurisma cerebral.

Federico Abbiati

2 Comments

  1. Absurda nota que ni menciona al árbitro argentino Juan Carlos Loustau, quien antes de la torpeza de Rojas debió suspender el partido por falta de garantías. Si lo hacía, y de acuerdo al reglamento de Conmebol, Brasil perdía los puntos y tal vez quedaba fuera del Mundial 90. Pero se asustó y su gravísimo error quedó de lado ante la estupidez de Rojas. Había caído en el campo una bengala de guerra y cualquiera pudo morir, incluido el propio Loustau.
    Para ese mediocre árbitro, la vida y la muerte sólo fue una cuestión de puntería. Y de cobardía. La suya.

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