Desde 1949, el 14 de octubre es el Día del Futbolista Profesional Uruguayo, en homenaje a una huelga que sentó las bases para el reconocimiento del futbolista como trabajador. Obdulio el Negro Jefe, fue uno de los líderes de la protesta. Capitán adentro y afuera de la cancha. Escribe Sebastián Chittadini.

Por 1948, la situación laboral del futbolista uruguayo dejaba mucho que desear. Los clubes, dueños de todo y de todos, se negaban a reconocer al sindicato que habían creado los verdaderos protagonistas del fútbol en su afán por ser reivindicados como trabajadores. La respuesta de los jugadores -liderados por Obdulio Varela, fundador y elegido por la asamblea como primer vicepresidente de la Mutual de Jugadores creada en 1946- fue que no habría fútbol mientras no se legalizara el sindicato.

Los dirigentes –que odiaban a Obdulio casi tanto como él a ellos- ponían el grito en el cielo ante las reivindicaciones de libertad contractual de los futbolistas, que declararon la huelga motivando a sus colegas argentinos a hacer lo mismo. La prensa, operando a favor de los clubes, decía que se iba a terminar el fútbol y que el gobierno debía intervenir ante esa situación disparatada. Obdulio, demonizado por esa misma prensa, declaró ante quien quisiera oírlo que los periodistas se habían metido en su vida privada y les hizo la cruz de por vida.

Antes, el futbolista que se enrolaba en un club era retenido de por vida y, si lo transferían, no recibía un peso. En caso de un pase al exterior, cuando retornaba seguía perteneciendo al club de origen, que podía repetir cuantas veces quisiera el procedimiento.

Los clubes confiaban en que la huelga se disiparía ante la presión social, la falta de trabajo y el inminente comienzo del Mundial de 1950. Efectivamente, los fines de semana sin fútbol y el hambre hicieron mella en el gremio, pero cuando peor se ponían las cosas, más grande se hacía Obdulio. Durante la huelga, salía todos los días por la Avenida 18 de Julio a vender números de rifa para la Mutual de Futbolistas y volvió a trabajar de albañil para parar la olla familiar. Cuando los dirigentes quisieron “comprarlo”, con la misma entereza y dignidad con la que trancaba en la cancha les devolvió una heladera que le habían mandado a la casa.

Obdulio Varela con dos compañeros huelguistas, vendiendo rifas de la Mutual

Para poder sostenerse económicamente, los huelguistas llevaron adelante partidos amistosos en los que –pese a que no se cobraba entrada- los integrantes de la Mutual solicitaban colaboraciones entre el público con alcancías hechas con latas de yerba. Con ingenio, denominaron a los equipos “Montevideo e Interior”, “Rubios y morochos” o “Rivera y Oribe”, porque los nombres y las camisetas de los clubes oficiales les estaban vedados. Como tampoco podían usar los escenarios oficiales, tuvieron que ir a canchitas de barrio como la de Canillitas en Villa Española o la de la Liga Palermo. En uno de esos partidos, se enfrentaron “Uruguayos” y “Extranjeros” ante 9.000 espectadores en la cancha del For Ever. Varios futuros campeones de Maracaná, como Máspoli, Tejera, Obdulio, Gambetta, Schiaffino o Ernesto Vidal jugaron aquel día, además de otras figuras como Luis Ernesto Castro, Walter Gómez, Cantou, o Atilio García.

Era de uso corriente la rescisión unilateral de contrato por parte del club, que además era la única parte en “apreciar y decidir” sobre una hipotética falta de rendimiento del jugador.

La huelga se extendió desde el 14 de octubre de 1948 al 3 de mayo de 1949. En el medio, a comienzos de 1949, se disputó un Sudamericano en Brasil. Pese a las medidas de lucha implantadas, la AUF decidió concurrir con un equipo formado por juveniles, algún jugador del interior y otros de primera división que entendían que “el honor de defender a la Celeste” estaba por encima de la huelga. Entre los rompehuelgas estaba Matías González, otro futuro campeón del mundo que solo fue aceptado por sus compañeros luego de que Obdulio intercediera.

Asamblea en la Mutual

De ese duelo a muerte que duró siete meses, aquellos luchadores con conciencia de clase salieron con un estatuto del jugador que logró impedir los abusos atroces que se daban hasta ese entonces. Antes, el futbolista que se enrolaba en un club era retenido de por vida y, si lo transferían, no recibía un peso. En caso de un pase al exterior, cuando retornaba seguía perteneciendo al club de origen, que podía repetir cuantas veces quisiera el procedimiento. Era de uso corriente la rescisión unilateral de contrato por parte del club, que además era la única parte en “apreciar y decidir” sobre una hipotética falta de rendimiento del jugador. Obdulio contó sobre aquella realidad en una entrevista que le realizó Osvaldo Soriano para La Opinión de Buenos Aires: “Un día, los dirigentes del Deportivo Juventud me avisaron que me habían vendido a Wanderers por 200 pesos. Sin preguntarme nada, me vendieron como si fuera una bolsa de papas”.

Finalmente, los clubes dieron el brazo a torcer. El sindicato de futbolistas fue reconocido por los dirigentes, permitiéndoles a los jugadores tener los derechos que reclamaban. Desde ahí, pueden decir que no firman un contrato si no es acorde con las cifras que el club pide por ellos, pueden no aceptar ser transferidos al exterior por sueldos menores a los que tienen por testigos y les corresponde el 20% del monto del pase. Todo esto fue posible gracias a una de las huelgas más extensas e importantes en la historia del deporte latinoamericano. Para Obdulio, ser un ídolo no se contraponía a su plena conciencia de sí mismo como trabajador. Con el número 5 en la espalda, el Negro Jefe se convertiría para siempre en leyenda en 1950, pero ya había sabido desplegar entereza y dignidad junto a sus compañeros huelguistas en un partido tanto o más difícil.

Sebastián Chittadini

Twitter: @SebaChittadini

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