Nos llega desde México un cuento con sabor a barrio bajo. A torneo con cancha de tierra y una pelota picando para cualquier lado. Escribe Missael Delgado.
Si te la cuento no me la crees. Tengo fama de chorero y hablador. Pero mira que si vas y se lo preguntas a cualquiera te lo van a confirmar.
De primeras suena descabellado, lo sé. Esas cosas no pasan, pero en nuestra cancha, que se volvió tan peligrosa, era casi de esperarse. La calle llena de halcones cuidando a El Jefe y su changarro. Adentro, sus muchachos que le tienen tanto respeto no meten un gol por su propia cuenta: acá el clásico la bola siempre al diez se entiende como la bola siempre al jefe, o plomo. Pero pasó cabrón, te lo juro por mi abuelito que vio campeón al Atlas, de huevos.
¿Qué cómo fue? Pérate, primero te pongo al día, hace un chingo que no te dabas la vuelta por acá mae, entiéndeme, ha pasado de todo… Supongo que te acuerdas de La joyita ¿vea? Pues desde que llegó este ojete, fue bajando de nivel y ahora no sale de con los dulceros, los meros meros achichincles del jefecito, como también le dicen, y se la pasa ahí, metiéndose cuanta chingadera le ofrecen y las veces que juega, apesta a alcohol y no da una pelota buena. Lástima, estuvo a nada de debutar en la de ascenso con el León, que no es mucho, pero es algo, ¿no?
Bueno, pues poco después de que te fuiste llegó un muchacho con playera de Necaxa y tan flaco que le bautizaron el “Rondamón”. A primeras luces uno no daba un peso por él, y aquel partido dónde le dieron chance de calarse, terminó con la playera rota y la jeta sangrada. Pero al siguiente volvió y se mandó un juegazo tan pero tan bonito carnal, que cuando todos voltearon a ver al jefe, éste sacó la pistola, observó de fijo al flacucho y tiró al cielo tres balazos. Le estrechó la mano y le soltó varios billetes de a quinientos, lo condenó pues.
Los torneos anteriores a ese les había ido mal, y nuestro equipo, que de vez en cuando daba batalla porque el Mati en la portería era imbatible, se quedó con tres campeonatos seguidos. Pero la suerte se nos acabó. Los muchachos del jefecito se agrandaron con el ñengo y goleaban a todo equipo que les ponían enfrente. El nuestro se fue desmantelando por la desmotivación y el peligro que resultaba jugar contra los narcos, y al final solo fuimos espectadores de su seguidilla de cinco campeonatos, invictos, goleando y una diferencia de goles grosera. Nos daba coraje cabrón, neta que sí, pero qué chingaos íbamos a hacer. No me veas de esa manera, ya quisiera verte así de huevudo con una pistola apuntándote cada que les atacabas la portería. Se puso durísimo el barrio y su futbol, me cae.
Pero así, tan de pronto cómo nos dieron en el orgullo y nos hicieron huir del torneo, las cosas volvieron a dar un giro. Qué bueno que te acuerdas de Don Tito, carnal. Un señor bajito, ya entrado en los cincuentaytantos pero aparentando casi ochenta. Toda la vida pitando los juegos de la juvenil, la libre, la infantil matutina y la femenil cuando a las chicas les daba por jugar. Ya no trabajaba igual que antes. No corría la cancha y marcaba siempre a favor del equipo que lo reventaba más. Muchas veces estuvo a nada de ser golpeado por uno que otro que no lo conocía y teníamos que salir a su defensa. Don Tito era como el chamaquito consentido de la familia. Saludaba a todos en la colonia, y se aventaba chambitas de cualquier tipo. ¿Te acuerdas que borrachos se ponían él y tu papá? Pues así, con todo y su higadito chingado seguía en la guerra, pedaleando su panadera, mochilita al hombro y sus sambas bien boleados. Qué tragedia caray, qué coraje.
Ah, te decía que las cosas cambiaron ¿vea? Comenzó un día en la cancha, echando cerveza y botanita como cada que había juego. Ese viernes arrancaba el torneo y el equipo de la abarrotera ya peloteaba dentro del campo. ¿Contra quién juegan?, le preguntamos a Don Tito. Equipo nuevo muchachos, nos dijo mientras amarraba la panadera al poste y se descolgaba la mochilita. ¿Nuevo de dónde?, nos preguntamos todos, y justo cuando le buscábamos respuesta llegaron unos muchachitos, no pasaban los veinte, pero se veían correteados. Usaban uniforme de rayas y calceta a media pierna. Pinches mocosos, ¿a qué vienen a nuestra liga?, les murmuró el gordo. Todos a la expectativa, escuchamos el silbatazo de nuestro referee de toda la vida y los muchachos esos se adueñaron de la pelota y no la soltaron ni para el descanso de medio tiempo. Doce a cero les llenaron la canasta y nosotros, asombrados, nos ilusionábamos con una temporada distinta.
Los rumores comenzaron a girar en el barrio. El jefe les traía ganas, no sólo de ganarles, sino de darle sus chingadazos para que se fueran del torneo. Pero sus amenazas no ocultaban el temor de ser humillado en la que se había convertido en su cancha, cosa que presumía cada que metía un gol. Debido al imponente control de esos cabrones sobre el torneo, ya sólo habían quedado 6 equipos inscritos. Los muchachitos nuevos ya habían goleado a casi todos sus rivales, nomás faltaban dos, el del jefecito y el nuestro, que había vuelto a petición mía, pura pinche nostalgia.
Esos dos se disputaban la cima, igualados en puntos, casi a la par en goles y con el arco imbatido. Era claro que el partido resultaba una final adelantada, y la ansia de ver, después de cinco torneos repetitivos, a un equipo que se le plantara al Rondamón y compañía, sazonaba y palpitaba una sensación de emoción y miedo cómo nunca antes se había vivido en la pequeña y desgastada canchita del barrio. ¿River vs Boca? Nah, no me vengas con esas cosas, neta no mi hermano.
Poco que decir, porque este partido es el que menos importa. Ganaron los narquillos, que lesionaron al portero contrario e hicieron que Don Tito expulsara a dos de los jovencitos, fingiendo faltas y tirándose a propósito. Salimos esa noche siendo hinchas de los morrillos, a sabiendas de que eran nuestro próximo rival, cosa que importaba nada, pues teníamos esa luz de esperanza de ver la copa en otra vitrina y no mal usada como vaso cervecero o dispensador de cocaína.
La siguiente y última jornada nos vapulearon. Ni te voy a decir el resultado porque te me vas a poner como cabra. Nuestro consuelo fue que les metimos un par de goles y no nos fue tan mal en comparación a los demás. Igual estábamos contentos. Con ese resultado, les tocaba disputar la semifinal contra los abarroteros, mientras que a nosotros nos tocó arriesgar el pescuezo otra vez. Estaba todo escrito, era cuestión de trámite. A nosotros, como ya te imaginarás, no nos ganaron con tanta holgura porque somos los más veteranos del torneo y el Rondamón tuvo piedad pa’ quedar bien conmigo, que ando siendo su casisuegro. Sí cabrón, la Chofi ya le anda pegando a los veinte, creció en chinga la condenada.
Los morrillos, por otro lado, repitieron la dosis como en su debut. El jefe observó todo el partido y al final, hasta se acercó a felicitarlos, les ofreció un pasón de aquella blanca mujer que acabó con el Diego, y disparó cuatro balas al aire.
Antes de seguir, déjame decirte que me da un gustazo verte mae. Lástima de contexto, ¿no? Claro que, allá donde Don Tito esté, seguro que debe estar satisfecho. No imagino placer más grande para un romántico y trabajador del futbol que morir en una cancha, haciendo lo que más le gustó en vida. Mira que ataúd más pequeño, hasta resulta gracioso ¿vea? Fue buena voluntad de toda la colonia, ya ves que nunca se casó, ni procreó chamacos y mucho menos le conocimos familiares. Lo que si recuerdo es que para él, nosotros éramos su familia y que decía haberse casado el día en que pisó una cancha por primera vez, con la mujer más hermosa que existe: la pelota. En paz descanse mi Don Tito.
Tranquilízate mano, más respeto pa’l difunto. Pero ai te va pues el desenlace de todo. Los muchachos, desde el minuto uno se adueñaron de la bocha y la dominaron a placer. No caía el gol, pero ah qué bonito jugaban con la redonda. Parecía que se conocían de toda la vida, como quién se deja caer de espaldas confiado del costal de plumas que le amortigüe la caída. Un espectáculo, mi machín. Y como ya te supondrás, el jefecito no tardó en endiablarse. Tiraba unos sablazos con las patas que los morrillos esquivaban con una destreza de artes marciales. Pero el gol no caía y nosotros nos mordíamos las uñas y ahogábamos los gestos de burla y los oles por no hacer enojar al equipo rival.
Don Tito pitó el final de la primera parte. La canchita estaba repleta de gente, que aprovechó el descanso para ir a la tienda del bulevar, ya que Don Chuy tenía cerrada la suya, ¿cómo se iba a perder tremendo partido? Apenas hoy en la mañana me contó el Mati que cuando toda la gente se surtía de cheves y botana, alcanzó a ver cómo el Jefe le hizo una seña a Don Tito con la mano, para luego depositarle un fajo de billetes en su ya conocida mochilita. Este último se hizo de la vista gorda, entendiendo el peligro que corría al ser sobornado y no corresponder a su mecenas.
Arrancó el segundo tiempo y, te lo digo con el corazón carnal, si Don Tito se hubiera traicionado a sí mismo no estaríamos aquí, pero el hubiera no existe y por algo pasan las cosas, etcétera. Como te digo, el árbitro no se corrompió y cuidó que se jugara bajo las reglas establecidas. Esto, está de más decirlo, acrecentaba la desesperación del cabrón aquel. Buscaba penales y faltas a cualquier precio pero Don Tito, con todo y sus deficiencias, parecía estar pitando como en sus mejores tiempos. Y de pronto, la locura.
Rondamón tomó la pelota desde media cancha y quiso hacerla personal, pero al segundo de los muchachos que le salió al frente no lo pudo eludir. Contragolpe de dos toques y el estallido. Se me pone la piel chinita nomás de recordar esa demostración de cómo jugar al futbol, ¿lo ves? Pero así como me viene el recuerdo de esa bella postal, también escucho clarito, entre todos los alaridos y los gritos, la voz ronca y débil de Don Tito festejando el gol. ¿Cuándo habías escuchado festejar a un referee la anotación de un equipo? Nunca se había visto nada igual, y justo sucedió en nuestra humilde canchita. Dos balazos certeros en la cabeza del pobre Tito que acabaron con él al instante. No pasaron ni treinta segundos cuando ya el campo y las bancas de cemento se vaciaron y el ruido de las sirenas de una ambulancia se acrecentaba a medida que se acercaba.
Se me rozan los ojos carnal, neta. Y este pinche nudito en la garganta me impide contarte más. ¿El torneo? No sabría decirte, hermano. Nomás pegaron un letrerito en la entrada de la cancha que dice “SE LES COMUNICA A LOS EQUIPOS PARTICIPANTES DE LAS CATEGORÍAS JUVENIL, LIBRE Y SÁBADO MATUTINO, QUE EL TORNEO SE SUSPENDE HASTA NUEVO AVISO. GRACIAS POR SU COMPRENSIÓN”.
Missael Delgado