Recuerdos sueltos de un partido que se resiste al olvido. Se cumplen dos años de la primera final entre Boca y River por la Copa Libertadores 2018. Escribe Santiago Núñez.

¿Cuánto puede durar el tránsito entre infelicidad impactante y la alegría insuperable? La pregunta, indudablemente, es capciosa. No hay un  camino lineal e incluso ese pasaje y sus puntos de inicio y llegada pueden nunca ocurrir o hacerlo de forma relativa, en la escala de grises pertinentes. Pero hubo una vez que existió. 

Seguramente fueron varias las ocasiones en las cuales situaciones como estas se presentaron, pero hay una que yo al menos no voy a olvidar nunca. Fue un tiempo casi indescriptible, inexplicablemente corto. Simplemente ocho segundos cambiaron la vida de más o menos el 75% o el 80% del país, pero influyeron en todos. 

Y no fueron una sino dos veces. Primero, una carrera fugaz de cincuenta y dos metros y medio, levemente perceptible, cargada de emociones , llena de gritos en una duración que terminó en silencio en el arco que va al Riachuelo. Segundo, una jugada impactante que burló a una defensa con talento invariable, que merecía la red pero se encontró con un obstáculo insoslayable: las piernas prometeas de un pulpo dispuesto a evitar que se valla se vea vencida. Es difícil darse cuenta de cómo una cantidad de tiempo casi miserable como ocho segundos puede redireccionar para toda la vida el rumbo de los acontecimientos. Pero una tarde de domingo en las tierras coloridas de Quinquela Martín ocurrió. Lo juro.

La Bombonera, entre la nuca, la muleta, Román y Gallardo

El partido que igualaron 2 a 2 Boca y River en la Bombonera por la primera final de la Copa Libertadores encuentra su lugar en páginas secundarias. Es lógico. Una final siempre tiene como presentación y recuerdo su última imagen. Así como nadie se acuerda de los primeros dos partidos de la final que Racing jugó con el Celtic en 1967, o de los partidos de ida de Vélez o Independiente contra San Pablo, de Estudiantes contra el Manchester o de Boca contra Palmeiras, aquella tarde del 11 de noviembre suele ser recordada en la era de las redes pero no tiene un lugar necesariamente predilecto.

Sin embargo, River consolidó en aquel partido una suerte de “Elixir Bombonero” que consolidó un cúmulo de presentaciones en las que, luego de 25 o 30 años, River hacía pie frente a la adversidad en Brandsen 805. Una historia que en los noventa y en los primeros trece abriles del siglo XXI se le había hecho cuesta arriba y, a veces, casi imposible.

En febrero del 1991, en un partido disputado por la fase de grupos de la Copa Libertadores, River le iba ganando 3 a 1 y el Boca del Maestro Tabárez se lo dio vuelta 4 a 3. Desde allí empezó una maldición para River en la cancha de su máximo rival. Entre 1991 y 2013  se jugaron 27 partidos en la Boca, 14 de los cuales se llevó la victoria el local, dejando 9 empates y solamente cuatro victorias para el conjunto “millonario”. 

Ahora, si se analiza la cuestión en un marco más amplio que incluya la cuestión sentimental y cultural la escena es muchísimo peor. Boca eliminó en la Bombonera dos veces a River de Copas internacionales (Supercopa 1994, Libertadores 2000) y dos partidos contribuyeron a eliminaciones similares para el máximo certamen internacional (1991 y 2004). A su vez, ese período incorporó partidos increíbles, como el gol con la parte trasera de la cabeza en el último minuto de Hugo Guerra en 1996, conocido para toda la vida como el “nucazo”,  la vuelta casi cinematográfica de Martín Palermo en el 2000 (burla del “Tolo” Gallego mediante) a quien le era más fácil hacerle goles a River que caminar o el 2 a 0 del 2011 con un error garrafal del arquero Juan Pablo Carrizo, clave psicológicamente en el posterior descenso de River.

Ese período se enmarca, a su vez, en el avance de Boca hacia River en el historial general, que desembocó en la ventaja más grande de uno sobre otro en el Superclásico. Tomando como proyección década por década, River se mantuvo arriba en el historial desde el inicio (1913) hasta el empate de Boca en la década del 40. Los diez años posteriores fueron para River y recién Boca pudo cerrar un período arriba en los ‘60, para luego sostener su hegemonía en los ‘70 (década empatada). River pasó al frente en los ochenta con la “primavera alonsista” y su pelota naranja, pero en los ‘90 todo se le vino abajo. Cuatro Superclásicos de diferencia sacó Boca en los tiempos del menemato, que estiraría a 9 a principios del siglo XXI, con un River descendiendo en 2011 mientras Boca salia campeón. El “hijos nuestros” quedaba corto.

Pero a principios del 2014 hubo un gesto simbólico que cambió todo. Por el superclásico del torneo final, Riquelme metió un gol de tiro libre sublime que empató el partido y parecía que River correría la suerte de los últimos 23 años: Boca avanzaría y concretaría un gol cerca del final. Pero por alguna razón del destino Román salió y Boca no pudo atacar más. Riquelme observaría desde el banco como Ramiro Funes Mori definía un Superclásico que él no volvería a jugar nunca más. Daba paso a la era de River el crack que jamás perdió un clásico en la Bombonera estando en cancha.

De allí la historia es conocida. Entre esos tres meses de Ramón y la era de Gallardo, se jugaron nueve partidos en la Bombonera. River ganó cuatro y Boca dos, con tres empates. Lo curioso es que las victorias de Boca lisa y llanamente no le importaron a nadie: el partido por el torneo local cuatro días antes de la serie por Copa Libertadores del 2015 y el último Superclásico jugado con Alfaro, con un marcador que decía que Boca ganaba pero un River festejando en la mitad de la cancha. La vida se dio vuelta en general con cinco eliminaciones directas a favor de River (y dos finales) y un historial no dado vuelta en números pero sí bastante cambiante en cuanto a lo simbólico.

La final en la Bombonera jugaba el rol de telonero del partido final (que terminaría en Madrid) pero también mostraba el carácter de un nuevo River al que un traspié podía devaluarle la remontada del gallardato como el peso frente al dólar. Alguna vez, en el libro “La final de nuestras vidas”, el periodista Andrés Burgo se preguntó, ya en la final de Madrid: “¿Y si todo, hasta las victorias de 2014, 2015 y la Supercopa de marzo pasado, se había tratado de una broma macabra?”. 

Soccer Football – Copa Libertadores Final – First Leg – Boca Juniors v River Plate – Alberto J. Armando Stadium, Buenos Aires, Argentina – November 11, 2018 River Plate’s Lucas Pratto celebrates scoring their first goal REUTERS/Marcos Brindicci

River se jugaba el carnet de grande del superclásico yendo a demostrar cuando los porotos valían más que nunca que podían ir de frente. Que las derrotas, como las victorias, son historias que pueden dejarse atrás a partir del carácter de salir y jugar. El equipo de Biscay (no de Gallardo aquella vez) tenía que mirar a la historia de frente sin la posibilidad de salir derrotado porque eso equivaldría a todo un esfuerzo tirado por la borda. Jugar contra la historia no es para cualquiera.

Locos

River sale caminando a la Bombonera y en cada paso hay un acercamiento al crucial, inoportuno y no muy justo laberinto que deriva en el ocaso o en la gloria eterna. River va al costado de la platea costera del ferrocarril y se abre paso  al andar en línea recta entre la multitud que se dirime entre el insulto y cierto respeto futbolístico y el campo de juego, como si fuera un purgatorio minuciosa y hasta geográficamente selecto entre el paraíso y el infierno, entre el cielo y la debacle.  

Estiran las piernas mientras avanzan. Algunos miran al frente y algunos otros para abajo, con el objetivo de concentrarse ante tanto desafío. Pareciera estar prohibido por una cuestión de enfoque mirar al costado, a los simpatizantes del rival, como cuando Orfeo no podía darse vuelta para observar a Eurídice en la mitología griega. Por supuesto el precio no es el mismo, pero hay un código que impide la observación hacia el costado.

Pero en la fila, dos que quiebran la regla. Miran a la hinchada del rival con una cara que combina a la perfección el respeto por el adversario con el desafío. No están dispuestos a aceptar la presión de un contrario que los menosprecie, y deciden enfocar con vigor la mirada a una platea que se queda contra ellos en un duelo silencioso entre tanto grito. Habían arreglado eso el día anterior en la habitación de la concentración. En esos ojos fijos hay un mensaje claro: podemos ganar o perder , pero acá dejamos la vida y la piel. Les contestan con odio en un intercambio no necesariamente buscado pero sí predecible. 

La locura, a veces, es tener las agallas para mirar de frente el destino. Por eso Enzo y Pity son locos.

Flecha blanca

La algarabía era infernal en lo que parecía el preludio de una victoria segura. 33 minutos y 13 segundos marcaba el reloj cuando el estadio se vino abajo con un gol de Wanchope. El festejo parecía interminable más allá del pedido de tranquilidad de Guillermo. Era tan así que tuvo que culminar a la fuerza, con un destino que dijo basta.

Un relator no paraba de gritar cuando el reloj decía “34: 52” y River habría sacado del medio y la utilización del “condicional” se hace porque la transmisión seguía mostrando a Ávila. La cámara enfoca devuelta al Pity que más que un asistidor fue el medidor celestial de la carrera de una flecha blanca que se metió entre los centrales de Boca y empezó a correr, con un remate cruzado que le dio un beso a la parte lateral de la red mientras el reloj marcaba con exactitud “35:00”. El relator radial seguía, todavía, gritando el gol de Boca, mientras Pratto metió un pique más largo en el festejo para abrazar a Germán Lux que en el gol. 

BAS17. BUENOS AIRES (ARGENTINA), 11/11/2018.- El portero de Boca Juniors Agustín Rossi recibe el gol del empate 1-1 hoy durante el primer partido de la final de la Copa Libertadores entre Boca Juniors y River Plate, en el estadio la Bombonera de Buenos Aires (Argentina). EFE/Juan Ignacio Roncoroni

Principalmente por eso, en los últimos dos años, cada 11 de noviembre las redes se llenan de chistes de hinchas de River que se preguntan: “¿Cómo te van a hacer un gol sacando del medio?”.

Angelici y el FBI

Un cuerpo técnico y un grupo de jugadores contra 54.000 personas. La frase podría ser dicha para cualquier partido a cancha llena pero no es lo mismo que una final de Copa Libertadores contra tu máximo rival. Están más solos que nunca. 

River debió traspasar una serie de dificultades que hacían pensar que la pasaría mal en la cancha de su rival. En primera instancia, no pudo tener a su técnico no solamente en el banco sino ni siquiera en la cancha. Una decisión ridícula privó a Gallardo de encontrarse en un palco para evitar cualquier tipo de conexión con sus dirigidos. El “Muñeco” se vio obligado a dar la charla y ver el partido en la concretación del Monumental, a más de cincuenta cuadras de donde su equipo se jugaba una parte importante de su destino.

Ese nivel de locura llegó a un nivel tal que River fue recibido en la Boca por la policía, enviada no se sabe si por la dirigencia de Boca o el gobierno de la Ciudad (que en ese momento eran lo mismo) y la inclusión de inhibidores de señal que impidieron a Matías Biscay comunicarse con el técnico de River. “Parece que vino el FBI”, ironizó el otroa ayudante de campo vestido de estrella.

El conjunto millonario y Boca, a su vez, llegaban en situaciones disímiles. Si bien River le había ganado 2 a 0 en esa cancha un mes y medio atrás, la situación era diferente. River venía de una serie agónica contra Gremio y una derrota contra Estudiantes, mientras que Boca lucía una recuperación importante y venía de golear 4 a 1 a Tigre y de pasar los cuartos y las semis con facilidad. La escuadra millonaria sufría la lesión de Ignacio Scocco

mientras que Boca disfrutaba de la recuperación de Darío Benedetto, que junto con Ramón Ábila le daban a Boca mucho poder de gol. El ex Arsenal no sería titular pero una chance fortuita de juego le permitió una entrada que fue clave.

El partido comenzó con River manejando mejor la pelota, con la sorpresa de Gallardo-Biscay de un esquema de tres defensores con la entrada de Lucas Martínez Quarta. En la primera parte River jugó mejor y tuvo cinco chances claras de gol, para solamente convertir en una ocasión. Boca no le encontraba la vuelta hasta que la lesión de Cristian Pavón lo obligó a la entrada de Benedetto y al cambio de esquema. 

Soccer Football – Copa Libertadores Final – First Leg – Boca Juniors v River Plate – Alberto J. Armando Stadium, Buenos Aires, Argentina – November 11, 2018 River Plate players celebrate their second goal scored by Boca Juniors’ Carlos Izquierdoz REUTERS/Marcos Brindicci

El “4-4-2” le permitió combatir la superioridad de River en la mitad de la cancha y emparejó el partido.  Sin llegar tanto fue mucho más efectivo y se fue al entretiempo dos a uno arriba en el marcador aprovechando dos errores de la defensa de River que se tradujeron en tantos de sus dos “Nros 9”. 

River salió decidido al segundo tiempo y una vez que logró el empate se dedicó a que en el partido no pase mucho más, algo que Boca casi nunca puso romper. Hasta el minuto 89.

Mirar arriba

Otra vez ocho segundos resultaron frenéticos para la vida de millones. Fue ese el tiempo que le tardó a Carlos Tévez tirar una pared con Ábila y encarar. Ante la resignada necesidad de enfrentar lo que a cada uno le toca, Jonathan Maidana decidió con una bondad inmensa perderse el partido de vuelta por expulsión pero pegar una patada épica para evitar que gane el malo de Batman en la última escena. Pero el Kaiser silencioso no llegó a tan violento pero noble acto, por lo cual Carlitos dejó solo a Benedetto con la chance de lograr una victoria que le hubiera significado a Boca la mitad de la copa.

Pero el centrodelantero no definió bien y Franco Armani, con una salida sublime, se encargó de meter el último gol con el que River ganaría 2 a 2 en la Bombonera. El partido terminó a las 18 hs de un domingo primaveral, y desde la Ribera de la Dársena Sur, el lugar que vio nacer a River, podía verse el atardecer nublado a través de la mirada hacia el cielo por la Bombonera.

Soccer Football – Copa Libertadores Final – First Leg – Boca Juniors v River Plate – Alberto J. Armando Stadium, Buenos Aires, Argentina – November 11, 2018 River Plate assistant coach Matias Biscay after the match REUTERS/Marcos Brindicci

Mientras eso ocurría, cientos de hinchas se congregaban en el playón del Monumental del Bajo Belgrano para cantar, luego de haber visto el partido en la Confitería del club. Cuando miraron hacia arriba, apareció nada más y nada menos que Gallardo, que se asomó al balcón para cantar con su gente.

El Muñeco, ese mismo al que la Bombonera le reservaba el lugar eterno de aquel que quiso golpear, no llegó y terminó arañando. Ese que siempre reescribe su destino. Ese que estaba sin estar. Ese que demuestra que la historia es más justa que la vida.

Santiago Núñez

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