A partir de los casos de Alexis Ferlini y Leandro Latorre, se puso en cuestión el acompañamiento a los jóvenes que no pueden llegar a primera división. ¿Qué pasa cuando dejaste todo por el fútbol, pero el fútbol te deja a vos? Escribe Federico Abbiati.

El título de estas modestas líneas, bien podrían tomarse como una emulación a la obra de Mariano Manzanel “Jugarás en Primera”, prologada por el enorme Eduardo Sacheri y que vio la luz allá por 2016. Sin embargo, pareciese no quedar otra alternativa que evocar al libro del ex jugador del Club Atlético Lanús, Mariano Manzanel o hasta al mismísimo don José Francisco de San Martín, con su inmortal “Serás lo que debas ser o no serás nada”, para referirnos a tan arriesgado mandato.

En el caso de Manzanel, este mandato no se cumplió y como la más perversa de las consecuencias, desbarrancó profundamente. Cayó cuesta abajo de tal forma que, como el mismo lo asevera, fue escribir para no morir.

Sin embargo, su resiliencia luego de ese calvario que empezó el Sábado 25 de Junio de 1995 en el estadio granate, muestra que la frase “Siempre hay una luz al final del túnel” está lejos de ser un cliché. La peor de las realidades la constituyen, en cambio, los pibes que nunca llegarán a ver siquiera los halos más tenues de esa luz.

Esos pibes a los que Roberto Parrottino cita con nombre y apellido en su artículo titulado “Suicidios juveniles: cuando no hay salida entre la presión por llegar a primera y la desilusión por quedar libre”, publicado por Tiempo Argentino en septiembre.

Alexis Ferlini puso fin a sus incipientes 19 años, suicidándose el 15 de Abril en Buenos Aires. Arribado a principios de 2019 a las inferiores de Colón de Santa Fe, quedó libre en diciembre. El encierro de la pandemia potenció la frustración del joven arquero y lo llevó a tan abrupto final.

Fuente: página 12

Por su parte, Leandro “Polaquito” Latorre era delantero. Incorporado a Aldosivi en 2017, fue siempre titular hasta que promediando 2019 se lo dejó fuera de la pensión, aún arrastrando una lesión y a casi 1.000 kilómetros de su hogar. Parecía un preanuncio de la libertad de acción que se le daría en diciembre. Dejando una carta para que sus cenizas fuesen esparcidas por Mar del Plata, el último 4 de Agosto ejecutó la fatídica decisión en su Ingeniero Huergo natal.

Del total de los juveniles que se inician cada año, a la edad de 13, en Novena división de AFA, menos del 10% alcanza el profesionalismo. El universo restante no sólo queda a la vera del camino, sino que cargando depresiones alimentadas por la ansiedad que genera el interrogante existencial del ¿ahora qué?

Descontando que la ferocidad de nuestros días es determinante para tan crítico cuadro, ya a mediados de la década del ´90 se intentaba advertir sobre el peligro de que la ilusión futbolística desplazara a la más realista formación académica. En efecto, Carlos Salvador Bilardo advertía, por entonces, en una campaña de TyC Sports, sobre la importancia suprema de que los estudios no perdieran terreno ante el sueño del profesionalismo, pues éste estaba reservado para un puñado sumamente selecto.

Fuente Tiempo Argentino

El “Narigón” no sólo era palabra de referencia para los más jóvenes por su condición de ser el último DT en llevarnos a la mayor gloria mundial. 19 años antes, más precisamente en 1965, habíaobtenido su diploma de médico ginecólogo en la Universidad de Buenos Aires.

Rubén “Yaya” Rossi, campeón juvenil con la selección argentina en el Mundial de Japón 1979, trabajó como coordinador de inferiores en Unión de Santa Fe, River, Quilmes y Colón. Entrevistado por Parrottino, confió: “En el fútbol formativo no están dadas las condiciones ni la infraestructura para contener este tipo de casos. No pensemos en River y Boca. Pensemos en el resto. A veces necesitás un preparador físico más y te lo niegan. Imaginate si le decís que necesitás tres psicólogos, dos asistentes sociales, dos psicopedagogos. Y si se traen, siempre es apuntando a maximizar el rendimiento deportivo, no pensando en el chico que circunstancialmente juega al fútbol desde el aspecto humano. Todo está apuntado al rendimiento deportivo. Entrenamiento, comida, psicología. Y el hombre que es un niño que juega al fútbol, ¿a quién le importa? A nadie. El huevo de la serpiente hoy no está en el fútbol juvenil: está en el infantil, porque los hacen ‘trabajar’ y no jugar”.

De esta desoladora postal, no obstante, los clubes distan de ser sus únicos causantes. Padres necesitados ejerciendo violencia verbal, ya desde el baby fútbol; chicos llorando y con sus estudios truncos y representantes hablando de cifras millonarias, se suman al ya estresante desarraigo y necesidades elementales insatisfechas con las que deben convivir los adolescentes que habitan las pensiones de los clubes.

Retumban las palabras de Rossi aseverando que hasta los preparadores físicos escasean, como para ilusionarse en que sean los propios clubes los que vayan trabajando en los chicos el crudo escenario de “no llegar”. Después de todo, ante esta realidad es donde el sistema familiar debería actuar como contención, ese mismo sistema que en  más de muchos casos no existe o se derrumba a la par del proyecto.

“Si queremos podemos”, como solía cantar el Puma Rodríguez, tampoco es ningún cliché. El bachillerato obligatorio en Estudiantes de La Plata, que apunta para 2024 a que la mitad de su plantel profesional haya graduado en el mismo, más el proyecto de una universidad deportiva de su presidente, Juan Sebastián Verón, pincha de pura cepa al igual que el Dr. Bilardo, son bálsamos para este complicado presente. Ojalá, a su debido tiempo, podamos decir que tampoco fueron clichés.

Federico Abbiati

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