Ubaldo Uby Sacco estaba llamado a ser uno de los mejores boxeadores de nuestra historia. Su técnica todavía es recordada por su elegancia, aunque no carente de contundencia. Escribe Ariel Feller.

Este texto forma parte del segundo número de Nada Especial, fanzine editado por Ariel Feller sobre el boxeador marplatense. Pueden pedirlo a través de este link o descargarlo de manera de gratuita acá.

Si aquel 15 de marzo de 1986 un boxeador del montón como lo era Patrizio Oliva pudo arrebatarle el título fue simplemente porque Uby con sus elecciones y decisiones le terminó poniendo techo a una carrera que por dotes pugilísticas parecía no tenerlo.

Habían pasado solamente unos meses desde su consagración ante Gene Hatcher en una pelea para el recuerdo – Ver ese combate una y otra vez es casi una obligación porque en aquella jornada el talento inigualable pudo más que las preparaciones poco profesionales -En ese segundo duelo frente al estadounidense  (el primero, en Texas, lo había perdido tras un fallo un tanto localista) quedó flotando en el aire, y para siempre, la belleza que sólo pueden entregar los mejores en el arte del boxeo.

Sus movimientos en el ring ofrecían una elegancia poca veces vista. Sus golpes eran prolijas pinceladas disfrazadas de izquierdas impecables y derechas precisas. Boxeador exquisito pero también guapo. Un púgil de galera y bastón bañado con el oro de la valentía. No por nada recibió elogios de los mejores, Durán o Monzón entre otros. Y por algo fue señalado por casi todos como uno de los boxeadores con mejor técnica que hay dado nuestro país.

Pero lo fácil que le resultaban las cosas sobre el cuadrilátero se contraponía con lo duro que se le hacía todo al pasar su cuerpo entre las cuerdas y “bajar la escalerita”. Debajo del ring es donde más castigo recibió. Un castigo que supo encontrar en las drogas y que lo llevó, en una época donde a los consumidores se los trataba como a delincuentes, a pisar la cárcel de Batán y algún que otro centro de detención.

Pero no sólo los excesos lo depositaron allí, también lo hicieron sus famosas grescas callejeras con marineros, policías, matones, y mozos de bar. Sus últimos esfuerzos fueron para pelearle a las adicciones y para sostenerse en pie ante las enfermedades. Los de estas líneas son para pelearle al olvido y para mantener, hasta el campanazo final, la memoria que merece un ídolo popular.

Ariel Feller

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