Arquero, poeta y soñador, hizo de su barrio un mundo. Un adelantado para su época debajo de los tres palos. Un poeta que retrató sus calles y recuerdos como nadie. Escribe Juan Stanisci.

A las ocho de la noche Américo Tesoriere, arquero titular de Boca Juniors, abandona su puesto de administrativo en la empresa Canale y Huergo. Sale de la fábrica ubicada frente al Parque Lezama con un bolsito en la mano y se dirige, como casi todas las noches, a la cancha que Boca tiene en la calle Ministro Brin, para entrenar con el equipo. La rutina es correr alrededor del field y hacer algunos ejercicios. Cuando la luna ilumina, pueden darse el lujo de hacer algunos ejercicios con pelota. Esta es una de esas noches.

Américo decide dar un breve paseo antes del entrenamiento. Quiere ver la luna reflejada en el río. Utiliza las manos para dos actividades: atajar y escribir poemas. Llega a la calle Pedro De Mendoza y la ve, enorme y amarilla, recién salida del río. “Acaba de bañarse, / recién en el río. / Invisibles / marineros / la izan / en el mastelero / de un cielo / lleno de estrellas”, escribiría después, en su poema “Luna boquense”. No sería el único. En “Luna amarilla”, se animaría a compararla con una de las grandes pasiones de la Boca, “una redonda luna amarilla / como una deliciosa faina hecha por Dios.”

Sus poemas y memorias fueron recopilados por Eduardo Tesoriere, su hijo, en el libro Américo, el poeta del arco. Los textos muestran que la relación entre arquero-poeta, barrio y club era tan profunda, que se podría decir que en algún punto fueron uno solo. Sus historias son indivisibles. En el libro no solo están sus poemas, también hay memorias que fue escribiendo para diarios y revistas en la década del 60. Sus textos son aguafuertes que nos transportan a La Boca de principios de siglo: sus carnavales, los primeros partidos de Boca, los cafés, las calles. Todo está ahí, todavía en movimiento.

Clubes de barrio, barrio de clubes

Américo Tesoriere es una de las grandes leyendas de la historia xeneize. Nació en La Boca en 1899. Su padre, Domingo Tesoriere formó parte de la primera oleada de italianos que poblaron la ribera boquense. Su madre, que si bien era argentina, no hablaba castellano. Domingo, como la mayoría de los habitantes del barrio, era marinero. “Yo soñaba con hacerme a la mar”, escribió Américo cuando ya estaba retirado del fútbol. “El mar abre todos los caminos. Yo quería ir por ellos sin buscar nunca un puerto. Me gustaba la soledad.” Américo no fue marinero, pero sí eligió el puesto más solitario de todos: arquero.

Vivió su infancia en la calle Brandsen al 500, a tres cuadras de donde hoy se ubica la Bombonera, frente al cuartel de los Bomberos Voluntarios. Cuando tenía seis años, un grupo de muchachos se juntó en la Plaza Solís, a cuatro calles de su casa, para fundar un club. Lo llamaron Club Atlético Boca Juniors. A los pocos años gran parte del barrio, todos ellos italianos que en su mayoría no hablaban castellano sino xeneize, y entre ellos un joven Américo, se acercaban los domingos a ver a ese equipo que había tomado sus colores de la bandera sueca.

Américo Tesoriere también fundó un club con los chicos de su cuadra: el Coronel Brandsen. El nombre se inspiraba de la calle donde solían jugar. La sede del Coronel Brandsen era la carnicería de la esquina. Para utilizar el espacio, le pagaban al dueño, Don Julio, diez centavos al mes. De esta manera se organizaban para jugar cuando los clubes todavía no tenían divisiones inferiores.

Poeta de barrio

No siempre queda claro por qué un futbolista decidió jugar en una posición y no en otra. En muchos casos la decisión ni siquiera la toma el jugador, un compañero o un técnico le indica que juegue en un puesto y ya no se mueve de ahí. No fue el caso de Américo Tesoriere. De niño sus obsesiones eran la soledad de un barco y la luna. No fue marinero, pero en la cancha siguió atado a sus desvelos. La soledad la mantuvo en el arco, el puesto más solitario de todos y la luna que soñaba agarrar todas las noches, la cambió por otro objeto redondo que debía agarrar cada partido.

La luna es uno de los personajes principales en su poesía. Como protagonista o como escenario para contar otra cosa, siempre está ahí. “Vieja luna / indiscreta, / si habrás espiado / al desdichado / poeta / rodando, / como perro / sin dueño, / por cafetines / ribereños / de alcohol / y de pequeños / sueños”, escribió en Secreto. Siempre la luna y siempre la ribera. “Solitario, / en una esquina / bajo / la luna / blanquecina”, comienza Viernes. El astro nocturno también es protagonista de ¿Qué luna?, dónde el arquero poeta se pregunta cuál será la luna que lo acompañe el día de su muerte. En Luna y puente, imagina una cita entre los dos personajes del riachuelo. Ambos se van de “correría por los cafetines del puerto.” Cómo le habrá pasado a más de uno, al día siguiente “el puente no funciona y ojerosa, salió la luna.”

La poesía es una excusa para volver en el tiempo. “La pelota que arroje cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo”, escribió Dylan Thomas, poeta inglés. Américo Tesoriere vuelve una y otra vez a esas calles donde la pelota no tocó el suelo. Le dedica Calle Brandsen al cuartel de Bomberos Voluntarios y escribe: “Mi cuartel de bomberos voluntarios. / Mi calle Brandsen. / Vengo en busca de aquel niño.” El niño, claro, es él. “Calle Palos… / De dulces plegarias y de malas palabras, / ¡Si habrás visto a un muchacho, gambeta embriagadora, / del Coronel Brandsen, franjas negras y coloradas, querida enseña de batallas sin historia!”, rememora sus viejos tiempos en el equipo de la cuadra en Calle Palos.

Numerosos personajes barriales vuelven a la vida gracias a los versos de Américo Tesoriere. Arnaldo D’Espósito, amigo suyo y músico; Fortunato Lacámera, pintor boquense; Quinquela Martín; Don Luigi, dueño de un corralón al que le robaban huevos de su gallinero; Doña Carlita, vecina a la que le sacaban higos; o John Diggs, alias Jonedick¸ futbolista de River Plate en la década del ’10 (cuando el millonario todavía habitaba La Boca) y luego canchero del club que les permitía ir a jugar a los pibes del barrio.

En la voz de Américo Tesoriere vive un barrio, con sus calles, sus personajes, sus paisajes y sus noches.

Qui é cuelo lí?

A los diez años fue con sus amigos a ver a Boca por primera vez. Lo acordaron la noche previa al partido. “Por primera vez nos quedamos boquiabiertos en la contemplación de jugadores de verdad.” Américo se haría hincha y empezaría a seguir al equipo. Los simpatizantes eran pocos, cuando llegaba uno nuevo se escuchaba en xeneize, el dialecto proveniente de Liguria, “Qui é cuelo lí? (¿Quién es ese de ahí?)” y entonces alguno respondía con alegría “uno di nostri! (uno de nostros).” “Experimentábamos una íntima satisfacción. Veíamos como la pequeña familia boquense se agrandaba, con los recién llegados.”

En 1916 le llegó la propuesta para integrar la segunda de Boca. No lo fueron a buscar a cualquier parte, como era habitual, andaban pateando con los muchachos del barrio en un descampado al costado de la vía del ferrocarril ubicado en Brandsen y Del Crucero (hoy Del Valle Iberlucea). Seis años más tarde, Boca empezaría a jugar de local en ese terreno. Primero vendría una tribuna de madera. Después otra. Luego otra. Más tarde, ya en 1931 llegó la adquisición de los terrenos. Pasaron siete años y Boca jugó su último partido en la vieja cancha de madera. En 1938 fue el primer partido en el flamante estadio de cemento a medio hacer. Y en 1941, con la segunda bandeja terminada empezó a tomar la forma que tiene hoy en día. Recién en 1953, se terminó el tercer anillo para que La Bombonera tuviera el aspecto que le conocemos. El día que Américo fue tentado para jugar en Boca, él estaba atajando en lo que luego sería uno de los más importantes símbolos del club.

 Antonio Buccelli fue quien lo descubrió aquella tarde de 1916. Lo fue a buscar al descampado de Brandsen y Del Crucero para llevarlo a una entrevista con directivos del club en un almacén. Los dirigentes (algunos también eran jugadores), se reunían la esquina de Olavarría y Necochea. A los directivos no les gustó. “Consideraron que carecía de físico para el puesto”, recuerda Américo. Pero Buccelli logró convencerlos y Tesoriere se incorporó a la segunda del club. 

El miedo y la nieve

Sus primeros botines los compró con sus ahorros a Jorge Brown, el mítico jugador de Alumni, el mejor equipo de la época. Eligió los pesados, creía que así podría sacar más fuerte. A los pocos meses viajo a Wilde, donde Boca hizo de local por un breve lapso de tiempo, para jugar su primer partido contra Estudiantes. Tenía todo listo, pero faltando pocos minutos para el comienzo del partido, le entró un grandísimo miedo. “Ya en la cancha rogaba que el rival no se presentara. Estaba asustado, terriblemente asustado.” Por suerte para Américo, sus deseos se hicieron realidad: Estudiantes no se presentó a jugar el partido.

Luego de varias charlas con Don Antonio Buccelli, Américo logró dominar sus miedos y sus nervios. El debut fue especial, enfrente estuvo el otro equipo del barrio: River Plate. Ganaron 1 a 0, en la vieja cancha de la Isla Maciel. “Mi actuación fue el centro del comentario nocturno en el Almacén”, recordaba Tesoriere. El joven arquero quería ser el mejor en su puesto. Entonces compró un manual para aprender los secretos del arquero. Américo consideraba, en 1917, que el arquero tenía que jugar como un tercer defensor. “Hacía constantes estudios de mis posibilidades; buscaba técnica y colocación, buscaba agudizar la vista para superar mi falta de agilidad.”

Una tarde de invierno se enfrentaron a Sportivo Barracas. En Buenos Aires nevaba. “En vano echaba aliento en mis manos; estaban los dedos endurecidos”, escribió años después. El frío era insoportable pero el partido se jugó igual. Rómulo Venturini, un hombre que ayudaba en los vestuarios, tuvo una idea. Les dio whisky para calentar el cuerpo y el espíritu. “No sé si alguna vez jugué mejor que esa tarde.” Américo y varios integrantes del equipo creyeron que sumar a la bebida espirituosa escocesa, podía ayudarlos a mejorar su rendimiento. Al poco tiempo volvieron a beber antes de un partido, incentivados por Rómulo Venturini. A diferencia del partido con Sportivo Barracas, no hacía frío sino calor. La temperatura y el calor hicieron una mezcla explosiva en sus cuerpos. El resultado no fue el deseado y Venturini no volvió a entrar al vestuario antes de los partidos.

Fuente: Viejos Estadios

¿Usted es ese Tesoriere que juega al fútbol?

Sus reflejos y su tricot gris lo fueron haciendo conocido fuera de los límites de La Boca. El reconocimiento le trajo un cambio de nombre, la hinchada lo llamaba Tesorieri y no Tesoriere. Américo adoptó su nuevo apellido con orgullo. En 1919 fue citado a la selección para jugar el Sudamericano (la antigua Copa América) en Paraguay. Con el pecho inflado fue hasta el predio de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires a entrenar con el equipo. En la puerta lo detuvo un guardia. “¿A dónde vas?”, le preguntó el hombre de seguridad. Tesoriere sonrió, creyendo que ya todos lo conocían. “¡Soy Tesorieri!”, respondió con altura. “¿Tesorero de dónde sos vos?”, le devolvió con indiferencia el guardia. Faltaba poco tiempo para que todos sepan quién era Américo Tesoriere.

Antes de viajar a Paraguay, fue citado a las oficinas de la fábrica Huergo y Canale, dónde trabajaba. El ingeniero Canale, uno de los dueños, lo esperaba sentado detrás del escritorio. Tesoriere desconocía el motivo de la improvisada reunión. El ingeniero lo invitó a tomar asiento. “¿Usted es ese Tesoriere que juega al fútbol y del que hablan los diarios?”, preguntó su jefe. Américo asintió. Canale intentó convencerlo para que abandone la práctica deportiva y se dedique exclusivamente a la tarea administrativa. Pero no hubo caso. Intentaron mandarlo a trabajar a Bahía Blanca, después a Comodoro Rivadavia. Pero siempre volvía a La Boca para continuar jugando. Tesoriere siguió mezclando números con pelotas y poemas. Como si ya supiera que el fútbol un día lo subiría a un barco para recorrer los confines del océano, como había soñado de niño.

El hombre de las redes quietas

Angel Romano y Alfredo Zibechi, jugadores de la selección uruguaya campeona de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1924, levantan en andas al arquero rival. Acaban de salir campeones del Sudamericano con ocho goles a favor y uno en contra, pero ni a ellos ni a ninguno de los presentes parece importarles. Américo Tesoriere está sobre los hombros de los jugadores uruguayos, y como si barrenara una ola, es llevado hasta el palco oficial. José Serrato, presidente de la República Oriental del Uruguay, aplaude de pie junto a sus hijas al arquero argentino. “Jamás he visto atajar tanto a un arquero”, le dijo el mandatario a Tesoriere. El partido que consagró a los uruguayos terminó empatado sin goles contra la selección argentina, el único motivo por el que Uruguay no convirtió goles fue la actuación de Tesoriere.

El de 1924 fue el segundo Sudamericano que terminó con la valla invicta. El anterior, en 1921 en nuestro país, fue el primero que ganó la selección argentina. La tarea de Tesoriere para mantener las redes quietas fue fundamental. Argentina ganó los tres partidos (1 a 0 a Brasil, 3 a 0 a Paraguay y 1 a 0 a Uruguay) y Américo fue imbatible. Tres años después, hizo lo mismo en la casa de los recientes campeones olímpicos. La diferencia fue que, esta vez, el campeón fue Uruguay. Casi cien años después, ningún arquero pudo mantener durante dos Sudamericanos (hoy Copa América) el arco en cero.

Del Riachuelo para el mundo

Cuando al cronista deportivo Hugo Marini se le cruzó la idea por la cabeza, no imaginó que estaba por marcar a fuego la historia del fútbol argentino. Tampoco sabía, aunque supongo que poco le importaba, que su nombre quedaría en el olvido pese a ser el dueño del proyecto. Marini imaginó a un club argentino recorriendo Europa y mostrando cómo se jugaba al fútbol en estos pagos. Pero para cruzar el Atlántico se necesitaba, además de un equipo y un barco, alguien que financie el proyecto.

Marini se citó con un vasco y un gallego. Isasmendi e Ibañez, otros dos nombres que quedaron en el olvido, escucharon la propuesta del cronista deportivo. Hicieron los cálculos. Contaron cuanto iban a poner y cuanto pensaban llevarse. Y aceptaron.

El 4 de febrero de 1925 la Dársena Sur se llenó de hinchas. Hombres y mujeres de distintos equipos se acercaron al puerto para despedir al equipo que representaría al país por primera vez en Europa. Boca Juniors, reforzado con cinco jugadores de otros equipos, sería el primer privilegiado en cruzar el Atlántico. Así Américo Tesoriere podría cumplir su sueño de hacerse a la mar como sus antepasados.

Veintidós días tardaron en llegar al puerto de Vigo. Entrenaban en la cubierta del barco Formose para no perder la forma física, vaya uno a saber cuántas pelotas se habrán perdido en la inmensidad del Océano Atlántico. Desembarcaron el 27 de febrero. Seis días después salieron al Campo de Goya para jugar su primer partido. Fue victoria 3 a 1 contra el Celta de Vigo.

Américo Tesoriere no compartía la alegría de sus compañeros por la gira. La distancia lo incomodaba. “Ya desde el día de embarcarme no me sentía bien. Parecía que me faltaba algo que no sabría precisar, que me impedía ser como yo soy”, le dijo en el viaje de vuelta a Hugo Marini para el Diario Crítica, el único que envió un periodista a cubrir la gira.

Llegaron cuando el invierno europeo soltaba sus últimos fríos. Diecinueve partidos, quince triunfos, un empate y tres derrotas, después emprendieron la vuelta. El equipo xeneize jugó en España, Francia y Alemania. Se encontraban en Burdeos cenando cuando uno de los financistas de la gira anunció que viajaría a Lisboa a buscar fondos para abonarles la plata que les debían. “A este no lo vemos más”, dijo por lo bajo uno de los jugadores.

En Lisboa esperaron al hombre que había prometido volver con el dinero adeudado. Nunca apareció. La delegación tenía boletos de ida y vuelta, sino hubiera quedado varada en Europa. Años después, Tesoriere se encontró con el hombre que los dejó plantados en Lisboa. “De haberlo esperado a usted señor, todavía estaríamos “anclados” en Lisboa”, le dijo luego de saludarlo. “Hijo mío, es verdad, pero los boquenses debéis dar gracias al cielo y… a los pasajes de ida y vuelta, el que no hayáis regresado nadando.”

El poeta del arco

“Querido Dios, / ¿no podrías darme / por unos domingos / mi perdida juventud?” Es el comienzo de Imploración, uno de los últimos poemas que escribió. Quizás el último, añade en el libro su hijo Eduardo. La poesía de Américo Tesoriere es un canto al recuerdo, al barrio, a las añoranzas y la nostalgia. Como si la hoja en blanco hubiera sido para él una entrada para el cine. “La memoria es un cine de uno solo”, escribió otro poeta. Américo abrió las puertas de ese cine.

“Ya quisiera / mi Dios querido / para estar de guardia / en los tres palos / del club que tú conoces”, continua Imploración. “Oír de nuevo el ronco bramar / (olas rugientes contra la playa) / los centellantes aplausos / de la hinchada enardecida / (granizos sobre techos de cinc) / ahogar el grito de ¡goool! / en las gargantas / y después sereno esperar / del juez la pitada final.” En sus últimos días, el deseo ya no era la soledad de un barco contra las olas, sino la soledad de un arco contra futbolistas e hinchas rivales. “Querido Dios / ¿No podrías darme / por unos domingos / mi perdida juventud?”

“Quinquela Martín, Juan De Dios Filiberto y Américo Tesoriere”, escribió Ezequiel Fernández Moores. Artistas bohemios de La Boca. Un pedazo de historia de barrio vive en la pintura, en la música y en la poesía de cada uno de ellos.

En Ocaso, fue quizás el primer ex futbolista en poner el foco en qué pasa cuando se deja de jugar. “Las canchas me hacen penar / porque ya no puedo jugar.” En una entrevista con Borocotó para El Gráfico en 1932, el periodista reproduce:

“- ¿Vas al fútbol?

– No nunca… Este año voy a ir… A veces los domingos, cuando el viento sopla para el río, llega hasta aquí el eco del estadio…

 Se calla. ¿A qué hablar más? Ya está dicho todo.”

“Escuchemos, querida, por radio el partido / está muy fría la tarde y más frío el olvido.”

Juan Stanisci

Twitter: @JuanStanisci

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