Ayer se tomó un día de descanso pero desde que el volvió el fútbol argentino después del parate por la pandemia Luis Miguel Rodríguez nos regala, por lo menos, un golazo por fin de semana. No es su despedida sino seguir haciendo lo de siempre: no perder su esencia. Escribe Gonzalo Bressan Otegui.

Desde hace años el fútbol europeo se lleva las mayores proyecciones del ámbito local. Incluso chicos que no llegan a debutar en primera. El caso más emblemático es el de Lionel Messi. La Pulga se fue siendo un desconocido y se transformó  en uno de los jugadores más trascendentes en la historia del juego. En Argentina existe otra Pulga. Es diferente. Este es El Pulga, y a diferencia del jugador del Barcelona, este es derecho, no es tan veloz, no tiene ni por asomo la cantidad de goles ni de títulos, pero es un jugador que no se pueden perder los del viejo continente.

Luis Miguel Rodríguez no jugó en Europa, ni siquiera en el extranjero. Tampoco, por el momento, en un grande del futbol nacional. El diez de Colon cumplió el 1 de enero 36 años, es decir, está en el último trazo de su carrera. Los españoles, italianos, ingleses, alemanes, entre otros, se están perdiendo de ver en vivo y en directo, a un jugador que los argentinos, los mismos que alegran su fútbol, celebran fecha tras fecha.

El Pulga es querido, y con sus goles disfrutan propios y extraños. Fue uno de los máximos goleadores de la Copa Diego Armando Maradona, y encabeza la tabla del actual torneo, con el aditamento de la calidad de sus anotaciones. El delantero hace de la necesidad un lujo, y a los festejos les quita el espíritu burlón. Guarda las raíces en su futbol, nunca carga al rival. Ni adentro ni afuera.

De los seis goles de la última copa finalizada, todos archivan su esencia. Frente a Defensa y Justicia la pelota le pica mal, él la esperó un paso atrás, sin moverse, para luego meter el gol. Desconfía de la pelota, la conoce bien. En Simoca, donde se crió, jugaba atrás de su casa, entre piedras, vidrios y pozos. Su segundo tanto en el torneo fue contra Central Córdoba, de local. Quedó lejos del arco, tapado, perfilado con la pierna mala. Era pura necesidad pegarle tres dedos de revés. Aunque suene ostentoso, fue al ángulo.

El siguiente fue al mismo rival, pero de visitante. De penal, pegando un saltito antes de la ejecución. Parece presuntuoso, pero no. El jugador le explicó a su compañero Alexis Castro, en una práctica, que con la ultima regla los arqueros deben permanecer parados en la línea, por esto el salto le da una pausa para ver al arquero mientras elige un palo. Luego de la ejecución frente a los santiagueños, el delantero fue a saludar a Alejandro Sánchez, arquero rival, ex compañero suyo.

Su cuarto gol fue a San Lorenzo. Todos sus compañeros, y los rivales, atacaron por derecha. Luis Miguel se paró solo en la izquierda. No perdió la calma. Como ese día que esperó en una estación de tren en Rumania el arribo de un contacto que había hecho su representante para jugar en el exterior, pero el mismo nunca llegó.  Levantó la mano y, aunque el tren nunca llegó, el pase de Alex Vigo sí. No tenía tiempo, por eso remató. Eligio el ángulo más alejado, para agarrar al arquero a contrapierna. Tenía que ser cara externa, para que no se eleve. Otro gol con exceso de calidad, pero lo que la jugada obligaba. No había otra opción. Como el gol a Banfield donde esperó solo en la medialuna, recibió la pelota con dos defensores tapándole el tiro, solo quedaba el ángulo. Aunque salió agradable para los ojos, no quedaba otra. Como esos años donde no tenía botines y las zapatillas eran para la escuela. Había que jugar descalzo.

Con tres amagues volteando rivales para luego picársela al arquero metió el gol, frente a Atlético Tucumán, que lo coronó como goleador. Era para gritarlo solo, o ir a pedir disculpas a su ex club, pero no, sus compañeros lo abrazaron, como a largo de toda la copa. Nunca un festejo inapropiado, desmesurado ni solitario.

La fecha siguiente de la Copa Liga Profesional contra Estudiantes, El Pulga volvió a realizar lo que hace siempre. Metió dos goles, quedó como único goleador del futbol local (ahora compartido con Andrada de Aldosivi y Borré de River), y una vez más la calidad superó a la cantidad. El primero de tiro libre. Hace unos años, en la B Nacional, frente a Guaraní Antonio Franco, metió un gol por la misma vía. Remató al palo del arquero porque lo vió libre. Salió mal. El árbitro lo repitió. Luis Miguel había visto que la barrera había saltado, entonces, en el segundo remate lo hizo por debajo de la misma. Siempre atento a los detalles buscó, este último sábado, el palo de Mariano Andujar. El segundo gol fue corriendo lento, por el carril menos visible, no quería pasarse. La pelota le quedó atrás y para la zurda. No le quedó otra. Le picó como venia. Resultó un golazo, y se fue a festejar con sus compañeros. En Argentina se juega como se vive.

Gonzalo Bressan Otegui

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