Hace un mes se estrenaba en Netflix el documental sobre Pelé. En la siguiente nota repasamos la comparación futbolística con Maradona a través de su gravitación en los mundiales ganados. Pero también nos metemos en el silencio del astro ante la dictadura y las violaciones a los DD.HH en Brasil. Escribe Dr. Magrao.
Es indudable: Pelé fue inmenso dentro de una cancha. Nacido en un barrio pobre, lustró botas para ayudar a la familia, hijo de un obrero y futbolista (a quien admiraba y jamás pensó que los roles se invertirían radicalmente), cuando llegó a Santos con apenas 16 años, nadie (ni él) imaginaba lo que pasaría.
Fue uno de los dos (o tres) mejores de la historia -con Diego y Cruyff para mí-. Pero ¿vale la pena debatir hasta el cansancio quien fue el “rey del mundo-fútbol”? Creemos que no.
En Magrão no tributamos a monarquías o realezas, tampoco a que exista UN mejor jugador de la historia, pues ésta no es lineal y las épocas traen cambios profundos, así como nuevos estilos de juego. Por tanto, sí, hay jugadores que dominan y marcan ÉPOCAS, pero no galaxias.
Luego de ver el documental de Pelé (lo recomiendo), y seguir investigando un buen trecho, me quedé con algunas conclusiones que quiero compartir (espero que los/as fanáticos de Maradona puedan leerlo y reflexionar antes de bardear).

a. Hay algo indiscutible por las mayorías: el mundial de México 86 jugado por el “pelusa” es un mundial perfecto, épico y maravilloso. Hizo todo lo que un jugador sueña hacer con su selección en la copa más bella de todas: su jerarquía, liderazgo, barrio y gambeta quedó para siempre en los libros de la memoria. Estoy de acuerdo con ello. Pero también es necesario, sano y a la vez divertido, poner en tensión esa afirmación: Pelé hizo algo similar a Maradona (un mundial perfecto) al menos dos veces en su carrera: Suecia 1958 -con 17 años- y México 1970 -con 29-. (Sí, ganó tres, pero en el de Chile 1962 apenas jugó un partido y medio; por cierto, cuantificar las copas es un criterio demasiado facilista para dirimir una discusión futbolera).
b. Observar las imágenes de archivo (no sólo las fotos o resúmenes) de lo que hizo ese niño de 17 años en su primera cita planetaria contra adultos que lo doblaban en experiencia, es una locura que vale la pena refrescar. Realmente hay goles y jugadas de otro planeta: le marcó uno a Gales en cuartos, tres a Francia en semis y un doblete a Suecia en su casa y en la final.

Guardando las proporciones y particularidades epocales, algo nos quiere decir la rueda de la historia con una coincidencia sublime: los dos más grandes jugadores de todos los tiempos tienen una postal idéntica: llevados en andas, en un Estadio Azteca repleto y alzando la misma copa. Claro, con 16 años de diferencia.
Si comparamos esos dos mundiales, el de Maradona parece más grande, más épico. Pero lo que hizo individual y colectivamente Pelé en 1970 (junto a Jairzinho, Rivellino, Tostão, Clodoaldo, Carlos Alberto, etc.) es algo para no minimizar. Hay similitudes: el 10 de los amarillos fue el corazón de ese equipo, tal como Diego el 86; ambos enfrentaron partidos tensos: Brasil la semifinal contra Uruguay y Argentina cuartos contra Inglaterra.
Las finales también fueron legendarias: Brasil enfrentó a la poderosa Italia, la albiceleste a la dura Alemania. En lo netamente futbolístico deslumbra el segundo gol a los británicos de Diego Armando, pero si Edson Arantes do Nascimento hubiese convertido en grito aquella jugada mágica (fintar al arquero sin tocar el balón) ante el arquero uruguayo, estaríamos hablando de un hermoso podio compartido por ambos tantos (sí, tranquilo/a, el del barrilete primero).
c. Lo que jamás estará en discusión es la tibieza de Pelé para hacerse parte de los procesos sociales que vivía el país más grande de Latinoamérica. En la dictadura de Emílio Garrastazu Médici, las muertes, desapariciones eran cotidianas y él sólo jugaba al fútbol. Es cierto, nunca fue un activista político para la derecha, pero su silencio en la calle y magia en el fútbol, era el mejor programa de TV para la estabilidad de la tiranía. No sólo eso, después de marcar su gol n° 1000 fue a saludad al dictador, y lo volvió a hacer una vez ganada la copa del 70 (que el gobierno de facto le exigió ganar). Se la pasó, le sonrió, lo aceptó.

Pelé fue incapaz de reconocer su complicidad (desde el silencio) con una de las peores dictaduras de nuestro continente. Incluso en el documental recientemente grabado parece extraviado políticamente, como aún no entendiendo la diferencia entre un gobierno autoritario y otro democrático.
Todo esto marca una diferencia diametral con el nacido en Fiorito, y abre nuevamente el debate (para nosotros claro) de que el/la futbolista es un sujeto integral y que, como trabajador/a de la cultura, debe marcar posición sobre la realidad que viven los/as cientos de miles que le dan vida al deporte que practican: los/as hinchas, el pueblo, su pueblo.
Cerramos con una de las citas más interesantes de dicha película:
«Yo amo a Pelé, pero no puedo dejar de criticarlo. Yo opinaba que su comportamiento era como el de un negro sumiso que acepta cualquier cosa, que no contesta, que no critica, que no juzga. Es una de las críticas que mantengo hasta hoy. Porque una opinión de él relacionada con eso impactaría mucho (se refiere a la dictadura y la violación a los DDHH), principalmente en Brasil».
Paulo César Lima (selección de Brasil 1967-1977).