Un 25 de enero del 2015 Juan Román Riquelme anunciaba el final de su carrera como futbolista. La siguiente nota surge del vacío que dejó su retiro de las canchas. Una comparación entre Román y el Romanticismo, el movimiento cultural europeo que surgió dos siglos antes del nacimiento del Último Diez. Escribe Lucas Bauzá.
“Yo desdeñaba
Lord Byron, Manfredo
tener que mezclarme con un rebaño,
aun de lobos, y siendo su caudillo.
El león solo está, y así me encuentro.”
De pronto, al verlo gambetear por primera vez en una cancha, comprendí todo. Aquella tarde lluviosa, sombría, de tempestad rioplatense, lo vi todo: Johan Wolfgang Goethe había homenajeado a Román poniéndole nada menos que “Romanticismo” al movimiento cultural europeo que surgió dos siglos antes del nacimiento del Último Diez. Ese partido en el que descubrí la verdad, paradójicamente, habría de ser la última función de Román como Demiurgo Absoluto del destino del fútbol nacional: una victoria 2 a 1 ante Uruguay, por las eliminatorias rumbo a Sudáfrica 2010. Goles de Messi y Agüero, una asistencia de Román.
Luego pasó lo que ya todos sabemos: la vuelta al patio de su casa, el acto prometeico que inspiraría a Prometeo, Román como fuente de inspiración para artistas de toda Europa, el retiro de puntos suspensivos que luego imitarían tantos románticos de poca monta… Pero no nos adelantemos. Apliquemos el paso cansino de Román, pisemos la pelota y pensemos mientras los demás corren enajenados a nuestro alrededor, y apliquemos la máxima de Johann Goethe, rendido a los pies del Enganche: “Sigue la mente de un maestro; caminar con él es avanzar”.


Me imagino las quejas, los reproches y reparos ante semejante afirmación. Alguien podría estar pensando en este mismísimo momento: “¿O sea que este lúgubre prosista nos quiere hacer creer que el Romanticismo, la más bella y fructífera de las revoluciones artísticas en la historia de la humanidad, en cuyo inexistente manifiesto habrían aparecido las firmas de Wagner, Mary Shelley, Goya, Goethe, Madame de Staël, Lord Byron y paro de enumerar para no humillarlo en demasía, tuvo como precursor, como modelo a imitar, como Supremo Creador, a un futbolista, a uno de esos energúmenos que corren tras una esfera de cuero?”
Sí, eso es lo que vengo a demostrar.
Si tenemos en cuenta que los románticos, con los hermanos Grimm oficiando de cazadores de talento, salieron a buscar influencias exóticas y populares, en desmedro de la tradición grecolatina, del clasicismo, de lo Bello como categoría estética imperante, se entiende que hayan posado aquí, en los putrefactos y xeneixes márgenes del Riachuelo, su mirada soñadora. Este idealismo y el rechazo a la Ilustración, a lo Universal, era lo único con lo que contaban en la incipiente corriente artística; todo lo demás, desde el amor a la aldea de uno, pasando por los ambientes noctámbulos, las subidas de Clemente Rodríguez, la rebeldía irracional, los goles de Palermo, la melancolía (“Todos los abismos de su alma los he hallado en la mía”, le dedicó un aturdido Nietzsche), hasta el culto a los sentimientos y el suicidio wertheriano, salió de las conferencias de prensa de Román. Y de sus pies, claro, si tomamos en cuenta aquella cantinela romántica que dicta que la obra y el artista son indisolubles.
Si todavía no huyeron despavoridos hacia publicaciones más prestigiosas, los invito a la inexcusable galería de los fundamentos.
1 El rescate de lo criollo
En la era del fútbol robotizado, musculoso e industrial, cuyo máximo exponente vernáculo fue Marcelo Bielsa con su vertiginoso 3-3-1-3, Román contestó con su cadencia, con sus gambetas, caños y pases rioplatenses (luego los románticos, ante el avance imperial napoleónico, habrían de imitar este rescate de lo autóctono). Román contó con dos laderos incondicionales: El 4-3-1-2 del Virrey Bianchi y el “Depende cómo se levanten los muchachos” del Coco Basile, whisky en mano, poético antecedente de las Musas como fuente de toda inspiración.
2 La Naturaleza, símbolo de la verdad genuina
Rodeado de colegas que siempre fueron hinchas, oh casualidad, del equipo que puso los verdolagas sobre la mesa, a tiro de un click podemos ver al niño Román en estado salvaje, de pie en un potrero, vestido con los colores de su amado Boca Juniors.

3 Rechazo manifiesto de la realidad
Desdeñoso con periodistas, con barrabravas, con Falcioni, con las redes sociales, con dirigentes y con los fotógrafos que dificultaban sus tiros de esquina, representantes del lado funcional del fútbol por los que nadie paga una entrada, Román mostró de esa manera su repudio al mundo, al presente, a la obtusa realidad que nos rodea. ¿Qué más tristemente real, hoy en día, que un enjambre de periodistas amarillistas buscando carroña, o un apriete de mercenarios, siempre serviles al poder de turno?
4 Desapego a la normativa gramatical
Román marcó el camino a seguir al declarar que “Riquelme está feliz”. Luego, los y las poetas del Viejo Continente se atropellaron para imitarlo, rompiendo los moldes de las lenguas alemana, francesa, inglesa, española y rusa. De Coleridge a John Keats, en todos sus poemas se ven las huellas de la ruptura de la norma que inició no otro que Román.
5 Los ambientes nocturnos
Antes de continuar con la lectura, repase mentalmente los mejores cinco partidos que le vio jugar a Román. ¿Listo? Noches brasileras, paraguayas y chilenas. Numerosas veladas en Núñez y en La Boca (paréntesis empírico: cuatro goles le hizo a River, los cuatro de noche). Un partido consagratorio contra Brasil en el Monumental. Y una noche ilustre en Tokio, en la que se enfrentaron la obra de arte y la mercancía, otro antagonismo surgido de la genialidad de Román y que luego los románticos trataron de imitar desesperadamente.
Si en la Ilustración lo que brillaba era la Luz, en el Romanticismo de Román lo que siempre primó fueron las tinieblas, la oscuridad, la gloria alcanzada bajo la luz de la luna.

Goya trató de plasmarlo en esta pintura.
6 El culto de los sentimientos
Román, por seguir lo que le dictaba su corazón, no solo renunció a la Selección Argentina para cuidar a su mamá, sino que también se quedó a jugar en Boca cuando podría haberse marchado a destinos tan vulgares como bien pagos, y sin querer sentó las bases del Romanticismo al volver a la tierra idílica, a su Argentinos Juniors donde todo comenzó, para retirarse y cumplir con su palabra. Algo parecido hicieron los románticos, yendo a rescatar el arte de la Edad Media, la fuente original que necesitaban para cortar con sus más inmediatos predecesores.
7 Amores imposibles
Cientos de bosteros infatigables salen al anochecer para maldecir al destino, como tanto enamorado perdido que uno ve por ahí; sin alterarse, sin darse cuenta de que aburren, no se resignan y nos repiten una y mil veces las causas de ese amor no correspondido entre Román y la Selección. Como en toda historia romántica, hay un villano que no admite grises: Bielsa y su vértigo a la Van Gaal, que llevaron al país entero a la infelicidad justo cuando más necesitábamos una alegría.
El “Si me hubiera dado bola en mi mejor momento” de los enamorados, corresponde al “Si hubiese estado Carlitos Bianchi” de los bosteros. Y estos, como todo enamorado de ánima en pena, contaron con su boleto pero lo despilfarraron. Fue en el ya lejano 2006, cuando el destino y los alemanes pusieron a Román de ñata contra el vidrio, y a los bosteros privados de tener una estatua del 10 en cada plaza del país, el único final feliz que podía tener esta triste historia de nunca acabar.

8 El suicidio trágico
En la Copa Libertadores del 2012, Román realizó un acto que inspiraría a su alumno Goethe para escribir la obra literaria cumbre del Romanticismo: Las desventuras del joven Werther, obra en la que el desdichado protagonista se suicida.
Frente a un durísimo Corinthians, de rocosa defensa y con un pelado Emerson endemoniado, Román fue el primero de la patria boquense en darse cuenta de que esa Copa nunca sería suya. ¿Qué hizo? Lo mismo que hizo Werther cuando supo que Charlotte se quedaría con Albert: preparó el escenario de la catástrofe con minuciosidad, avisó su retiro y, por último, tomó la trágica decisión.
“¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Por qué semejante acto egoísta?” se preguntaron, estupefactos, tanto Falcioni como Goethe. El Emperador se fue a All Boys; el alemán tomó la pluma y comenzó a escribir.

9 El interés por lo sobrenatural
De la galera de los románticos, ya lo sabemos, “salieron” las criaturas más fantásticas de la literatura universal. Una breve caracterización en internet dice que estos “Sienten un amor y una curiosidad incontenibles hacia la muerte y, por ello, los relatos románticos se llenan de fantasmas, duendes, diablos y seres sobrenaturales”.
¿De dónde ha surgido este amor por la muerte y por lo sobrenatural? Simple: de la despedida de Román de Boca, cuando la muerte estaba a la vuelta de la esquina y las sombras del retiro acechaban en cada rincón del estadio Alberto J. Armando. Esa noche Román hizo lo imposible, nos mostró una puerta del inframundo, se burló de las leyes de la física, engañó a la razón, se vistió por un segundo de fantasma, de duende, de diablo, de ser sobrenatural. Con un amague imposible de explicar con palabras, le hizo al pobre Izquierdoz el caño más hermoso e inexplicable de la historia del fútbol. A los pocos minutos cerró la función, se puso una campera oscura y abandonó La Bombonera para siempre, pero la Caja de Pandora ya estaba abierta. Para los “creativos” artistas del Romanticismo, luego de haber visto esa escena y de haber comprobado que lo sobrenatural está entre nosotros, todo fue mucho más fácil.
10 El héroe rebelde (Nietzsche – Macri – Frankenstein o el moderno Prometeo)
Román, desde el lugar típico del 10 clásico, imperceptiblemente tirado a la izquierda, “Dio rienda suelta a sus instintos y pasiones, e hizo un culto a la libertad individual”, tal como reza en los Olé de ayer. Exagerado como todo romántico que habría de imitarlo, Román extremó su libertad hasta límites inconcebibles: se enfrentó a Dios; creó un ser humano a su antojo; desafió al tirano de turno con un gesto tan inmortal como infantil.
Elija usted, lector, lectora, su rebeldía preferida…
Un día cualquiera, en uno de sus tantos retiros espirituales, así habló Román: “Lo que diga ese muchacho no me interesa”. En la Iglesia Maradoniana hubo suicidios en masa cuando se avisparon que “ese muchacho” hacía referencia a un tal Diego Armando Maradona; por otra parte, la frase provocó la más ferviente admiración de un joven filósofo posromántico, luego llegaron su filosofía a martillazos y la decantada bomba nietzscheana “Dios ha muerto”, burda y pierremenardeana copia del Genio de Torcuato.
No contento con la autoría de una injuria que Borges hubiera celebrado alzando su copa, Román fue por más… A primera vista se podría decir que le robó el Fuego Sagrado de La Bombonera a Diego, que en el 81 lo hizo todo y luego subió a su palco olímpico sabiéndose inmortal; pero el acto, si se lo analiza, fue mucho más grave, y la gente boquense, desde las tribunas, dictó sentencia: lo que hizo Román fue algo así como si Prometeo, que al lado del 10 queda como un tímido rastrero, hubiese echado a patadas al mismísimo Zeus para luego proclamar que ese terreno sagrado, el Olimpo, pasaría a ser “el patio de su casa” hasta nuevo aviso. Una locura, pero también una anomalía: Román fue el único ser humano que se enfrentó a Diego y salió victorioso.

Este enfrentamiento con D10s tuvo un antecedente no menos polémico: la existencia de Martín Palermo, un centroforward creado íntegramente en el tenebroso laboratorio del Doctor Román. A pesar de que ya contaba con la historia escrita de antemano, es admirable lo que luego “imaginó” Mary Shelley a raíz de este suceso. Posterior a un partido en el que Boca le ganó 4 a 0 a Arsenal, y que se recuerda más por el pico de maldad que alcanzó Román, yendo a festejar su creación en soledad, su “Tomá y hacelo” de antología, que por el gol récord de su criatura.
A continuación los invito a leer lo que Martín le reprochó en el vestuario, con las pulsaciones a mil: “Principalmente a ti, que por ser mi creador eres mi principal enemigo, te juro odio perpetuo. ¿Por qué vuelves a endurecer tu corazón ante mis quejas?”. Notable lo que luego reescribió sobre lo escrito Mary Shelley, pero más notable lo de Román.
La última de las rebeliones románticas, quizás la más icónica porque constó de un solo gesto, fue cuando el Topo Gigio apareció para la alegría de niñas y niñas y para la amargura de un presidente. No sería ese el último encuentro entre románticos y poderosos, en donde aquellos posibilitan, involuntariamente, el ascenso de estos últimos a la cúspide del poder, para la tragedia y la desdicha de los pueblos. Román dijo que Macri les debía un asado a los jugadores del Boca de Bianchi porque sospechaba que, así como los románticos fueron influyentes para la aparición del nazismo, aquellos habían sido fundamentales para que Macri llegara a la presidencia de la nación.

Mauricio le prometió un asado y pobreza cero para su pueblo, pero Román, al igual que nosotros, recibió un globo que rápidamente comenzó a desinflarse. Y quizás, por eso, volvió a rebelarse.
Luego pasó lo que ya todos conocemos: Román volvió al patio de su casa, los románticos fueron corriendo detrás de sus pasos y Boca volvió a estar en manos de su pueblo.
Lucas Bauzá
Twitter: @rayuelascometas
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