Sobre la concepción hegemónica de derrota que pesa sobre el fútbol albiceleste, la incapacidad de disfrutar los presentes, ponderar lo negativo y extrañar lo que pasó, aunque en su momento haya sido criticado. Escribe Santiago Núñez
En diferentes canales de comunicación (medios, redes sociales) circula una nutrida serie asociativa entre el apellido del técnico del seleccionado argentino y toda la familia de significados vinculados al concepto de “fracaso”. “La selección no enamora”. “Se defiende mucho”. “Regala un tiempo”. Se construye, a partir de la acumulación de elementos negativos, una sensación y una significación de malestar. De carencia.
Este sentimiento se genera a partir de la repetición de situaciones negativas o de los defectos que un equipo de fútbol lleva consigo. Se toman las faltas, que todas juntas conducen a un indefectible síntoma de incomodidad. Aquella tertulia particular se vuelca consistentemente con una historia de críticas, que hoy ponen en el centro a Lionel Scaloni.
¿Qué es el fracaso?
Un usuario en las redes viraliza un tweet en el que se lee “Deportivo empate”, apenas termina el debut con Chile por la Copa América. Aparecen quejas sistemáticas y a veces agresivas sobre Nicolás Otamendi, un tipo con más de 10 años en las primeras ligas de Europa. Se despotrica contra Lautaro Martínez, centrodelantero titular del campeón del Calcio. Antes le cayeron críticas a Agustín Marchesín, un tipo que viene de jugar Champions League. Incluso algunos hablan de que se extraña a Gonzalo Higuaín, la persona más denostada por el ambiente futbolero de los últimos años. También hay frases vacías: “no juega a nada”, no da “gusto verla”, “aburre”.
El “estar bien del fútbol argentino” es salir campeón del mundo en todas las décadas, levantar la Copa América al menos en una de cada dos ediciones y pasesarse por las Eliminatorias con goleadas abultadas y espectáculos persistentes.
La lista podría seguir. Todo sobre una sombra inminente, de bandera inclaudicable, que baja sobre estos y otros jugadores: 28 temporadas sin ser campeón (las medallas de oro son para los giles), tres finales perdidas desde 2014 hasta la fecha. Y así.
Quien escribe no piensa que haya que desterrar cualquier tipo de crítica. Pero, ¿cómo es posible que ante cada resultado que no sea la victoria se ponga en duda la historia, el conocimiento y el proyecto de un equipo y su cuerpo técnico? ¿Es posible y válido encontrar sistemáticamente argumentos para anexar al fracaso a jugadores que además de ser exitosos, nunca bajaron de las semifinales en las competiciones de los últimos 10 años (salvo Rusia 2018, cuando el equipo perdió con el campeón)? ¿Se puede sistemáticamente apuntar a un técnico que lleva, con todos los defectos que uno puede observar (materia opinable), 731 días y 17 partidos invicto?
El problema está en la concepción de normalidad que pregona un sector hegemónico en los discursos futboleros. Si uno argumenta que algo “está mal”, lo hace con la premisa de entender que eso que se describe debería ser de otra manera, para “estar bien”. El “estar bien del fútbol argentino” es salir campeón del mundo en todas las décadas, levantar la Copa América al menos en una de cada dos ediciones y pasesarse por las Eliminatorias con goleadas abultadas y espectáculos persistentes. Sin contar que debería jugar bien, con fútbol asociado, divertido y trabajado, sin cometer ningún tipo de falla en su estructura defensiva.
La matriz cultural que tiene hegemonía en el campo de las opiniones futbolísticas impone una normalidad imposible de alcanzar. Eso hace que las quejas y la sensación de falta sea permanente. No hay condiciones para jugar así. Un lugar imposible de alcanzar conlleva una concepción de fracaso inevitable.

Quizás perdimos 7-1 y yo nunca lo supe
Las razones que sostienen este tipo de prácticas no son del interés de este modesto artículo. Posiblemente sus raíces históricas están en la extensión futbolera por sobre el territorio nacional y el mal acostumbramiento del triunfo Bilardo-Maradoniano, influyente como pocas escuelas en el fútbol argentino, cuya gesta más amplia cumplió esta semana 35 años. Pero desde hace tiempo que más o menos está presente el fantasma de la derrota, esa que no se evita y genera catástrofes y explicaciones tajantemente negativas.
Con Basile había mucha joda. Passarella sacaba jugadores por cortes de pelo. Bielsa era obsesivo y no hablaba. La selección de Pekerman jugaba lento y el DT hacía mal los cambios. Basile (de nuevo) salió derrotado ante un Brasil contra el que “no se podía perder”. Maradona no sabía de táctica. Batista convocaba jugadores que tenían “mucho auto importado”. Sabella no llevaba a Tévez. ¿Por qué no llevó a Tévez? Encima jugó con cinco defensores, incluido Campagnaro. Qué sacrilegio. Martino perdió las finales. Bauza no jugó a nada. A Sampaoli le dirigían el equipo. Scaloni no se sabe por qué está ahí, si no tiene experiencia.
Las raíces culturales de los diferentes pueblos son concepciones complejas. Uruguay fue recordado por generaciones enteras luego de conseguir un cuarto puesto. Chile recibió a una selección sub 20 que perdió en semifinales. Paraguay reconoce con orgullo al equipo “cuartofinalista” del Tata Martino. Joachim Low acaba de renunciar luego de 15 temporadas al frente de la selección alemana, en la que estuvo 8 años sin ganar nada. ¿Se imaginan lo que habrían dicho de Scaloni y de los jugadores de la selección si hubieran sido vencidos 7 a 1 en un Mundial, de local? Hoy Brasil, 7 años después de una de las derrotas futbolísticas más grandes de su vida, ganó una Copa América, es candidato a otra, y mira el Mundial de Qatar con más expectativa que nunca.
Pero es seguro que si el análisis preponderante del ojo futbolero argentino no abandona ciertas concepciones, será mucho más difícil que seamos felices.
Argentina, hoy octava en el ranking FIFA, llegó a estar en el vigésimo cuarto puesto en agosto de 1996. También estuvo entre 1959 y 1978 sin ser campeón de nada . Tardó 48 años en levantar la Copa del Mundo. Jugó cinco finales de las 21 tertulias planetarias que se han llevado adelante a lo largo de la historia.
Felicidad
No hay razones, a entender de quien escribe, para tener semejantes expectativas (positivas pero negativas). Las mismas llevan a una situación en la que la insatisfacción es más probable estadísticamente que la victoria. Nada lo justifica. Nadie gana todo el tiempo. La selección y su técnico son símbolos de una concepción de fracaso construida injustamente con los años.
Es imposible tener grandes victorias sin proyectos, sin procesos a largo plazo. Ni dos partidos ni un torneo pueden ser parámetro para determinaciones contundentes. En línea con esto, luego de la Copa América 2016 muchas voces pedían una renovación. No puede ahora ser una comparación con el pasado la razón para la crítica indiscriminada.
No hay fórmulas para ganar. Scaloni y sus dirigidos pueden perder hoy, en semifinales, en la final. Pueden ganar, empatar o ser derrotados. Cometen errores. Pero es seguro que si el análisis preponderante del ojo futbolero argentino no abandona ciertas concepciones, será mucho más difícil que seamos felices. Y que llegue el trofeo que tanto añoramos.
Santiago Núñez
Twitter: @santinunez
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