“El Cazador”, un melancólico ex delantero del Ferrocarril San Martín, recibe la noticia del asesinato de un joven fanático del club. Shockeado, lo primero que se le viene a la mente es que a ese hincha le debía su apodo. Novela por entregas, cada semana un capítulo nuevo. Escribe Lucas Bauzá. 

“¡No los perdonemos más, viejo!”

Miguelo Díaz, Ferrocarril San Martín 1 – Midland 1 (2008)

  La reunión definitiva se dio en el bar, el último domingo de julio. El primero en llegar fue Ezequiel. Fui al grano.

-¿Qué se sabe de la ordenanza?

-Malas noticias, que más adelante podrían llegar a ser buenas. Aceleraron la habilitación desde la provincia. Eso significa dos cosas: si ellos están manejando los números que estamos manejando nosotros, se les va a complicar mal la elección. La nacional, la provincial y ni hablar la de acá de Almafuerte.

-Pero se dice que va a estar todo parejo.

-No les creas un carajo a las encuestas. El PRO está acelerando los últimos negocios porque saben que está la posibilidad latente de que pierdan el poder, al menos en provincia de Buenos Aires. Igual Lozano ya está al tanto, estos días van a ser picantes en el Concejo.

  Frenamos la conversación para saludar a Fabricio y el Mosca.

-¿Qué puede hacer ese gordo bufarreta de Lozano?

-Lo que se te ocurra. Poner un plazo para la reevaluación y aprobación de los planos, proyectos de otro tipo, etcétera.

-¿Qué onda?

-Pará, Mosca. Seguí –le pedí a Cóceres.

-Otra es crear una Comisión Consultiva Municipal, y ahí olvidate, como decía el General: “si querés que algo no funcione, creá una comisión”.

-Bueno, entonces hay que esperar estos días.

-El Chelo tiene el poder de fuego. Y en la cancha se ven los pingos… Aunque Milman también tiene poder de fuego. Si transaron por abajo, cagamos, son imbatibles. Pero si están en veredas opuestas, como creo, va a ser para alquilar balcones.

-Estamos en las manos del Chelo –definió Fabricio, con el mentón elevado.   

-Ponele que sí. Lo bueno es que el PRO parece como la película La caída, la de Hitler. Están quemando archivos, corriendo para esconderse… Si el PJ activa en el Concejo, veo difícil que salga la aprobación para semejante movida.

  Cabeceé, bastante satisfecho. Le dije a Fabri que sacara dos birras de la heladera.

-Che, Cóceres… ¿Y con el Dengue cómo estamos? ¿Todo, averiguaste? ¿Todo todo?

-Todo, Santopietro.

  Eleuterio Domínguez, el Dengue, trabajaba como auxiliar de limpieza en una escuela de Las Tunas, en el oeste de Almafuerte. El trabajo se lo había conseguido Lozano, diez años atrás, y en períodos de clases normales duraba apenas cinco horas, de 12:30 a 17:30. Pero cuando los pendejos estaban en vacaciones de invierno, como lo estaban, él apenas cumplía una guardia de 14 a 15.

-El Dengue va caminando, la escuela le queda a cuatro cuadras de la casa. Hay que ir y ponerlo cuando va o cuando viene. Tengo la esquina ideal para hacerlo, justo a la vuelta de un depósito de camiones que usa el municipio.

-¿Cámaras?

-Cero, en esta esquina que te digo. Y tengo el camino para entrar al barrio y para salir sin problemas. A las dos de la tarde no andan muchos autos por la calle, hay que estar atento a eso también.

-¿Quién pone el auto?

-Yo puedo poner el Fox –se ofreció Juan.

-Yo pongo el fierro –comenté–. Fabricio, ¿entonces estamos? ¿Te vas a animar?

-Podemos mandar al Gordo también, por si se retoba.

-Yo a esa hora laburo, cabeza.

-El Dengue se va a retobar, en la que te vea caminando solo y de frente, agarrate.

-Me la banco solo. Le voy a poner un corcho de moño a ese logi.

-Igual lo tenemos a Hernancito. Hernancito –le dije al Mosca–: vos vas al banco de suplentes, por las dudas. No va a ser fácil, y por ahí a último momento, ¿viste?, a Fabricio se le hace agua la colimba.

-¿Valentín no, Santopietro?

-No, loco –le respondí al zapato de Cóceres–. Mil veces te dije que no.

-¿Pero por qué tanto con mi primo, che? No es Batman, el chabón.

-Dejame decirte que no lo conocés.

-Cóceres: no empecés de nuevo, loco. Vamos a concentrarnos en lo que tenemos. Somos los que estamos, Valentín es más bueno que el pan y jamás le haría nada a nadie.

-Jamás, chabón. Tiene razón, sos vos el que no lo conoce mucho.

-Vamos a dejarla acá, está bien.

-¿Cuándo sería esto? Queda una semana de vacaciones, hay menos pibes en la calle, menos gente…

-Esperen, otra cosa: ¿quién va a ir en el auto?

-Máximo tenemos que ser cuatro.

-Tres, diría yo –observé.  

  Acordamos que sería el viernes 2 de agosto, tres días antes de la reanudación de las clases.

-Los viernes traen suerte.

-¿Por qué, Manu?

-No, no sé. Digo.

  Irían cuatro: Juan, Ezequiel, Mosca y Fabricio.

  Había decidido hacerle caso al Santo, pero apenas me quedé solo sentí que no podía con el peso que cargaba sobre mi espalda, no podía aguantar haber perdido a Jazmín, no podía con la certeza de haber contribuido a que Lozano tuviera demasiadas chances de ser elegido intendente de Almafuerte, no podía con los Paz, no podía con Driscoll, con el Dengue, con el Equi, con Dardo, con el Furgón. No podía.

  Había intentado acercarme a Jazmín, en una de tantas borracheras viscosas, oscuras, viscerales, pero terminé reventando el teléfono contra la pared. Había echado de mi pieza a Fabricio, a Juan, a Totó. Había faltado al trabajo, había renunciado donde la situación ya no daba para más. Había perdido la noción de los días y de las noches. Había malvendido dos camisetas del Furgón para que no me faltara el escabio en los últimos días de junio. Pero había llegado de milagro al último día de clases: esa misma tarde me emborraché salvajemente, con irracionalidad, con dolor, con la imagen de Jazmín cogiendo con otro, preguntándome qué habría pasado si hubiera aceptado el pase a Los Andes, preguntándome qué habría pasado con mis viejos presentes, y me fui a dormir de madrugada con el corazón vacío, con los ojos vacíos, con los huevos vacíos, con la mente vacía, con las tripas vacías.

  Al despertarme, ya en la madrugada siguiente, me saqué la ropa vomitada, me bañé, me lavé los dientes, comí y salí al patio con el termo, el mate y la radio. Puse la Aspen. Me quedé mirando la salida del sol con Mal Llevado. Y me dije que hasta ahí había llegado, que ya había tocado fondo, que había que seguir.

  Pasos cortos y suaves, mucho silencio, tabaco, yerba y no mucho más. Ya lo había hecho otras veces y sabía el camino de memoria. Iba a poder. 

 El viernes a la una y media de la tarde me sonó el teléfono. Era el Mosca.

-Mosca.    

-Todo mal, Manuel. Todo mal.

-¿Qué pasa? ¡¿Qué pasó?!

  -Deciles que no estoy, viejito.

-Están acá, hombre, andan preguntando por vos desde que llegaron…

  Me rasqué la cabeza y la barba, bostecé, me extendí a lo largo de la cama y me quedé mirando al viejo, de pie junto al marco de la puerta.

-Ahí salgo –respondí, porque realmente tenía ganas de verlos. 

-Al pelo. Enseguida comemos, cambiate que parecés un espantapájaros así. 

  Me puse campera, gorro y bufanda. Salí al patio. Eran cuatro: Fabricio, Juan, Mosca y mi hermano. Y estaban raros.

-Eh, loquito… Vení, sentate.

  Obedecí, luego de haber saludado, y me prendí un cigarro. El Mosca me alcanzó un mate con una mano temblorosa.

-¿Qué onda? –pregunté, mientras analizaba el afuera: frío, ventoso, húmedo. Espantoso, con el cielo lechoso, desagradable. 

-Nada –me respondió Juan.

  Era viernes al mediodía. No veía a Juan un viernes al mediodía desde que teníamos quince años. Algo pasaba.

-¿En qué andan?

  Nos interrumpió Totó. Se quedó unos diez minutos, hablando cosas de viejo, hasta que Juan lo llevó adentro casi que a la fuerza.

-Dale, pelotudo –le pedí a Fabricio–. ¿Qué pasó?

-Se la estamos por ir a poner al Dengue.

-¿Al qué? ¿Al Dengue?

  El Mosca asintió.

-¿Por qué?

-¿Por qué va a ser? –repreguntó Fabricio, viendo de reojo la vuelta de Juan.

  Nos quedamos en silencio.

-¿Qué onda la escuela, primo?

-¿Qué onda la escuela? ¿De quién fue la idea del Dengue, Juan? Me extraña de vos.  

-¿Qué idea?

-El dato lo trajo Santopietro, lo mismo que vos le contaste a él –respondió Equi. Juan trató de interrumpirlo, pero se dio cuenta de que habían contado lo que pensaban hacer–. La logística la armé yo. No puede fallar.

  Comenzó a dolerme la panza. Tiré el cigarro sin haberlo terminado y escupí con bronca por encima del hombro.

-Que lo haga el Chelo. Díganle al Chelo, que se encargue él. Si el Dengue era suyo.

-¿Qué Chelo? Dardo era amigo nuestro –saltó Fabricio.

-¿Y?

-¿Y qué?

-¿Y qué tiene que ver lo de Dardo? Que se haga cargo el Chelo, ustedes no tienen que hacer nada.

-Sí, lo vamos a hacer. Dardo era mi hermano, chabón. Mi hermano.

-No, Fabricio. No.

-¿Qué no, pelotudo? ¿Quién sos para decir que no?

-Dale, loco.

-No, esperá, Mosca, esperá. Si yo digo que no, es no. Si yo digo que no van, acá no va nadie, loco. Y si hace falta, lo llamo yo al Chelo, y le explico. No da ir a buscarlo.

-Lo vamos a ir poner, Caza. Te guste o no.

-La concha de tu madre, Mosca. ¿A quién vas a poner vos? ¿Quién va a agarrar el fierro y le va a meter un par de tiros mirándolo a cara?

-Yo –respondió Fabricio.

-¡¿Vos?! ¿Justo vos?

-Pero más vale que yo. ¿Qué “justo vos”, boludo? ¿De dónde saliste?

-Tendrías que ser vos, Valentín –opinó Equi.

-Voy yo, loco. Dardo era mi hermano.

-Vos no vas a ningún lado.

-Bajen la voz los dos.

-¡No nos escucha nadie! 

-¡Vos no vas a ningún lado, Fabricio!

-Hoy le cabe al Dengue. Corta la bocha, loco.

-Pero cierren el orto. Mosca, cerrá el orto.

-Cerralo vos, pancho.

-Juan, deciles a estos pelotudos.

-Está decidido.

-¿Qué está decidido? ¿Por qué no vas vos, pelotudo, que lo mandás a Fabricio?

-Todos queremos ir. Va uno, pero a cualquiera de los de acá le sobran las pelotas para hacerse cargo.

-¿Les sobran pelotas? Ustedes son unos pelotudos. ¡¿Para qué mierda salgo, boludo?!

-Bueno, volvé a tu cueva, la concha de tu madre, si nadie te llamó.

-Pero la, pedazo de… Qué pedazo de mogólicos, viejo. Manuel es un pelotudo. Dame un teléfono.

-¿Qué teléfono? 

-Primo, nos viniste al pelo para que te quedés con el viejo Totó mientras estamos afuera. Nadie te dijo nada de venir, y vos

-Cerrá el orto, Juan. Cerralo bien cerrado. Voy yo. Lo hago yo.

-Dejá de hablar pelotudeces.

-Voy yo, boludo. Escúchenme: tengo que ser yo, ustedes no. Déjenme a mí, cuéntenme la onda más o menos y voy.

-¿Pero qué te pasa, pelotudo? ¿Vos?

-Fabricio de acá no sale, llamo a la gorra, trabo la puerta. De acá, para eso, no sale. Y ustedes tampoco. 

-¿Qué sos, Batman? –siguió Juan, con sarcasmo, porque no entendía nada.

-Sí, soy Batman.

-Este chabón es lo más pirucho que vi.

-Hay cosas que no entienden. No entienden y no las van a entender. Posta. No saben de lo que están hablando… Ustedes me llevan, me cuentan qué onda, y yo me arreglo.

-¿Ahora sos el único que va al frente? –saltó el Mosca, después de un rato de haberme mirado en silencio con una hostilidad animal. 

-No, boludo, no. Vos también vas al frente, Mosca. Todos vamos al frente. Pero ponerle un corchazo a otro, no es joda. No es joda.

-Boludo –se me vino Fabricio nuevamente–, ¿vos venís, tirás que te sigamos, te hacemos la segunda, te salvamos de la gorra con el Mosca, y ahora que proponemos una nosotros no nos dejás ir? ¿Quién sos?

-Tenés razón, Fabri. Soy un boludo que no vale diez centavos. Por eso tengo que ir yo.

-¿De qué gorra lo salvaron a este ustedes dos?

-En el bondi de Driscoll –contestó el Mosca.

  Uno se quedó con la boca abierta. Movió las cejas. Parpadeó. Se reclinó en la silla. Finalmente me miró. El otro no hizo nada. 

-¿Vos mataste a Driscoll, enfermo? –me preguntó Juan, todavía estupefacto.

-Sí –le respondió Equi, paseándose la lengua por el labio inferior–. Sí, fue él –habló, con un extraño brillo en la mirada. 

-Fabri: voy a ir yo. Lo lamento, chabón. ¿A qué hora es la onda?

-Ya. Totó ya se acostó. Nos vamos –respondió el Mosca.  

-¿Ya? ¿El fierro?

-El veintidós de Manuel.

  Resoplé. Prendí un nuevo cigarro para calmar los nervios.

-Juan –traté de dar vuelta la decisión–: ¿sí o sí decís que hay que hacerlo?

  Mi primo levantó los hombros, vencido por la situación. Fabricio y el Mosca intentaron formular una puteada contra mí, pero levanté una mano.

-Está bien, muchachos. Está bien. Vamos –confirmé, con un feo y conocido líquido corriéndome por el cuerpo–. Pero lo hago yo. 

  Miré la escena con una fea sensación, como si estuviera drogado, o flotando en el aire, o en un sueño, o en una obra de teatro de terror, o todo junto.

-Bueno… Entonces vamos –habló alguien que se parecía a mi primo Juan, pero que en realidad no era mi primo. Y alguien que se parecía a mi hermano Fabricio se puso de pie. Y alguien que se parecía al Mosca lo imitó. Y alguien que estaba ahí pero que no debía estar ahí me tendió una mano para que me pusiera de pie y fuera a matar a alguien a quien yo no quería matar. Y yo lo hice. Me puse de pie, me subí el cierre de la campera y seguí los pasos de los demás rumbo al auto.  

  -¿Pero qué hicieron? ¡¿Qué hiciste, pelotudo?!

-Boludo, salió de la pieza, se recagó a puteadas, Juan se enteró de todo, Equi también.

-¿De todo qué?

-No quería que vaya Fabricio, no quería que vaya nadie. Dijo que no.

-Pero

-Es mejor que haya ido él. Es el único que lo podía hacer.

-¿Pero qué único si no da más? Valentín no da más con su vida, está más para matarse él que para matar a otro.

  Con la 22 empuñada con fuerza en la mano derecha, pero evitando mirarla, di una ojeada ausente a las últimas calles de tierra, y a las casitas de Las Tunas, como si fueran de cartón. Todo el trayecto tuve esa sensación: que nada era realidad, ni las calles, ni las casas, ni el arma, ni los diálogos, ni los cuatro hombres que íbamos en el auto a sacarle la vida a otro hombre. Nuestras vidas no eran algo real. No existíamos. Éramos la nada yendo por la nada hacia la nada.

-Ahí está.

-¿Es?

-Es. Pega la vuelta por esta y lo agarramos en la otra.

-¿Caza, estás?

-Caza.

-Che, boludo.

  Pegué la cara contra la ventanilla. Tuve ganas de tirarme del auto andando.

  -¡No! No va a poder. ¡La reconcha bien de sus madres, son idiotas! ¡Son idiotas!

-Qué no.

-Voy para allá. ¿Estás en lo de Totó? Voy para allá, esperame ahí.

  Me bajé del auto, caminé mareado, lentamente, hasta llegar a la esquina, y me frené. Azurduy al 800. Escuché alguien que se aproximaba. El silencio del mundo era atronador. Levanté la mano derecha. 

-Uh, ¿qué hacés la concha de tu

  No encontré al Dengue. Encontré a un pobre pibe. Encontré la nada. Y me estaba mirando a los ojos.    

  Apunté.

-Pedile disculpas, chabón. Algún día andá a la casa de Dardo, y pediles disculpas, que es lo único que quiere esa gente.

  Apreté el gatillo. Me retorcí de locura a causa de la detonación. Me di vuelta, sintiendo que algo se me había roto adentro.

-¿Me venías a matar, bigote? Pedazo de pancho.

  A corta distancia, un auto negro comenzó a moverse como un reptil, se acercó y abrió una de sus entradas.

-Listo.

***

  -A este pibe hay que sacarlo urgente de este entorno. Urgente es ya, hoy a la noche. Hoy, ya.

-Lo de la parálisis facial en esta circunstancia es secundaria, aunque no se puede dejar de tener en observación, por razones obvias: antes de cualquier desplazamiento lo aconsejable sería hacerle una electroneurografía y de ahí descartar una posible patología grave en el nervioso periférico. Si me dicen que sufrió un estrés agudo por el asalto, bueno, les diría que tendería a recomponerse en cuestión de horas, entre cuarenta y ocho y setenta y dos. Pero ahora lo primordial es lo psíquico.

-Sí, yo tengo un psicólogo de confianza, la reputa madre que los re mil parió.

-Estamos hablando de una vara extraordinaria en cuanto a la confianza. Porque no se sabe.

-Aguantá un cachito, Caza.

-Un rancho en General Rodríguez. Media hora, yendo tranqui.

-Pero entonces saben, y sabe que sabemos. ¿Y si nos vienen a buscar en banda ahora?

-Al pedo lo metimos, boludo. Este loco no daba más.

-¡Valentín, escuchame! Tranquilo que ya estamos yendo a tu casa, ¡tranquilo, papá!

-Preguntale si lo vio alguien, pelotudo.

-Rodríguez, soy yo. Rodríguez. 

-¿Un robo? ¿Y si se larga a hablar? Mirá cómo está, Mosca… No se lo puede llevar a un hospital así.

-¿La cara la tiene así desde cuándo?

-¡¡¿Querés que se muera acá, loco?!!

-Ahí llegaron.

-Te digo que el Dengue hijo de puta lo podía creer menos que nosotros.

-¡La concha tuya, Valentín!

-Averiguá qué onda Las Tunas, Equi.

-Yo estoy para irme ya, muchachos. Por el Cazador todo, perros.

-Hola. Soy Mercedes. ¿Te animás a decirme tu nombre? ¿Podrás?

-General Rodríguez, de una. Nos iremos turnando.  

-Empastillado hasta el orto.

-Cabeza, venite a lo de Totó ya. Ya.

-Habrá disparado al aire. O ahí, contra la vereda.

-Lo arruinamos, Cóceres.

-Rodríguez: ahora te vas a tomar esto, que te va a tranquilizar un poquito, ¿sí? Está todo bien, estás en tu casa, con tus amigos, está tu hermano. Te necesito relajado, Rodríguez. 

-¡¿Fuiste vos, no?! Vos le metiste fichas para que vaya, la concha de tu madre.

 -Jamás se dio de alta. No tiene obra social. Alto paria, siempre el mismo cachivache con eso.

-Calmate, Santo. Fue él, ¿no lo conocés?

-Y después quiero hablar con vos, Manuel. Lo tuyo es peor que lo de Valentín.

-Nos vamos a ir a General Rodríguez todo el finde, te venís conmigo, con el Mosca y con el Gordo. Nos vamos a descansar, a caminar un poco… Acá salió todo bien, si es por eso tenés que estar tranquilo.

-Hubo un problema con un amigo, Mercedes. Sí. Con el mismo.

-Quédense tranquilos. Lo protege el secreto profesional, llegado el caso, pero vos me estás diciendo que no hizo nada, y que no tiene relación con lo sexual, con algo que sería un poco más delicado que involucre a menores, o… 

-Mensaje de Lozano a Pérez: “Algún hijo de puta me mató al Dengue, Beto. Venite para casa porque Aníbal nos quiere ganar de guapos. Te busca el viejo si no tenés una segunda”.

-Boludo, se subió al auto con el ojo caído, así medio rabioso.

-Nada, Mercedes. No hizo nada.

-El doc del club. Este, ¿cómo era? Pablito Cerro.

-¿Pero disparó o no disparó? No entiendo esa parte.

-No se subió él. Vio el auto y se quedó parado, duro. Y ahí se cayó, como si no tuviera piernas. Lo metimos nosotros. Lo metimos, ahí ya tenía trabada la cara y dijo así medio de costado “listo”.

-Nos vio, pero que la chupe.

-¿Qué querrá comer? ¿O hay que preguntarle al doc?

-Ya está.

-¿Qué pasó, Equi?

-¿Cómo que alguien mató al Dengue? Si lo vimos de pie, al lado del auto. ¡Nos reputeó, boludo! Valentín no le tocó un pelo.

-No le dio, no.

-Igual los fierros.

-El doc le dio medio clona hace media hora. Nunca tomó nada, nada de nada, Mercedes.

-¡¿”Listo”?! ¿Como si lo hubiera matado?

-Gente. Che, gente…

-Descartemos la veintidós antes de llegar. Es la misma de coso, de Paz.

-Coman algo acá y salgan.

-Es ciento por ciento confiable. 

-Loco, acá hay alto monje negro… A Paz no lo matamos nosotros, pero aparece muerto esa misma tarde. Vamos a darle mecha al Dengue, sale mal… ¿Y a los quince minutos va uno y le baja la caña?

-Andá a cargar gasoil, Gordo. Eso, cigarros, algo para tomar. Salimos directo de acá.

-¿Pero qué habrán hablado?

-Y lo único que dijo fue “listo”. “Listo”, dijo. Con el Dengue parado a treinta, cuarenta metros, mirándonos.

 -Vamos en tu chata, Manu.

-Ahora vamos a preocuparnos por el Cazador.

-Agarralo, agarralo. ¡Pará, Valentín, calmate!

-Habría que verlo eso… Tuvo un pico de angustia bastante preocupante, lo que tiene mayormente es angustia, pero sumale un estrés agudo, prolongado en el tiempo. El suceso de hoy es una suma de ambos, se armó como una suerte de tormenta perfecta, con caída de las representaciones sociales y varios etcéteras.  

-A mí chupame la verga, Juan. Salvamos la cancha con lo de Driscoll. Y al otro pancho le re cabió por puto, a Román le cabió por puto. Que se jodan.                     

-Y en una quiso abrir la puerta andando, boludo, recontra pirado mal.

-Hay que pensar en positivo, la concha de tu madre. Es como la guerra, tardará un tiempo pero tarde o temprano se tiene que rescatar.

-¿Usted dice, doctor?

-Estamos hasta la pija, boludo.

-Pero Fabri no sabe manejar.

-¿Y en el viaje de ida?

-Che, ¿no saltará lo de Driscoll, lo de Mati con esto de hoy?

-Estamos hasta la verga.

-Muy chico. El Gordo Leandro atrás, agarrándolo por si se retoba.

-El Fox está hasta las tetas para salir a la autopista. Yo lo dejaría.

-Continúan con esta dosis cada doce horas. Y cuando se normalice el sueño, un cuarto después de las dos comidas principales. Y que me venga a ver el lunes.  

-Entonces no, de ninguna manera porque su reacción es impredecible.

-Apareció muerto. Recién.

-Mínimo estamos hablando de meses. Más, si trabaja con chicos.

-¿Qué pasó, cabeza?

-Por eso, chicos. Tuvo un pico fenomenal, ya este cuadro se venía generando desde hace meses, no es que se genera de un minuto para el otro. Sí, lo que hubo, es un detonante. Pero ya era un volcán, una montaña de pólvora que iba a volar en cualquier momento. 

-¿Tiene IOMA el Cazador?

-Hoy es viernes, son cinco días y volvemos. Y ahí se verá.

-El Viejo Bustos. Para mí que fue el Viejo Bustos. O Docabo.

-Lo vamos viendo, Mosca. Pero Juan se pide una semana, en teoría, está el Gordo, Fabri, yo no tengo drama de ir y venir.

-Che, ¿no será el Gordo Leandro? ¿Qué laburo tenía que hacer hoy?   

-La orden la hago ya, si fuera por mí. Pero las licencias psicológicas en la docencia te las tiene que aprobar una junta médica y no estaría en condiciones de salir demasiado airoso… Ellos disponen de otro tipo de licencias, podría solicitar una sin goce o con goce de sueldo ya mismo. Pero el tema es que tengo entendido que se cargan en una página propia, de lo que sería la Dirección de Escuelas.

-Allá lo vemos, Santo, dejate de hinchar las pelotas con eso.

-Sí, que fume. Tampoco cinco atados por día, ¿no? Pero sí, puede fumar normalmente.

-Qué sirenas, boludo.

-Levandoski, che. Soy Fabri, boludo. Estamos llamando al tordo, te tenés que rescatar un cacho, guacho. Un cachito.

-Nos dijo unos días, después veremos.

-Che, ¿y si los preceptores preguntan? ¿O el director? ¿Con quién se habla en este caso?

-¿No tiene teléfono este pelotudo?  

-Gracias por todo, Mercedes.

-Esto va a ser Chechenia. De acá a las PASO.

-Este pibe no está para que lo descuiden ni diez segundos, ¿entienden? Ni siquiera puede entrar a bañarse solo, Manuel. Las veinticuatro horas con alguien al lado, vamos a ir hablando para ver cómo la lleva, y el lunes nos volvemos a encontrar. En la semana tendríamos que hacer tres encuentros, si es posible lunes, miércoles y viernes.  

-Chechenia, Kosovo, Afganistán. Si el Dengue llegó a hablar con alguno, nos van a venir a buscar. Al Cazador lo van a venir a buscar.

-Por lo menos fuma, el trastornado.

-Estoy más perdido que ciego en una orgía.   

-¿Totó todavía duerme?

-Doc: le robaron al Cazador Rodríguez y estamos con un problema acá en casa.

-Esto viene de arrastre, como dijo la mina. En la de Driscoll le tiraron a matar, boludo, venía jugado hace rato.

-¿Y si le ponemos música?

-Yo mañana estoy ahí. Vayan los cuatro ya, hoy mismo, y mañana me sumo.

-Que no se entere de lo del Dengue. Que no se entere, ¿me escucharon, pedazos de pelotudos? Va a flashear cualquiera, este. Cualquier cosa puede flashear.

-Le aviso a la negra, armo el bolsito y estamos. No tengo nada.

-¿Y a dónde lo metemos ahora? No es un perro, boludo, y por las dudas tenemos que estar cerca de un hospital.

-No habló en todo el viaje. Cazó el fierro y se quedó en la suya. Juan lo venía puteando por lo de Mati Paz, pero ni bola. Volado mal.

-Y decí que este tenía a la psicóloga.

-¿Qué habrá hablado con la mina, no?

-Somos siete guardando semejante bomba. Es mucho, ya que lo sepan dos es mucho. Y a mí el boludo de Cóceres no me va a cerrar jamás.

-Esperemos a ver qué salta.

-¡Manejá, pelotudo, que si chocamos acá estamos hasta la verga!

-¡¡Vengan, putos!! ¡Bájense, vení parate de manos, Cazador y la reconcha de tu madre bien abierta!

-Ni una palabra con las minas, loco.

-Las sirenas. ¿Esas sirenas?

-Y en la cuadra confiamos que no, que no nos vio nadie.

-Igual mucho no cambia.

-¿Y si le mandan intento de homicidio? Tirar, tiró.

-Llegamos y metemos alto fueguito, mono.

-Valentín, si necesitás algo me lo pedís.

-Tienen mi número. Me llaman por cualquier cosa, sepan que sería probable que vuelva a tener otro episodio similar, de mucha angustia.

-Nadie. Tres veces y al hijo de puta no lo vio nadie.

-Dos bocados te pedimos, loco, dale que tenés que comer.

-Estamos llegando, primo. Diez minutos aguantá.

-Es un pibe común y cualquiera haciendo cosas de película. Era obvio que se le iba a volar el mate… Nosotros lo mismo, muchachos. Acá se corta la bocha, porque vamos a entrar a caer como muñecos, eh, hasta acá llegamos con este bondi. Ya dijimos de abrirnos y miren lo que pasó. Él dijo que había que cortarla y la re cagamos. Lo re cagamos.

-¡Al fondo, al fondo!

-No es momento, Equi. No es momento.

-Tres grados, loco, mañana. Vamos a tener que llevar camperas, buzos, toda la bola.

-¿Me pueden explicar bien qué mierda fue lo que pasó? Alguien que se haga cargo, loco. Nos juntamos a hablar diez veces como unos pelotudos, decidimos esto, esto y esto, y en una me llama el Mosca y me dice que está yendo Valentín. Mil veces les dije que Valentín no estaba para más lola. ¡Mil veces! Ey, pelotudo, ¿qué mirás para otro lado si el que más rompió las pelotas fuiste vos?

-Fantasmín: sos el uno, guacho.

Lucas Bauzá

Twitter: @rayuelascometas

Diseño de imagen por Lucas Vega, pueden encontrar más sobre él en Estudio Bosnia.

Ilustraciones en el texto por Nach.

Lástima a nadie, maestro necesita tu ayuda para seguir existiendo, suscribite por $200.

También te podés anotar en Pase al Pie, nuestro newsletter semanal completando este formulario:

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s